lunes, 31 de diciembre de 2007

Mitos de las ciudades andaluzas del siglo veintiuno: La Ciudad Viva

Con el alborear del siglo veintiuno ha surgido un nuevo movimiento urbano, al que se han adherido prontamente ideólogos, políticos y técnicos. Se presenta bajo el slogan de "Ciudades Vivas". ¿Será la ciudad del siglo veintiuno una ciudad cada vez más viva y convivencial?
La civilización contemporánea parece que va por otros derroteros. Los jóvenes andaluces viven cerebro para adentro, en un apasionado idilio con las máquinas que los transportan a paraísos artificiales propios.
Puertas adentro del piso, e incluso de la habitación de cada joven, consumen gran parte de su tiempo conversando exclusivamente con su consola de videojuego, su MP3 y su ordenador. En la Sala de Estar conversan más tiempo con el locutor de televisión que con cualquier familiar.
Salen a la calle, enfundados en los auriculares del MP3 y saludan con la máxima economía de esfuerzo y emoción a los vecinos. Continúan su conversación íntima con la máquina en la bici, el coche o el autobús. La prolongan en la biblioteca, la sala de INTERNET,... Cuando llega la noche del fin de semana se reúnen con la pandilla. La música favorita a todo volumen permite pocas conversaciones. Predomina la ingesta masiva de alcohol.
El andaluz adulto charla algo más con los vecinos. Cuando llega al bar saluda y se despide escuetamente 365 veces al año. Algunos, que se sienten más desanimados y solitarios, ni eso. Su único consuelo es echar monedas y más monedas en las maquinitas de la suerte, como si fueran su luz vital. Compran en tiendas en régimen de autoservicio, donde apenas cruzan unas palabras con los empleados, a los que apenas conocen pues los renuevan cada varios meses. En los complejos de oficinas y servicios saludan a los vigilantes y porteros, y casi a nadie más.
La Tercera Edad se refugia en los Centros de Mayores. Allí charlan y charlan, con la excusa de una copa o una partida de dominó. La oleada tecnológica llegó demasiado tarde para ellos. No les ha privado del diálogo y la comunicación. Las conversaciones son frecuentemente melancólicas -recuerdos y más recuerdos - o tristes -enfermedades y más enfermedades -. Sin embargo, estos Centros de Mayores son como pequeños oasis de ciudades vivas en una ciudad cada vez más anónima e incomunicativa.

domingo, 30 de diciembre de 2007

Mitos de las ciudades andaluzas del siglo veintiuno: La higiene urbana

El ciudadano andaluz es poco limpio en general. Los ayuntamientos combaten este mal mediante un incesante avance en la maquinaria, medios técnicos y recursos humanos de las empresas municipales de saneamiento (antiguamente, de basuras). Cada año se presenta una máquina de limpiar con una tecnología nueva y sofisticada. Minifurgonetas que entran en las estrechas calles de los centros históricos. Máquinas que quitan cacas de perro, chicles, graffitis de las paredes, barredoras de gran potencia y capacidad, contenedores soterrados, etc.

Sin embargo, para que este coste público - de limpiar y mantener en condiciones higiénicas adecuadas a las ciudades – dejara de crecer, haría falta que el ciudadano medio andaluz cambiara sus hábitos y costumbres.

Constituye un comportamiento excesivamente habitual que muchos andaluces tiren casi todo al suelo desde su más tierna infancia (papeles, bolsas, botellines o litronas). Incluso, cuando van cumpliendo años pasan a la modalidad atlética de escupir en cualquier lugar, haya o no paseantes por los alrededores. Este prototipo antihigiénico es el causante de que las calles, plazas, explanadas, bulevares y parques tengan algo de un improvisado estercolero, que se amplia y renueva constantemente. Sólo cuando pasa la brigada de limpieza y se acomete un Plan de Choque (modalidad empleada en las barriadas deprimidas y polígonos industriales), queda todo limpio, hasta que lo toque la siguiente.

El record de suciedad del ciudadano medio está siendo superado por los profesionales del “buzoneo” domiciliario. Desde hace diez años recibimos diariamente más publicidad que cartas, sustituidas por los correos electrónicos y los mensajes de teléfonos móviles. Pero esta publicidad es un acoso diario, dado que en su gran mayoría no nos interesa y acabamos tirándola a la basura.

Hay casas y bloques de pisos que se blindan ante la amenaza de los buzoneadotes, con carteles que explican que son “personas non grata”. Los vecinos contrarios, pero de modales menos drásticos, ponen un buzón de publicidad en el exterior de los portales. Sin embargo, dos terceras partes de los hogares andaluces no toman ninguna medida ante esta amenaza de basura incesante y continuada.

El profesional del buzoneo trabaja por horas. Muchos de ellos son jóvenes que todavía están en los institutos y se ganan unos euros por horas. Se pasan todo el día recorriendo las calles de uno u otro barrio, y va dejando sus “marcas” o “pequeñas etiquetas” de color, de casa a casa, para no perderse. Donde no le abren con el portero electrónico depositan la publicidad en el suelo de la entrada (a ver quién es el sufrido vecino que se agacha y la recoge al cabo de varias horas, días o semanas). Cuando entran en un portal su efecto es devastador. Los buzones aparecen a rebosar de panfletos de todos los colores, entre los que resulta difícil encontrar el correo ordinario. Cuando el vecino sale a la calle los recoge y deposita en el contenedor o papelera más próxima, y cuando sube hacia su piso, los coge de mala gana, y los lleva a su basura doméstica. También hay algunos vecinos impasibles. El buzón se llena a más no poder, no admite más publicidad ni cartas, y él sigue el transcurrir moderadamente feliz de su vida cotidiana, ajeno al problema o, quizás, con el problema ya solucionado.

Las empresas más ricas de España, y que más crecen en cuanto a volumen de negocio, tienen un ejército constante de repartidores o buzoneadores. Son las cadenas de hipermercados y supermercados, las cadenas minoristas temáticas con sus pesados catálogos de muebles, electrónica, viajes o suministros a vehículos. Hay momento del año más aptos para el consumo, como la Navidad, en que los buzones domiciliarios se llenan, no de christmas (especie en extinción) sino de mensajes y catálogos publicitarios.

La publicidad consumista también está presente de forma estática mediante la pegada de carteles y anuncios en paredes de edificios, postes, farolas, y cualquier elemento del mobiliario urbano apto para tal fin. ¡Cuántas calles y edificios tienen hojas publicitarias perennes en la pared, sea cual sea la estación del año¡ Grandes anuncios de eventos y espectáculos, discos nuevos o fiestas. Y, con dimensiones más modestas, las improvisadas guías de servicios en plena calle de academias y profesores particulares, profesionales de obras y reformas, ventas de pisos, videntes, o perros y gatos perdidos por los que se ofrece recompensa. Los ayuntamientos han previsto en sus ordenanzas multas a las empresas y personas que realizan esta publicidad ilegal, pero en la práctica no han tenido éxito. Nuevamente se ponen en manos de la tecnología y las maquinarias sofisticadas. Se adquieren costosas máquinas dedicadas exclusivamente a limpiar las paredes de estos residuos, que perpetuan el problema, ya que no lo cortan en su origen.

Una última modalidad de empresas urbanas que generan ingentes cantidades de basuras son las de los minidiarios de usar y tirar. Nuevamente, como ocurre con los “buzoneadotes” se recurre a la población juvenil más necesitada para esta labor. Salidos de las máquinas rotativas durante la noche anterior, el amanecer en cualquier ciudad andaluza nos saluda con la presencia cotidiana de estos jóvenes regalando los miniperiódicos, agrupados en puntos estratégicos con tránsito masivo de viandantes (la Terminal de autobuses o de trenes, el mercado de abastos o la calle más comercial). Los reparten poniéndotelo casi en las manos, dándote los buenos días más que preguntándote si lo quieres. Algunos viandantes los leen en diez o veinte minutos, otros los tiran directamente a la basura al doblar la esquina. El ritmo de generación de basuras respecto a la vida útil de este producto es bestial.

Otra modalidad de ensuciador, aunque con vocación artística, es el grafitero. Firmas ilegibles y garabatos se reparten por cada rincón de la geografía urbana. Ningún lugar se escapa: fachadas de edificios recién restaurados, bancos, pavimentos o contenedores, aparecen garabateados como si fueran las taquillas de los institutos más peligrosos del Bronx. Las ciudades andaluzas se han convertido en un gigantesco libro de visitas desde que el graffiti surgió en Nueva York de la mano del Hip-hop hace pocas décadas.

Las tribus del spray no son, hoy día, ningún medio de protesta de ningún grupo contrario a alguna ideología o creencias. Es más, sus pintadas son cada vez más incomprensibles. Algunas son simples firmas de sus juveniles creadores. Otras hacen referencias a los Memnphis, las mushrooms y jergas similares, de una estética pop en decadencia; La mayoría están en inglés y no hay quién las entienda. Hay grupos de jóvenes que emplean las tardes o mañanas de los fines de semana en decorar gratuitamente las paredes próximas a nuestros hogares –al amparo de la menor presencia de policía local-, sin pedirnos nada a cambio.

Claro que también hay pintadas y grabados urbanos que no por tradicionales dejan de sorprendernos. Las pintadas obscenas siguen estando omnipresentes cuando se visita un urinario público. Principalmente machistas y homosexuales. La presunción sobre el tamaño del órgano reproductor, la incitación o la reprobación de la homosexualidad, e incluso el chiste picaresco sobre mear dentro, constituyen los principales “leiv motiv” de estos obsesos artistas de los lavabos. Conforme viajamos hacia el Norte de Europa, sin embargo, los lavabos públicos están siempre limpios y sus paredes inmaculadas.

También están las pintadas históricas. Las que hizo un determinado grupo político frente a la corrupción o el poder despótico de éste o aquel dirigente; o un grupo de trabajadores ante el cierre de esta o aquella empresa. Son habituales en márgenes de corredores viarios y ferroviarios, y puede quedarse allí durante décadas, “viendo pasar el tiempo” como la madrileña Plaza de Alcalá.

Esta tendencia artística popular ha querido ser aprovechada por el Arte de Vanguardia. Algunos ayuntamientos andaluces organizan anualmente concursos de grafiteros en espacios públicos acotados. Otros Ayuntamientos, incluso, están encargando proyectos de decoración de los espacios públicos a artistas de reconocido prestigio, que se adelanten a la labor del grafitero no cualificado, y den una mayor armonía pictórica y una mejor estética a dichos espacios.

Finalmente queremos hablar algo de las botellonas. El bebedor urbano andaluz no lo hace como antaño, con motivo de una juerga o un espectáculo, sino que ejerce semanalmente de bebedor social, de forma intermitente; en su tiempo libre y como fórmula de diversión. Y empieza tomando copas con amigos hasta que llega un momento en que, como el alcohol es una droga, siente la necesidad de beber de forma cada vez más asidua y en mayores cantidades y se vuelve adicto. La barrera que separa al enfermo alcohólico del bebedor habitual es muy tenue. Comienza cuando los jóvenes van necesitando cantidades cada vez más grandes de alcohol para coger el punto.

Hay determinadas calles, plazas, jardines y explanadas de cualquier ciudad andaluza que amanecen sábados y domingos como nevadas. Son las cientos de bolsas de plástico tiradas en el suelo, donde se portaban bebidas alcohólicas nocturnas, las que causan este espejismo. Junto a ellas, botellas, vasos, orines…Una asquerosidad que comienza a hacer estragos cuando se van los de la “botellona”, y los vecinos han de soportar la suciedad y respirar los malos olores.

Los ayuntamientos gastan ingentes cantidades de dinero público en “operaciones de choque” en estos “sumideros” sociales de suciedad que se generan en las ciudades. A este coste hay que añadir el sanitario. El botellón es, además, una fábrica de enfermos de alcoholismo.

MItos de las ciudades andaluzas del siglo veintiuno: La accesibilidad

Millones de euros desembarcando en las ciudades andaluzas. No hay alcalde que no aspire a tener su Plan de Movilidad y sus Planes de Accesibilidad. Se multiplican sobre el papel los proyectos de peatonalización, las redes de carriles bici, los costosos metros y tranvías de diseño vanguardista. Pero, usted ciudadano de a pie. ¿Cree que las ciudades andaluzas del siglo veintiuno serán cada vez más accesibles? Pongamos varios ejemplos:

(1) Los barrios y calles más cotizados.

Las grandes ciudades andaluzas están en continua y rápida transformación. Comprar una casa vieja, abandonada o en ruinas, y adaptarla para pequeños apartamentos en algunos de sus barrios más apreciados (conjuntos históricos, arrabales y barrios comerciales secundarios) es uno de los negocios más lucrativos de principios del siglo XXI. Con el “boom” del ladrillo, las sucursales de las inmobiliarias se han posicionado ávidamente en estos barrios a la espera de la menor oportunidad. Tienen oficinas en cada esquina y un nutrido equipo de jóvenes uniformados que, como ojeadores indios rastrean las oportunidades bloque a bloque, casa a casa.

En consecuencia, son cada vez más las calles donde los vecinos de las casas antiguas van emigrando masivamente a otros barrios periféricos tras vender sus viviendas, que no pueden reparar o rehabilitar por falta de ingresos y ahorros. Este proceso puede llevar varias décadas.

No hay un periodo más largo de tres meses, en el que estas cotizadas calles no se hayan visto aderezadas por los típicos andamios que toman posesión de la acera. Durante el tiempo que duran las obras estas calles son auténticas trampas para el viandante. Ciegos vendedores de cupones, madres con bebés, o ancianos con problemas de movilidad, hacen todo lo posible por evitarlas.

En ellas constituye un fenómeno habitual y casi permanente la presencia de varias obras a la vez, con sus correspondientes contenedores y hormigoneras instalados en la vía pública, como si estuvieran en el comedor de su hogar. Sin ningún escrúpulo, las empresas constructoras se adueñan de las aceras (¿por meses, por años?); las vallan y hacen suyas, y fuerzan al peatón a transitar por la calzada, sin ningún tipo de protección. De vez en cuando la Policía Local hace una ronda y las obliga a poner un paso de peatones por dentro de la calzada, que desaparece a los pocos días. Los albañiles “okupas” saben que la siguiente ronda policíaca tardará y siguen haciendo caso omiso de las ordenanzas municipales. La picaresca llega al extremo de que, en determinados “tajos”, se ocupan hasta veinte o treinta metros de bordes de la antigua acera con estas vallas. Sólo se mueven al amanecer y a la caída de la tarde, ya que sirven de aparcamiento gratuito a los vehículos de los obreros.
La presencia de varias obras en edificios en rehabilitación, que se adentran impugnemente en la calzada, es la señal para que avance la ilegalidad. Aprovechando estas incursiones proliferan las hileras de coches y camiones en doble fila. Las velocidades de circulación se ralentizan hasta competir con las de las tortugas moras. Los semáforos contribuyen a que – a su paso por ellas – el tiempo se eternice.
(2) Las calles y plazas dedicadas a la restauración.
Una segunda modalidad de baja accesibilidad en las ciudades andaluzas son las calles y plazas especializadas en bares y establecimientos de restauración al aire libre.
Al mediodía y por la noche (sobre todo desde los viernes a los domingos), la gente se arremolina en las aceras, tomando una cerveza tras otra, bajo la influencia benefactora del “Lorenzo” (el Sol de los andaluces). El aparcamiento en doble o triple fila se hace interminable y convierte la calzada –en ambas direcciones – en un desfiladero de las “Termópilas”. Intentar sacar su coche bien aparcado, usar el carril bici, o que el conductor de autobús pueda usar su estacionamiento o parada, es “misión imposible”, sólo apta para Tom Cruise.
La Policía Local está como de vacaciones durante los fines de semana. Impera la “ciudad sin ley”. La calle tiene una accesibilidad tan baja y una circulación tan lenta, que de resucitar el Santo Job, Dios le encomendaría recorrerla en su vehículo, una y otra vez, como prueba de santidad.
La aglomeración de bebedores sociales tiene otras consecuencias para el vecindario: basuras en las aceras y veladores, ruidos hasta altas horas de la noche. Los ayuntamientos sólo han sido capaces de frenar este fenómeno, cuando desata las iras de los vecinos, mediante la declaración de “áreas saturadas”. Con esta normativa municipal se prohíbe instalar nuevos bares durante uno o más años.
(3) Las calles de acceso a los centros comerciales e históricos.

Los Centros Históricos y los centros comerciales periféricos atraen masivamente el tráfico rodado pero, a la vez, están peatonalizándose por los ayuntamientos, y restringiéndose cada vez más las calles donde se permite el acceso al vehículos privado. En consecuencia, cada vez son menos las principales vías rodadas para acceder a cualquier casco antiguo andaluz.

Estas calles en horas punta (desde las doce del mediodía a las nueve o diez de la noche) son como un desfiladero de las Termópilas para la circulación rodada y peatonal. El viandante teme ser atropellado en cualquier momento dada la estrechez de la acera. La caravana de coches avanza a paso de tortuga hacia el aparcamiento más próximo a las tiendas de turno. Y, además, lo hace entre molestos ruidos de bocinas de los más impacientes.

