miércoles, 31 de diciembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (7) EL VALLE DEL ELQUI (CHILE) EN LA MIRADA DE GABRIELA MISTRAL.

Traemos de nuevo a estas líneas un rincón de Latinoamérica con acentos mediterráneos: El Valle del Elqui (Chile). Y ello, por un doble motivo. El antagonismo entre sus vegas regadas, tierras de secano bien cultivadas y el terrible desierto de las laderas y cumbres de los montes circunvecinos, tan típica del paisaje rural mediterráneo, y por la manera tan personal de sentir el paisaje como parte de su espíritu de que hace gala esta escritora.

Gabriela Mistral nació aquí, pasó sus primeros años de infancia y temprana juventud, escribió sobre él a lo largo de su viajera vida por todo el mundo, y pidió ser enterrada en su tierra materna, para nunca más abandonarla.

Su ansia constante de volver a contemplar el Valle del Elqui se comprime en pequeños poemas concisos, certeros y bellos a la vez:

“Tengo que llegar al valle
que su flor guarda el almendro
y cría los higuerales
que azulan higos extremos”

“(El Valle) hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de locura…”

Visto desde abajo se observa, como desde ninguna otra parte, el antagonismo de sus paisajes extremos:

“La roca viva domina en lo alto (del Valle) y se come de él grandes espacios, pero el fondo es suelo del más noble limo negro y suave, capaz de producir un año entero lo que le pidan y siembren”

El paisaje desértico de las alturas del Valle del Elqui es asumido por la escritora como un elemento más de su espíritu (las montañas son sus padrinas de nacimiento), le proveen bienes escasos en el llano (su cuna de piedra y leño) ,y forman parte de su vida cotidiana (por sus colores, sus formas siniestras y los sonidos que emite el viento:

“En el Valle del Elqui, ceñido
de cien montañas o más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán...
Miran al valle los cerros,
como padrinos tremendos,
volviéndose en animales
sus ijares soñolientos,
dando el vagido profundo
que les oigo hasta durmiendo,
porque doce me ahuecaron
cuna de piedra y de leño”

La inquilina de estos cerros es la singular higuera, cuya dramática existencia entre tanto sol y sed conmueve a Gabriela Mistral:

“Los grupos de higueras se sostienen de maravilla en unos sequedales de gritar... ésta clava sus garfios pardos al suelo, mientras la clara frente eleva en una intensa sed de cielo… en aquella tierra yerma, sobre aquel desierto mordido de sol, sobe esa estepa inmensa, yerta de desolación”

Más abajo, en las laderas donde se retiene mayor humedad y chilla menos el sol, aparecen los arbustos cultivados con delicadeza y primor:

“Hasta medio cerro trepa la viña crespa y barnizada, y no va más allá porque se seca en los soles rabiosos”

El fondo del valle es el regazo del hábitat humano y las tierras regadas, con abundantes plantíos de flores, huertos y frutales:

En cajones cerca de las casas se ponen los plantíos de claveles y rosas, y esas golosinas de mesa que son las hortalizas que cultiva cada familia… Las tierras más feraces y que se pueden regar son para los frutales”.

“las parcelas forman un damero de pequeños cuadrados y rombos cubiertos de hortalizas y frutales, y de pastos donde la vaca familiar, que da queso y leche diaria, adquiere casi la condición de santidad de la vaca hindú”

Gabriela Mistral se deleitó al pasear por el vergel sabiamente humanizado, en que la cultura campesina mediterránea había convertido el fondo del Valle del Elqui, saboreando mil y un sensaciones:

Vuela un olor delicado/y tímido y placentero/delgado como la brisa/íntimo como el aliento. Es el frutillar tendido/que crece callado y lento./Los tendales de la fruta/llaman con verdes sangrientos/y a golpes de olor confiesan/los pomares y el viñedo/y frutillares postrados/sueltan por el entrevero/un trascender que enternece/por lo sutil y lo denso./Todo se mueve en un vaho/que nos pone el andar lento/por ver y por aspirar/en lo emboscado y confeso…”

martes, 23 de diciembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (6) TORCUATO LUCA DE TENA (1903-1999) Y EL FOLKLORE AMURALLADO DEL CENTRO HISTORICO DE AUSTIN (FL

Traemos a estas líneas a un sólido intelectual ibérico, miembro de la afamada saga familiar que poseyó el diario conservador ABC, el de mayor tirada nacional, durante casi todo el siglo veinte.

Sin embargo, fue un personaje peculiar. Su pensamiento ideológico, monárquico y liberal, le valió no pocas críticas. Gran parte de su vida prefirió, más que asumir la pesada y censurada carga de dirigir uno de los medios de comunicación más influyentes de España, dedicarse a su vocación literaria, escribiendo numeroso libros de poesías, novelas, artículos y ensayos.

Esta vocación literaria lo llevó como corresponsal por medio mundo a lo largo de su vida, retratando con aguda ironía los avances de países civilizados, que tarde o temprano importaríamos los países mediterráneos. Esta labor se reflejó en dos libros sobre la vida y los paisajes de Inglaterra (El Londres de la postguerra. Pinceladas sobre la vida en Londres. Madrid: Espasa Calpe, año 1948). Y Estados Unidos (Mrs Thomson, su mundo y yo, Espasa Calpe, año 1952).

De esta segunda novela traemos a estas líneas un paisaje singular para su época (principios de la segunda mitad del siglo veinte).

Los norteamericanos no sólo han ido imponiendo un urbanismo y un modo de hacer la ciudad moderna que está arrasando con las señas de identidad de la ciudad histórica mediterránea, sino que también fueron pioneros en convertir a una de sus pocas ciudades históricas de ascendencia mediterránea en un “parque temático” para turistas. Es el caso de la ciudad de Austin (Florida).

Era el otoño de 1950 y entramos en la ciudad más antigua de los Estados Unidos, fue fundada en 1565 por los conquistadores españoles. Tiene la primera escuela, el primer naranjo, el primer castillo y la primera iglesia de este país,pero cómo se encuentran una vez que los hombres de negocios han decidido explotarla turísticamente.

Cruzar sus murallas cuesta el dinero de una entrada. Dos muchachas, tocadas con peineta y mantilla, vestidas con un amplio vuelo de volantes y madroños, nos dan la bienvenida. Dicen que van vestidas al estilo de las esposas de los conquistadores españoles.

Las viejas piedras históricas se mezclan con el último alarido de modernidad. El Centro histórico de San Agustín es como un barrio de Santa Cruz, diseñado por el Director de una película de Holywood. Es el folklore amurallado. Los hoteles reciben nombres como Alhambra, Zoraida o Ponce de León. Hay una plaza de la Constitución que imita la del Madrid liberal del siglo diecinueve. Las calles, pasajes y tiendas llevan nombres como Manolete, Tronío, Verbena o Paella. Todos los balcones de los centros oficiales y museos ondean la bandera rojigualda en honor a España.

Viejos landós y manuelas pasean a los turistas por las calles históricas como si estuviéramos en Sevilla o Granada. Los cocheros son negros que visten camisas hawaianas y sombreros de copa. Al saber que somos españoles se les hiela la sonrisa. Se extrañan de que mi mujer y yo seamos rubios, y ella no lleve castañuelas y mantón de Manila. Quizás es que han tomado conciencia de la farsa con la que se ganan la vida”

domingo, 21 de diciembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (5) LAS CIUDADES MEDITERRANEAS EN EL PROXIMO MILENIO EN LA MIRADA DE ITALO CALVINO (1923-1985).

El escritor italiano-cubano Italo Calvino fue, como tantos otros aquí aludidos, un incansable viajero. Su experiencia geográfica la vertió a modo de relato imaginario, con Kublai Khan y Marco Polo como protagonistas, en su libro: Las ciudades Invisibles (año 1972).

Su preocupación por la decadencia y ocaso de la ciudad mediterránea tradicional o histórica deviene de lo que el autor denomina la crisis de la ciudad moderna. Una ciudad que, en cualquier país o región, aspira a multiplicarse rápidamente acorde con lo que dicta el mercado inmobiliario, arrasando no sólo con la arquitectura del pasado, sino también con los paisajes naturales y de los campos circundantes. La ciudad moderna se ha ido gestando de espaldas a la naturaleza, a la cultura campesina y a la cultura urbana heredada. Ha exportando las formas geométricas y repetitivas del urbanismo norteamericano. Es una ciudad continua y uniforme, despersonalizada y amorfa. Una ciudad que sólo ha sido posible construir gracias a los rápidos avances en los sistemas tecnológicos en que se sustenta (medios de transportes, infraestructuras del agua, eléctricas, de telecomunicaciones). Es una ciudad donde reina un aparente bienestar y confort, sobre todo material, superior al de las ciudades provincianas. Pero, su funcionamiento es más frágil de lo que pensamos. Apagones, nevadas, inundaciones y lluvias torrenciales, sequías,…pueden paralizar o bloquear su buen funcionamiento por sorpresa.

El modelo económico actual, el de una economía y una cultura globalizada y mundializada por los mass media necesita de este inusitado crecimiento urbano. Pues la ciudad no es sólo un producto de la civilización, un material para la historia del arte y de la arquitectura, es, también, el espacio por excelencia donde las sociedades humanas intercambian mensajes, palabras, deseos y recuerdos.

A grosso modo hay dos líneas evolutivas identificables en las ciudades históricas mediterráneas con el cambio del milenio. Aquellas edificadas en terrenos llanos, una vez derruidas sus murallas defensivas, están siendo objeto de un avance implacable de la ciudad moderna en su interior:

“Las arquitecturas modernas y recientes empujan y llegan al corazón de la ciudad, sólo van quedando fragmentos y reductos que conservan los rasgos originales… han ido brotando edificios de todas las épocas y estilos arquitectónicos, y ya están en proyecto los de etapas venideras… Desde fuera apenas de distingue la ciudad del pasado”

La otra tipología son las ciudades históricas enclavadas al amparo de algún obstáculo natural. Rodeadas por el meandro de un río, en las laderas de un monte o cerro, etc. Éstas son las que están pudiendo defenderse mejor de las nuevas modas de hacer ciudad y pierden más lentamente sus señas de identidad:

Se divisa desde lejos, en medio de las anónimas periferias urbanas, el viejo cerco de murallas, bien apretado, del que brotan resecos campaniles, las cúpulas, las torres y los tejados, mientras que los barrios nuevos se desparraman a su alrededor como saliendo de un cinturón que se desanuda”.

La ciudad histórica mediterránea ha tenido casi siempre una forma orgánica, producto de un crecimiento espontáneo y no planificado, tanto en su adaptación al medio natural, que ha sido mayormente respetado, como en su trama urbana. Italo Calvino, con fina ironía, compara su diseño a un tapiz de factura divina, frente al de la ciudad moderna, un tapiz con un dibujo ordenado, donde las figuras geométricas repiten los mismos motivos hasta la saciedad.

