viernes, 31 de octubre de 2008

Los jardines de la Costa del Sol (1)

Los jardines aristocráticos y burgueses de la segunda mitad del siglo diecinueve.

Fue ésta la época del jardín artístico y artesanal. Estuvieron pensados globalmente para el disfrute de la naturaleza, pero se diseñaron de manera concreta para la contemplación de lo bello en el sentido más amplio: una panorámica marina, el juego del agua entre lo verde, la vegetación del entorno, o un detalle constructivo de su mobiliario.
Este carácter contemplativo contagia a toda su arquitectura. Son jardines ideados para un distraimiento sosegado y tranquilo de un reducido número de personas.
Se trató de jardines acondicionados para los paseos a pie, la estancia prolongada en lugares de cómodo asiento - en bancos de glorietas o cenadores donde es posible la contemplación del paisaje, la ensoñación de la mente, la tertulia grupal o el coloquio íntimo -, el disfrute de los espectáculos de moda en dicha época –bailes de salón, teatrillos al aire libre,…- y otras distracciones y placeres al aire libre como los baños.
Se crearon entonces los jardines históricos más representativos de la Costa del Sol. Entre ellos, los primeros parques públicos (Alamedas principales de Málaga y Marbella, un conjunto de magníficos jardines en fincas privadas próximas a los núcleos urbanos (Jardín de la Concepción, del Retiro, Hacienda San José, La Cónsula,…), los jardines asociados a los primeros establecimientos dedicados a baños públicos - como los del Carmen - y hoteles románticos (Miramar, etc., y los jardines de las mansiones burguesas de nuevos barrios periféricos como El Limonar.
El Jardín de la Concepción (Málaga capital).
Nos encontramos aquí ante el más destacado ejemplo de jardín en una finca privada próximas al núcleo urbano, que proliferaron en la época y se usaban como quintas de recreo campestre por la nobleza y la burguesía local.

Al contario que las familias veronesas de los Capuletos y Montescos, en la segunda mitad del siglo diecinueve se produce la boda de los hijos de los dos principales magnates y hombres de negocios malagueños(poseedores de minas, fábricas, fincas agrícolas, comercios, navieras,…): Jorge Loring y Amalia Heredia.
Como regalo de bodas (año 1857) reciben una finca de recreo a tan sólo seis kilómetros (media hora en diligencia) del núcleo urbano, en lo alto de los montes próximos, y desde donde se contempla toda la ciudad.
Las inquietudes culturales y artísticas de estos dos jóvenes – que habían tenido una esmerada y cosmopolita educación-, a la par que la gran riqueza de sus familias, se conciertan para crear en La Concepción (13.400 metros cuadrados) uno de los jardines más lujosos y excelentes de la Andalucía de su época. Sólo es comparable por su munificiencia con los jardines de las residencias de invierno (Palacio de San Telmo en Sevilla) y verano (Palacio de Orleans en Sanlúcar de Barrameda-Cádiz- de los Duques de Montpesier.
La joven pareja armonizaba ampliamente. Ella se encargó de las plantas, con ayuda de un experto jardinero francés, y Jorge Loring - que ejercía la profesión de ingeniero pero estaba hondamente interesado en las bellas artes-, diseñó las maravillosas infraestructuras de este parque: viviendas e instalaciones auxiliares y todo su complejo hidráulico (estanques, albercas, fuentes, cascadas y puentes).

La arquitectura y el mobiliario de este jardín estuvo destinada, como ya se ha dicho, tanto al disfrute de la naturaleza como a la contemplación de lo bello. Lo mismo se puede decir de sus paisajes de agua y vegetación. No hay lagos pero si una red de estanques, fuentes y cascadas repartidos por todo el jardín, que le dan un sonido relajante.

La edificación residencial del Jardín es una Casa Palacio copiada de una similar de la Florencia renacentista, que les agradó en una de sus visitas a la ciudad de Dante.

Saliendo por su puerta principal y bajando las escaleras nos encontramos con un magnífico estanque circular inspirado en las mejores villas pompeyanas del Imperio Romano. En su centro hay una estatua en piedra de un joven tritón y sus aguas estuvieron alfombradas de nenúfares rojos y amarillos. En los laterales de la Casa Palacio hubo otros estanques con fuentes como las del Sarcófago, el león o las Tres Gracias. Asimismo, existió una alberca para el baño al aire libre, rodeada de columnas.
Poco más allá se levanta el Museo Loringiano, con una arquitectura de estilo clásico grecoromana. Fue su museo arqueológico y pinacoteca particular, donde coleccionaron las piezas adquiridas en sus viajes por toda Europa.