Otro efecto colateral es la contaminación atmosférica. Decenas o cientos de tubos de escape expulsan continuadamente gases tóxicos que vuelven el aire de la calle tan viciado e insano como el del entorno de una central térmica o una gran fábrica contaminante. Los escasos científicos que han estudiado este fenómeno en algunas de estas calles andaluzas constatan un incremento alarmante de las enfermedades respiratorias de los vecinos de los alrededores.

(4) Las plazas y espacios monumentales.

Una tercera modalidad de baja accesibilidad son las plazas y espacios monumentales. Los conjuntos de plazas con fuentes y estatuas se han convertido frecuentemente en una plaza de aparcamiento, duramente disputada por coches, motos y furgonetas. Mientras, en sus aceras se va produciendo un progresivo hundimiento, que con las décadas podría culminar en gruta. Pocos ciudadanos reconocen estas aceras como un espacio reservado al peatón, y escasos son los que no embisten con su cacharro. ¿Qué solución tienen los Ayuntamientos? Lo ideal sería colocar dentro de la fuente a un policía local, para disuadir a quienes no se inmutan ante los mármoles. Pero en la práctica sólo queda la opción de colocar pivotes alrededor de la acera, para que nadie acabe llevándose las fuentes por delante.

A ello hay que sumar los numerosos obstáculos peatonales que están proliferando. Por un lado, los PUMI (Puntos de Información Municipal). Por otra parte, la pléyade de artistas callejeros y su corrillo de público. Un ciego me contaba hace poco que le resultaba ya imposible ir a sentarse a los bancos de la plaza mayor de su ciudad natal, en medio de tanta confusión.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Los mitos de la peatonalización de Sevilla capital

LOS MITOS DE LA PEATONALIZACION DE SEVILLA CAPITAL.

Ahora que gana terreno el movimiento cívico-social y las propuestas a favor de la peatonalización, es un momento ideal para desmontar algunos mitos de esta práctica y publicidad engañosa.
Hay espacios peatonales de diversas clases. Si nos vamos a un estrecho callejón o a una plaza recoleta de Sevilla, donde se prohíbe la circulación motorizada, el espacio peatonal es frecuentemente solitario y silencioso. Si se oye el trino de los pájaros urbanos y el rumor de una fuente, nos embarga una sensación placentera y tranquila, como de pueblo con sabor a campo.
Hay también sendas peatonales que atraviesan parques y jardines urbanos. Los olores y colores de la vegetación sosiegan nuestros cinco sentidos, de tanto olor a combustible, de tanta capa de ozono y humo, de tanto gris asfalto, de tanto ruido de tráfico, de tanto pavimento duro - aunque sólo nos demos cuenta cuando nuestros pies se alivian al contacto muelle y blando con la tierra y el albero-.
Subamos un grado en la escala. Hay exitosas calles peatonales y comerciales, como las de la Sierpes y Tetuán. Serían como las antiguas carreteras nacionales pero en peatonales, ya que han respetado el paisaje urbano preexistente, con sus estrechamientos e irregularidades heredadas. Pero su intenso tráfico peatonal las ha ido cambiando irreversiblemente. En ellas ya no hay veladores ni bancos donde charlar y sentarse a contemplar. La circulación peatonal es masiva y difícil en horario de compras… Hay sevillanos que no las pisan de Navidades a Reyes, cuando tienden, como dicen los ingenieros, al colapso técnico. A veces parecen circuitos de destreza en el andar, cuando se atascan con espectáculos callejeros, vendedores ambulantes, ONGs, publicistas o grupos que protestan,… Si queremos pasear tranquilamente por estas calles debemos cruzarlas al amanecer o de madrugada. Tanta gente para uno y otro lado hace que sean calles ruidosas y llenas de contrastes. Son cada vez más parecidas a los centros comerciales suburbanos, incluso con sus escaparates a la última moda y todos los letreros en inglés. Las tiendas expulsan masivamente frío o calor a las aceras, según la estación del año, que nos producen escalofríos. Las luces de neón se mezclan traicioneramente con la luz natural e irritan a los fotófobos. Hay un olor a gentío y sudor humano inconfundible.
Y llegamos a la Avenida de la Constitución, la primera vía de gran capacidad e intensidad de tráfico de la era peatonal de Sevilla capital. La Avenida ha perdido, a diferencia de las calles comerciales antes mencionadas, su fisonomía y paisaje urbano anterior. Todo su diseño está condicionado a lo funcional: Llevar masivamente al centro histórico de la ciudad hasta más de diez mil personas a la hora en momentos punta. Para ello el pavimento es casi uniforme y rectilíneo en todo su recorrido. Su textura es increíblemente dura. Puro granito. Ha sido seleccionado para soportar el multitudinario y continuo trote y desgaste al que se le somete.
En sus escasos entre 20 y 30 metros de anchura ha de caber la circulación de todo lo que en el lenguaje políticamente correcto se considera peatonal, es decir, compatible con el que circula a pie, y dentro de lo que se incluyen: El Metro que no contamina, los coches de caballos, los ciclistas, los patinadores, los vehículos de discapacitados, los vehículos de emergencia, los vehículos de limpieza, la policía local y la policía nacional, los que transportan tenderetes ambulantes. La lista sería interminable. Asimismo, para que no protesten los gremios motorizados más afectados (taxistas, motoristas, vehículos de residentes y turistas,…), varias calles la cruzan de un lado a otro por donde pueden pasar los vehículos a motor, a pesar de lo masivo de su circulación peatonal propia, y con los evidentes riesgos que ello supone para la integridad física de los viandantes.
Los abuelos – que prefieren mayoritariamente ir en el tranvía - caminan rígidamente por esta Avenida y van muy, muy despacito, mirando para todos lados. Son una raquítica minoría. No hay madres sentadas ni niños jugando, ni mozos pelando la pava, como en los bulevares de antaño. Se los llevaría la marabunta muy lejos. Un paseante maduro, cuarentón largo, tiende a estresarse recorriéndola. De frente viene una quintacolumna de turistas en cerrada formación espartana. No se avista un hueco por donde pasar. Antes de desviarse mira hacia atrás, le pasa rozando un ciclista a 40 kilómetros por hora, y tras él un patinador, que agita furiosamente los brazos para esquivar a la chusma. Cuando ya se siente más seguro escucha un ruidito. En primera marcha, y sólo perceptible para mujeres murciélagos como su sobrina Cinta, viene el vehículo de la limpieza, y tras él la policía local y la policía nacional. Una vez que los ha dejado pasar llega a un cruce con otras calles. Se para y mira. Un coche de caballos, una moto y un taxi atraviesan impetuosamente de un lado a otro. El tranvía, que viene de frente, hace tocar su campanilla. Ni caso, se ve obligado a frenar. Detrás de él se detiene bruscamente un pelotón de ciclistas que seguían su estela a rebufo. Después recibe un empujón involuntario. Los turistas están haciendo fotos a la Catedral a diestro y siniestro y lo obligan a retroceder. Decide irse al extremo de la calle. Pero aquí la circulación es también difícil. Una hilera de jóvenes le ponen en la mano periódicos gratuitos y publicidad, o le incitan a apuntarse a tal ONG, lo quiera o no; un mendigo le increpa una limosna; un cantautor sentado en el suelo le hace temblar con su vozarrón, mientras saluda y le hace la archisabida mímica de ojos para recibir una ayudita. Más allá hay un nuevo atasco. Hippies urbanos ponen en los bancos sus bisuterías y artesanías de cuero. La juventud se amontona alrededor. Tras ellos hay un mimo que lo asusta al pasar, entre la risa del coro de espectadores que lo rodean, que estaban esperando que esto sucediera.
“No gruñas; la Avenida tiene una movida maravillosa”, le comenta su joven sobrino Jorge Ángel. “Uno se divierte mirando tantas cosas y personas diferentes, no como en las aburridas calles de la urbanización aljarafeña de adosados donde vivo. Si quieres tranquilidad sin sobresaltos vete allí…”
El clima de esta vía peatonal de gran capacidad e intensidad de tráfico es parecido al de la Taiga siberiana. Cuando hace frío éste se acrecienta con la gran extensión de piedra. Cuando hace calor, las piedras arden y apenas hay sombras para pasear fresquito. Cuando llueve fuerte, las piedras, tan impermeables como las de la Sierra Morena, se inundan y salpican agua, que nos empapan hasta las rodillas.
La Avenida tiene ahora colores poco naturales. La civilización de la imagen y el sonido parece haberse infiltrado subrepticiamente en el paisaje urbano. Hay tres colores principales: El negro de las catenarias del tranvía, y los sucios tonos grises y blancos del pavimento de granito. Es como si discurriéramos por dentro de un televisor antiguo y carente de colores vivos. La verde arboleda, aunque está naciendo, lo hace en estrechos alcorques y en rigurosa fila india, y no puede expandirse mucho pues el tranvía no podría circular. La escasa naturaleza vegetal se supeditará, pues, a las necesidades funcionales. En días solemnes y de fiestas, el ayuntamiento mitiga esta penosa impresión visual llenando parte del acerado con macetones de flores que visten llamativos colores, o poniendo banderolas en las farolas y postes.
La Catedral tiene una sábana publicitaria postmoderna, que anuncia su próxima operación resucitadora; Al menos, sus piedras dejaran de estar negras y enfermar de humos, y no morirán. Pasa el tranvía con una publicidad institucional para miopes que anuncia que “Sevilla es ecológica, y está llena de diversión, encanto y cultura”. Por un momento el paseante tiene la sensación de que la Avenida es un parque de atracciones al aire libre.

sábado, 18 de agosto de 2007

Metamorfosis kafkiana de las plazas y bulevares de las ciudades históricas andaluzas.

La filosofía municipal sobre las plazas y otros espacios públicos en las ciudades históricas andaluzas era radicalmente la opuesta a la actual en el periodo de los primeros ayuntamientos democráticos (1977-1987). El modelo culto de los urbanistas italianos y franceses era el ejemplo a seguir. Había que rehabilitar integralmente la ciudad histórica de cara a su conservación, recuperar antiguos materiales y técnicas constructivas, recrear los ambientes más deteriorados, y frenar el abusivo “desarrollismo” de las décadas franquistas, que tanto daño había hecho al patrimonio.

Transcurridos veinte años desde entonces, el empeño de las autoridades locales andaluzas ha girado 360 grados. Su oscuro objeto de deseo es que sus ciudades históricas se comparen con el resto del Orbe, que sean dinámicas y competitivas cueste lo que cueste, que ofrezcan una imagen atractiva y moderna. Y este empeño se está volviendo tan autodestructivo como la adicción doméstica a la televisión, los videojuegos y los ordenadores.

Se ha puesto de moda el diseño duro y funcional de las plazas y bulevares de los centros andaluces. Están siendo pavimentadas casi enteramente de losas de hormigón y granito. Y esta nueva imagen va acompañada de un mobiliario (farolas, sillas, bancos o papeleras) de traza minimalista y funcional.

Esta renovación urbana está causando un grave impacto visual y paisajístico. Se trata de la invasión de una arquitectura ajena al ambiente heredado. Una arquitectura megapolitana y globalizada, con tres adjetivos dominantes: cómoda, sencilla y funcional. Esta arquitectura amenaza con sustituir al ambiente barroco y pintoresco de las plazas y bulevares andaluces donde primaban el albero y el adoquín; los bancos de mampostería y fundición, ls farolas artísticas, los setos y arriates de plantas, y las arboledas de naranjos y palmeras.

En Sevilla capital, por ejemplo, bajo el slogan postmoderno “La piel sensible” se está metamorfoseando irreversiblemente el ambiente secular de muchos espacios públicos de alto valor simbólico como la Alameda de Hércules, las plazas del Pan y la Pescadería, o la misma Puerta de Jerez, lo que ha sido criticado en tono humorístico, pero certero:

“han convertido a la Alameda en un paseo marítimo modelo Marina Dor; en La Pescadería han plantado un diminuto y absurdo monumento a Clara Campoamor; han disfrazado a la Puerta Jerez de Düsseldorf y a la Plaza Nueva, de Hamburgo… han arrancado los históricos adoquines de Gerena en el Muelle de la Sal, con un derrochón pasillo de madera como de ducha de gimnasio…”

Burgos, Antonio. Diario ABC. 17 de agosto de 2007.

Los materiales tradicionales empleados en plazas, plazuelas y bulevares andaluces, el albero y el adoquín, tenían sus ventajas e inconvenientes.

El albero era incómodo, pues ensuciaba los zapatos y generaba polvo, pero también es verdad que absorbía muy bien los líquidos sin ensuciarse. Durante el verano transpiraba mejor al mediodía que las losas de hormigón, que parecen hornos hirvientes preparados para quemar heréticos y despistados turistas, o agotados ancianos que van al Centro de Salud. El albero recién regado a la caída de la tarde aportaba frescor a las plazas y sus veladores, y amortiguaba las calores estivales. Durante el invierno, se enfangaba lastimosamente con las lluvias intensas, pero rápidamente se secaba y recobraba la normalidad. Las losas de hormigón y granito, en cambio, no absorben las aguas de lluvia, simplemente se inundan y, cuando se secan al sol, se cuartean y fisuran irremediablemente. El albero producía rozaduras cuando los niños y jóvenes jugaban y se caían, pero nada que ver con el duro impacto de caer boca abajo sobre el hormigón o el granito. Ahora el albero se está sustituyendo en los parques infantiles por una fibra sintética que amortigua más los golpes, y parece la moqueta del cuarto de los niños en medio de la calle. Echar una o dos capas de albero cada año permitía mantener incólumes durante generaciones numerosas plazas y espacios públicos andaluces, sin excesivos costes, y si no que se lo digan a las plazas de toros que aún lo conservan.

El adoquín era casi irrompible, quizás, uno de los materiales más resistentes como pavimento urbano, y disimulaba mejor la suciedad. Tenía el serio inconveniente de su maltrato a los neumáticos de vehículos y las llantas de las bicicletas, y, sobre todo, a las espaldas de los tripulantes. En este sentido, siempre ha sido indomable para el tráfico rodado. De hecho, aún se conserva en las calles más recónditas, en los “sancta sanctorum” de los centros históricos andaluces, allí donde sólo se quiere que reine el peatón y que la circulación rodada sea lenta, pacífica y de convivencia.

Las invasoras losas de hormigón que están colonizando el suelo de los centros históricos andaluces dan una imagen de aridez por sus tonos grises y fríos. Pero no es sólo una cuestión estética o la frecuente ausencia de vegetación a su alrededor, es que son materiales que no transpiran y acentúan el efecto “isla de calor” de las ciudades. Además, estos materiales tienen una corta vida. Por un lado, porque se agrietan con el paso de los vehículos y el trasiego masivo de peatones. Por otra parte, porque se empapan fácilmente de líquidos - orines, bebidas que se derraman y otros vertidos -, y en pocos meses presentan manchas imposibles de quitar por las brigadas municipales de limpieza. No obstante, las lisas e interminables losas de hormigón de los renovados espacios públicos de las ciudades históricas andaluzas tienen muchas ventajas para la aspiración de los poderes municipales de ver la “ciudad histórica” convertida en “parque temático” al aire libre y símbolo de desarrollo "sostenible".
Estos pavimentos lisos y funcionales, sin arboledas ni otros obstáculos físicos, permiten la acogida masiva de visitantes y son de fácil tránsito, lo que facilita el turismo masificado, que es el que se asimila en las estadísticas oficiales con el incremento del bienestar y la calidad de vida local. En estas plazas y bulevares hormigonados caben cientos o miles de turistas andando, haciendo fotos, sentados descansando, o tumbados y durmiendo la siesta. Multitud de ciclistas y peatones mirándose de reojo. Músicos y malabaristas callejeros junto a mendigos y vagabundos, pidiendo siempre algo. Colectivos reivindicativos con pancartas, grupos de estudiantes en viajes de fin de curso haciendo de las suyas, e incluso movidas y botellonas nocturnas.