“La red de pasajes de cada ciudad no se organiza en un solo plano, hay barrios en pendiente a los que se sube por rampas y escaleras, otros a los que se accede por puentes, otros que son un subir y bajar de cuestas…

Las calles suben y bajan, se superponen y entrecruzan, de manera que puedes elegir el recorrido más breve entre dos puntos, que no es una recta sino un zigzag ramificado en tortuosas variantes… sus habitantes no conocen el tedio de recorrer cada día las mismas calles, tienen el placer de poder elegir nuevos itinerarios para ir a los mismos lugares, así sus vidas rutinarias y tranquilas transcurren sin repetirse”

El paisaje humano y el mobiliario urbano diferencian nítidamente la ciudad antigua y la moderna:

“En estas ciudades cada vez que uno llegaba a una plaza se encontraba en medio de un diálogo, al salir por una puerta era saludado por los vecinos, lo conocieran o no”

“Estas ciudades están coronadas por cúpulas, torres, miradores con techos cónicos, veletas, desvanes, depósitos de agua…El viajero se complace en observar cuántos puentes distintos unos de otros las cruzan: convexos, cubiertos sobre pilastras, sobre barcas, colgantes, con parapetos calados; cuántas variedades de ventanas se asoman a las calles: en aljimez, moriscas, lanceoladas, ojivales, coronadas por lunetas o rosetones; cuántas clases de pavimentos cubren el suelo: guijarros, lastrones, grava, baldosas, losas,…”

“Incluso, la ciudad que no tiene hermosuras o rarezas particulares es una sucesión de calles y casas, puertas y ventanas, cuyas figuras se deslizan como una partitura musical donde no se puede cambiar o desplazar ni una nota… Sus habitantes pueden recordar en sueños el orden en que se suceden el reloj de cobre, el toldo a rayas del peluquero, la fuente de los nueve surtidores, la torre de vidrio del astrónomo, el puesto del vendedor de sandías, la estatua del ermitaño y el león, o el café de la esquina”

Una infraestructura singular de estas ciudades ha sido la de abastecimiento de agua potable. Ha habido diversas variantes tecnológicas para afrontar un clima como el mediterráneo, con prolongadas sequías que coinciden con las altas temperaturas.
Allí donde no había ni manantiales, ni ríos ni lagos subterráneos –el paisaje, por ejemplo, de las pequeñas islas griegas del Mar Egeo -, las núcleos urbanos están repletos de aljibes, junto a las viviendas o, dentro de éstas, en sus techos, patios o sótanos, donde se ha almacenado el agua necesaria para vivir.
Las ciudades beneficiadas por el discurrir de un río con aguas permanentes y de cierto caudal han recurrido a las grandes norias giratorias y los acueductos y acequias, que llevaban el agua a los depósitos de abastecimiento.
Otras ciudades, con manantiales y surgencias potentes y numerosos, poseían una nutrida red de fuentes u bebederos, para personas y animales, dispersos por su trama urbana.

Italo Calvino se interesó por las ciudades que venían abasteciéndose de las aguas profundas del subsuelo:

Era la ciudad de los mil pozos, asentada sobre un profundo lago subterráneo. Dondequiera que los habitantes, excavando en tierra largos agujeros verticales, habían conseguido sacar agua, hasta allí y no más lejos se había extendido la ciudad: su perímetro verdeante repetía el de las oscuras orillas del lago sepulto”

Las actividades campesinas (agrícolas, ganaderas,…) y la misma naturaleza no fue expulsada tajantemente de la ciudad sino que convivió secularmente con sus habitantes, hasta hace relativamente poco tiempo:

“Cuando viajaba a la ciudad descorría la cortina de la ventana y veía un foso, un puente, un murete, un serbal, un campo de maíz, una zarzamora, un gallinero, el lomo amarillo de una colina, una nube blanca y un pedazo de cielo azul… Un año tras otro he ido viendo desaparecer el foso, el árbol, el campito de maíz, el lomo de la colina fue cubierto de edificaciones y el cielo mismo desapareció”

La presencia de la religión (islámica en el borde sur del mar común, ortodoxa en el borde noreste, y católica o protestante en el borde noroeste, ha impreso un aspecto propio a las ciudades mediterráneas:

“Los Dioses siempre habían protegido la ciudad (mediterránea). Estaban en sus calles, en sus plazas, en las puertas de sus casas, y en el interior- en sus vestíbulos, salones de estar, dormitorios y cocinas-. Formaban parte de la vida de las familias, eran parte del alma de la ciudad y daban forma a todo cuánto ella contenía…

Los devotos de estos Dioses tenían en común criticar todo cuanto tenía de nuevo (la ciudad y la cultura moderna), sacando a relucir a los viejos, los bisabuelos, las familias de otros tiempos, y pensaban que el ambiente (de su ciudad) debía haberse mantenido tal como era antes de que lo arruinaran…

Los seguidores de estos Dioses tenían la creencia trasmitida de padres a hijos de que, suspendida del Cielo, existía otra ciudad como ésta, donde flotaban los sentimientos y virtudes más elevados, y aspiraban a ser una sola cosa con ella… Estos habitantes se indignaban, despreciaban y se preocupaban por todo lo que pudiera borrar o amenazar a su ciudad celeste, y aquí la honraban construyéndole elevados templos de bella factura, donde acumulaban los cuadros y esculturas de sus figuras veneradas en la Ciudad celeste, y los tesoros personales que las adornaban en forma de elegantes tejidos y preciosos bordados, y lujosas joyas y piedras nobles”

Con el nuevo milenio, la ciudad histórica mediterránea se ha convertido en un mito para el viajero y turista, comparable a los de la literatura, la música o el cine.

“Para no decepcionar al turistas, los guías y la población local elogiaban más la ciudad del pasado que la del presente. Su gran negocio era vender recuerdos de cosas inexistentes, libros, cuadros y postales viejas que reflejaban el antiguo esplendor de la ciudad… El único consuelo de sus habitantes era que la gracia perdida se había compensado porque la vida era más cómoda, la riqueza había aumentado y la cultura era más abierta y cosmopolita que en su anterior vida provinciana, tan rica en arte y rincones típicos y pintorescos, pero tan estrecha de miras y sujeta a privaciones… Había un atractivo más, y es que a través de lo que había llegado a ser la ciudad todavía se podía evocar lo mejor de lo que fue”

lunes, 8 de diciembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA (4). LA VISION DE JULIAN MARIAS (1956) SOBRE LAS PEQUEÑAS CIUDADES

Allá por los años cincuenta del siglo veinte, el filósofo y ensayista Julián Marías pasó varias temporadas en Estados Unidos. Durante su estancia en la ya por entonces gran ciudad de Los Ángeles vislumbró el agudo contraste existente entre la típica ciudad mediterránea pequeña y compacta y lo que había de venir en el futuro, el modelo de ciudad extensa, dispersa y segregada norteamericano, dependiente del automóvil.

Para Julián Marías, la civilización urbana gestada en torno al mar común o central tenía muchas similitudes de Oeste a Este y de Norte a Sur, indiferentemente de las fronteras políticas de los países.
Un rasgo fundamental era que se trataba de ciudades abarcables y convivenciales:
"La ciudad compacta mediterránea fue milenariamente una ciudad abarcable, donde en una pequeña extensión estaba todo: La Plaza Mayor con la Parroquia y el Ayuntamiento, el mercado de abastos, el teatro, los cines, los amigos,..."
Este tamaño ni excesivamente grande ni demasiado pequeño, y su trama urbana compacta, en que no había que recorrer largas distancias para tener al alcance todo lo necesario, hizo que las ciudades mediterráneas fueran, junto a su benigno clima, espacios que ofrecían lo que no tenían los campos circundantes: Lugares ideales para estar en la calle, pasear e ir a sitios relativamente próximos donde se encontraba de todo y donde estaba todo el mundo. Así nos lo describe este autor:
"La ciudad compacta mediterránea fue, antes que otra cosa, un espacio de convivencia, presencia, compañía y conversación, todas estaban llenas de una red de bulevares, paseos, plazas y plazuelas donde se podían llevar a cabo estas actividades. En estos espacios al aire libre se veía a cualquier hora del día a la gente murmurar, declamar, admirar, desdeñar, envidiar, comprar y vender... Además de estos espacios públicos había otros espacios cerrados donde la convivencia y la tertulia sin prisas eran frecuentes y cotidianas, como las iglesias, los jardines municipales, los casinos, los bares y tabernas, los mercados o las tiendas de barrio,..."
Frente a este modelo ya existía, aún en sus albores, el modelo de ciudad dispersa y segragada en sus funciones, que el autor denomina ciudad tipo parque norteamericano, y que ha ido imponiéndose en Andalucía en décadas posteriores bajo la denominación de urbanizaci´´on residencial de viviendas unifamiliares y adosados. Así describe Julián Marías a la ciudad de Los Ángeles:
"Es una zona residencial que se extiende millas y millas a la redonda, donde no hay centro urbano alguno importante, sino enormes centros comerciales en las afueras a donde se llega en automóvil, que se estaciona en aparcamientos tan grandes como dichos centros...las calles y plazas, cuando existen, están normalmente vacías, nadie pasea por ellas... En las calles de cada barrio o urbanización no hay más que viviendas unifamiliares, cerradas en sí mismas, millones de minúsculas islas de vida privada, sin apenas relaciones de vecindad. Millones de unidades domésticas aisladas, incomunicantes, solitarias... en cuyas calles sólo transitan personas que acaban de dejar el volante... Y, no obstante, el aspecto y el interior de las casas es sumamente agradable. Las casas parecen escenarios teatrales o como casas de juguete, con sus pequeños jardines y todo. En su interior hay el máximo confort. De ellas se sale en coche para trabajar o ir a alguna actividad formativa o de ocio... pero al atardecer casi todas las familias sólo poseen para compartir sus soledades la magia de la televisión. Se hace girar un botón y aparece un rostro humano, un rostro que nos mira, nos habla, ría y canta, corre aventuras,...¡La compañía¡ Es el mundo perdido que vuelve a nosotros... Las enormes ciudades americanas son gigantescas aglomeraciones de soledades juntas"

sábado, 22 de noviembre de 2008

La inauguración de un gran centro comercial: ¿Impulso para el progreso cultural de una ciudad media andaluza?

Cada vez que se inaugura un gran centro comercial en la periferia de una ciudad media andaluza en los últimos veinte años, el pleno municipal se felicita como si fuera el día del Santo Patrón. Esta instalación, dicen, traerá el progreso, la modernidad y la cultura a la localidad, como nunca antes hubo.

Se felicitan porque, como en la metrópolis, ha llegado por fin el supermercado o hipermercado de la cadena nacional o internacional que allí tanto abunda, porque habrá multicines y muchos bares, restaurantes y salas de juego.

Al igual que los ciudadanos americanos desde hace ya más de medio siglo, los andaluces de esta población podrán ir allí y pasar el día entero en el anonimato de ese templo para el consumo multitudinario y masivo. Y, además, sin notar los olores de la ciudad ni el campo; ni los matices de la luz solar de la mañana, el mediodía y el atardecer; ni el frío invernal, ni el calor veraniego. En su lugar, podrán disfrutar de una atmósfera controlada bajo la fija, estúpida e indiferente mirada de las lámparas eléctricas.

Allí podrán deleitarse durante horas mirando y comprando miles de productos en la más entera libertad, y, a la vez, tomar unas tapas o almorzar. También se pondrán a la última en cultura, adquiriendo esas pocas decenas de libros best-seller, videos o ediciones musicales, anunciados en los medios de comunicación como imprescindibles para estar al día y a la moda en materia cultural, como en el resto de España, Europa y Estados Unidos.

Además, podrán ver la última película de estreno, mientras los niños se divierten en la sala de juegos. Y saldrán contentos de haber adquirido tales prendas de vestir a precio de ganga. Todos tendrán sus chándales y camisetas deportivas de la marca SEPTHATLON. Los jóvenes podrán lucir sus camisetas y pantalones de la tribu urbana con la que se identifican: góticos, raperos,…

Efectivamente, el centro comercial hace de estas ciudades medias andaluzas más modernas y cultas, pero sólo en ese segmento limitado y superficial de libros, películas, músicas o modas, con que nos bombardean diariamente y cambiantemente los medios de comunicación.

De hecho, toda esta cultura tiene mucho de mercancía vendible, mudable y de vida efímera, casi siempre traída de fuera. Por el contrario, no tiene casi nada que ver con el producto artesano elaborado intelectual o materialmente por los habitantes de la susodicha ciudad media. La prueba más visible es que, cuando llega la noche, el centro comercial es tan sólo un fantasma. Una gran superficie de paredes blancas, opacas e impermeables, que carece de vida como los millones de objetos inertes que alberga.