Hablemos del mobiliario de estas plazas, bulevares y avenidas andaluzas. Desde el siglo diecinueve hasta finales del siglo veinte los bancos de fundición fueron predominantes en el mobiliario urbano. Sólo tenían la competencia de los bancos de mampostería y ladrillo, decorados con azulejos y cerámicas. Los primeros eran caros pero sobrios y elegantes, armonizaban con los monumentos y edificios prestigiosos, y tenían una larga vida. Los segundos eran bonitos y decorativos, pero no soportaban las costosas reparaciones que ocasionan el robo de sus piezas y el vandalismo urbano. Un elemento indispensable a ambos era el espaldar. En el banco de la plaza podía uno sentarse, descansar, pasar la mañana, tomar pescado frito con la familia, e incluso dormir la mona por la noche. Causa asombro contemplar la instalación de estrechas y alargadas banquetas de madera sin espaldar en plazas y bulevares de los centros históricos. Parecen como ideadas para que el visitante se siente un rato, no demasiado, hasta que le duela la espalda, y siga luego su recorrido turístico. ¿Alguno de sus diseñadores ha pensado en los ancianos, en las amas de casa y empleadas del hogar que lo necesitan durante horas, como venían haciendo habitualmente? Su imagen es también de alto impacto visual. Pueden conducir a la imaginación a un patio carcelario o al banquillo de un equipo de fútbol, más que a una recoleta y milenaria plaza de una ciudad histórica andaluza. Pero estamos hablando del mejor de los casos. También se está llegando al extremo de urbanizar plazas, plazoletas y bulevares sin asientos de ninguna clase. Las autoridades municipales se aseguran así de que no sean costosas de mantener, al convertirse en lugar de refugio de vagabundos o grupos marginales que causen desperfectos, o que se utilice para celebrar botellonas de efecto nuclear. A cambio, niños que juegan, amas de casa y empeladas del hogar que los vigilan, adultos y ancianos que gustan de estar al aire libre, han de emigrar a otras plazas cercanas donde poder sentarse, si las hay.

Los monumentos son un elemento más de las plazas y bulevares andaluces, a los que vienen acompañando secularmente. De manera consciente o inconsciente se atraviesa una moda secularizadora y de contemporaneidad.

Figuras de la iglesia católica, santos, cristos y vírgenes, patronos y patronas locales, han casi dejado de figurar en el repertorio de los espacios públicos andaluces. Incluso, se ha llegado a prohibir el levantamiento de un monumento a un Papa recientemente fallecido junto a la Catedral hispalense, con la excusa de que no armonizaba con el ambiente. Un monumento a la familia tradicional inaugurado recientemente en Ayamonte ha despertado las iras de transexuales, gays y lesbianas, que se consideraban, una vez más, excluidos de la sociedad por los poderes públicos. El movimiento reivindicativo de la “memoria histórica” republicana y antifranquista ha impulsado que se quiten estatuas de figuras representativas de ese periodo de la historia española, aludiendo la falta de libertades y la represión política en que se movieron los homenajeados, y se alcen monumentos a figuras meritorias y famosas, y otras de rango menor, de esos años oscuros.

Con todo, lo de más rabiosa actualidad es que tengan su monumento todas las figuras del “Mundo del espectáculo” y la “Vanguardia artística” local. Desde cantantes y actores a toreros y deportistas, pasando por novelistas, dramaturgos o pintores. Son los nuevos “Dioses” de la contemporaneidad. En Isla Cristina se ha construido un monumento a una cantante-niña, famosa gracias a la televisión, sin esperar a que tenga una trayectoria artística consolidada, o siquiera cumpla la mayoría de edad. También se está extendiendo la moda de levantar monumentos a figuras emblemáticas del mundo mundial (Mozart, Los Beatles, Harry Potter, Bob Marley, …), para que la ciudad andaluza en cuestión de identifique, o quizás mejor, se publicite, como ciudad de referencia o de vanguardia cultural en materia de música, cine, o bellas artes como la pintura o la escultura.

El monumento también se está haciendo más popular, anónimo y colectivo. Por un lado, están los que encarnan personajes locales típicos (aceituneros, mineros, pescadores, pastores…) que están a veces en trance de desaparición. También, los que glorifican elementos de la naturaleza o del campo (el olivo, la encina, el mar, las olas,…). En tercer lugar, los hay que exaltan los valores de la nueva educación o ética para la ciudadanía (libertad, paz, intolerancia, solidaridad, antirracismo, progreso,…).

La moda del arte abstracto, funcionalista y minimalista también ha llegado a la escultórica de los espacios públicos. Tan es así que algunos monumentos como el de la “Intolerancia” en el muelle de la Sal de Sevilla capital, no se entienden ni por los visitantes, ni por los mismos parroquianos, si no leen el letrero o acuden a una guía turística.

sábado, 11 de agosto de 2007

El río Genil en la mirada del poeta Juan Rejano

Juan Rejano fue un poeta pontanense de la Generación del 27. Sin embargo, tuvo que pasar gran parte de su vida exiliado en Méjico, por su pensamiento revolucionario y militancia comunista. Hasta su muerte siempre recordó en sus versos, a pesar de tan larga y prolongada ausencia, el paisaje vivido a orillas del río Genil en su infancia y adolescencia. Y lo hizo con una simplicidad expresiva y, a la vez, una hondura e intensidad de sensaciones, sin parangón en la literatura andaluza. Posiblemente, nunca un paisaje tan distante fue contado como si estuviera tan al alcance de la mano.

Comenzamos la miscelánea de estas impresiones, con la descripción de los tonos argénteos y brillantes del río Genil. El poeta lo compara con un cometa descendido del cielo:

Genil, Genil de arenas rumorosas,
diminuto cometa descendido
al reino donde el lirio se recrea
escoltado de adelfas y espadañas.

Rejano, Juan. Nuevos motivos del Genil. El río y la paloma. 1961.

A continuación repasa la mitología poética de este río, al que le han cantado nombres ilustres de la literatura española como el poeta barroco antequerano Pedro de Espinosa - que lo convirtió en Dios en su fábula del río Genil -, y el inmortal Federico, en sus años mozos de la vega granadina:

En dios te convirtió el antequerano,
en dios enamorado de una ninfa,
y el granadino sorprendió tu sangre
cuando al Guadalquivir corren tus lágrimas

Rejano, Juan. Nuevos motivos del Genil. El río y la paloma. 1961.

Pero, si hay que ponerle un adjetivo al río Genil, Juan Rejano prefiere el del “río-niño”, pues tan ligero y presuroso corre en busca del Guadalquivir:

Yo, que abriera los ojos en tus brazos,
como a un niño te veo, como a un niño
que en su propia inocencia se reclina
y entre pálidas cañas amanece

Rejano, Juan. Nuevos motivos del Genil. El río y la paloma. 1961.

Desde Granada hasta Palma,
qué caminar por los cielos,
Genil,
qué cielos los de tus aguas
tan ligeros.

En Loja eres la mañana,
el mediodía en Palma,
la tarde en Ecija llana...

Fugitivo, aventurero,
marinero
de agua dulce, de ligero
no lo ves

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.


Es también para el poeta, un río con vocación de músico eterno. Escribe una y otra vez las partituras de sus aguas fluyendo o rozando los cantos rodados, y del viento enmarañado por las cañas y álamos que escoltan sus orillas, o vagando por los montes que atraviesa:

¡Qué tierna tu tierna voz
por entre juncos transida ¡
Si por la vega florida,
un rumor,
un alboroto de linfas
entre zarza y ruiseñor.

¡Qué suspirillos de amor
al pie de la serranía¡

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

Aún te escucho en las noches de verano,
cuando el cielo te viste de jazmines,
pulsar con ágil mano la guitarra
que entre las guijas y las juncias duerme.

Aún me sigue tu voz, siempre me sigue,
como música anclada en mis entrañas,
Y estoy viendo flotar tu cabellera,
movida por el aire, entre los álamos.

Rejano, Juan. Nuevos motivos del Genil. El río y la paloma. 1961.
El complemento a la mñusica del río en las vegas cercanas lo ponían las norias. ¡Cómo le aviva la melancolía al poeta, recordar el sonido de las gigantescas y viejas norias árabes en los remansos del río ¡ Hoy sólo queda una de éstas en Ecija, a punto de ser demolida:

Si pasas por el remanso,
oye la voz de la noria,
girando siempre, girando.

el eje chirría.
en el cangilón
la canción
del agua fría.

la canción eterna.
el tiempo no pasa, el agua se aleja.

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

Entre lo más sobresaliente de sus orillas se encuentra, sin duda, el mágico paisaje de los álamos, que le atraen por su esbeltez, su cambiante color, y la sonoridad de sus hojas:

¡ Qué altas las hojas de plata
de los álamos ¡ ¡ Qué altas ¡
En la mañana descienden
a los espejos del agua
y suben luego, en un vuelo
como mariposas blancas¡
La brisa llega en la tarde
con sus manos de esmeralda
y les pone peinecillas
verdes en las sienes claras...

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

En la ribera los álamos,
en los álamos el viento,
en el viento sueños claros
embriagando el pensamiento

Rejano, Juan. Constelación menor. 1950.

En aquel sotillo
al borde del agua,
en donde susurran
las hojas de plata
de los altos álamos,
donde se remansa
la brisa trayendo
bajo de sus alas
un aroma dulce...

A la orillita del río
o al borde
de los caminos.

Cantando, siempre
cantando
una canción de hojas nuevas
que no la saben los pájaros.
Alamo esbelto
de plata,
la paz que alumbra en tu frente
alumbra también mi alma.

Rejano, Juan. Canciones de la paz. 1955.

También canta el poeta a las aves de ribera:

Ruiseñor
en los zarzales
de los ríos, tu voz y tu amor
iguales
a los míos

Rejano, Juan. Canciones de la paz. 1955.

Y entre los cultivos ribereños Juan Rejano prefiere, como ninguno, el de las huertas y membrillares:

Membrillares
del sotillo,
entre los ramajes,
perfumando el río¡

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

Especialmente idílicas le resultan en la memoria, las huertas aisladas en las pequeñas islas que se forman en el curso central del río:

¡ Aldea del Palomar ¡
una ribera de huertas
y cuatro casas de cal.

Sólo existen dos caminos
que lleven a tu lugar:
los ojos del puente viejo
o el limo del tarajal...

La isla del Tarajal
un anillito verde
y un arenal.

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

La llegada de la oscuridad y el silencio de la noche al río
Genil hacen más misterioso el contorno de los campos y montes vecinos, sensación que se amortigua con los dulces aromas con que penetra en las tierras que lo rodean:

Leve bruma de la tarde
sobre el agua cenicienta,
la luz se oculta en los brotes
de las ramas, despidiéndose.
sube a las pausas del aire
un dulce aroma silvestre,
mientras se cubre la tierra
con cendales de silencio.

Rejano, Juan. Nuevos motivos del Genil. El río y la paloma. 1961.

De madrugada el reflejo del firmamento, de la luna y las estrellas, quebrándose en las aguas del río se apodera del paisaje:

Luna de enero
en el río.

En la sombra árboles yertos.

la noche
va llamando a los luceros.

en el agua negra,
los aromas muertos
de la tierra.


La primera estrella.

Morada va el agua.
Huele a hierbabuena.

pensativos miran
los montes violeta,
y allá, en un recodo
del río, se quiebra,
como un dulce tallo,
la primera estrella.

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

Y finalizamos con otro momento singular del río Genil. Cuando con las fuertes lluvias y tormentas el “río niño”, el “río músico” muestra su rostro más feroz, arrasando todo lo que encuentra:

La tormenta
dejó sin risas la tierra.

dejó en el río
la sangre
de los árboles heridos.

roja corriente
que entre sus brazos arrastra
la simiente
del esfuerzo y la esperanza...

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

viernes, 3 de agosto de 2007

El bosque sumergido

Antiguamente las praderas submarinas tapizaban gran parte de la franja litoral mediterránea de Andalucía, desde las proximidades de la orilla hasta aproximadamente unos treinta metros de profundidad.

Cada lugar de la costa estaba poblado por una secuencia de plantas formando boscosas praderas. Sus alturas eran relativamente modestas, desde apenas unos centímetros a un metro de altura. La presencia de unas u otras plantas nos indicaba si la vegetación se había conservado secularmente en estado natural o había sido más o menos transformada por la acción del hombre. Cada planta había ido evolucionando a lo largo de la historia de la vida vegetal en el mar.

Las formaciones vegetales más comunes eran las zoosteras, una planta fanerógama marina que se ha extendido hasta el Polo Norte. También había cymodocea nodosa, que son las plantas colonizadoras de los fondos arenosos. Cuando éstas ya se habían implantado y fijado el suelo, sobre ellas crecían las praderas de posidonia oceánica, que reciben este nombre en homenaje a Poseidón, el Dios griego del Mar.

Ésta es una de las plantas más nobles de los fondos marinos andaluces, tanto por la antigüedad de su linaje y su adaptación durante siglos a este difícil medio, como por la belleza de su paisaje. Estas praderas de posidonias son algo semejante a los alcornoques y encinas para el monte mediterráneo. Sólo viven en el Mar Mediterráneo y su rápida desaparición actual ha hecho que se las haya catalogado como “especie vulnerable”.

La posidonia, también llamada alguero, deja testimonio de su presencia a los habitantes de la Costa cuando en otoño e invierno sus tallos y hojas muertas invaden masivamente las playas. Se extendía antiguamente desde el Estrecho de Gibraltar hasta la raya de Murcia, aunque su superficie ha menguado considerablemente.

Todavía hay praderas aisladas de posidonias enfrente de Estepona, en Calaburra (Marbella), en los acantilados de Maro-Cerro Gordo -entre las provincias de Málaga y Granada-, en la costa del municipio de Castell de Ferro (Granada), y en el paraje de Puntas Entinas-Sabinar en el Poniente almeriense (municipio de Roquetas de Mar).

A partir del Mar de Alborán y del Cabo de Gata; Cuando se hace menos notable la influencia de las aguas atlánticas, y el complicado perfil de las sierras litorales continua mar adentro, como un reverso de dicho paisaje, el bosque de posidonias oceánicas forma un manto submarino continuo, que se prolonga hasta Murcia, y que ha sido bautizado como el “Bosque sumergido”.

Paradójicamente, se encuentran aquí, bajo las aguas del desierto almeriense del Campo de Nijar y del Cabo de Gata, las formaciones más espectaculares por su buen estado de conservación y por su singular belleza de todos los países mediterráneos. No pensemos en una selva, por supuesto. Las praderas de posidonias no suelen llegar al metro de altura, pero nos deparan numerosas sorpresas estéticas y biológicas. El paisaje es deliciosamente bello. Tienen forma de cintas de color verde esmeralda, que se van enredando unas a otras. Entre ellas aparecen algas de colores diversos –violetas, verdes, pardas y rojas -, que producen un efecto mágico a la vista. A ello hay que unirle la presencia de corales, esponjas y estrellas de mar, cangrejos, erizos, y peces de numerosas formas y tamaños, desde la cruel y asesina Morena a pequeños pececillos de vistosos colores con nombres tan sugerentes como doncellas y galanes.

Las posidonias crecen tanto a lo largo como a lo ancho, según las facilidades que ofrece el medio. Las hojas viejas ocupan los extremos, y protegen el crecimiento de las hojas nuevas, que van surgiendo en la parte central. Asimismo, estas plantas son capaces de fijar sus raíces tanto en las arenas como en las rocas, y florecen bajo el agua antes del invierno. El resultado es un fruto llamado aceituna de mar, por su similitud al del olivo. Cuando llega el verano las hojas se van muriendo y quedan acumuladas en los fondos marinos, hasta que con el otoño vuelven a crecer.

Estos bosques marinos, como los terrestres, son una fuente de producción de oxígeno y vida.

Un metro cuadrado de pradera de posidonia produce entre 4 y 20 litros de oxígeno al día.

Estas praderas sumergidas son también los “agentes medioambientales” que pone la naturaleza para guardar el equilibrio ecológico del litoral, que siempre se ha debatido entre la acción erosiva del mar y la acción sedimentaria del relieve costero. Constituyen una barrera que calma la fuerza del oleaje que llega a la orilla, tanto por su presencia en el fondo del mar como por el freno que ejercen su rosario de tallos y hojas muertas depositados en las playas, cuando llegan los temporales con el mal tiempo. Los científicos han calculado que cuando desaparece una de estas praderas o bosques marinos se pueden perder entre 10 y 20 metros de anchura de la anterior franja litoral, debido al incremento de la erosión del mar. Aunque, además, se pierde también mucho dinero del erario público. Millones de euros que se vienen invirtiendo anualmente en un vasto e interminable programa de obras artificiales de defensa y regeneración de las playas andaluzas (extracción de arenas, diques, espigones, etc.), y que el Ministerio de Medio Ambiente se podría haber ahorrado si se hubiera mantenido esta vegetación protectora.

Otra de sus funciones, recientemente descubierta por los científicos, es que las praderas de posidonias contribuyen a frenar el denostado “cambio climático”. En lugar de arrojar carbono a la atmósfera, los restos de los tallos y hojas muertas de las praderas se almacenan en el fondo del mar, constituyendo un campo de turba con una reserva estimada de 12 mil toneladas de carbono, hundida en pleno Mar Mediterráneo.

Hablemos de su vida cotidiana. Las praderas de posidonias son el hábitat propio de más de 400 plantas y 1000 animales acuáticos que viven en el Mar Mediterráneo.