A la vez que se anuncia que este centro cultural traerá una cultura moderna y ultimísima al municipio, su cultura propia y única, la elaborada pacientemente por sus habitantes de generación en generación, van desapareciendo de sus cascos históricos.

El único comercio que ha prosperado en dichos cascos históricos en los últimos años son las tiendas de conveniencia o bazares asiáticos y magrebíes. Hasta el punto de que los comerciantes locales sólo se ponen en común para intentar prohibir la proliferación de estos bazares y de los centros comerciales, cuya cercanía es para ellos como la crónica de una muerte anunciada.

Estos bazares forman parte también de otras cadenas multinacionales, que impulsan países menos desarrollados. Sus mercancías son las mismas en todo el mundo, baratas y de menor calidad que la de los grandes centros comerciales. Su principal ventaja es que las fabricas obreros a miles de kilómetros de distancia, que cobran salarios diez o cien veces menores que los de la localidad de turno.

Volviendo a los cascos históricos andaluces, se asiste al cierre de diez tiendas o talleres tradicionales por cada uno de nueva generación que se inaugura. La trayectoria no puede ser más pesimista. La cultura propia y singular de cada ciudad media andaluza va desapareciendo. Cada vez se pueden ver menos imprentas y librerías donde publican y se divulgan los libros de poetas, novelistas o cronistas locales; menos estudios de pintores que retratan los paisajes de la zona, o de fotógrafos que te retratan inmejorablemente el día de tu Comunión o Boda.

También menguan los talleres artesanos de carpinteros que te hacen un mueble personalizado, los de orfebres e imagineros que esculpen los santos de las procesiones religiosas o los monumentos de los espacios públicos, los de joyeros que te hacen una medalla o alianza personalizada, los de los zapateros remendones, los del sastre que te hace el traje a medida que mejor te sienta, los de los artesanos que elaboran recuerdos de la localidad que no se encuentran en otra parte…

Y, en relación con la cultura campesina del entorno de la población, también van desapareciendo las bodegas donde comprar el vino joven o mosto del año; las fruterías donde degustar la verdura o la fruta de la huerta cercana recolectada el día anterior, la tienda de comestible que te ofrece la legumbre local, una cántara de leche extraída de la ubre de la vaca hace pocas horas, o un queso o una chacina artesana, con la receta autóctona, los obradores que te venden el pan caliente del pueblo o el dulce típico de cada fiesta del calendario local, o los tornos monjiles que elaboran dulces de recetas secretas sólo trasmitidas de superiora a superiora de convento…

En estas imprentas y librerías familiares, en estos artistas y orfebres locales, en estas tiendas de comestibles, se había ido renovando lentamente la cultura intelectual, artística y material de las ciudades medias andaluzas durante siglos.

¿Qué quedará de ellas si no se las protege de la invasión incontrolada de bazares de países tercermundistas y cadenas comerciales multinacionales de países avanzados?

sábado, 15 de noviembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (3) LA FLORA Y ARBOLEDA CAMPESTRE DE LA TOSCANA EN LA MIRADA DE D.H. LAWRENCE (1889-1945)

El prosista inglés D.H. Lawrence, famoso por su novela erótica El Amante de Lady Chatterley, pasó largas temporadas en Italia en el periodo de Entreguerras (1918-1945). Prácticamente hasta que se desilusionó y marchó a conocer países más salvajes e inexplorados (Méjico, Ceilán, Australia,…).

Para él, el mundo mediterráneo estaba demasiado contaminado del espíritu moderno. Había ido perdiendo su personalidad propia y original. Sólo cabía admirar los vestigios de su glorioso pasado. Se adelantó en esta afirmación a lo que hoy día motiva que sea el lugar más visitado por turistas (más de cien millones anuales).

Aún así, el paisaje campestre se mantenía relativamente intacto en la época que le tocó vivir. Era todavía el legado de una cultura agraria milenaria y con personalidad propia. Quizás por esto, su corrosiva y atrevida pluma no puede dejar de enternecerse con la descripción de la flora y arboleda campestre de la Toscana italiana en los relatos de su libro póstumo Phoenix.

¿Por qué había tal abundancia de flores silvestre en los campos cultivados al modo tradicional en el mundo mediterráneo?

Ciñéndonos al caso de la Toscana italiana, el autor va apuntando los argumentos que explican esta proliferación floral, desde lo más global a lo particular:

“Cada país tiene sus flores… El Mediterráneo tiene al narciso y la anémona, a la salvia, el romero, el tomillo o el mirto. Son las flores que hablan y son comprendidas bajo el sol que rodea el Mar Central.

La Toscana es particularmente florida, ya que es más húmeda que Sicilia y más rústica que las colinas romanas… Tiene, además, miles de colinas y pequeños valles con arroyos que parecen seguir su propio camino, haciendo caso omiso del río o del Mar.”

Humedad, rusticidad y diversidad del relieve. ¿Tan sólo estos factores explican la abundancia de flores? Hay más misterios que resolver:

“Resulta extraño ver tantas flores en un país tan perfectamente cultivado, de vid, oliva y trigo, desde tiempos milenarios… El pueblo toscano ha hecho de sus campos cultivados una bella escultura. Ha creado cientos y cientos de terraplenes y terrazas de cultivo, que decrecen o se ensanchan, se hunden o se elevan, adaptándose al contorno roto de la Colina Madre…Las manos humanas han aprovechado las piedras robadas a la colina para alzar los muros sin cementar que sostienen estas terrazas…

Los terraplenes son harto angostos para que los bueyes lleguen con el arado a sus orlas herbosas que, también ayudan a sostener estas superficies ante las lluvias… estas orlas herbosas vienen siendo el refugio de la flora desde hace milenios”.

Los postulados de la moderna agricultura ecológica ya estaban subyacentes en esta cultura campesina tradicional de la Toscana. Se estableció una relación de conveniencia entre las hierbas y flores silvestres y el agricultor. En lenguaje coloquial sería algo así como: Tú me sostienes la terraza de cultivo y yo te dejo vivir en paz, a la vez que me evito caídas propias o de mis bueyes a la terraza inferior.

Un último argumento explica esta abundancia floral, no sólo en calidad sino también en su diversidad:

Desde finales de invierno o inicios de la primavera se suceden las floraciones… Cada especie aprovecha su oportunidad efímera de vivir y resplandecer… El primero en aparecer es el narciso, bastante helado y tímido… le siguen el acónito, el eléboro, las violetas, los azafranes…ç

Hay plantas que florecen en las orlas herbosas de tal o cual terraza cultivada, otras prefieren las orlas herbosas de los bosques o las calvas de su interior, los matorrales o las márgenes de los arroyos y las fuentes. De esta manera encontramos muchas familias de narcisos y otras flores, cada una con su forma característica”

La arboleda secular de la Toscana llamó también poderosamente la atención de D.H. Lawrence. En la agricultura tradicional, en que había que abastecerse con un poco de todo lo que se producía en las proximidades, convivían en una deliciosa promiscuidad los árboles que daban madera o frutos forestales, con los frutales domésticos más variados y las plantas de jardín. El resultado era un paisaje rico y diverso por sus innumerables tonalidades verdes:

Hay una belleza en el paisaje frágil de la primavera… centellean todas las gamas de verde en la arboleda… el verde parduzco del oscuro ciprés, el verde negro del roble perenne, las onduladas y pesadas hinchazones verdes de los pinos, el robusto verde joven del Castaño de Indias, el verde oro pardo de los álamos, el verde gris del olivo, el verde en si mismo, el más verde de todos, del peral, el frágil verde de los durazneros y almendros,…Y todos estos verdes dispuestos de mil formas, sobre mesas ladeadas, sobre hombros redondos, sobre portes erectos o sobre penachos extravagantes… Al anochecer el paisaje parece incendiado desde dentro de verde y oro”

viernes, 31 de octubre de 2008

Los jardines de la Costa del Sol (1)

Los jardines aristocráticos y burgueses de la segunda mitad del siglo diecinueve.

Fue ésta la época del jardín artístico y artesanal. Estuvieron pensados globalmente para el disfrute de la naturaleza, pero se diseñaron de manera concreta para la contemplación de lo bello en el sentido más amplio: una panorámica marina, el juego del agua entre lo verde, la vegetación del entorno, o un detalle constructivo de su mobiliario.
Este carácter contemplativo contagia a toda su arquitectura. Son jardines ideados para un distraimiento sosegado y tranquilo de un reducido número de personas.
Se trató de jardines acondicionados para los paseos a pie, la estancia prolongada en lugares de cómodo asiento - en bancos de glorietas o cenadores donde es posible la contemplación del paisaje, la ensoñación de la mente, la tertulia grupal o el coloquio íntimo -, el disfrute de los espectáculos de moda en dicha época –bailes de salón, teatrillos al aire libre,…- y otras distracciones y placeres al aire libre como los baños.
Se crearon entonces los jardines históricos más representativos de la Costa del Sol. Entre ellos, los primeros parques públicos (Alamedas principales de Málaga y Marbella, un conjunto de magníficos jardines en fincas privadas próximas a los núcleos urbanos (Jardín de la Concepción, del Retiro, Hacienda San José, La Cónsula,…), los jardines asociados a los primeros establecimientos dedicados a baños públicos - como los del Carmen - y hoteles románticos (Miramar, etc., y los jardines de las mansiones burguesas de nuevos barrios periféricos como El Limonar.
El Jardín de la Concepción (Málaga capital).
Nos encontramos aquí ante el más destacado ejemplo de jardín en una finca privada próximas al núcleo urbano, que proliferaron en la época y se usaban como quintas de recreo campestre por la nobleza y la burguesía local.

Al contario que las familias veronesas de los Capuletos y Montescos, en la segunda mitad del siglo diecinueve se produce la boda de los hijos de los dos principales magnates y hombres de negocios malagueños(poseedores de minas, fábricas, fincas agrícolas, comercios, navieras,…): Jorge Loring y Amalia Heredia.
Como regalo de bodas (año 1857) reciben una finca de recreo a tan sólo seis kilómetros (media hora en diligencia) del núcleo urbano, en lo alto de los montes próximos, y desde donde se contempla toda la ciudad.
Las inquietudes culturales y artísticas de estos dos jóvenes – que habían tenido una esmerada y cosmopolita educación-, a la par que la gran riqueza de sus familias, se conciertan para crear en La Concepción (13.400 metros cuadrados) uno de los jardines más lujosos y excelentes de la Andalucía de su época. Sólo es comparable por su munificiencia con los jardines de las residencias de invierno (Palacio de San Telmo en Sevilla) y verano (Palacio de Orleans en Sanlúcar de Barrameda-Cádiz- de los Duques de Montpesier.
La joven pareja armonizaba ampliamente. Ella se encargó de las plantas, con ayuda de un experto jardinero francés, y Jorge Loring - que ejercía la profesión de ingeniero pero estaba hondamente interesado en las bellas artes-, diseñó las maravillosas infraestructuras de este parque: viviendas e instalaciones auxiliares y todo su complejo hidráulico (estanques, albercas, fuentes, cascadas y puentes).

La arquitectura y el mobiliario de este jardín estuvo destinada, como ya se ha dicho, tanto al disfrute de la naturaleza como a la contemplación de lo bello. Lo mismo se puede decir de sus paisajes de agua y vegetación. No hay lagos pero si una red de estanques, fuentes y cascadas repartidos por todo el jardín, que le dan un sonido relajante.

La edificación residencial del Jardín es una Casa Palacio copiada de una similar de la Florencia renacentista, que les agradó en una de sus visitas a la ciudad de Dante.