Microorganismos vegetales y animales, moluscos y crustáceos eligen sus hojas o sus restos muertos depositados en el fondo del mar para alimentarse y vivir, y atraen peces que se alimentan de ellos, y a otros más grandes que se comen a los pequeños. Hay diversos tipos de algas que viven en la semioscuridad, bajo las hojas de estos bosques marinos. Los microorganismos, bacterias, hongos y otros animales diminutos se adaptan a micro-viviendas que pueden estar cercanas a los fondos y las raíces de estas plantas, y sobre o entre las hojas y los tallos. También es el hábitat preferido de moluscos como la sepia, de crustáceos como el cangrejo de mar, o de peces como el caballito de mar, las doradas, los sargos, los besugos blancos o el voraz. Otros vienen aquí simplemente a aparearse en la intimidad o a alimentarse.

Al igual que los cerdos ibéricos o de “pata negra”, que se crían exclusivamente en las dehesas de encinas y alcornoques, y tienen un sabor mucho más delicioso que los de granja, los pescados andaluces que “pastan” en estas praderas marinas tienen un sabor inigualable, muy diferente a los pescados congelados capturados en Terranova. Muchos peces comestibles andaluces se crían o aparean en estas praderas marinas y son luego unos alimentos frescos y naturales que constituyen un lujo para el paladar. Además, son ricos en vitaminas, sales minerales y proteínas y, por tanto, ideales para una dieta equilibrada y sana.


Sin embargo, las praderas de posidonias corren un grave peligro. Veamos las causas:

Los complejos de industrias básicas- como los de Carboneras y Bahía de Algeciras-, han vertido tantas sustancias contaminantes al mar que han acabado por arrasar estos bosques marinos en sus proximidades. Un medio biológico especialmente rico, como el de los estuarios de los principales ríos mediterráneos (Guadalhorce, Guadalfeo, Andarax o Almanzora), también ha visto menguar esta vegetación marina. Los ríos bajan cargados de contaminantes procedentes de los vertidos urbanos e industriales de sus márgenes.

Las urbanizaciones litorales dedicadas al turismo también arrojan al medio marino cientos de toneladas anuales de materia orgánica y sustancias contaminantes como fósforo y nitrógeno. Alteran las condiciones de vida de estas praderas, y la turbidez creciente de las aguas impide a las posidonias realizar la fotosíntesis, por lo que acaban ahogándose.

Además, está la amenaza de la utilización indiscriminada de algunas artes de pesca -especialmente las de arrastre-, que han ido esquilmando estas praderas submarina. Producen el mismo efecto que si pasaran las rejas de un potente tractor sobre la vegetación virgen de un monte mediterráneo.

A ello se le ha sumado la construcción y ampliación de puertos deportivos, y todo el trasiego de embarcaciones y yates que conllevan; anclas que se clavan; vertidos de combustibles que se derraman,…

Dos últimas amenazas, por su carácter más reciente, son las jaulas de acuicultura a pocos kilómetros de la costa y los parques eólicos marinos. Las primeras se están extendiendo alarmantemente por los parajes marinos que aún conservan praderas de posidonias en aguas someras y cristalinas. Para alimentar a los miles de alevines y pequeños peces que se criarán en estas granjas se verterán al mar cientos de toneladas de materia orgánica en forma de piensos y excrementos, que indigestarán a nuestras queridas posidonias.

Las medidas para la conservación de estas praderas marinas son incipientes y tímidas.

En algunas zonas se están señalizando con boyas de colores y construyéndose arrecifes artificiales, más que pensando en preservar esta vegetación, para evitar la pesca esquilmadora y regenerar los caladeros de pesca.

La declaración de “reservas marinas”, una figura similar a los parques o parajes naturales del medio terrestre, es la medida más acertada a medio y largo plazo para frenar la pérdida irreversible de este patrimonio natural.

A corto plazo, y ahora que está tan de moda el término, la opción sería generalizar una asignatura de “educación ciudadana” sobre el medio marino, que evitara perder estos tesoros naturales, tan diferentes pero tan valiosos como los cientos de galeones hundidos, aún por descubrir.

lunes, 30 de julio de 2007

Ayer y hoy de los paisajes domésticos andaluces



El paisaje no está sólo fuera, en el campo o en las calles de las ciudades andaluzas. Sin duda, el paisaje que nos es más familiar es el de nuestros propios hogares. En el comienzo del siglo veintiuno asistimos a un cambio, quizás irreversible, de nuestros paisajes domésticos.

Una puerta blindada - metálica o de plana madera - da entrada al hogar. Ningún símbolo más, ni el altarcillo típico del cristo o la virgen, ni la placa del propietario en bronce o metacrilato. Y, mucho menos, la mano - dorada o de madera - para llamar sin ayuda de la electricidad del timbre.

El recibidor, antes zaguán, es minimalista. Consta de un mueble decorativo, sin utilidad concreta, y un cuadro abstracto que cubre el vacío de la pared. Han desaparecido la alfombra para limpiarse los pies, el paragüero, el llavero de pared, y la percha donde colgar abrigos y otras prendas de calle.

La panorámica del salón de estar es de rabiosa modernidad. Los muebles son módulos geométricos, funcionales y sencillos, sin ningún adorno. Los equipos audiovisuales presiden esta habitación. Una gran pantalla plana de plasma líquido donde se ven las imágenes de la televisión y los videos con alta definición, sin necesidad de ir al cine. A su lado, el juego de altavoces y el equipo compacto para escuchar música. A ambos lo acompaña un mueble, en cuyas tarimas descansan a discreción pequeños ejércitos de Dvds, compact-discs y videojuegos. Y libros, aunque cada vez menos. El ambiente es semejante a cualquier apartamento de Nueva York o Londres. Han ido desapareciendo los motivos tradicionales de los hogares andaluces: las estampas religiosas, el pequeño museo de fotografías familiares con marcos diversos, los recuerdos de tal o cual viaje, o la artesanía para decorar que fue regalada o comprada con tal o cual ocasión. Y, también, la vitrina acristalada donde lucía la vajilla regalada por un familiar el día de la boda.

Los muebles se han simplificado. No hay mesitas de té, mesas camareras, mesas con centro, mecedoras para las abuelas y butacones señoriales para los mayores. Lo más habitual es la presencia de un gran sofá, mullido y blando, donde hundirse plácidamente consumiendo cientos de imágenes por hora, o dormir la siesta fácilmente. Frente a él se encuentra una mesita bajísima, inalcanzable sin una difícil curvatura desde la posición sentada. En ella se ponen los aperitivos que acompañan las largas sesiones audiovisuales por las que transcurren las horas de ocio doméstico. A veces hay una negra butaca ergonómica, con banqueta donde apoyar los pies, y que te da vibradores masajes para relajarte.

Entramos subrepticiamente en el dormitorio. Un cuadro abstracto sustituye el crucifijo que usaban los abuelos. La cama es bajísima, ha hecho furor la moda del “tatami” japonés. Los muebles para la ropa se empotran en la pared, como para no estorbar. Un equipo audiovisual descansa a los pies de la cama, para entretenerse acostados. El dormitorio ha ido perdiendo antiguos artilugios como el galán de noche para las batas y trajes de chaqueta, la corbatera, el limpiacalzados, el butacón donde leer el periódico, el tocador con espejo y joyero, el aguamanil y el costurero y la máquina de coser.

Nos desplazamos al cuarto de los niños. De pronto, los tonos opacos y fríos del resto de la casa desaparecen. Una explosión de alegres colores inunda nuestros ojos (turquesas, verdes, naranjas, amarillos, de tonos pasteles y acuarelas). Es como si entráramos en la “Disneylandia” particular a la que tienen derecho los “peques” de la familia. Hay formas originales y surrealistas, como extraídas de películas de dibujos animados o del cuento de Alicia en el país de las Maravillas. Cojines y taburetes con ojos y orejas de animales, y flores sintéticas de colores y formas extrañas. Las multinacionales del mueble piensan en todo. Ese pequeño “dictador” - adicto a los dibujos animados y los nintendos - que es el niño actual, no debe deprimirse. Debe estar rodeado de un ambiente similar al que lo entretiene. Son también los únicos que siguen colgando de las paredes las fotos de sus ídolos juveniles, mitos del Cine, de la Televisión de la Música, o del Deporte.

Las habitaciones de los niños andaluces ya casi no tienen un armario donde guardar los juguetes. Caleidoscopios, cromos, recortables, chapas, canicas o bolas de cristal, rompecabezas o puzzles, mecanos y juegos de arquitectura, caballos de cartón y de madera, marionetas y títeres, pequeños muñequitos de soldados, ciclistas, indios y cowboys, excalextrics, barcos, trenes, camiones, coches y motos en miniatura, juegos de futbolines o baloncesto, pelotas de fútbol, nazarenos y pasos de semana santa, casas de muñecas con Mariquitas Pérez, Barbies y Pinipones, cocinitas , jaulas de grillos, cajas con gusanos de seda, jaulas de pájaros y ratones, tebeos y cuentos, biblias infantiles, colecciones de sellos, están pasando a la historia. El armario de los juguetes y el pupitre para estudiar ha sido sustituidos por la mesa del ordenador. Las horas de diversión las copan los videojuegos de Nintendo, el chateo por Internet y los videos de los últimos estrenos de “pelis” para niños.

Tanta descripción nos ha abierto el apetito, así que pasamos a la cocina. La pareja estuvo meses ajustando las medidas para que todo tuviera cabida en esta habitación. Las multinacionales del mueble tienen expertos equipos que te diseñan de forma integral y minimalista las cocinas, para que quepan las familias cada vez más numerosas de electrodomésticos, disimuladamente escondidas y fácilmente extraíbles cuando se demanda su uso. El ama de casa nos va enseñando sorpresivamente sus escondites: aquí la nevera, allí la lavadora y el lavaplatos, encima está la vitrocerámica, y en este pequeño armario el microondas, el exprimidor eléctrico, y no se cuántas cosas más.

Este prolijo ir y venir de una estancia a otra nos ha urgido ciertas necesidades básicas. Corremos, pues, al cuarto de baño. Es una mezcla de plató de cine, habitación de hotel con encanto y balneario-spa. Nos sentamos en la taza del water, y nos sentimos azorados con la galería de espejos que desvela nuestras intimidades en tan delicado trance. En el centro del cuarto de baño hay un “jacuzzi” con potentes grifos, cuyas aguas nos masajean y tranquilizan. Los armarios empotrados tienen diseño italiano y tonos claros. Nos sentimos como en el Palacio de un príncipe, al fin y al cabo, la visita mereció la pena.











domingo, 15 de julio de 2007

El paisaje de las playas de lujo de la Costa del Sol

En muchos pueblos y barrios del extrarradio de las grandes ciudades andaluzas, los mayores de edad y las familias numerosas más menesterosas esperan los domingos estivales como agua de mayo. Un autobús los recoge a primera hora de la mañana para pasar el día en la playa.

Son los denominados “domingueros” que, pertrechados de todos los avíos (sombrillas, neveras, comida preparada el día anterior, esteras, toallas,…), invaden pacíficamente por diez o doce horas, y con el mínimo coste individual, las playas públicas. Playas donde acuden cada vez más resignados, ya que aún suele permanecer la basura de la última vez, las aguas tienen dudoso color y olor, huele fuertemente a la sardina asada del chiringuito, suena demasiado fuerte la radio del vecino, y hay que tener cuidado con los atletas, las pelotas de las palas, o los amantes de lo ajeno.

Pero hay muchas Andalucías, y muchos paisajes de playa. En el otro extremo, por su lujo y privacidad, se encuentran los clubs de playa o “beach club” de la Costa del Sol malagueña, diseñados exclusivamente para los sibaritas estivales.

En el año 1948 el Príncipe Alphonso de Hohenlohe compró la Finca Margarita, junto al mar marbellí. Allí recibía los invitados provenientes de todo el Mundo y, para rentabilizarlo, ideó crear un “club de lujo” en la playa. Debía reunir dos requisitos: privacidad y jardines subtropicales entre la arena, con vistas al mar. Así surgió el Marbella Club, el único que funcionó durante bastantes años.

En el año 2007 hay una veintena de elitistas “beach club” en España, de los que la mitad corresponden a la Costa del Sol, y el resto han ido inaugurándose en los últimos años en las playas y hoteles más selectos de lugares como las Islas Baleares o las Islas Canarias.

La playa del “beach club” no es una playa cualquiera. Su acceso está restringido a los clientes VIP por un riguoroso control vigilado, y éstos pueden desplazarse y aparcar en su vehículo privado, bajar del hotel cercano mediante un ascensor excavado en la roca, o con un tren turístico.

La árida naturaleza de la playa ha sido transformada en un paisaje mixto, ya que la arena se ve rodeada por una frondosa vegetación, cuya distribución está diseñada por expertos paisajistas y cuyas plantas y árboles son adquiridos en los viveros más exquisitos.

El entorno de la playa está presidido frecuentemente por una lujuriosa vegetación subtropical; Impresionantes y esbeltas palmeras nos trasladan con la imaginación a las islas Hawai. Hoteles como el Don Pepe o el Puente Romano (Marbella), poseen una extensión de estos jardines que oscila entre los 30.000 y 50.000 metros cuadrados, que ya quisieran para sí muchas ciudades andaluzas.

Al principio, los “beach club” eran más sencillos. Disponían de un local cerrado que servía de vestuario, club social, bar y restaurante, y de una playa acondicionada con un mobiliario relativamente simple: toldos y tumbonas que permitían permanecer todo el día tomando el sol o a la sombra.

Hoy día se ha extendido la moda de estos establecimientos que hace furor en las costas norteamericanas de Miami o California. Algunos “beach club” han sustituido la pegajosa arena por mullidos céspedes. En lugar de tumbonas y toldos hay camas redondas o cuadradas - también llamadas “balinesas” - para que las parejas se tuesten al sol. Están equipadas con cortinas desplegables por si quieren también dormir la siesta o hacer el amor. Algunos clubs alquilan “jaimas”, tiendas desmontables o nómadas al estilo bereber - pero diseñadas por un elegante modisto de Paris-. Poseen más capacidad de personas y en ellas se pueden improvisar divertidas fiestas o serias reuniones privadas.

El visitante del “beach club” puede elegir entre bañarse en el mar, o en una piscina; ésta puede ser de agua salada o dulce, abierta o cerrada (ideal para los meses invernales) y, por supuesto, climatizada.

Los baños sólo ocupan una pequeña parte del día veraniego.

Por la mañana se dan exquisitos desayunos con bollería y pastas de té, y se organizan clases de gimnasia y artes marciales a pie de playa. Otros poseen balnearios SPA, donde uno puede hacerse la manicura, relajarse, masajearse, recibir acupuntura china, o darse un baño turco, viendo como se balancean suavemente las olas del mar.

A la hora del mediodía se ofrecen originales y exclusivos cócteles, racuiones de fruta fresca recién cortada, e incluso botellas de champán.

Es habitual el almuerzo libre o “buffet” de playa. Siguiendo la moda ibizenca más selecta, los restaurantes ofrecen “menús ligeros” como ensaladas que combinan todo tipo de frutas, arroces, y cocina de mariscos y pescados al estilo mediterráneo, completados con repostería artesana de la casa.

Tras la siesta es el momento ideal para practicar deportes como el boley playa, el water polo, el buceo o la gimnasia acuática. O internarse en el mar practicando esquí acuático, windsurfing, parasaling, y navegación a vela o en kayaks. También hay mayores de edad y familias que prefieren los paseos en catamaranes o en pequeños cruceros por la costa, y los que tienen a su disposición en el embarcadero un taxi (o lancha zodiac) que los desplaza rápidamente a sus yates privados.

A partir de las seis o siete de la tarde el ambiente se transforma, y se prepara para que familiares de casas reales, de dirigentes políticos, de famosos del deporte, el cine o la televisión, y herederos de los magnates de los negocios, puedan vivir sus noches más románticas y sensuales del año.

Para empezar, hay muchas posibilidades de cenar a la orilla del mar. Los clubs disponen de lujosos restaurantes dedicados temáticamente a la cocina mediterránea, andaluza, italiana, francesa, argentina, o asiática –sushi y tailandesa-, según las preferencias de cada uno. La velada se suele acompañar con música de piano, grupos de jazz, orquestinas de música clásica, o espectáculos flamencos.

A media noche el paisaje se metamorfosea. El “beach club” se adapta a chiringuito o macrodiscoteca de playa hasta que amanece. Es la moda “chill-out” que marca tendencia y se ha importado desde Mallorca e Ibiza. Entre un mobiliario minimalista de tonos claros y cálidos hay anchos sofas cuajados de almohadones y mesas iluminadas con velas. Se organizan conciertos de rock en directo o desenfrenadas fiestas temáticas, donde reina una gran permisividad. Tanto que algunos clubs tienen abiertos los restaurantes para los momentos “break”, en que la gente necesita un sándwich vegetal para seguir de marcha.

¿ Y qué hacer con los niños ? Algunos establecimientos poseen clubs para niños, como el Club Archie o el Kids Club. Disponen de un equipo de profesionales que hablan varios idiomas y cuidan de los niños todo el día, con un complejo programa de manualidades, juegos y actividades de ocio.

¿Y como resolver aquella urgencia laboral ? Algunos clubs tienen ciber-cafeterías y salas privadas de reuniones, a menos de treinta u cuarenta metros de la playa para que los ejecutivos solucionen una inesperada negociación, antes de volver al paraíso terrenal playero.

miércoles, 27 de junio de 2007

Paisajes de la sevilla del siglo veintiuno: Los rumanos vuelven a la ciudad de Trajano.

Rumania (con 21 millones de habitantes) es uno de los países de la Europa del Este más afectada por la caída del comunismo y la transición al capitalismo.

Ha perdido más de dos millones de empleos entre 1990 y 2005, uno de cada cinco, por la crisis de su agricultura tradicional y de su siderurgia. Al hilo de este grave problema social, numerosísimas familias rumanas han emigrado a Europa Occidental, deseando encontrar donde trabajar y ganar hasta tres veces más que en su país, para equipararse a un europeo medio. Es una diáspora de población similar a otras ocurridas a lo largo de la historia (judíos, españoles de la postguerra civil, etc.) y que afecta a esta Europa globalizada que vivimos, y ha llegado hasta Sevilla ciudad.

En el conjunto de España los rumanos se han multiplicado por diez en la última década, de los 40.000 de 1990 a cerca de 400.000 en 2007. Según los expertos, han contribuido decisivamente a reforzar este proceso migratorio factores como el crecimiento económico español, la proximidad del idioma y las costumbres latinas, la masiva regularización de inmigrantes del año 2002, la posibilidad de entrar sin visado, y la reciente consecución de la condición de ciudadanos europeos de pleno derecho, que les permite residir en la ciudad sin contrato laboral o permiso de residencia.


Su implantación en Sevilla capital.

Sevilla ha incorporado al colectivo de inmigrantes rumanos como uno más de los que están poblando la ciudad. En el año 2007 estaban empadronados más de siete mil rumanos (uno por cada diez mil habitantes), más que marroquíes y chinos, y sólo menos que los más de diez mil latinoamericanos que residen en Hispalis.

A diferencia de marroquíes o subsaharianos, buena parte de estos rumanos llegan con sus familias sin tener trabajo, lo que les obliga a buscarse un empleo rápido con el que subsistir. Según los datos de la Subdelegación del Gobierno la construcción y los empleados de hogar son los trabajos en los que una parte de esta emigración rumana ha encontrado hasta la fecha una posibilidad de contratación más estable. ¿Y el resto?

Entre estos miles de rumanos que han ido llegando a Sevilla capital hay numerosas familias sin papeles, pobres y sin recursos. La alarma social provocada por la pacífica invasión de familias rumanas sin trabajo estable ha cundido de tal manera en los últimos años que la prensa local no duda en calificarlo como un pueblo “nómada, salvaje e indomable”.

Respecto a su primer atributo, queda fuera de toda duda. Su nomadismo es el más alto de los emigrantes que vienen a España. Las estadísticas oficiales han comprobado que uno de cada seis rumanos cambia de provincia de residencia anualmente en sus primeros años en España. Los motivos son múltiples. Algunos se desplazan a las campañas de recogida de diferentes productos agrarios como el espárrago de Navarra o la naranja de la vega sevillana. Otros lo hacen integrados en grupos organizados que se dedican a actividades ilegales, y cuya movilidad les permite torear a las fuerzas del orden.

La mirada extraña y miedosa de muchos emigrantes subsaharianos o latinoamericanos, o el carácter introvertido y reservado de los marroquíes, contrasta con la actitud de los rumanos. Te miran fija y firmemente a la cara. No se sienten azorados allí donde ni conocen ni son conocidos por nadie. Allá donde estén, aunque sólo llevan pocas horas o días, se sienten como si estuvieran en su lugar de origen. Quizás su intenso nomadismo y su instinto de supervivencia los hace tan fuertes.
Su insistencia es proverbial. Expulsados una y otra vez de determinados asentamientos, vuelven a implantarse al cabo de horas o días, para luego volver a abandonarlos pacíficamente.

Las familias rumanas más menesterosas se han ido albergando desde finales de los noventa en espacios del término municipal y la ciudad de Sevilla frecuentemente marginales, originando paisajes tercermundistas que parecían casi olvidados.

A principios del siglo veintiuno formaron un extenso asentamiento bajo los puentes que conectan la barriada de La Pañoleta (Camas) con la capital. Llegaron a vivir en él más de dos mil personas. Era un campamento de caravanas y chabolas entre los escombros y las ratas, sin luz ni agua, y bajo el estresante ruido de una autovía. Se convirtió en una imagen urbana, que ya no nos extraña, los grupos de mujeres con sus pañuelos en la cabeza y sus faldas de lunares multicolores cruzando el Guadalquivir, y la de los hombres, con sus trajes oscuros y sencillos, como de postguerra civil, en grupos aparte.

Desmantelado este asentamiento se dispersaron por otras localidades de la Baja Andalucía, para luego volver explorando nuevas posibilidades, a la que es una de las ciudades más ricas y populosas de España.

Los inmigrantes rumanos han vuelto desde el año 2006 a los bajos de los puentes que unen la capital con el Aljarafe -Juan Carlos I y Reina Sofía-, y, desde que se convirtieron en ciudadanos europeos, ya no se quedan en la periferia deshabitada. Han ido entrando en la ciudad y han comenzado a instalar sus infraviviendas por muy distintos puntos. Se intentan ubicar en los bajos de los puentes y los espacios libres y zonas verdes abandonadas de las márgenes del río Guadalquivir (en la Cartuja junto al Teatro Central; bajo los Puentes del Alamillo, Barqueta y del Cachorro, en las márgenes del desmantelado teleférico de la calle Torneo o entre el Puente de San Telmo y el de Los Remedios), o se van a zonas desocupadas más alejadas como Tablada o el entorno del parque Alcosa y Sevilla Este.

En ellas viven formando modernos “campamentos” a la manera zingara o gitana, formados por caravanas, furgonetas y tiendas de campaña, o construyen chabolas improvisadas con telas y persianas extraídas de aquí y allá. Es un hábitat desmontable para cuando sean expulsados a otra parte. De manera que cuando llega tan evento, se les ve partir con sus carritos de hipermercados y bicicletas llenos de maletas y enseres domésticos.

Los rumanos continúan su pacífica conquista de la ciudad.
En 2007 se han atrevido a ocupar una manzana completa casi vacía en pleno centro histórico. Se trata de viviendas del siglo XIX en las que sólo quedaban media docena de inquilinos de renta antigua y avanzada edad, que sobrevivían a la presión de una firma inmobiliaria que la había adquirido para restaurar las viviendas y posteriormente comercializarlas como apartamentos de lujo. Las casas sin inquilinos fueron descerrajadas y acondicionadas con resto de muebles y cristales recogidos aquí y allá. Acoplaron irregularmente los servicios públicos de abastecimiento de agua y electricidad, a la vez que desmantelaron antiguas tuberías, retretes, grifos y puertas para revenderlos como chatarra. Hasta su expulsión, ocurrida varias semanas después, su vida doméstica se improvisaba diariamente. Tendían la ropa en los árboles de la calle, donde a veces también orinaban y defecaban, y hacían barbacoas e incluso mataban algún cordero al aire libre.
Varios días después se desmantelaron hasta quince asentamientos ilegales, surgidos de la diáspora de este bloque. Este mismo año surge otro asentamiento en una zona verde abandonada por los poderes públicos, cercana a Aquópolis (Sevilla Este). El campamento está formado por caravanas y chabolas. Sus pobladores se dedican a sacar la basura de los contenedores para ver lo que encuentran y luego la dejan esparcida por calles y aceras. Utilizan para asearse y coger agua la fuente ornamental que está frente al centro cívico, adonde acuden diariamente las mujeres y niñas con garrafas de plástico de varios litros, como si estuviéramos en la Andalucía de principios del siglo veinte. Las hogueras que prenden por la noche, a cuyo alrededor se reúnen, han despertado el miedo a un incendio entre los vecinos, pues se encuentran asentados en un parque urbano muy descuidado, con maleza de más de un metro de altura. Fácilmente inflamable.

Formas de vida urbana.

Casi la mitad de los rumanos que han llegado a Andalucía han encontrado favorable acogida como trabajadores temporeros en las fincas dedicadas a la agricultura. De hecho buena parte de los rumanos se han dirigido a Almería o Huelva -donde los agricultores prefieren contratarlos antes que a los africanos-, por su seriedad y carácter trabajador. También en muchos pueblos de Sevilla, Córdoba y Jaén han comenzado a emplearse en explotaciones agrícolas, especialmente de aceitunas.

Pero en las ciudades, la situación de los rumanos es más difícil. Sólo una parte de ellos trabaja en la construcción, como empleados domésticos o como músicos callejeros.

Hoy día pululan por la ciudad de Sevilla hasta medio centenar de jóvenes o mayores rumanos, siempre hombres, que con su acordeón o su pianillo tocan melodías en las calles comerciales más transitadas o van de ronda por los veladores de los bares de éste o aquel barrio. Los hay que se saben todo el repertorio clásico desde Julio Iglesias a las Rancheras, y otros, más jóvenes, que tocan su música étnica propia, de rabiosa actualidad en Transilvania.

“¡Ya sé para qué Trajano conquistó la Dacia! ¡Para que hubiera allí acordeonistas rumanos que se pudieran venir todos a Sevilla!Tras lo cual puse una conferencia a Bucarest para confirmarlo:
-¿Me pueden poner con el jefe de los acordeonistas rumanos, por favor?
-No, no está. Aquí en Rumanía no queda un solo acordeonista. Todos se han ido a pegar el coñazo con el acordeón en Sevilla, en devolución de visita por lo de Trajano.
Al sentarse en una terraza hay que tener preparado el presupuesto de propinas para los acordeonistas rumanos. Que tocan además unas melodías muy centroeuropeas, muy tristes, muy II Guerra Mundial. Muy poco nuestras. Si por lo menos, como el cuarteto ruso de cámara en la calle Tetuán, tocaran «Estrella Sublime». Propongo que ya que no hay quien nos libre de la plaga de acordeonistas rumanos que nos invade, que se aprendan obligatoriamente «Tatuaje» de Rafael de León, con «la tristeza doliente y cansada del acordeón». Hombre, por lo menos que toquen algo nuestro, ya que el paisano Trajano nos hizo la jangá de romanizarlos para que acabaran todos viniéndose a Sevilla a buscarse la vida con el acordeoncito dichoso.”

Burgos, Antonio. El Recuadro. Diario ABC, 3 de mayo de 2007.

Sin embargo, los rumanos no olvidan fácilmente sus raíces. En el mercadillo del Charco de la Pava se han montado ya en el verano de 2007 dos tenderetes que venden exclusivamente los 40 principales del hit parade rumano en forma de videos y compactos. La música es salvaje y colorista, de aires zíngaros.

También hay jovencitas rumanas dedicadas a otros oficios. El más común es el de mendigas de las puertas de iglesias, catedrales religiosas y esas otras catedrales laicas, dedicadas al consumo, que son los supermercados e hipermercados. Otras rumanas son limpia cristales. Con semblante impávido y frío se abalanzan sobre los cristales de los coches, estratégicamente apostadas en semáforos de larga duración, y te los limpian lo quieras o no. Si te niegas, vuelven despreciativamente la mirada y los útiles de trabajo hacia el siguiente vehículo. Sin indignación siquiera, con la resignación del rechazo al que se han acostumbrado.

Otras tienen una picaresca más refinada. Una banda de menores rumanos se ha hecho famosa por los centros y arrabales de Sevilla ciudad. Son chicos y chicas de entre 8 y 16 años, que se hacen pasar por sordomudos y gesticulan constantemente. Piden firmas y ayuda económica para una falsa organización de minusválidos, y esquivan durante meses a las fuerzas del orden. Algunas de estas jóvenes, más atrevidas, se sitúan en las inmediaciones de entidades bancarias con cajeros automáticos en la vía pública y esperan a que una persona sola, preferentemente de edad avanzada o mujer, se disponga a extraer dinero del cajero. Tras rodear a la víctima intentan distraer su atención con las carpetas de firmas para que la víctima deje de prestar la atención necesaria mientras sigue con la mecánica de sacar el dinero y en un momento de descuido, cuando el dinero sale por la ranura del cajero, los menores aprovechan para coger el dinero y huir a la carrera.

Uno de los negocios que más les atrae es el reciclaje, especialmente de metales. No en vano, muchas de estas familias rumanas trabajaban anteriormente en una de las industrias siderúrgicas más potentes de la Europa del Este, y conocen perfectamente el valor en el mercado negro de materias primas como el hierro, el cobre o el bronce. Se está convirtiendo en una imagen habitual la de los rumanos que rebuscan en contenedores, incluso domingos y fiestas de guardar.

La policía tiene en marcha la operación “cobre” para aplacar los masivos robos de hilos de cobre de subestaciones y tendidos eléctricos y cables telefónicos que se están produciendo en polígonos industriales, en las horas nocturnas en que son un desierto sin vida. Respecto al bronce, en las principales calles y avenidas dedicadas a oficinas y negocios se están desmontado masivamente las placas que anuncian en los portales a tal famoso médico o a tal inteligente psicoterapeuta, que luego son revendidas. Los hay también que roban bicicletas al descuido y que desguazan coches que luego trocean como chatarra. A veces estos negocios de reciclaje tienen como finalidad básica la de alimentarse diariamente, lo que parece increíble en plena Andalucía del siglo veintiuno. Un grupo de unos veinte rumanos, que se quedaron sin trabajo en el campo, se dedicaron a estropear las mercancías de un hipermercado próximo. Una vez arrojadas por los empleados a los contenedores, las recogían y se las comían. Tenían su campamento en el mismo aparcamiento de la gran superficie comercial. Se tuvo que blindar con rejas a dichos contenedores y avisar a la policía, para que todo acabara a porrazos.

También hay ladrones disimulados y sigilosos. En algunos anónimos y altos bloques de pisos de los barrios sevillanos de postín cundió el pánico durante un par de meses. Un grupo de jóvenes rumanos trajeados y con buena pinta entraba tranquilamente cuando el portal era abierto por algún vecino. Preguntaban por residentes de nombre inventado, y se les franqueaba el paso - ya que en estos inmensos inmuebles no se sabe bien a ciencia cierta quién habita y en dónde-. Subían sin perder la serenidad por las escaleras o el ascensor hasta los últimos pisos, donde no iban a encontrarse con inquilinos subiendo y bajando a los que despertaran sospechas. Llamaban al timbre y si nadie contestaba, forzaban la puerta y los desvalijaban. A veces, el día anterior habían realizado un detallado seguimiento de los inquilinos de estos pisos para aprovechar sus ausencias. Otra banda, hasta ser detenida, prefería las horas vespertinas del invierno para atracar farmacias y tiendas, cuando las cajas se encontraban ya engrosadas y no había casi nadie en la calle. Robaban a cara descubierta y salían corriendo a pie. Los hay también que se dedican a robar los chaleres de las calles menos transitadas de las lujosas urbanizaciones cerradas de las periferias metropolitanas.

La lista de especialidades de los rumanos que delinquen es desgraciadamente muy amplia. Así, los hay que tienen red de prostitutas, jóvenes guapas a las que se traen con el engaño de un buen trabajo de su país natal, o que se dedican al tráfico de droga, pura o adulterada.

Para concluir quiero expresar que no me mueve la rumanofobia. Todos somos ciudadanos del Mundo, sin distinción de razas y creencias.
Lo apasionante, a mi juicio, son las múltiples estrategias que están desarrollando estas familias rumanas para la creación de nuevos espacios habitacionales en los resquicios que le ofrece un mercado de la vivienda tan inasequible para la mayoría de los emigrantes como el de Sevilla ciudad.
Y, también, su capacidad de generar nuevos yacimientos de empleo, tan efímeros y cambiantes como originales y diversos, aunque estén frecuentemente al margen de los planes y estadísticas oficiales, y al borde o fuera de la legalidad.

domingo, 24 de junio de 2007

El paraiso verde de Sevilla: La Sierra Norte

La Sierra Morena de la provincia sevillana, o Sierra Norte, es de alturas modestas y no destaca por sus acusados perfiles. Se trata, más bien, de un relieve chato y envejecido, ajeno a la idea convencional de montaña como grandioso espectáculo de la naturaleza en altura:

“No esperes que la línea del horizonte reviente en quebrados perfiles. No esperemos que el agua adorne a cada paso los callejones… la mayor parte de la sierra… es una sucesión de colinas, de abombados remates de una notable modestia, que no evita que nos parezca un lugar agreste…”

ARAUJO, JOAQUIN. 500 excursiones por la naturaleza española. Espasa Calpe. Madrid. 1994.

Sin embargo, la Sierra Norte, aunque no sea siempre un lugar elevado es, cuando menos, un lugar agreste, donde la civilización humana sólo llega a determinados lugares; reservando el resto para la naturaleza:

“Salve, abruptas cordilleras
de iberia, roquedales
que apenas el aplomo enardecido
del águila domina,
país de madrigueras…
engolladas arterias
con que Iberia proclama su pobreza”

MIRON, ANDRES. El polvo del peregrino. Colección Älamo. Salamanca. 1978.