Saliendo por su puerta principal y bajando las escaleras nos encontramos con un magnífico estanque circular inspirado en las mejores villas pompeyanas del Imperio Romano. En su centro hay una estatua en piedra de un joven tritón y sus aguas estuvieron alfombradas de nenúfares rojos y amarillos. En los laterales de la Casa Palacio hubo otros estanques con fuentes como las del Sarcófago, el león o las Tres Gracias. Asimismo, existió una alberca para el baño al aire libre, rodeada de columnas.
Poco más allá se levanta el Museo Loringiano, con una arquitectura de estilo clásico grecoromana. Fue su museo arqueológico y pinacoteca particular, donde coleccionaron las piezas adquiridas en sus viajes por toda Europa.

En las proximidades hubo también un teatrillo al aire libre y un salón de baile de verano. El primero ocupó un terreno llano y le daban sombra cuatro grandes plátanos orientales. El segundo se asentó en una prominencia del relieve a la que se accede por una escalera de rocas, tapizada por buganvillas y rosas. Posee una gran pérgola oculta con plantas enredaderas, que le proporcionan un ambiente fresco y sombreado a cualquier hora del día.
Existieron también numerosas dependencias auxiliares como las casetas de los guardas y los jardineros, los invernaderos y los viveros.

Tanto en la parte alta como en la baja, toda la finca está surcada por un laberinto de senderos y paseos; unos son íntimos y recoletos, y otros espaciosos y abiertos. Nos sorprenden al desembocar en glorietas con cenadores o quioscos rematados en cúpulas de cerámica, que tienen además la vocación de miradores privilegiados sobre la ciudad de Málaga y el mar Mediterráneo.
Además de este mobiliario, el jardín merece unos comentarios aparte en lo referente a su vegetación.

Su parte alta está inspirada en el jardín inglés, aparentemente más caprichoso y espontáneo, copiando a la naturaleza, mientras que la zona baja responde más al canon del jardín francés, más racional y geométrico.
En cualquier caso, es un jardín elaborado artesanalmente tanto en la práctica como en la mente de sus propietarios. Los motivos de inspiración fueron los mejores jardines burgueses y de la nobleza que visitaron en sus viajes por países como Francia, Alemania, Suiza, Austria e Italia. De cada uno de ellos trajeron algún detalle de su arquitectura, decoración o fisonomía vegetal. Las mismas plantas se adquirieron a estos jardines.

Uno de los aspectos que llama la atención es su riqueza vegetal. Consta de 66.000 plantas, lo que dada su superficie relativamente pequeña supone una densidad de unas cinco plantas por metro cuadrado, mientras que el Parque de La Alameda de Málaga capital, por ejemplo, sólo tiene la décima parte.
Un segundo elemento singular es el cosmopolitismo y variedad de su vegetación, representativa de los cinco continentes. Hay más de mil plantas diferentes. De ellas, ochocientas proceden de fuera de Andalucía. Hay más de doscientas especies de plantas americanas, africanas o asiáticas.
Un tercer aspecto diferenciador es que se trata de uno de los mejores jardines de plantas subtropicales del Mundo. En Europa sólo hay otros dos de características semejantes en Niza (Les Cedres) y Madeira (Monte Palace de Funchal). De estas plantas subtropicales, la mejor representada es la palmera, con cerca de un centenar de especies diferentes. No obstante, hay un gran número de plantas sorprendentes como el sagu y la palma de sagu de China y Japón, el Ave del paraíso de Madagascar o el Palo Borracho sudamericano. Su condición de jardín subtropical queda más patente en la parte alta y en el nuevo palmeral. En la parte más elevada del Jardín de la Concepción se investiga ahora la labor de jardinería más adecuada para una frondosa masa de árboles y arbustos que alcanzan decenas de metros y luchan encarnizadamente por la luz, como en una jungla asiática o una selva africana, cosa difícil de ver en los parques públicos al uso.
Una última cualidad de este jardín es que están representadas más de la mitad de las familias de plantas con flores (angiospermas) del Mundo. Los investigadores las han estudiado con detenimiento en los últimos años y han llegado a sus primeras conclusiones, algunas lógicas (la mayoría de las plantas florecen en primavera) y otras sorprendentes (en otoño florecen menos plantas que en invierno).
Transcurrido siglo y medio el jardín histórico se ha convertido en uno de los mejores jardines botánicos de Andalucía, España y Europa.
Los ingresos obtenidos mediante visitas educativas y turísticas han permitido mejorarlo y enriquecer su paisaje y su diversidad vegetal aún más si cabe. Así, ha incorporado entre sus nuevas atracciones para el visitante algunas novedades como un jardín en forma de mapamundi con todas las palmeras del Planeta- se pueden ver las palmeras más gruesas y delgadas y las más bajas y altas del mundo, así como las de formas más curiosas como unas que parecen árboles corrientes –, una ruta botánica por los 80 árboles más conocidos de los cinco continentes, y una colección de cactus de más de 400 especies.

Menos conocidas del gran público son otras actividades que compaginan lo bello con lo útil de este jardín romántico. Una de ellas es su funcionamiento como asilo de plantas procedentes de jardines malagueños que van a desaparecer por causas diversas –muerte o vuelta de los propietarios a sus países de origen, próxima urbanización, …-; otra es la de museo de colecciones de plantas y banco de semillas de especies en vías de desaparición como cerca de medio centenar de variedades de viñedos andaluces que poblaban antaño los campos de cultivo, otra de nenúfares, y una recientemente legada por un ciudadano alemán de cactus, a la que ya hemos aludido. Asimismo, en un invernadero de nueva construcción se esta estudiando la aclimatación a espacios exteriores de especies de jardín típicas de interiores, y otras procedentes de jardines botánicos del resto del Mundo.

sábado, 18 de octubre de 2008

PAISAJES DE LA SIERRA MORENA ANDALUZA. (1) LOS LUGARES DE RETIRO ESPIRITUAL.

El paisaje de la naturaleza bravía de Sierra Morena se ha asociado desde la antigüedad a la vida mística de numerosos ermitaños y ordenes religiosas. Como si los árboles y asperezas que la forman sirvieran a modo de una iglesia rudimentaria y callada para la meditación y el rezo.

También, para huir de vidas pasadas y regenerar las fibras destrozadas de la moralidad, o, simplemente, para descubrir el maravilloso placer del silencio y la soledad, donde el alma se aleja de las noticias, deseos, apetitos y conflictos del mundo y, en un ambiente primitivo, se acerca a Dios y se conoce a sí misma.

Durante siglos han proliferado los conventos, monasterios y ermitas serranas, dedicados al retiro espiritual, donde los únicos sonidos eran los del silencio y las largas y solemnes salmodias que repetían las graves voces de los monjes.

Tenía aquí su contrapunto el barroco resplandor y el brillo de las vestiduras y mobiliario de las catedrales, parroquias e iglesias andaluzas de tantos pueblos y ciudades, ya que la rusticidad y simplicidad, e incluso la extrema pobreza, presidían estas construcciones y su decoración interior.

Comenzando nuestra breve andadura por los lugares más destacados de la trayectoria humana en Sierra Morena, desde el punto espiritual, hay que mencionar el Convento de la Peñuela (La Carolina – Jaén -).

En él pasó sus últimos días San Juan de la Cruz (a finales del siglo XV).Allí trabajó, pese a lo avanzado de su enfermedad, con el resto de los monjes en el cuidado de la tierra para su autosuficiencia: plantando viñas y olivares, y sembrando trigo. Transcurrieron esos días finales del Santo, apartado del mundanal ruido, cultivando las potencias del espíritu con la soledad y la vida austera, orando y contemplando la naturaleza, de lo que da testimonio un libro tan hermoso como la “Llama del amor viva”.La cama que usaba en su celda consistía en unos manojos de romero y sarmientos tejidos. Su comida era frugal: un pan con habas y cebada mezcladas con trigo y unas hierbas cocidas. Sus días tenían siempre un ritmo idéntico: se levantaba antes de apuntar el alba, iba a la huerta para hacer oración y subía a una fuente, en donde llenaba sus ojos y su mente de la paz quieta y sosegada de la naturaleza, de las escenas de vida de los animales salvajes, de los sonidos del bosque y el rumor y fluir de las aguas. Cuando escuchaba las campanas del monasterio volvía al mismo, para empezar los trabajos y oraciones, que se alternaban desde primeras horas de la mañana hasta la noche. Estas, eran tan serenas, que se pasaba hasta la madrugada sentado en la hierba, comentando con su Superior, la belleza del firmamento.

En la Sierra Norte sevillana los monjes de las Ordenes de San Bruno y San Basilio fundaron diversas Cartujas, en localidades como El Pedroso, Cazalla de la Sierra, Constantina y Las Navas de la Concepción.

Su casa matriz estaba en el Monasterio de Santa María de Las Cuevas (Sevilla capital), del que fueron huyendo por ser un lugar poco apto para la meditación, así como por las epidemias de fiebres tercianas, tan frecuentes en los siglos XV y XVI.

Las Cartujas eran monasterios grandes, que se autoabastecían de todo tipo de producciones procedentes de las numerosas tierras que poseían. Normalmente se localizaban próximos, aunque no visibles, a los principales núcleos habitados, en la que disponían de obreros y jornaleros. En ellas había múltiples dependencias (dormitorios, bibliotecas, cocinas, graneros, molinos, almacenes de aperos de labranza,...). Eran como grandes cortijadas monacales, que hacían innecesario que los monjes salieran fuera a lo largo de su vida. Además, sus reglas los obligaban a un aislamiento absoluto, en el que se dedicaban al rezo y la vida contemplativa.

En el extremo nororiental de esta comarca sevillana nació y vivió en su primera juventud San Diego de Alcalá. Ayudaba a un ermitaño local, que se había asentado en la falda de un pedregoso cerro, cercano a la localidad de San Nicolás del Puerto. Su ideal era San Francisco de Asís. En esta tierra tan severa y rígida como su estameña franciscana, San Diego trabajaba un huerto, cuyos excedentes repartía entre los pobres comarcanos, así como las limosnas que pedía, y los utensilios que labraba en madera o junco(platos, vasos, canastillas...), cuando no los intercambiaba por otros productos para los más necesitados. Para esforzarse en esta voluntariosa vida, dedicada a socorrer a los más míseros, siempre rezaba debajo de la misma encina. Este árbol se denomina entre el vulgo con el sobrenombre de “la encina del escapulario”. Da como fruto unas encinas con dos pequeños relieves a modo de corazones de color gris con algún reflejo morado. Según la creencia popular, como un milagro otorgado por Dios ante la santidad de su discípulo.

En la Sierra de Aracena tuvo su lugar de retiro espiritual un insigne ministro de Felipe II, Benito Arias Montano, en lo alto de un cerro que ahora lleva su nombre, y que mira hacia la localidad de Alajar. Este legendario místico encontró aquí refugio de la Inquisición, por haber traducido al castellano el “Cantar de los Cantares”, y se dedicó a la vida contemplativa. Para ello escogió las oquedades cimeras de una roca escarpada, plagada de cuevas y manantiales, desde cuya altura contemplaba el resto de la Sierra. Hasta su muerte, se dedicó a la interpretación de las Sagradas Escrituras y la realización de obras de caridad en la comarca.

Al norte de Hornachuelos (Córdoba), también se crearon conventos dedicados a la vida contemplativa, como el de Nuestra Señora de Los Angeles, regido por la Orden Carmelita descalza. En el pasaron su “luna de miel” en los años sesenta los Reyes de Bélgica Balduino y Fabiola, movidos por su honda religiosidad.

Cierra esta miscelánea de hechos religiosos notables en la vida espiritual de Sierra Morena el obligado comentario de un paisaje singular: las ermitas de Córdoba.