Es precisamente el olor a naturaleza lo que nos indica que entramos en un paisaje diferente a las tierras bajas sevillanas:

“Cuando nos acercamos al Castillo… nos llega a los lugareños una especie de olor –jara y encina-que transporta el viento y que, a partir de la Venta del Alto… nos indica que estamos llegando a la Sierra. Y nos da la sensación que entramos en un mundo diferente…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

La velocidad de desplazamiento en los potentes automóviles ha cambiado la percepción del paisaje. Actualmente esta sensación de entrar en un paisaje agreste nos llega rápida y tímidamente, a la par que nos internamos sin dificultad, por ejemplo, a través de la autovía de la Plata. Sin embargo, hace tan sólo un siglo internarse en la Sierra Norte por modestos caminos, mediante reatas de mulos o caballerías, era una tarea ardua y fatigosa, que llevaba horas:

“El largo cordón negro que formaban los mulos resbalaba como una larga culebra por la vereda caprichosa que daba mil vueltas y revueltas no pudiendo seguir la línea recta a causa de lo accidentado del terreno”

FERNAN CABALLERO. Una en otra. Madrid. Editorial Mellado. 1856.

De manera paulatina, el viajero iba contagiándose de su paisaje agreste, era una experiencia paulatina e incluso llena de incertidumbre y aventura, como nos relata Fernán Caballero en un viaje entre Sevilla y Aracena:

“La noche cerraba cuando llegamos a las ventas de Las Pajanosas. Allí nos apartamos del camino real y seguimos una senda angosta y tan cubierta de monte bajo que no se la veía sino bajo los pies de los mulos.
Poco a poco todo se fue poniendo más solitario y silvestre, el suelo pedregoso, el silencio absoluto, porque al débil viento de una noche de verano no le era dado mover las hojas fuertes, tiesas y espinosas de las carrascas y encinas que cubrían el camino…”

FERNAN CABALLERO. Una en otra. Madrid. Editorial Mellado. 1856.

Como veremos a continuación, vista desde dentro y para sus habitantes, la Sierra Norte es tan montaña como otras por la diversidad de sus paisajes montaraces, como la percibió en su infancia un médico famoso nacido en Guadalcanal:

“Desde niño fui un amante apasionado de la madre naturaleza…Con frecuencia hacia una escapatoria (desde el pueblo de Guadalcanal) y me recreaba en los sitios más recónditos y bellos de la Sierra… Seguía el curso de los ríos y arroyos, bordeados por las rojas adelfas y los verdes álamos y sauces. Subía a las ásperas montañas cubiertas de matorrales, entre los que colgaban como zarcillos, los encendidos madroños. Visitaba las cavernas, parecidas a catedrales… En los animales, las plantas, las rocas, en todas las manifestaciones de la vida encontraba un motivo de observación”

VALLINA, PEDRO. Memorias. Círculo Andaluz del Libro. 2004. Sevilla.

EL MUNDO VEGETAL.

Este paisaje es muy distinto al de sus orígenes. Hace la friolera de 300 millones de años el clima era ecuatorial. Trombas de aguas caían sobre una red de volcanes activos, en cuyas laderas prosperaban pinos y abetos de hasta 14 metros de altura. Uno de estos restos fósiles se ha encontrado recientemente en Almadén de la Plata. Hace tan sólo varios miles de años el clima adoptó las componentes mediterráneas actuales.

Hoy día, el mundo vegetal serrano semeja una sinfonía de colores y formas, compuesta por las diferentes notas que emanan de cada árbol y arbusto. Como nos evoca el poeta Andrés Mirón (nativo de Guadalcanal), están los “grises salpicados de la encina, la aulaga martirial, el leonado terebinto, la cornicabra adusta, la rala gamonita… la esbeltez del pino, la magia femenina de la acacia, el oro del naranjo, el son del álamo, la reciedumbre vertical del roble, el luto del ciprés, o el pobre olivo”.

Aún así, en esta sierra árboles, arbustos e hierbas se agrupan formando espacios habitacionales propios; y lo hacen siguiendo los dictados de la exposición al sol (solanas y umbrías), la intensidad de las pendientes de los terrenos, y la fertilidad de los suelos.

El paisaje menos domesticado por el hombre de la Sierra Norte es el de las breñas y espesuras.
Aparece, formando manchas de vegetación más o menos amplias y espesas, allí donde el relieve se inclina abruptamente, donde afloran las rocas y en las depresiones menos soleadas, que miran al norte. Ha sido tradicionalmente el lugar donde pervive y se refugia la flora y fauna silvestre, y en el que sólo pasta ocasionalmente el ganado doméstico más adaptable y atrevido: las cabras:

“Jugaba el niño al borde de un apretado bosque de matorrales…y allí la tierra comenzaba a elevar su altura en suaves repliegues totalmente cubiertos de vegetación, por donde las cabras triscaban a su gusto, anunciando la alta cercanía de un cerro cubierto de tomillos y de bajas encinas, de un color uniforme, que participaba sobre todo de un verde oscurecido, casi completamente negro, salpicado de trecho en trecho por las mínimas notas de color de las escasas flores silvestres…”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. La vieja encina y otros cuentos de la sierra. Edición del autor. Sevilla. 1992.

“Allí donde las laderas miran al norte, el bosque alcanza condiciones de impenetrabilidad. Una maraña formada por decenas de especies de matorrales y árboles…”

ARAUJO, JOAQUIN. 500 excursiones por la naturaleza española. Espasa Calpe. Madrid. 1994.

En estas breñas se refugia gran parte de la zoología salvaje de la Sierra; los raros lobos que aún quedan y, sobre todo, jabalíes y ciervos. Estos últimos crean un ambiente particular durante sus ritos amatorios otoñales o berreas:

“En un barranco perdido
-entre piedras y jarales,
En las tardes otoñales,
Cuando florece el olvido-
El ciervo canta un bramido,
Que parece de dolor.
Solitario y trovador,
El eco de sierra en sierra,
Va golpeando la tierra
Con su llamada de amor”

PARRON, ANTONIO. “Tiempo de palabras”. Tertulia literaria La Colina. Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra. 2001.

En las solanas el matorral es más ralo, y se adapta a los largos periodos de insolación y la prolongada sequía. Así nos habla el poeta Antonio Parrón del modesto arbusto de las solanas de estas sierras que es el jaramago:

“Sediento por cornisas y fachadas
bajo los dures soles de corinto,
el jaramago viste lo suscinto
camisas amarillas y arrugadas”
PARRON, ANTONIO. “Tiempo de palabras”. Tertulia literaria La Colina. Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra. 2001.


No obstante, la imagen más habitual de la sierra sevillana es la del paisaje civilizado de sus dehesas de encinas y alcornoques, donde conviven la fauna silvestre y el ganado domestico.
La dehesa es uno de los ecosistemas más singulares del mundo mediterráneo. Modernos estudios científicos han descubierto que en estas dehesas milenarias el hombre ha sabido explotar sabiamente el medio natural, manteniendo una gran diversidad de vida silvestre. En una hectárea de dehesa podemos encontrar, además del ganado que pasta habitualmente, hasta 135 especies vegetales, 60 aves diferentes, 20 anfibios, y mamíferos ibéricos relativamente escasos y raros, como el águila imperial, el lince, el lobo o el gato montés.
De ahí que, cuando se desmocha una dehesa para convertirla en tierra de cultivo, o en una moderna repoblación maderera, como se ha hecho impunemente décadas atrás en esta sierra, se pierda parte del tesoro de la naturaleza serrana, como nos señala un autor extremeño:

“Las encinas vencidas se llevan siestas y tórtolas, lunas y filosofías de búhos, entrañas llenas de secretos, entrañas campesinas… Milenarias encinas. Sensuales encinas. Silenciosas encinas, en el anochecer… El encinar se ha convertido en un americano maizal que refresca con su verdor el aliento de esta tierra”

DELGADO VALHONDO, JESÚS. Artículos periodísticos. Diario Hoy. 2003.

El contrapunto al paisaje forestal dominante lo ponen las huertas.

El hombre ha colonizado las márgenes de las vegas serranas, construyendo molinos que aprovechaban la fuerza motriz de las aguas para múltiples usos (molienda del trigo, batanes, etc.) y mediante la creación de huertas, en los terrenos más llanos y accesibles, donde se cultivaba un poco de todo lo que se necesitaba.


“Por aquellas lugares… el cauce se hacía muy bravío, con torrentes, terraplenes y despeñaderos encajonados entre los cerros que daba miedo mirarlos, mayormente en épocas de crecida. Con la fuerza que allí tenía el agua del río, era lugar muy propio y aparente para molinos y batanes…

El molino de … era un hermoso lugar, todo rodeado de nogales, cerezos, membrilleros y otros árboles frutales muy bien cuidados…”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. Viaje en el tiempo por la ribera del Huéznar. Diputación de Sevilla. 1999.

Las huertas sobresalen, entre los tonos verdioscuros y pardos del monte que las rodea, por los matices brillantes de sus diferentes tonalidades verdes, así como por ser un paisaje muy humanizado.
En ellas se han alternado las hortalizas y los árboles frutales, producciones relativamente raras y escasas en el medio serrano:

“Tenía (el Huéznar) muy buenas vegas, donde había huertas… que se regaban con las aguas del mismo río y que se abonaban también gracias a las crecidas de su caudal en el invierno o en la primavera… tenían muchos árboles frutales, bien orientados para que no estorbaran la entrada del sol para que los ajos y tomates crecieran…

Muchos hortelanos tenían la costumbre de criar y amaestrar culebras, para tenerlas en las huertas con el fin de que se comieran a los topos, a los ratones de campo y a otras sabandijas…”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. Viaje en el tiempo por la ribera del Huéznar. Diputación de Sevilla. 1999.

La huerta fue asimismo un espacio habitado, donde además de las faenas agrarias prosperaron otros usos como pequeños jardines domésticos y albercas familiares para baños veraniegos:

“Junto a la alberca estaba la huerta…aprovechaba el agua que, procedente de la noria, subiendo por los cangilones, regaban la tierra. Los mejores tomates, apretados, sonrosados y grandes, allí se sembraban…La huerta era un lugar paradisíaco…un jardín. Todo el camino desde la casa a la “amberca” … estaba adornado a sus dos lados de bellos rosales y otras flores…A pocos metros de la alberca estaba el sauce llorón, inmenso, con una sombra que nos cubría a todos. A su pie, una gran mesa de piedra y alrededor, bancos… Cuando niños nos bañábamos en la alberca y dábamos paseos en burra…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

EL MUNDO DEL AGUA.

La Sierra Norte es la comarca más húmeda de la provincia de Sevilla y está cruzada, de Oeste a Este, por los cursos de varios ríos principales que, después de un largo recorrido, desembocan en el padre Guadalquivir: Guadiamar, Ribera de Cala, Viar, Huéznar o Retortillo.

Todos los principales cursos fluviales nacen en la zona septentrional de la Sierra Norte; en los parajes más abruptos y naturales. De ahí que algunos de estos nacimientos, como el de la ribera del Huéznar, hayan constituido “parajes idílicos” para sus habitantes:


“Nacía (la ribera del Huéznar)en un lugar que llamaban El Venero, todo lleno de chopos y álamos, y en donde el agua brotaba de la tierra en borbollones claros y limpios… después las aguas marchaban siempre hacia abajo, siempre hacia el sur, entre chopos, álamos, fresnos y más árboles de otras clases, cogiendo caudal de muchas fuentecillas, veneros y regajos…

Muchas veces bebí yo agua en el Huéznar, y pesqué barbos, truchas, ranas o cangrejos en su cauce, y me deleité a la sombra de sus árboles, que en muchos tramos y recovecos formaban como una larga y oscura galería de sombra… sobre todo, en los meses de verano, cuando, pocos metros más allá, cantaban las cigarras, y los pastos, los olivos, las encinas y los matorrales restallaban de sol, de calor y flama ”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. Viaje en el tiempo por la ribera del Huéznar. Diputación de Sevilla. 1999.

A lo largo de su curso, los ríos serranos son auténticos corredores “verdes” en una doble acepción; por las tonalidades de este color con que la vegetación de ribera y las huertas próximas los diferencian de los montes de alrededor, de tonos más oscuros y grises, y por su diversidad vegetal y animal.


“El Huéznar… parecía una culebra larga y sinuosa reptando entre cerros y cañadas, de un color entreverado de verde y de plata: verde por la hierba y los árboles que sembraba y criaba su curso, y plateado por las aguas y por las espumas veloces y blancas de las charcas, de los vados y de las torrenteras…”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. Viaje en el tiempo por la ribera del Huéznar. Diputación de Sevilla. 1999.

“(El Huéznar)… su curso atraviesa de norte a sur la sierra como una fresca guirnalda de álamos y chopos, de eucaliptos, alisos e higueras… las umbrías del paisaje y su intenso y abigarrado verdor, hacen de esta ribera un inesperado y libertino vergel entre el grave horizonte de los cerros de la sierra…”

SERRALLE, JOSE DANIEL M. Arcadias sevillanas. Diputación de Sevilla. 1999.

Independientemente de las sensaciones estéticas que produce, paisajes idílicos como la rivera del Huéznar generan también sus propias emociones espirituales:

“Agua verde de ribera
llevas suspiros de yedras,
en la blanqueada espuma
que resbala por las piedras…

Llevas preguntas calladas,
escoltándolas los chopos
en las frías madrugadas.

Llevas luces de nostalgia
que por las ramas se asoman,
besando venas acuosas
que brincando se desloman.

Llevas llanto sumergido
por verdinas de quimera,
llevas olvido y silencio,
agua verde de ribera”


KOKI. “Tiempo de palabras”. Tertulia literaria La Colina. Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra. 2001.


La proximidad de algunos de estos cauces fluviales a las poblaciones vecinas hace que sean lugar habitual de paseo de sus habitantes, como ocurre con la ribera de Ciudadela en Las Navas de La Concepción:

“La ruta discurre por una antigua vía pecuaria… Bosque de álamos negros, olmos, arces, encinas y quejigos…el río discurre entre pequeñas rocas que forman saltos de agua… en otro tiempo utilizados para moler los granos de trigo en dos molinos hoy cubiertos de matorral… El abanico de sonidos crece. Ruiseñores, jilgueros y mirlos…el río recibe cada vez menos luz pues los álamos, con los años, se han curvado sobre la ribera formando una espesa galería hasta el nacimiento”

PLANELLES, MANUEL. Saltos de agua y trashumancia. DIARIO EL PAIS. 13 de febrero de 2004.

Uno de estos cauces fluviales, el río Viar, aprovecha en su trazado una falla y es el menos accesible de los ríos mariánicos. Sus fuertes pendientes constituyen todavía un obstáculo para las comunicaciones en sentido este-oeste.
En los parajes más accidentados de este curso fluvial se conserva prácticamente intacto el bosque galería o de ribera original y su fauna típica.
Así, la margen izquierda de este río, que discurre encajonada por la presencia de una falla, es un “lugar remoto” dentro de la Sierra Norte por su difícil accesibilidad. Allí se conservan, como en un paraíso, más de una docena de linces ibéricos, varias parejas de águilas imperiales y cigüeñas negras y las únicas almejas de agua dulce.

Además de las tres o cuatro grandes arterias fluviales que atraviesan de norte a sur la Sierra Norte sevillana, existen una multitud de pequeños y recónditos arroyos que discurren entre cerros y montes y acaban confluyendo en las anteriores.

“Detrás de la venta hay un pequeño valle verde que en medio sostiene un pino enorme como un quitasol; bajo el pino rumían echadas unas vacas; sobre el pino está inmóvil un cuervo como un vigía. Alrededor del valle se levanta el terreno cubierto de encinas como un ejército de defensa. El arroyo se pasea por el valle con pasos lentos antes de llegar a la estrecha salida entre los barrancos; sepárase allí en dos y abre los brazos para estrechar en ellos una islita, que más bien parece un florero de adelfas…

FERNAN CABALLERO. Una en otra. Madrid. Editorial Mellado. 1856.

La nota común y colorista de este paisaje de pequeños arroyos es la rosa omnipresencia de la adelfa:

“Los arroyos se multiplican más allá, seguidos en todas partes por las adelfas, que forman sobre ellos un toldo de color de rosa como para conservarles su frescura. No puede encontrarse en esta naturaleza severa y grandiosa de rocas y árboles nada más bello que esas guirnaldas de rosas colocadas en festones al pie de los montes…”

FERNAN CABALLERO. Una en otra. Madrid. Editorial Mellado. 1856.