Están situadas a escasa distancia de la ciudad de los Califas, donde han existido eremitorios desde la Edad Media hasta 1957 (cuando murió el último ermitaño). En concreto, se sabe que ya en el siglo IV, en plena dominación visigoda, vivió aquí el obispo cordobés Osio, amigo personal del maestro de ermitaños, San Antonio Abad, que importó de Egipto esta modalidad de vida contemplativa.

Después, durante la etapa árabe, San Anastasio vivió en una pobre choza, formada de ramas y hojas de árboles. Más tarde se fundan las 13 ermitas que aún se conservan (en el siglo XVIII) por parte del hermano Francisco de Jesús. Su permanencia, aparte de la piedad de sus moradores, se explica por las ventajas que ofrecían a los poderes públicos para librar de bandoleros a las cercanías de la capital cordobesa.

El conjunto de las actuales ermitas disponía de cementerio, iglesia, hospedería para pobres y mendigos, y pequeñas ermitas, donde vivían los monjes.
Diversas calaveras recibían al visitante y poblaban por doquier el lugar, invitando al escalofrío y la meditación. Sin embargo, el ambiente no era tétrico, ya que existía una frondosa vegetación circundante (cipreses, palmeras y naranjos alternaban con magnolias, rosales y bojes), que embriagaba de perfume estos parajes, a la par que fuentecillas y albercas animaban los rincones umbríos, cenadores y terrazas con cristalinos sones.

Los cenobios vivían del cultivo de pequeñas paratas de huerta y árboles frutales, mezcladas con arriates ajardinados que trepaban por las rocas, y rodeadas de blancas tapias que las guardaban de los fríos e intrusos.

Cada ermita tenía también su propia arquitectura, son una personalizada espadaña y su ciprés, símbolo de la planta espiritual.

Toda la comunidad estaba regida por el hermano mayor, que con la campana de su torre se comunicaba con cada ermitaño, que respondía con su propia campanada, el único sonido que rompía el silencioso aire. La vida austera y sobria de estos monjes estaba dedicada a la labor, la meditación y la oración. Su manera de pasar el día era estricta y frugal. Se levantaban a las dos de la madrugada y rezaban (maitines, laudes y el rosario) hasta poco antes de amanecer. Las primeras horas del día consistían en el rezo del Angelus y la misa, tras lo que desayunaban escuetamente y se retiraban a sus ermitas. En ellas permanecían hasta media mañana ocupándose de trabajos manuales (miniaturas de madera, rosarios, productos de huerta,...), que después vendían para dar caridad a pobres y mendigos. Las horas del mediodía incluían nuevos rezos y un almuerzo en solitario de gran sencillez (frutas e hierbas secas, sin condimento alguno). A las dos comenzaban las vísperas, que continuaban con lecturas bíblicas y trabajos manuales y oración. Al llegar la noche apagaban las luces de sus eremitorios y se desnudaban de medio cuerpo abajo, flagelándose con ramales de cáñamo, antes de cenar y dormir en la soledad de su celda.

El aspecto de los ermitaños de Sierra Morena era tan singular como su vida cotidiana: vestían túnicas arrugadas, pesadas y rígidas de color arena quemada, que maltrataban su cuerpo. Sus barbas anchas y desarregladas, sus capuchas y escapularios, y su tradicional báculo, eran los otros signos que los identificaban. Hoy día, la comunidad carmelita sigue regentando el lugar, para lo que se ayuda con la venta de souvenirs religiosos y profanos (medallas, escapularios, cruces, cadenas y hasta calaveras de plásticos, el leiv motiv de este recinto), y aunque las ermitas están en ruinas, la vegetación ofrece todavía un vistoso y cuidado aspecto.

Orto y ocaso de las playas de la Costa del Sol.

Las playas del litoral andaluz más urbanizado, como la conurbación que se extiende entre Málaga capital y Manilva, tenía una fina arena, aunque nunca tan extensa y abundante como la de las playas atlánticas.

Desde mediados del siglo veinte los ayuntamientos han destronado a la naturaleza como guardiana de este tesoro natural que son las arenas de sus playas, y han dado el cetro de su destino a su majestad el ladrillo.

En la primera línea de playa se han edificado murallas de rascacielos y bloques de pisos que rompen la circulación natural de las brisas y los vientos entre la tierra y el mar, que renovaba estos depósitos de arenas. Más allá el proceso de acumulación de arenas en dunas y pinedas ha quedado bruscamente frenado por su masiva urbanización, ya sea de pisos, o de viviendas adosadas, unifamiliares y chalets, que ha escalado rápidamente por las laderas de los montes vecinos.

A la construcción en vertical de la franja más próxima a las playas, se une la alteración de su perfil original con la construcción de paseos marítimos que pegan bocados a estas arenas, de modernos puertos deportivos cada vez más grandes, y de espigones defensivos y de aporte artificial de arenas. Todos ellos han alterado las corrientes marítimas en el borde litoral, responsables también de la creación de playas arenosas.

En otoño e invierno, cuando llegan los temporales y las gotas frías, las playas se marchan de vacaciones. Incluso desaparecen sus equipamientos más civilizados como casetas de salvamento, duchas y lavapiés, vestuarios o palmeras oasis que se plantan para darles un aspecto natural. Todos ellos adoptan la condición de naufragos en el Mar Mediterráneo.

Miles de metros cúbicos de arena desaparecen en estoe meses de lluvias y mal tiempo. Un día la playa amanece con un aspecto lamentable. La arena se la ha llevado la marea y el oleaje y sólo queda la piedra del suelo. A la pérdida de arenas se le suman emisarios de aguas residuales que quedan al aire libre, paseos marítimos resquebrajados, basuras y cañas depositadas caóticamente en la antaño pulcra arena veraniega.
Las playas próximas a las desembocaduras de ríos y arroyos, presentan un panorama más desolador si cabe. En estas playas se amontonan con los temporales un montón de rocas, piedras y fangos procedentes de las montañas próximas.
Las aguas terrestres han bajado en forma de súbita inundación, gracias a que los seres humanos hemos desafiado a la naturaleza entubando los cauces naturales por donde circulaba, arrasando la vegetación de ribera que antes amortiguaba estos caudales y haciendo desaparecer el manto vegetal de sus cuencas, con urbanizaciones que suben por las laderas de los montes.

Entre Semana Santa y comienzos del verano los poderes públicos estatales gastan anualmente millones de euros en obras de lifting, restauración y maquillaje de estas playas, hasta el siguiente temporal.

Casi ningún plan urbanístico municipal confía en dejar las playas y su entorno en su estado natural, para evitar estos periódicos achaques. Los ayuntamientos no van a quitar por ahora el cetro que rige el destino de las playas a su majestad el ladrillo, aunque se haya demostrado lo enemigo que es de la naturaleza de estos lugares. Prefieren idear sofisticadas soluciones al amparo de las nuevas tecnologías y los avances de la ingeniería humana.

Entre las soluciones que se están adoptando las hay que intentan transformar en el mismo lugar los desperfectos del temporal sobre las playas, y las que aportan recursos de fuera.

Estas últimas han sido las más frecuentes hasta el siglo veintiuno. El Ministerio de Medio Ambiente, dueño de esta franja litoral, ha excavado una red de yacimientos de arena fina a lo largo de la costa andaluza. De ellos se extraen anualmente en la tardía primavera, miles de toneladas de arena para vestir de nuevo las playas destrozadas por el temporal. Como éstas no cesan de crecer y estos yacimientos quedan a veces muy lejanos, se estén usando otros yacimientos más próximos y menos complejos y costosos de manejar. Se trata de los fondos de los cauces de ríos y arroyos próximos a estas playas. Los limos y las piedras no tienen la calidad de las arenas de los lechos marinos, pero se mezclan ambas y se ahorran costes en estas operaciones de regeneración de playas, cada vez más numerosas y urgentes.

Entre las soluciones que se están aplicando experimentalmente en las mismas playas hay que citar las dos siguientes. La primera es triturar las piedras que afloran en las playas tras los temporales en los primeros metros de resbalaje, usando las máquinas excavadoras de las canteras de áridos. Las piedras se llevan a un molino móvil de trituración, que previamente se ha acercado a la playa, y éste las pulveriza y convierte las piedrecitas de dos a cuatro centímetros de grosor, que vuelven a depositarse a la orilla del mar, mezcladas con la arena. Esta solución no gusta a los bañistas de toda la vida, que se quejan de que sus playas son cada vez más grises y pedregosas, y lastiman e hieren sus pies, cosa que antes no ocurría.

Otra alternativa lleva a su último extremo la alteración del perfil original de la franja litoral. A los espigones y puertos deportivos se le añade ahora la instalación de escolleras sumergidas a lo largo de toda la Costa, destinadas a aplacar las iras del oleaje salvaje en tiempo de temporales.

lunes, 13 de octubre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (2) LA MIRADA DE JOSEP PLA.

Al meu padrino: Carles.

Érase un periodista y escritor que recorrió casi todos los países europeos y del Norte de África y Oriente Medio durante medio siglo (1923-1973). Anotaba diariamente sus impresiones de cada rincón visitado en un montón de cuadernos. De estas anotaciones salieron los 44 volúmenes de sus obras completas. Y, aparte del dato estadístico, una manera propia y peculiar de entender el paisaje –urbano, rural y natural – y la geografía física y humana de su tiempo. Estuvo basada en la experiencia directa del que ha sido uno de los mayores viajeros españoles contemporáneos.

El entendimiento profundo de lo que significó la civilización de loa países mediterráneos fue una preocupación constante durante toda su vida. La consideraba la cuna de la civilización europea y, más allá de estas fronteras, de la mala copia que consideraba era el urbanismo norteamericano, hoy dominante en el mundo de las ideas y las modas.

Uno de los aspectos de dicha civilización que más le interesó fue el funcionamiento de sus ciudades históricas. Éstas cambiaron drásticamente su fisonomía en esa etapa que le tocó vivir. Josep Plá opinaba que, con su decadencia y ocaso, se iba perdiendo el espíritu local que hizo que cada ciudad mediterránea tuviera una personalidad y un paisaje único, que se destruía rápidamente.

“Las cuatro quintas partes de estas ciudades han sido construidas e impulsadas por el espíritu local, Sólo una minoría –como Paris- son el producto del expolio realizado sobre otros territorios

Los barrios cristianos de las ciudades mediterráneas, los barrios islámicos de las ciudades del Norte de África, y los barrios bereberes de Oriente Medio apenas ocupan ya una décima parte de sus núcleos urbanos, pues se han ido destruyendo y han menguado tremendamente por la moda impuesta por las ciudades norteamericanas y la arquitectura funcional y moderna, considerada como símbolo de progreso”

El Senyor Plá admiraba esta parte antigua de las ciudades por su diversidad arquitectónica, sus recuerdos de la ruralidad, y su singular personalidad, siempre diferente de una localidad a otra:

En cada ciudad histórica es posible contemplar varias capas de arquitectura que se superponen en el tiempo, y están habitualmente mezcladas en el callejero: árabe, gótica, renacentista, barroca, neoclásica, etc.

En las de origen más remoto aún se disfruta de un ambiente casi campesino, de calles estrechas y casitas bajas y familiares. Incluso, los edificios altos como las iglesias y catedrales tienen una verticalidad solitaria y fascinante, que destaca entre la horizontalidad ambiental

Son islas de la arquitectura orgánica y personal - de formas atrevidas, más o menos costosas -, predominante en el pasado, que producen un fuerte contraste con la arquitectura moderna, generalmente más vulgar y funcional.

Corresponden a unas épocas en que se hacían casas particulares, propias y concretas, y la urbanización de la ciudad no se había estandarizado según los intereses de los promotores que ocupan éste o aquél suelo.

Las perspectivas dominantes diferenciaban ya claramente a las ciudades históricas de las periferias urbanas:

“Los espacios centrales, la Playa Mayor, el Ayuntamiento, el Castillo, el Palacio Señorial, la Catedral o la parroquia, que se mantuvieron durante siglos como referencia visual, han ido desapareciendo en las periferias, sustituidas por tal o cual fábrica, edificio de oficinas, sede bancaria, equipamiento o centro comercial…”

Otro aspecto singular de la ciudad antigua era la frecuencia con que se manifestó el arte y la arquitectura religiosa, al corresponderse con un periodo histórico en que era un aspecto fundamental en la vida de los habitantes, que se ha perdido en las periferias urbanas:

“El arte religioso ha dejado de ser el referente visual y es, pues, uno de los más preciados tesoros arquitectónicos y artísticos de las ciudades históricas. El arte religioso se ha vuelto mucho menos productivo con la secularización de la sociedad y está mayoritariamente en manos de artistas ateos. Hoy día es una cuestión imposible el surgimiento de estilos como el románico o el gótico.”

La amplia diversidad de ciudades históricas mediterráneas fue siendo catalogada a grandes trazos y espontáneamente por Josep Plá. Con una visión humanista, y sin ordenadores ni bases de datos. En unas predominaba el estilo gótico.

“Son éstas, antiguas ciudades de mercaderes y armadores. Su estilo es rico, recargado, enrevesado y plácido como una buena digestión…”

En otras lo hacía el estilo renacentista y se descubría la influencia italiana:

“Son las ciudades donde destaca la bella arquitectura de piedra de sus iglesias y palacios, sobria y elegante, de escala humana”

Otras son ciudades barrocas, con otras influencias diferentes a las anteriores:

“Tienen el estilo de la Contrarreforma, de la Orden de los Jesuitas. Es un estilo enfático, ampuloso, retórico, vacío, incómodo y ficticio. Es el estilo de la sumisión de la libertad a la ideología religiosa y política dominante. El último gran estilo que produjo Europa”

Y, por último, las ciudades neoclásicas del siglo XVIII o siglo de las Luces:

“Son de un estilo sobrio y funcional, pero elegante. Este estilo tiene algo de urbanismo oficinesco. En muchas ciudades donde triunfó y se expandió se construyeron con este estilo el Banco Nacional, las sedes ministeriales, la universidad y el servicio de Correos local…”

A ella habría que sumarles otras ciudades con rasgos propios. Es el caso de las ciudades imperiales, donde los Palacios y jardines de los emperadores que las habitaron marcaron indeleblemente su personalidad. No sólo Versalles (Francia), también hubo otras como Aranjuez (España) o Postdam (Alemania, antigua Prusia).

Otra modalidad fueron las ciudades Casino - construidas en la segunda mitad del siglo XIX siguiendo el modelo de la arquitectura Segundo Imperio, como Montecarlo, Biarritz, Estoril, etc, -o las primeras ciudades balnearias - de la Riviera italiana, la Costa Azul francesa o el litoral español-, influidas por la arquitectura modernista del primer tercio del siglo veinte.

De todas ellas hubo tres que llamaron la atención del escritor catalán: las ciudades muertas que conservaban intacto el esplendor arquitectónico del pasado, las ciudades-museo de una celebridad histórica, y las ciudades universitarias.

Entre las primeras sentía predilección por Cartagena de Indias (Colombia):

Hay ciudades hispanoamericanas que fueron importantes fortaleza político-militares y centros principales de un comercio marítimo ya periclitado, que se conservan casi intactas, quizás porque están como muertas… son casos como Cartagena de Indias (Colombia), que mantiene las murallas y en su interior las calles estrechas, los palacios de piedra, las casas coloniales con grandes balcones y miradores, que han desaparecido en la mayoría de las urbes de este Continente”.

No todas estas ciudades se han mantenido por su decadencia posterior, sino que a veces ha sido necesario el apoyo de las fuerzas vivas locales, y el resultado no ha podido ser más positivo:

Lugo sigue siendo una ciudad literalmente amurallada, pero no porque sus murallas hayan sido científicamente restauradas, sino porque un grupo intelectual lo evitó. Historiadores, arqueólogo, poetas y otros intelectuales interesados en la vida del pasado, degustadores de su vida provincial, consideraron que su progreso era perfectamente compatible con la conservación del pasado y se enfrentaron a esa tendencia tan de moda que considera que progresar pasa por destruir ese pasado… El resultado es que, traspasados sus muros, el tránsito interior es perfectamente tolerable. Sin la avalancha de vehículos que hubiera supuesto su arrasamiento, las calles se convierten a determinadas horas del día en un hormiguero humano, al ser el mejor lugar de la ciudad para caminar, pasear o entablar una tertulia”.

En algunas ciudades se han conservado paisajes humanos que, sobre el escenario urbano medieval, nos conducen irresistiblemente a tiempos pasados. Estos paisajes no hay que confundirlos con la moda municipal actual de celebrar semanas y fiestas medievales, que recrean los ambientes pretéritos artificial y, con frecuencia, horteramente, por unos días, con objeto de atraer miles de visitantes:

Bergen(Noruega) conserva el mercado de pescado fresco al aire libre en los muelles del puerto… donde los salmones vivos se matan allí mismo con una destreza y rapidez única por los pescadores, según el gusto del comprador”

Una civilización como la mediterránea, milenaria y llena de historias, ha dado lugar también a pequeñas ciudades donde todo gira en torno a una celebridad histórica nacida en la localidad. En Italia abundan. Verona atrae a miles de turistas por ser el escenario de la tragedia Romeo y Julieta. También las hay menos conocidas del gran público:

En Recanati (Italia) todo huele a Leopardi. Sus calles y plazas están llenas de lápidas conmemorativas de momentos de su vida y de sus frases más célebres. Se visita el Palacio de la familia, el cementerio, y los lugares habituales de su infancia, juventud y madurez.”

Europa inventó la ciudad universitaria. Sus características eran muy diferentes a los campus universitarios estadounidenses, cuyo modelo se está exportando.

No eran grandes equipamientos aislados en el campo o en cualquier periferia urbana, donde crear clases dirigentes asépticas y químicamente puras y desideologizadas, según el arquetípico modelo norteamericano. Eran pequeñas y tranquilas ciudades, ajenas al vértigo de la vida de las grandes ciudades y a los peligros de sus suburbios, donde se fue creando con el paso de los siglos un paisaje urbano y humano peculiar, en el que mezclaban su vida cotidiana los habitantes del lugar y la población estudiantil:

Groningen (Holanda) tiene el ambiente macarrónico de muchas pequeñas ciudades universitarias europeas. Las pensiones anuncian con letreros en latín que tienen camas libres. Las parejas de enamorados se pasean, no por el parque, sino por el Hortus Botanicus…

Upsala (Suecia) tiene calles denominadas naciones de estudiantes, donde se agrupan las casas y pensiones en que viven los estudiantes procedentes de los distintos lugares del país. En ellas los letreros y anuncios se inscriben en leyendas rúnicas, la lengua primitiva de los escandinavos. Los estudiantes se pasean por las calles con capas y birretes de distintos colores según las facultades en que estudian.
La Universidad está dispersa en pequeños edificios repartidos por toda la ciudad, no sólo las facultades y el rectorado, también hay un gran comedor, una magnífica biblioteca y un cementerio universitario. La profusión de librerías es la mayor de Suecia. En ellas se pueden encontrar las novedades publicadas tanto en los países de habla anglosajona (Nueva York y Londres) como las de Paris, Berlín o Moscú.

Coimbra (Portugal) tiene el mayor porcentaje de jóvenes de Portugal. Su vida es sencilla y precaria. Se agrupan en calles llamadas repúblicas según el origen geográfico de los universitarios. Su almuerzo habitual, según me cuentan ellos mismos, son las sardinas a la brasa adobadas con metafísica, y si no hay de ésta con poesía. El ambiente oscila entre lo cínico y lo romántico. Aunque el aspecto aparente es triste, por las noches se organizan innumerables serenatas en posadas y tabernas, al son de mandolinas, bandurrias, guitarras y otros instrumentos de cuerda”

Entrando a mayor detalle, Josep Plá recorrió detalladamente muchas ciudades, permitiéndonos una síntesis de algunas cuestiones básicas de su urbanismo, basada en su nutrida experiencia viajera:

¿Cuál ha sido el color característico de las ciudades históricas?

Hay ciudades de países e incluso regiones mediterráneas limítrofes con estéticas contrapuestas. Mientras que los italianos gustan de colores fuertes para pintar las fachadas (rojos sienas, verdes frescos y amarillos tostados), los portugueses adoran los colores desvaídos (verde mar, rojo carmín o rosa pálido). En Grecia, El Algarve (Sur de Portugal) y Marruecos (Xauen) se pone azul sobre la cal en las casas, un azul que se dispersa en matices lilas, malvas y violetas. Mientras que en Turquía o la España meridional (Andalucía) se puede hablar de pueblos blancos, por el imperio absoluto de la cal en las fachadas.

Los materiales constructivos tuvieron mucho que ver en la paleta de colores de las ciudades antiguas. El limo de los ríos con que se construía el adobe daba un tono amarillo pálido a las casas de muchas ciudades norteafricanas como El Cairo (Egipto). Por el contrario, el color de la piedra distinguía a las ciudades antiguas italianas, y el rojo o pardo del ladrillo a las ciudades que usaban predominantemente este material, como las valencianas o catalanas.

Otros elementos aportaron variedad a estas paletas de colores de las ciudades mediterráneas. En las ciudades portuguesas se optó por la decoración con azulejos de las fachadas, recreando el arte heredado de la dominación árabe; Muchos edificios urbanos y quintas campestres tienen un riquísimo repertorio de azulejos en fachadas, zaguanes, salones interiores y patios.


El mobiliario urbano permitía antiguamente diferenciar unas ciudades de otras, frente a su homogeneización creciente en el mundo contemporáneo:

Bremen (Alemania) se distingue por las miniaturas colocadas en numerosas fachadas del barrio antiguo, representando bergantines con las velas desplegadas…

“Praga (Checoslovaquia) tiene como imagen singular la de sus puentes antiguos cuyas balaustradas están decoradas por estatuas barrocas de santos en momentos de éxtasis y delirio…

“Rodas (Grecia) está amueblada con numerosas fuentes, donde es habitual representar en esculturas o grabados a seres mitológicos y monstruos marinos, que han estado siempre en el imaginario colectivo de los isleños.

Las ciudades de las islas griegas tienen un gran número de cisternas, siendo difícil encontrar dos iguales, ya que los habitantes fueron ideando una gran cantidad de procedimientos para recoger, conducir y almacenar el agua de lluvia, pues las aguas del subsuelo han sido siempre escasas o salinas”.

Las plazas y las calles de las ciudades históricas mediterráneas eran la consecuencia de un urbanismo popular e intuitivo, basado en la tradición, con maneras de construir cada urbe muy diferentes a los de la arquitectura funcional y moderna:

La plaza mediterránea ha sido siempre un espacio libre, que se situaba frente a un edificio de cierta calidad y majestuosidad. Es el caso de la Plaza Pitti de Florencia o la Plaza de la Concordia de Paris.

Estas plazas se han formado tradicionalmente enmarcadas por la presencia de edificios horizontales y apaisados, que ofrecían amplias perspectivas.

Otra cualidad de las plazas fue su condición de lugar de estancia para la contemplación y la tertulia, y de paseo a pie, buscándose mantener su aspecto tranquilo, idílico y silencioso dentro de la gran ciudad

Las plazas mediterráneas no fueron ideadas para garajes o estaciones de tranvía, para el tránsito rodado, ni para la sustitución de sus primitivas edificaciones por rascacielos que las empobrecen y vulgarizan. Tampoco para llenarlas de muebles más o menos superfluos…

Plá dedicó bellas frases a elogiar las masas de vegetación dentro de las urbes:

La combinación de arquitectura y botánica ayuda a definir la personalidad de cada ciudad. El arbolado urbano rompe la monotonía de asfalto, ladrillo y cemento; tapa fachadas vulgares; crea sombras para la vida en la calle, aporta naturaleza a un medio estéril. En suma, dignifica el paisaje urbano.”