Un rasgo propio de estos ríos es la abundancia de lugares donde se ha procedido a la construcción de grandes embalses. A ello han contribuido decisivamente su perfil encajado sobre materiales impermeables y el aprovechamiento de los sucesivos escalones por los que la Sierra baja hacia la vega del Guadalquivir.
En toda la comarca se contabilizan hasta una docena de grandes embalses o presas. Y ello, sin contar que en cada finca ganadera y cinegética, los propietarios han diseñado a menor escala, sobre modestos arroyos, numerosas pequeñas balsas para dar de beber al ganado.
Los nuevos embalses hacen que ya no sean frecuentes las inundaciones en la vega del Guadalquivir y, además, constituyen láminas de agua que atraen la fauna silvestre y al turismo rural y natural.

“No disponíamos de playa, pero… hasta en los años de más pertinaz sequía, teníamos algún charco como el de los patos, la tabla o la molineta para darnos un chapuzón… La ribera era el escenario natural de la mayoría de los baños…también podíamos refrescarnos en el pantano… una presa al servicio de la mina, para el lavado de mineral…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.


En otoño y primavera las riberas serranas son, hoy por hoy, lugares ideales para los turistas rurales, constituyendo, como en el caso de la ribera del Huéznar, paseos amenos y reparadores. Especialmente en los lugares donde las aguas se remansan; aquí, a los alisos, chopos y sauces los acompañan álamos negros, fresnos y olmos. En los tranquilos amaneceres y ocasos es posible incluso contemplar una de las últimas colonias de nutrias andaluzas pescando las truchas que abundan en estas riberas.

Casi todos los municipios han trazado rutas de turismo rural por las márgenes de estos ríos para atraer visitantes a las zonas. Algunos han ido aún más lejos, construyendo playas artificiales (nacimiento del Huéznar en San Nicolás del Puerto), área de acampadas con aparcamientos y barbacoas (ribera de Cala), y parques forestales y de ribera. Este es el caso del corredor verde del Guadiamar.

LOS MOMENTOS DEL DÍA Y DEL AÑO.

¿Cómo nace un día cualquiera en la Sierra Norte? Animales y aves domésticas y silvestres nos lo anuncian. Los grises y negros contornos serranos se vuelven a vestir de verde:

“Pero lo que más me encantaba era acechar la aurora del nuevo día… Primero era la perdiz, la que en plena noche cantaba el día cercano; ladraban los perros en la lejanía; escuchaba el mugir de las vacas y el balido de las ovejas… la alondra subía a grande altura y saludaba con sus trinos al nuevo día”.

VALLINA, PEDRO. Memorias. Círculo Andaluz del Libro. 2004. Sevilla.

“En la cumbre pedregosa
se abre el rosal de la escarcha,
un aullido en el silencio
hiere una cima lejana;
los últimos corazones
se retiran con sus garras,
mientras cárabos tardíos
guardan las puertas del alba
y en la promesa del día
bate la vida sus alas”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.


“Al alba se posaban en las tapias
del huerto las palomas. El verano
daba a la higuera denso verderío.

Sobre el cristal de la ventana iban
mis ojos recorriendo, con luz tenue,
la yedra absorta y el brocal de gozo
donde soñaba el culantrillo. Danza
guerrera en el pajar: eran los gallos
tomando al asalto el nuevo día”


MIRON, ANDRES. Libro de las estatuas de los héroes. Colección Adonais. Editorial Rialp. Madrid. 1983.

Con la atardecida, en los pueblos pequeños se sigue todavía internando la naturaleza silvestre para acompañarnos en el ocaso; en forma de horizontes de montes que acompasadamente alargan sus siluetas sobre el caserío y se oscurecen; en forma de música y olores que llegan de los bosques cercanos; en forma de aves que despiden ruidosamente el día y otras, las aves rapaces, que se despiertan con la noche:

“Es que el sol, otrora rayo y furia, se hundía
por donde iban los montes sosegando sus crines.
Rendíase el claror de julio y por las tapias
la tarde era un derrumbe de luz y mucho trino…

En tanto tristeaba el angel campanero
a eso de lo oscuro, rondaba nuestro asombro
la loca algarabía del vencejo, el perfume
de las damas de noche, la risa, los pregones,
las ascuas del retablo, el luto en las esquinas,
la trova de los chopos alrededor del pueblo”.

MIRON, ANDRES. Libro de las estatuas de los héroes. Colección Adonais. Editorial Rialp. Madrid. 1983.

“Lejos quedaron los azules montes.
cayó la tarde despaciosamente
sobre el aplomo de las cresterías
y cundió una quietud que hasta en los álamos
se posó el lento olor de las retamas…
la lechuza en la rama prodigaba
su vigilia tenaz, como un planeta
nocturnamente en la mirada anclado”

MIRÓN, ANDRÉS. Concierto para brisa y crepúsculo. Colección de poesía Angaro. Año XII. Número 73. Sevilla. 1980.


El paso de las estaciones del año ofrece vivos contrastes.

El otoño se identifica con los tonos barrocos –rojizos y dorados – que adquieren determinadas arboledas; sobre todo en las riberas serranas. Las luces tienen entonces una suavidad desconocida:

“El tiempo estaba como dormido, pletórico de oros apagados que caían de los árboles, de días lentos, pausados, de sonidos como lejanos o absorbidos por la tierra…su padre hacía boliches de carbón en las profundidades de los cerros, cisco picón que luego vendería por sacos a algunos de los habitantes del pueblo para los braseros invernales…”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. La vieja encina y otros cuentos de la sierra. Edición del autor. Sevilla. 1992.

“El paisaje sembrado de pequeñas sombras de encinas, la dehesa es un cuadro que la luz retoca a cada instante…”

GARCÍA BARBEITO, ANTONIO. Pueblos en cuerpo y alma. Diputación de Sevilla. 2005.

El invierno, sin ser excesivamente frío, es proclive a las lluvias, heladas y a algunas nevadas ocasionales. El ambiente nocturno se hace triste y melancólico, como nos evoca este poeta cazallero:

“Suena en la torre el lamento
mohoso de la campana;
En los tejados del pueblo
suena la pena del agua.
Una fragancia de tierra
viene saltando las tapias;
En el pilar silencioso
lava la noche su capa.
El viento va torturando
viejas veletas de lata
y una lechuza invisible
clava en el sueño sus alas”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.

Cuando arrecian las tormentas cambia la faz de los encinares, los pantanos y los ríos, cobrando una animación inusual:

“Por los altos encinares
vuelan pájaros de tierra;
en el yunque de los truenos
se enraiza la tormenta;
sumergida en el pantano
baila una ninfa deshecha
la danza estéril del barro
al son de un arpa siniestra.

Canta su leyenda el río
al duro son de la sierra;
al agua ronca camina
por una ruta de niebla
y el rumor de la corriente
toca en la noche serena
el redoble de los siglos
sobre el tambor de las piedras”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.

Los lugareños han identificado tradicionalmente el invierno serrano con el periodo de las montaneras y matanzas de cerdos:

“Evoco la avefría
que bajaba al helor de la mañana
oscura.
Aquel invierno
debí alcanzar la edad de los tomillos
andaba a flor de escarcha la primera
soledad de la que tuve sombra vaga
y aún no reconocía los gestos de los montes
tras la niebla
sus tules
de lluvia entumecida”
MIRON, ANDRES. Libro de las estatuas de los héroes. Colección Adonais. Editorial Rialp. Madrid. 1983.

La primavera es de duración variable, y cuando se adelantan la calor y la sequía se funde en un rápido abrazo con el verano, si no fuera por el florecer de la jara:

“Este año…os he vuelto a ver, jaras de los montes andaluces, compañeras de perros y escopetas. Pasa por Sierra Morena la línea de plata del tren y va escoltada por la blancura de vuestras flores. Nieve de jara en primavera sobre los montes, hermosura de jardín cerrado para pocos… nadie, ay, se fija en vosotras, humildes, libres, montaraces, irreductibles, bravías flores de la jara. Nadie conoce ni vuestro olor ni vuestro nombre, ni la delicadeza de vuestras blancas hojas, ni las ramas aceitosas que os cobijan junto a las tapias de pizarra que hicieron los segadores portugueses cuando hasta el último palmo de nuestras tierras se sembraba de trigo.
Aquí tenéis vuestro homenaje, flores de los jarales de las sierras, un año más, como me habéis pedido. Sabéis, como yo, que lo poéticamente correcto es escribir del azahar por primavera. Y sufrís, como yo, cuando oís los gritos del silencio ante vuestra belleza derrochada. Mientras, el tren de plata va a su negocio, Sierra arriba, camino de la Mancha, y no tiene tiempo para enamorarse de una blanca y humilde flor, moza vegetal que nunca encuentra un Marqués de Santillana que le escriba una serranilla”.
BURGOS, ANTONIO. Serranilla de la Jara. Diario El Mundo de Andalucía, jueves 2 de mayo del 2002.
Y el más tímido florecimiento de acebuches y encinas, junto con la llegada de las aves migratorias:
“La primavera ha vuelto
al barranco de Riscocuervo,
los acebuches florecen
sobre las duras atalayas pedregosas
y el roquero solitario
vuela, amoroso y canta
en la tarde azulada”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.

La festividad del Corpus es sinónimo del comienzo del verano, de la sequía en los campos y el menguar de las aguas fluyentes en ríos y arroyos.

“Despertaba la sed en el barbecho
que al pueblo con sus puyas flagelaba,
y la campana lugareña estaba
anunciando que Cristo se había hecho

presente ante los hombres. Ya en el lecho,
la mañana del corpus se encielaba,
y Juan por primera vez caminaba
con el Cielo nevándole en el pecho.

La torre prodigaba su jolgorio
el enjambre de amor se repartía
y arreciaba un verano pordiosero.

Y con su angelical recordatorio,
el pueblo de la mano recorría
para pagar su traje marinero”

MIRON, ANDRES.El llanto de los sauces. Colección Bahía. Editorial Bahía. Algeciras.1977.

“Angelus de junio
poblándonos la torre
de vencejos…
… el verano
reclutando legiones de amapolas
que escoltan con su sangre
el cadáver del trigo”

MIRON, ANDRES. El polvo del peregrino. Colección Alamo. Salamanca. 1978.

El mes de agosto es tiempo de cambios; las cosechas de cereales ya recogidas; las fiestas del pueblo; los noviazgos… y, durante décadas, el drástico momento en que tantas y tantas personas emigraron a Alemania o Cataluña:

“Las vacas sin vender,
La lana en espera de sorianos,
el trigo en el granero,
la boda de la hija, los calambres
de la yegua, el mozo
que exige una subida,
la gente que se marcha a Barcelona
y el verdeo detrás de las orejas…”

MIRON, ANDRES. Trenos para un verano en Navaespaña. Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada. 1976.


LOS PUEBLOS SERRANOS…

La Sierra Norte fue línea fronteriza entre Al-Andalus y la Corona de Castilla, por lo que mantuvo vigente durante siglo una red de castillos y torres atalayas, repartidas por todos sus pueblos y territorios. Todavía se conservan entera o parcialmente los de Alanis, Aznacóllar, Constantina, El Real de la Jara, Las Navas de la Concepción, La Puebla de los Infantes y San Nicolás del Puerto.

El “Castillo” ha sido un espacio de alto valor simbólico en todos estos pueblos. Todavía evoca los tiempos feudales y el Siglo de Oro, etapas históricas correspondientes a un relativo periodo de esplendor de estas poblaciones, cuyos vinos se exportaban a las Indias. Y ello a pesar de que sus paisajes arruinados sean el hábitat preferido de determinadas aves, como los vencejos y las cornejas, dándole una personalidad característica:

“El berrocal que cerca las murallas
se puebla de graznidos en la siesta
de este agosto sin clara y ardor vario.
¿ A qué tantos revuelo y cañabrava
con su sombrosa maldición y tantas
cornejas contemplando el descarrío
que reina en el alfoz, si el aire insomne
no tañe ya las flores que solía ?

MIRÓN, ANDRÉS.Coro de alejados. Ayuntamiento de Córdoba. 1988.

“Los poros de la torre – ennegrecidos
por el sopor astral de los vencejos
vigilantes – enclaustran el silencio”

MIRÓN, ANDRÉS. Concierto para brisa y crepúsculo. Colección de poesía Angaro. Año XII. Número 73. Sevilla. 1980.


Otro rasgo en trance de desaparición de algunos de estos pueblos, como El Castillo de Las Guardas, era la permanencia en sus calles de algunos obstáculos naturales del relieve y su original pavimentado con pequeñas piedras, adaptado para el frecuente y fácil paso del ganado y las caballerías. Esta morfología característica de las calle serranas va desapareciendo rápidamente con su homogeneización a los arquetipos urbanos modernos durante la segunda mitad del siglo veinte:

“En calles empinadas o rocosas… para hacerlas cómodas, o al menos, transitables, se barrenaron los riscos impresionantes que había y así se incorporaron a la red viaria ordinaria del pueblo…
se sustituyeron las calles de empedrado tradicional-pequeñas piedras colocadas con mimo formando casi un mosaico-por la ola de cemento que nos invadió en los años sesenta y setenta…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

Dentro de la sierra sevillana hay que hablar, por un lado, de los grandes pueblos como Cazalla y Constantina, con ambiente más urbanos. Los de sus calles comerciales, sus casinos y sus modernos equipamientos. También, son pueblos ricos en patrimonio monumental pues allí han vivido durante siglos las clases civiles y religiosas dueñas de los terrazgos. Todavía conservan numerosas iglesias, parroquias y ermitas y su colección de casas solariegas, semejantes a los grandes pueblos campiñeses.

En el otro extremo se encuentran los modestos, humildes y pequeños pueblos que, en ocasiones, se independizaron de los anteriores, y conservan el ambiente rural de décadas atrás:

“(Almadén de la Plata) es una nava rodeada de cerros, donde la riqueza gruñe en las zahúrdas o bala entre encinas y recortados olivos”

“(El Garrobo) parece que nos trasladamos al pasado… corrales de ganado, chumberas… por la zona de transcorrales permanece el sabor de hace un siglo en las tapias, en las calles-camino, en las paredes de los cobertizos, en las gallinas que picotean la tierra buscando lombrices, en los perros que vagan, en el gallo altanero que lanza su quiquiriquí orgulloso y macho… pueblo y campo unidos”

GARCÍA BARBEITO, ANTONIO. Pueblos en cuerpo y alma. Diputación de Sevilla. 2005.

“(Castillo de las Guardas) Sobre una ladera de las montañas, un grupo de casas que bien parecen un belén si se observa de noche, con las luces encendidas…dominando el paisaje, la Iglesia…presenta un cierto aspecto de fortaleza…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

En algunas de estas pequeñas poblaciones se ha notado la explosión urbanística de las últimas décadas, en que las nuevas barriadas, más accesibles desde las carreteras, se han poblado de familias jóvenes, en detrimento del caserío tradicional:

“Se inició la construcción de viviendas sociales en las proximidades del pueblo, en el cercado redondo… el efecto práctico más visible es el traslado de la población joven a la barriada, con la consiguiente despoblación del casco antiguo. Y , en consecuencia, el desplazamiento de bares y demás actividades… El casco antiguo ha quedado convertido casi en un asilo y está en la más absoluta soledad…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

EL OCASO DE ALGUNOS PAISAJES TRADICIONALES.

La vida del residente en la gran ciudad que visita ocasional o temporalmente la sierra sevillana tiene muy poco que ver con los modos tradicionales de habitar este territorio por las clases trabajadoras más humildes, hoy casi periclitados. Estas, cuando vivían en el campo, habitaban modestísimos y numerosísimos chozos, sin apenas mobiliario alguno, donde convivían toda su vida con los ganados que cuidaban en las dehesas próximas:

“Rodeado de jarales,
romeros y ardiviejas,
había un cerro pelón
cubierto de fresca hierba.

En aquel cerro una majada
de un rebaño de ovejas,
cuatro chozos que asomaban
como redondas cabezas.

eran los chozos primor
de arquitectura campera
cubiertos de juncos secos
sobre esqueletos de adelfas…

en los tres chozos que me quedan
si la mente no me falla,
en uno duermen los pastores,
en el otro duermen las cabras.

el último es la despensa
la que guarda la matanza,
chorizos ya casi secos,
morcillas ya casi rancias…

los mastines duermen
bajo las verdes retamas,
sobre el estiércol de ovejas
tenían redondas camas”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. “Le llamaban Juan Sierra”. Album de sentimientos. Diputación de Sevilla. Ayuntamiento de Castilleja de la Cuesta. 1989.

La crisis de la minería tradicional ha ido dejando sus ruinosos vestigios en el paisaje serrano desde principios del siglo veinte:

“En la calva ladera de un páramo desierto,
La mina abandonada tras verdes higuerones
Respira como un toro herido y casi muerto.
En su margen se pudren, exhaustos, los vagones
- testigo de una historia efímera y penosa-“

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.

Durante esas décadas comienzan a cerrarse los antiguos molinos que aprovechaban la energía motriz del agua en los principales ríos de la comarca, encontrándose muchos de ellos en avanzado estado de ruina.