En las ciudades mediterráneas hay una botánica natural y una botánica administrativa. La botánica administrativa es con la que se identifica actualmente el arbolado más característico de muchas ciudades mediterráneas. Se trata de especies importadas y que se han puesto de moda en diferentes etapas históricas.
Así, durante el siglo XVIII o de las Luces se produjo un movimiento higienista en las ciudades francesas, que fue acompañado de la creación de numerosos bulevares y paseos arbolados para hacer más saludables sus poblaciones. Se utilizaron principalmente árboles de ribera propios del clima atlántico que se adaptan bien al clima mediterráneo (tilos, alisos, acacias, olmos, chopos, sauces, fresnos y, sobre todo, álamos). Luego se exportaron como especies predominantes a las ciudades mediterráneas meridionales, aunque fuesen escasos o inexistentes en dicho entorno geográfico, y casi parecen naturales. Lo mismo se puede decir de otras especies como la palmera o el palmito, procedentes de Oriente Medio y el Norte de África, donde si son especies naturales, cuya plantación masiva data del siglo veinte. Y, Más tarde, de árboles subtropicales como plátanos de sombra o jacarandas, que se han adaptado con relativo éxito a muchas ciudades mediterráneas.

La botánica urbana mediterránea natural es la que procede de la plantación de las arboledas campesinas y montaraces del entorno, y responde a la tradición local. En Andalucía es, por ejemplo, el arbolado con naranjos amargos de un buen número de calles, o las filas de moreras de los caminos situados en las afueras de las poblaciones. Tan sólo un reducido número de ciudades mediterráneas conservaba esta botánica natural a mediados del siglo veinte:

“(Ibiza), antes del boom turístico, tenía sus calles arboladas con especies traídas de los campos vecinos como higueras morunas, pitas y algarrobos, naranjos, limoneros y almendros. Y, también, con otras trasplantadas de las tierras altas como sabinas y pinos”

(Estambul-Turquía- presenta una botánica dispersa y natural. Es corriente que las viejas parras cubran las calles de una a otra acera, y bajo ellas estén instalados los veladores de los cafés, donde los turcos pasan horas y horas. De trecho en trecho se encuentran pequeñas manchas de vegetación donde se mezclan olivos, algarrobos y cipreses, tanto en los lugares de mayor tránsito, como en lugares recónditos y silenciosos como los cementerios.

(Haifa-Israel- es la puerta del Mediterráneo. El moderno barrio residencial creado en las faldas del monte, más allá del puerto, combina el verde claro de los olivos, el porte alto y corpulento de los algarrobos, la esbeltez de los pinos –que cuando sopla el viento de mar impregna con su olor a toda la ciudad-, y la monumentalidad de los cipreses, que en esta ciudad judía han dejado de ser los árboles de los muertos”

El agua, la vegetación y la arquitectura se combinaron tradicionalmente para crear algunas de las ciudades más agradables para vivir y con paisajes más hermosos. Entre las más admiradas de Josep Plá se encontraban aquellas ciudades suizas, como Ginebra, que habían crecido en torno a un gran lago; y un importante número de ciudades holandesas –como Amsterdam- que están atravesadas por canales. En ambos casos, las márgenes de estos espacios albergan paisajes nobles y de elevado gusto. Recintos peatonales profusamente arbolados, que dan lugar a espacios fresos, bien aireados, sombreados y placenteros para pasear o, simplemente, estar al aire libre contemplando el paisaje.

Por el contrario, en las ciudades mediterráneas ha habido históricamente una relación trágica y negativa con el agua y la vegetación. Se puede alegar que el clima mediterráneo no ha ayudado.
Las aguas de los numerosos riachuelos, arroyos y ramblas urbanos siempre han sido muy escasas la mayor parte del año, se estancaban y criaban insectos y otras larvas transmisoras de contagios y enfermedades. Y, cuando crecían las aguas, era frecuente que lo hicieran tanto y tan rápido que originaran terribles inundaciones. Los ciudadanos mediterráneos contribuyeron a este deterioro históricamente, usando estos pobres cauces de agua para verter todo tipo de basuras y las aguas residuales de sus hogares o fábricas.
No obstante, durante el siglo veinte se produjo un avance en la ingeniería hidráulica que hubiera permitido manipular el ciclo del agua de estos cauces fluviales menores en beneficio de los ciudadanos. Los numerosos cauces de agua existentes en el interior de las ciudades mediterráneas y sus alrededores, en lugar de desecarse, entubarse o desviarse, podían haberse convertido todo el año en láminas de agua fluyentes en circuito cerrado, donde éstas se reutilizasen sin excesivos consumos. Y sus márgenes pudieron haberse mantenido arboladas, creando paisajes de sombra, frescor y humedad tan necesarios en estas urbes.

Sin embargo, en casi todas las ciudades mediterráneas –excepto para los grandes ríos – la mayoría de los cauces fluviales menores se han desviado, se han cegado o se han entubado para que transcurran subterráneamente. Sobre ellos inicialmente se construyeron – aprovechando la vegetación preexistente y la humedad del subsuelo- bulevares arbolados, pero las necesidades del tráfico rodado los han ido convirtiendo en carreteras y rondas urbanas estériles y áridas, completamente asfaltadas, y llenas de ruidos y humos del tráfico rodado.

domingo, 28 de septiembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEO DE IDA Y VUELTA (1) MONTEVIDEO EN LA MIRADA DE JUANA IBARBOROU (1892-1979).

Los paisajes preferidos de esta literata uruguaya, llamada la Juana de América, fueron los paisajes vegetales y del agua. Ya del monte bravío, de las selvas y bosques, de los campos de pan llevar y huertas, o de la gran ciudad.

Su método de mostrárlos consistió en la reconstrucción de sus recuerdos de infancia y juventud en su quinta campestre, y madurez y postrera edad en la gran ciudad, que estaban indisolublemente unidos en su mente. Una viva imaginación la convirtió en precursora de la moderna ciencia de la educación ambiental.

Allá en la gran ciudad de Montevideo, observando sus cañerías domésticas, nos hace esta original descripción del ciclo del agua:

“Esta agua que viene/En los nervios pardos de las cañerías./A dar a mi casa su blanca frescura/Y el don de limpieza de todos los días.

Esta agua brillante/Que el grifo derrama/Está henchida de hondo misterio/Del cauce del río, del viento y la grama.

Yo la miro con ávido anhelo./Es mi hermana de onda viajera/Que a la inmensa ciudad ha venido./De no se qué lejana pradera…

También intuyó con acierto en que consistía el ciclo de los materiales. Entre éstos eligió el de la madera, pues amaba profundamente las arboledas, bosques y selvas de su país:

“Mi cama fue un roble/ Y en sus ramas cantaban los pájaros./Mi cama fue un roble/Y mordió la tormenta sus gajos./Deslizo mis manos/Por sus claros maderos pulidos,/Y pienso que acaso toco el mismo tronco/Donde estuvo aferrado algún nido./Mi cama fue un roble/Yo duermo en un árbol./En un árbol amigo del agua,/Del Sol, de la brisa, del cielo y del musgo,/De lagartos de ojuelos dorados/y de orugas de un verde esmeralda…”

“Ese transformar de los árboles en muebles, ¿No es un suplicio monstruoso? El árbol, hecho leña, va a poseer el alma multicolor y maravillosa del fuego… a saciar su afán de ascensión y de cielo subiendo hecho humo y luego nube…
¿Qué selvas enormes se han abatido para amueblar todas las casas del mundo? Me lleno de tristeza pensando en el duelo del rocío, de los pájaros y del viento… imaginando el dolor de los troncos mutilados, de todas las selvas de la tierra caídas bajo el hacha brillante de los leñadores…”

La escasa presencia del agua, a través de las fuentes, en las solares ciudades latinoamericanas provocó sus quejas ya en la primera mitad del siglo veinte, situación que aún se perpetua:

“Es curioso constatar como las ciudades americanas aman los monumentos, el mármol o el bronce, inmóviles y fríos, en una actitud eterna. Y debiendo estar más cerca de su espíritu las fuentes dadoras de alegría las olvidan y desdeñan…

Las fuentes tienen la alegría de la ascensión y el descenso jovial del agua… ver saltar el agua limpísima es un espectáculo tónico, reconfortante, estimulante y de contagiosa fuerza vital…

En la fuente niña el agua juega a la comba con la luz, estallando en el aire como un cohete y haciendo collares multicolores para la piedra severa…

Un pueblo rico en fuentes públicas sería el más activo y jovial de todos los pueblos… porque las fuentes son la exaltación del agua del mismo modo que las hogueras son la exaltación de la luz.”

Deambulando por las calles de la ciudad de Montevideo, Juana de Ibarborou fue anotando sus lugares mágicos, donde la naturaleza se casaba armoniosamente con el artificio urbano.

El primero de ellos son las calles sombreadas por frondosas arboledas, otra práctica que se está perdiendo:

“Calle sombreada de sauces/Y azul de jacarandá./Todos los ruidos del mundo/En ella se dormirán.
Y el sueño será azul como/La flor de jacarandá.
¡Quién te diera el alma cansada/Y herida por el temor./Todo un día de silencio. En esta calleja en flor¡

En segundo término, las pérgolas y muros vestidos de enredaderas del viejo barrio de casas coloniales donde vivía:

“Asciende una enredadera/El esqueleto de hierro/va a tener un vestido de seda. Ahora verde, azul más tarde/Cuando llegue el mes de Enero/Y se abran las campanillas como un puñado de cielo.”

“Frente a mi casa hay un tupido cerco de enredaderas, que oculta muchos nidos porque son muchos los gorriones que entran, salen y se agitan chillando entre el verde laberinto de sus tallos…
Mirando el cerco ya tengo un diario motivo de alegría para todo el verano. No sé por qué, me serena verlo tan lleno de viva y sana belleza. Y creo que me da una constante lección de optimismo floreciendo.”

Y, como conclusión, la añoranza de los parrales que cubrían los viejos porches y patios de las casas coloniales uruguayas:

“¡Qué bonita es, en verano, la sombra de los parrales¡ Tiene una tonalidad verdosa, como de agua, y es tan compacta que solo a ratos, cuando un soplo de viento separa un poco las hojas, deja caer al suelo, como perdida, una temblorosa moneda de sol¡

“Van desapareciendo los patios coloniales… las modas francesas los van convirtiendo en hall. Y con ellos desaparecen sus techos de parras, que eran en el verano como un toldo compacto y movedizo de hojas verdes y morados racimos, donde una rumorosa multitud alada golosineaba la fruta prieta… A su sombra se sentaban los viejos a tomar el mate, las muchachas hacían sus ajuarcitos y trajes de boda… ¡Cómo me gustaba a mí pasar la siesta tendida en la mecedora, bajo el viejo parral de mi casa paterna, Y despierta, con los ojos semicerrados, soñaba las cosas más absurdas y más dulces.”

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Las ciudades campiñesas de la Baja Andalucía en la mirada del escritor José María Pemán.

Las ciudades campiñesas de la Baja Andalucía, que tanto admiró José María Pemán, tuvieron un origen similar en muchas ocasiones (Estepa, Carmona, Marchena, Lebrija, o Arcos de la Frontera).

La alcazaba, o fortaleza defensiva árabe, se ubicó en el extremo de un abrupto cerro. En su recinto amurallado residían el líder militar, su corte y sus ejércitos. Este castillo fue después – una vez pacificada Andalucía- Palacio renacentista y barroco del Señor feudal, con patio de armas propio, que con el tiempo derivó en una esplendorosa Plaza Mayor como la de Marchena.

En el lado menos tendido de cada cerro creció la medina, o barrio de origen árabe, con una intrincada trama urbana. El crecimiento urbano solía detenerse de improviso ante algún obstáculo natural, hoy suprimido; normalmente un barranco o un arroyo o pequeño río inundable, pues aún no cursaban sus carreras universitarias los ingenieros capaces de hacer tabla rasa de estas dificultades que la naturaleza ofrece a los asentamientos humanos.

Eran entonces ciudades llenas de sombras, pues sus estrechas y retorcidas calles, con numerosos arquillos y voladizos de herencia morisca, crearon un ambiente de penumbra, donde sólo llegaba tamizada la luz solar. Esta ambiente se prolongaba en las viviendas, que poseían extensos zaguanes de entrada y grandes patios interiores.

Muchos siglos después, Pemán las visitó en un momento crucial. Cuando estaban dejando de ser esas ciudades duales, aristocráticas y jornaleras, donde la vida transcurría pausadamente hablando de las cosechas de los campos vecinos. Su imagen panorámica era eminentemente blanca; todavía no se había visto afectada por la deformación de la modernidad; es decir, por ese dogal o anillo periférico de bloques de pisos, adosados y polígonos industriales, que le han crecido alrededor y alteran su imagen primigenia:

“Estas ciudades desde fuera parecen platos de leche cuajada. Cuajada para toda la eternidad. Todo inmóvil, y encima de la torre, la misma cigüeña quieta, fina y de curva estilizada”

Las calles de estas ciudades campiñesas de la Baja Andalucía experimentaron una brusca transformación en esos años con la aparición del automóvil:

“Antes, la calle Ancha era dulce, como una calle de Palestina, con sus baches de arena y sus hileras de borriquillos… el asfalto la ha metido a la fuerza en la seriedad artificial del reglamento de circulación, ahogando aquella circulación lenta, libre y consuetudinaria, que daba lugar al ejercicio de las virtudes humanas”.

Transcurrido más de medio siglo de la marea negra que cubrió de asfalto las calles, la trayectoria es de vuelta atrás. La supervivencia de estos centros históricos depende de que sus calles no se ahoguen de tanto tráfico rodado que son incapaces de soportar. Los ayuntamientos están impulsando su progresiva peatonalización.

Ello no supondrá volver a las bucólicas calles como de Palestina a las que alude el escritor gaditano. Las nuevas calles peatonales se miran en el espejo de los paseos marítimos. Están cubiertas de losetas y adornadas con macetones públicos. No obstante, en ellas se pondrá a prueba ese ejercicio de las virtudes humanas, de que nos habla Pemán, que es la movilidad sostenible. Para ello deberán aprender a convivir los tráficos de peatones, ciclistas y vehículos autorizados (residentes, carga y descarga, emergencias, etc.).

Los ayuntamientos de las primeras décadas del siglo veinte se preocuparon también por dotar a estas ciudades campiñesas de un Jardín Municipal, símbolo de la población y émulo de los de sus capitales de provincia. Estos jardines son alabados hoy día por su diversidad vegetal y riqueza arquitectónica y decorativa. Incluso, están siendo incluidos en los Catálogos del Patrimonio andaluz, bajo la categoría de protección de jardines históricos.

Sin embargo, estos jardines fueron tratados con cierta sorna y desprecio por el escritor gaditano. Le parecían un simulacro administrativo de los espléndidos jardincillos de los patios de las casas señoriales, de trama más orgánica y espontánea. Si viera los jardines municipales minimalistas y de diseño duro al uso en el albor del siglo veintiuno ¿Qué opinaría?:

“El jardín municipal tiene sus callecitas simétricas como un padrón y sus bancos de azulejos fríos, comunales. Incluso, el ruido monótono de la fuente parece recitar los artículos de alguna ordenanza municipal… Todo en él es artificial y forzado. Incluso las flores son administrativas…Desde el centro, donde está la fuente, parten hacia afuera callecitas que terminan en glorietas con cuatro o cinco bancos de azulejos; cuando uno de estos bancos es ocupado al atardecer por una pareja de enamorados, los restantes quedan vacíos, por cierto respeto antiguo y religioso…”

En sus grandes casas señoriales o casonas vivían las familias nobles que dirigieron secularmente los destinos de estas poblaciones, aprovechando su condición de terratenientes o principales propietarios de los campos circunvecinos. Estas familias eran visitadas frecuentemente por Pemán en los años treinta, cuarenta y cincuenta.

“Estas casonas son paradójicas… los abuelos de los propietarios construyeron, en calles estrechas y difíciles, espléndidas fachadas sin posibilidades para ser admiradas… Ocupan manzanas y todo el mundo las conoce nada más nombrarlas…son recintos amplios, llenos de luz y de aire, construidos alrededor de un amplio patio, al que se asoman todas las piezas”

El escritor gaditano retrató brevemente algunos elementos de estas casonas, que le llamaban poderosamente la atención; por ejemplo, los dormitorios:

“Una vieja criada abre las altas puertas de madera al amanecer diciendo Ave María…La señora se levanta de una cama ancha y fecunda, cubierta por un dosel de caoba. Se compone de tres colchones altos y mullidos y dos cojines llenos de encajes, y sábanas, fragantes de alhucema, que tienen iniciales bordadas con enrevesada caligrafía de párroco o notario”

Otro aspecto singular era el modo de vida elitista y apartado del pueblo de los habitantes de estas grandes casas solariegas, que queda escuetamente reflejado en estas líneas:

“Doña…tenía criada antigua, berlina con tronco de caballos, portezuela con escudo y cochero propio.,… dentro del coche de caballos iba de joven con sus hermanas al paseo con filas de palmeras,. detrás de los cristales reían y se divertían poniendo motes a los muchachos del pueblo….Para ella el mundo era un conjunto de media docena de naciones, donde cada una hacía perfectas determinadas cosas: los muebles y el té inglés, la mantequilla holandesa, las esencias de Francia, el lápiz Faber alemán o la lana de los Pirineos…”

En estas casonas vivían las antiguas familias extensas. Familias hoy segregadas entre la casa tradicional, los bloques de pisos y los adosados, donde viven abuelos, padres e hijos.

“Estas casonas eran como pequeñas repúblicas independientes. Los Señores eran los padres y loa señoritos eran los hijos según los criados…No existía el miedo al hijo de las grandes ciudades, ni sus miembros hablaban entre sí por teléfono…”

La Casona no sólo era el hogar. Había heredado de siglos anteriores la función de gran taller de fabricación artesana de todo tipo de productos para la autosubsistencia:

“Estas casonas eran un pequeño mundo, que reunía todo lo necesario para la vida: el granero, el horno, la bodega, la cuadra, la despensa, el lavadero… que ahora tienden a ser sustituidos por esos establecimientos fríos e industrializados que son el restaurante, el almacén, o la panadería y lavandería industrial…”

Dos elementos de la arquitectura de estas Casas solariegas atrajeron al escritor. Sus cancelas y sus patios. La casa patio fue siempre la tipología arquitectónica predominante, estableciendo un singular diálogo con la calle inmediata:

“El patio, ancho, abierto y acogedor, se brinda al sol y al aire… a través de la cancela intercambia prendas y regalos con la calle. Pregones, coplas y bocanadas de calor vienen de afuera adentro; y de dentro afuera, olores de jazmines, trinos de canarios y rumores de chorro de la fuente”.

La cancela de las casonas andaluzas es un invento de la ilustración y el liberalismo. Anteriormente sus puertas se cerraban con portones de madera y se vivía para los adentros con el secreto de los claustros de los conventos. Su creación tienen algo de reclamo publicitario y de ostentación pública de rango y poder social. Todo el pueblo empieza a estar informado de cómo vive la gente principal, de sus costumbres, de sus riquezas, e incluso de sus enredos íntimos:

“Estos encajes de hierro que son las cancelas, entregan a la fiscalización de la calle la vida de los patios, las tertulias que se reúnen, las visitas que se reciben, incluso actúan como caja de resonancia de las voces de la casa –la riña de la criada o en enfado del niño-.”

Además, las cancelas de los grandes caserones contribuyeron a mejorar el clima y, sobre todo, la ventilación de las viviendas, mediante las corrientes de aire que se forman entre la calle y los patios interiores. Al respecto, Pemán retrata con fina ironía la secular adaptación para el calor de estas casas señoriales, aunque para ello hubieran de vivir casi helados de frío entre los meses de noviembre y abril:

“Estas casonas son un puro desplante y desprecio al frío… Se pasa de la calle a un zaguán, inmenso como una estación. Le rodean largos bancos o poyetes de mármol, donde naturalmente de noviembre a abril, sólo se sientan los suicidas, pese a que en sus paredes hay un impresionante mosaico romano que representa el baño de las ninfas. El patio es también una desolada llanura de mármol, pese a lo cual, en sus cuatro esquinas hay estatuas que representan desnudos a un segador, un pastor y una ninfa. En el centro hay una fuente con dos niños de alabastro, desnudos también. Subir a las habitaciones supone escalar una ancha escalera cubierta también con fríos peldaños de marmolillo. Cuando entramos en la sala de estar descubrimos las pequeñas trampas ocultas con las que los habitantes de la casa sobreviven al invierno. Portones de madera cerrados. Cortillas y visillos echados. Tapices y alfombras en paredes y suelo, y en el centro una inmensa mesa camilla, a la que la familia está agarrada como los moluscos a las peñas.”

Fueron esas décadas oscuras –de los años treinta a los sesenta- cuando muchas de estas grandes casas solariegas se fueron arruinando, y sus familias se marcharon a vivir a las grandes ciudades. El escritor gaditano identifica la decadencia y abandono de estas casonas con la pérdida de una de las primitivas señas de identidad de las ciudades campiñesas de la Baja Andalucía:

“Van cayendo estas casas grandes y anacrónicas, últimos restos de una época…las fases de su crepúsculo son tristemente invariables. Primero, su portero de librea aparece vestido de dril. Poco después enmudece el piano que solía teclear todas las tardes de cuatro a cinco. Luego empiezan a verse las últimas heridas: el polvo, las goteras, las grietas y los desconchados. Finalmente, sobre la gran puerta, el escudo del águila bicéfala pierde una de sus alas…”

No sólo se fue perdiendo una escena urbana secular, también el rico patrimonio que, como tesoros bien guardados, encerraban estas casonas:

“Llegó un momento en que hubo que vender o repartir los objetos caros y decisivos, que eran el símbolo supremo del pasado esplendor familiar: la imágenes de la capillita; tal o cual estatua o antigüedad, y el cuadro de Murillo, Valdés Leal, o Roelas, que se enseñaba a los visitantes”

Con el advenimiento de los ayuntamientos democráticos (1977) esta decadencia de las viejas y grandes casonas señoriales de las poblaciones campiñesas empezó a verse más como una oportunidad de mejora de la ciudad que como una tragedia patrimonial.

Los urbanistas han bautizado el nuevo desempeño de estas casas solariegas con el argot “adaptación de edificación singular como contenedor de equipamiento de uso público”. El escritor gaditano no veía con buenos ojos este proceso de ocupación para usos administrativos de los venerables edificios de las grandes familias locales. No es que no aplaudiera que bajo esta fórmula se evitara la pérdida irreparable de este patrimonio arquitectónico. Es que, según Pemán:

“los viejos caserones están cayendo definitivamente derrotados en los brazos fríos y laicos de la administración, que procuran para ellos un sentido utilitario… pero qué difícil es la alianza entre lo bello y lo útil”.