A estas minas cerradas y molinos abandonados se le vienen a sumar desde la década de los sesenta, con la masiva emigración rural a las ciudades, el abandono de muchos cortijos:

“Cercana ya sin techo, se rinde una casucha
-morada del lagarto y el alacrán huraño-;
En sus muros desnudos el jaramago lucha
por culminar el ciclo largísimo del año…


La casita en la colina,
entre los duros jarales
y las resecas encinas,
derrama en el campo solo,
el llanto de la ruina.
Allí vuela una teja,
aquí le cede una esquina;
Un zarzal junto a la puerta
teje una verde cortina…”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.


LOS NUEVOS PAISAJES DE LA SIERRA NORTE SEVILLANA.

Frente a la desoladora tendencia anterior, desde la década de los sesenta los lugares más accesibles para el automóvil de la Sierra Norte se han ido poblando de urbanizaciones de chalets y segundas residencias, donde el habitante de la gran ciudad busca el contacto con la naturaleza, sosiego y tranquilidad, en los fines de semana y periodos vacacionales.

Las tensiones culturales y de modos de vida entre la población autóctona y los visitantes fueron frecuentes en los primeros momentos de estos asentamientos:

“la finca rústica pasó a ser una urbanización… La Rosaleda de la Plata…Los niños del Castillo nos quedábamos con la boca abierta al ver las dos piscinas que allí había. Eran las primeras que veíamos, porque en el pueblo lo que conocíamos eran albercas…

Pese a la proximidad física, pueblo y urbanización han vivido, en buena medida, de espaldas… Incluso, a los adolescentes de entonces nos fastidiaba que las niñas del pueblo, durante la feria, ligasen con los de los “chaleres” y no se acordasen de nosotros esos días…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

A la anterior oferta se le ha añadido, por una parte, la de los cortijos y casas rurales, antiguas dependencias agropecuarias y forestales, modernamente adaptadas con todas las comodidades urbanas, para que los turistas provenientes de las ciudades aprendan y disfruten del campo:

“En este cortijo de la Sierra Norte podrá pasar un maravilloso fin de semana, aprendiendo labores propias de la ganadería, o disfrutando del campo… puede elegir darle de comer al ganado, montar a caballo, pasear, pescar en lagos artificiales, o dar una vuelta a caballo o en un todoterreno”

52 semanas y media. El legado andalusí. Empresa Pública de Turismo de Andalucía. 1995.

Y, por otra, su potenciación por la Junta de Andalucía como Parque Natural donde desarrollar, entre otras, actividades de educación ambiental y disfrute guiado de la naturaleza, aunque todos no estén de acuerdo con esta tutela:

“ a los espacios bellísimos de la sierra de Cazalla los sacaron de pila como Parque Natural de la Sierra Norte. En ese parque no se puede tocar una encina, ni cambiar las tejas de una antigua cabaña de pastor. Lo han llenado de recorridos didácticos, de unidades lúdicas, de espacios multidisciplinares… Y allí, en esa sierra alambrada y burocratizada… se han perdido 55 escolares por la Ribera del Huéznar…
Como hemos hecho una sierra burocratizada los escolares, claro, se pierden. Ningún chaval de Las Navas de la Concepción o de San Nicolás del Puerto se perdió nunca por la sierra. Porque, claro, era la Sierra de Cazalla, no este territorio intervenido… Los escolares antes salían al campo a coger pájaros con liria y a bañarse en los arroyos. No necesitaban monitores, ni instructores del segmento lúdico… Todo está ahora tan burocratizado allí arriba, que dejas a 55 chavales en la sierra y se pierden. Se pierden en la Sierra Norte…”

BURGOS, ANTONIO. Perdidos en la Sierra. Diario El Mundo de Andalucía, miércoles 21 de julio del 2004


Finalmente, la Sierra sevillana se ha convertido también en lugar preferente para modernas construcciones destinadas al ocio y esparcimiento que necesitan de un ambiente natural rico y bien conservado que las envuelva. Tres ejemplos bien diferentes son el gran parque zoológico de El Castillo de las Guardas, del Parque forestal de Almadén de la Plata o de la Cartuja de Cazalla.


LA RESERVA NATURAL DE EL CASTILLO DE LAS GUARDAS.

Una de las actividades modernas y más emblemáticas es la Reserva Natural de El Castillo de las Guardas, gran parque safari-zoológico, que se ha convertido en uno de los principales atractivos turísticos de la comarca y la provincia.
El promotor de esta iniciativa describía así su paisaje, antes de su inauguración:
“antes estaba la antigua explotación minera, de la que durante siglos se extrajo hierro y sobre todo cobre. Ahora 230 hectáreas de esa tierra castigada por la mano del hombre estarán ocupadas por especies animales, sobre todo africanas, para disfrute de los visitantes …
Ha sido necesario adecuar una finca salvaje a lo que será una reserva destinada al turismo. Tala de árboles, vallados, casetas para los animales, caminos para los visitantes y caminos de servicio y rehabilitación de los viejos edificios de la estación…
El recorrido a través de la reserva se realiza en tren neumático…transita a lo largo de un camino, pintado de color tierra para amortiguar el impacto visual, de unos siete kilómetros. A ambos lados se mueven los animales, en zonas visibles para el público. Los animales están en libertad dentro del cercado en el que conviven grupos de la misma especie, o de varias, dependiendo de sus características. Serán unos 900 animales de 80 especies distintas, desde tigres y leones, a elefantes, rinocerontes, hipopótamos, cebras, jirafas, dromedarios, avestruces, watusis, guanacos, bisontes, y un largo etcétera. Para alimentarlos serán necesarias más de dos toneladas diarias de comida. Una tonelada de comida de diversos tipos, 200 kilos de aportes vitamínicos, 200 kilos de carne y otra tonelada de paja para las camas…
La reserva dispone también de una exposición de reptiles, un karting, un camping, un albergue, un restaurante y toda una gama de actividades recreativas en el entorno del pantano. ..”
El éxito de esta iniciativa queda patente en su positivo comentario en cualquiera de las páginas de promoción del turismo en la provincia de Sevilla:
“Lugar ideal para pasar un día en el campo viendo animales (están tan cerca que puedes hasta tocarlos y darles de comer, aunque ojo con los avestruces), está muy bien esta reserva enclavada en una antigua mina, donde hay zonas boscosas, un gran puente, un lago donde se pueden alquilar barcas, un reptilario, y el recorrido es de unos 10 kms (en propio coche o tren neumático).”
En fin, este paisaje tan nuevo no deja de sorprender, no tanto por su aparente aunque falsa naturalidad, como por las condiciones con que se trata a animales salvajes que están muchas veces más amenazados en sus países de origen, como nos relata en este artículo nuestro singular amigo Rafael León Rodríguez:
“En esto estaba cuando, súbitamente, cambió el panorama la ¿Reserva Natural? –así la llaman- de El Castillo de las Guardas, con sus leones, sus jirafas, sus cebras… y los problemas de esta fauna africana, tan acostumbrada al calor, con estas heladas tan persistentes. La verdad es que soy de los que opinan que estos bichos donde mejor pueden estar es en África, libres y salvajes. Pero bueno, ya que están por aquí de turismo forzado, me sorprendieron gratamente las atenciones que les dispensaban los responsables de la ¿reserva natural?: instalación de sistema de calefacción para los elefantes, mantas eléctricas para las serpientes… ¡y una dieta hipercalórica! que, ya se sabe, con tanto frío es bueno incrementar la ingesta de hidratos. Y me sentí un afortunado y solidario ciudadano del mundo civilizado, contento de que estos animales africanos, condenados a cadena perpetua –seguro que por qué son culpables de algún delito grave-, sean tratados y atendidos tan humanitariamente, como se merecen.”
EL PARQUE FORESTAL DE ALMADEN DE LA PLATA.
Otra instalación nueva y emblemática es el Parque Forestal de Almadén de la Plata, con más de 7.000 hectáreas, promovido por la Consejería de Medio Ambiente, y cuyo perfil paisajístico es el siguiente:
“Estará ubicado en la finca de un antiguo cortijo. Ha sido elegida porque en ella coexisten encinares, vegetación de ribera y alcornocales, con zonas repobladas con pinos y eucaliptos. Así como por la presencia abundante de agua y fauna silvestre. Existen en el Parque numerosas láminas de agua, de pequeña extensión pero de gran importancia tanto desde el punto de vista natural como paisajístico. Están presentes especies como la nutria, el búho real, el águila imperial,.... pero sobre todo destaca la población de ciervos, estimada en 3.000 ejemplares.
El Parque dispondrá de varios grandes aparcamientos próximos a las áreas recreativas o de estancia; éstas tendrán mesas de picnic con bancos, barbacoas, fuentes de agua potable y zona de juegos infantiles, así como papeleras y bocas de riego contra incendios. Además, una amplia red de sendas permitirá a los visitantes recorrer el Parque: senderos de uso peatonal, algunos con facilidades para minusválidos; sendas de uso mixto ciclista y peatonal; y sendas para itinerarios ecuestres guiados. Para ello se construirá un centro hípico, que albergará caballos y ponies, y se alquilarán bicicletas.
Asimismo, dispondrá de parques cinegéticos en los que podrá observarse la fauna cinegética silvestre; Y, en zonas elevadas próximas a los pantanos, miradores que contarán con telescopios terrestres orientables y paneles informativos relativos a la fauna y paisaje. En azudes y márgenes de pantanos se podrán pescar carpas y truchas, éstas repobladas.”
De las características de las anteriores se pueden extraer algunas conclusiones: La dificultosa orografía y la escasez de agua, especialmente en el caluroso estío, han sido limitantes históricos para un más amplio desarrollo del turismo rural y natural en la Sierra Norte sevillana.

Sin embargo, las dos grandes instalaciones turísticas que se han levantado recientemente solucionan dichos inconvenientes, sin alterar drásticamente el singular paisaje de este parque natural. La Reserva Natural de El Castillo de las Guardas posee, como uno de sus principales atractivos, un gran lago artificial con embarcadero y playa; mientras que el parque forestal de Almadén de la Plata dispone de varios lagos dispersos por su ámbito. Por su parte, las dificultades de tránsito por este quebrado relieve son solucionadas, en el primero de los casos, mediante un tren neumático o el uso del automóvil privado; y, en el segundo, por una red viaria que conduce a grandes aparcamientos próximos a las zonas amuebladas para el descanso y disfrute de la naturaleza. Incluso, el hábitat de los animales de la reserva zoológica se ha diseñado de manera que siempre quede a la vista de los visitantes que recorren la zona mediante el tren neumático.
Así pues, estamos hablando de paisajes mixtos, que sin alterar excesivamente la naturaleza preexistente, hacen un nuevo y artificial diseño del espacio que posibilita un acceso y disfrute masivo por parte de los visitantes.


LA CARTUJA DE CAZALLA.

Esta instalación representa otra forma, no masiva, de promover el turismo rural y de naturaleza, aprovechando el rico patrimonio monumental de la Sierra.
Los orígenes de la Cartuja de Cazalla se pierden en la historia. Se sabe que fue utilizada desde el siglo VIII como residencia de verano de los gobernadores musulmanes, construyendo éstos un molino de trigo y un molino de aceite, así como una Mezquita.
El Libro de la Montería hace referencia a este lugar como "El Castillejo", donde se podían cazar osos en invierno y en verano, y sostiene la tradición que el rey Don Pedro el Cruel la utilizaba como lugar de reposo donde encontrarse con amigos y juglares después de un día de caza.
En 1418 se funda en el lugar un monasterio de jerónimos. Solamente se convierte en Cartuja en 1476, siendo desde entonces filial de la Cartuja de Santa María de las Cuevas en Sevilla.
En 1836, tras la desamortización de Mendizábal, los Cartujos abandonan el Monasterio y los terrenos se compran y se venden pasando de unas manos a otras, sin concederles más importancia que a los beneficios del expolio del edificio, que se ve convertido en aprisco para el ganado y en varias pequeñas huertas alrededor del manantial
Actualmente, por un portalón de sillería de gusto clásico, se penetra en el antiguo recinto monacal; a la derecha hallamos una capilla de los peregrinos, totalmente restaurada y dedicada a la vivienda. Por un pequeño pórtico entramos en la gran nave del templo, franqueando la original portada de acentuado barroquismo. Detrás del presbiterio encontramos una importante y espaciosa estancia que debió ser la Capilla del Sacramento. Por una portada jónica pasamos de la iglesia al claustro más importante de la Cartuja, en total ruina, pero del que quedan el trazo y las proporciones, existiendo además en el mismo, resto de unas pinturas mudéjares. Habiéndose desescombrado y limpiado parte de las ruinas, pueden apreciarse con claridad las distintas estancias del antiguo Monasterio: cocinas, refectorios, celdas, claustro menor, cementerio, sala de Profundis... Rodean al Monasterio la huerta, el molino aceitero y un estanque. El enclave en que está todo este conjunto, es de una gran belleza con frondosos bosques atravesados por corrientes de aguas.
Si el sevillano de la capital evoca con tristeza el pasado glorioso de Itálica, y el cordobés hace otro tanto con la ciudad árabe de Medina Zahara, el paisaje elegiaco por excelencia de las antiguas grandezas de Cazalla, es el de su Cartuja:
“Tarde inmóvil de marzo. Cartuja… flagelada
de soles y vientos, soportando el raudal
hiriente de los años… Su mole arruinada
-epílogo romántico de una era feudal-
agoniza, prendida entre el Todo y la Nada…

Cartuja ante mis ojos…cangilón de la noria
del tiempo. ortigas, zarzas… escalando la piedra,
unos piadosos dedos vegetales tu historia
nos velan. Todo un mundo vencido por la hiedra”

GUERRERO, RAMON. “Tiempo de palabras”. Tertulia literaria La Colina. Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra. 2001.


“La Cartuja… tiene la belleza de las ruinas. El monasterio es una gran dama de piedra y silencio que hubiera perdido todos sus reinos, pero que conservara el aire inmortal del estilo…”

GARCÍA BARBEITO, ANTONIO. Pueblos en cuerpo y alma. Diputación de Sevilla. 2005.
La reciente transformación turística de La Cartuja, que ha sido declarada Monumento Nacional, ha recibido un premio europeo como iniciativa novedosa y ejemplar de conservación y restauración del patrimonio. Su promotora explica así este proceso:
“La hospedería - hotel del Monasterio, entre sus más convincentes atractivos, tiene el de que el huésped, tenga a su alcance participar en las animadas tertulias de los artistas, comer a su mesa, verlos actuar, escuchar conciertos de viola y violín junto a la chimenea, degustar los manjares confeccionados con productos cultivados o recogidos en la huerta del Monasterio… Se tiene la idea de organizar un tipo de visita muy peculiar en la que los visitantes (no mas de cincuenta al día) podrán observar durante seis u ocho horas lo que era un día en la vida cotidiana de los monjes cartujos a partir de la interpretación de actores, y del quehacer cotidiano de los "monjes del siglo XXI", es decir, los artistas residentes en el Monasterio. Su intención no es otra que la de convertir a esta Cartuja en un monumento vivo, que las piedras hablen... La tranquilidad y la atmósfera contemplativa de La Cartuja son un marco ideal para el arte. Tanto los artistas como los amantes del arte se han sentido bien recibidos en este lugar, desde hace más de veinte años. El Centro de Cultura Contemporánea dispone de estudios y talleres para los artistas residentes y una Galería de arte compuesta por una obra museística que se exhibe permanentemente junto a las exposiciones temporales.”
Uno de sus visitantes, nos describe recientemente como percibe esta experiencia de restauración y nuevo uso del patrimonio monumental de la Sierra Norte:
“Una de las grandes cartujas de Andalucía resucita como un curioso hotel que es también centro cultural… En un rincón escondido de enorme belleza… se esconde una de las cuatro cartujas que hubo en Andalucía. Carmen Ladrón de Guevara la descubrió en ruinas, hace más de treinta años. Fue un amor a primera vista —«era como estar en Galicia pero con un clima mediterráneo»— y decidió… recuperarla... es un lugar perfecto para reconciliarse con uno mismo, saboreando la tranquilidad y el embrujo del campo andaluz (sólo la finca cuenta con más de cuarenta hectáreas plantadas con fresnos, naranjos, alcornoques y olivos), disfrutando de los pequeños detalles, como un desayuno campero con huevos frescos, pan y aceite, mirando las estribaciones de la sierra o pasearse entre las ruinas de la cartuja, donde todavía se pueden ver restos de pintura barroca y azulejos sevillanos. En la cocina se utilizan los productos de la huerta y de los animales que se crían en la granja. Sólo cuenta con doce habitaciones… con una decoración austera, sin alardes de diseño, manteniendo el aire monacal… se desea que el ambiente que se respire no sea el de un hotel, sino el de un inusitado centro cultural donde los huéspedes comparten el espacio en armonía con los artistas que residen temporalmente en la cartuja. Casi siempre se pueden ver exposiciones de pintura en las antiguas estancias, transformadas en galerías de arte. O escuchar música en los conciertos que puntualmente se programan…”
MAZORRA, JAVIER. La Cartuja de Cazalla, en “Fines de Semana”. Diario El Mundo. Abril de 2005.