En las proximidades hubo también un teatrillo al aire libre y un salón de baile de verano. El primero ocupó un terreno llano y le daban sombra cuatro grandes plátanos orientales. El segundo se asentó en una prominencia del relieve a la que se accede por una escalera de rocas, tapizada por buganvillas y rosas. Posee una gran pérgola oculta con plantas enredaderas, que le proporcionan un ambiente fresco y sombreado a cualquier hora del día.
Existieron también numerosas dependencias auxiliares como las casetas de los guardas y los jardineros, los invernaderos y los viveros.

Tanto en la parte alta como en la baja, toda la finca está surcada por un laberinto de senderos y paseos; unos son íntimos y recoletos, y otros espaciosos y abiertos. Nos sorprenden al desembocar en glorietas con cenadores o quioscos rematados en cúpulas de cerámica, que tienen además la vocación de miradores privilegiados sobre la ciudad de Málaga y el mar Mediterráneo.
Además de este mobiliario, el jardín merece unos comentarios aparte en lo referente a su vegetación.

Su parte alta está inspirada en el jardín inglés, aparentemente más caprichoso y espontáneo, copiando a la naturaleza, mientras que la zona baja responde más al canon del jardín francés, más racional y geométrico.
En cualquier caso, es un jardín elaborado artesanalmente tanto en la práctica como en la mente de sus propietarios. Los motivos de inspiración fueron los mejores jardines burgueses y de la nobleza que visitaron en sus viajes por países como Francia, Alemania, Suiza, Austria e Italia. De cada uno de ellos trajeron algún detalle de su arquitectura, decoración o fisonomía vegetal. Las mismas plantas se adquirieron a estos jardines.

Uno de los aspectos que llama la atención es su riqueza vegetal. Consta de 66.000 plantas, lo que dada su superficie relativamente pequeña supone una densidad de unas cinco plantas por metro cuadrado, mientras que el Parque de La Alameda de Málaga capital, por ejemplo, sólo tiene la décima parte.
Un segundo elemento singular es el cosmopolitismo y variedad de su vegetación, representativa de los cinco continentes. Hay más de mil plantas diferentes. De ellas, ochocientas proceden de fuera de Andalucía. Hay más de doscientas especies de plantas americanas, africanas o asiáticas.
Un tercer aspecto diferenciador es que se trata de uno de los mejores jardines de plantas subtropicales del Mundo. En Europa sólo hay otros dos de características semejantes en Niza (Les Cedres) y Madeira (Monte Palace de Funchal). De estas plantas subtropicales, la mejor representada es la palmera, con cerca de un centenar de especies diferentes. No obstante, hay un gran número de plantas sorprendentes como el sagu y la palma de sagu de China y Japón, el Ave del paraíso de Madagascar o el Palo Borracho sudamericano. Su condición de jardín subtropical queda más patente en la parte alta y en el nuevo palmeral. En la parte más elevada del Jardín de la Concepción se investiga ahora la labor de jardinería más adecuada para una frondosa masa de árboles y arbustos que alcanzan decenas de metros y luchan encarnizadamente por la luz, como en una jungla asiática o una selva africana, cosa difícil de ver en los parques públicos al uso.
Una última cualidad de este jardín es que están representadas más de la mitad de las familias de plantas con flores (angiospermas) del Mundo. Los investigadores las han estudiado con detenimiento en los últimos años y han llegado a sus primeras conclusiones, algunas lógicas (la mayoría de las plantas florecen en primavera) y otras sorprendentes (en otoño florecen menos plantas que en invierno).
Transcurrido siglo y medio el jardín histórico se ha convertido en uno de los mejores jardines botánicos de Andalucía, España y Europa.
Los ingresos obtenidos mediante visitas educativas y turísticas han permitido mejorarlo y enriquecer su paisaje y su diversidad vegetal aún más si cabe. Así, ha incorporado entre sus nuevas atracciones para el visitante algunas novedades como un jardín en forma de mapamundi con todas las palmeras del Planeta- se pueden ver las palmeras más gruesas y delgadas y las más bajas y altas del mundo, así como las de formas más curiosas como unas que parecen árboles corrientes –, una ruta botánica por los 80 árboles más conocidos de los cinco continentes, y una colección de cactus de más de 400 especies.

Menos conocidas del gran público son otras actividades que compaginan lo bello con lo útil de este jardín romántico. Una de ellas es su funcionamiento como asilo de plantas procedentes de jardines malagueños que van a desaparecer por causas diversas –muerte o vuelta de los propietarios a sus países de origen, próxima urbanización, …-; otra es la de museo de colecciones de plantas y banco de semillas de especies en vías de desaparición como cerca de medio centenar de variedades de viñedos andaluces que poblaban antaño los campos de cultivo, otra de nenúfares, y una recientemente legada por un ciudadano alemán de cactus, a la que ya hemos aludido. Asimismo, en un invernadero de nueva construcción se esta estudiando la aclimatación a espacios exteriores de especies de jardín típicas de interiores, y otras procedentes de jardines botánicos del resto del Mundo.

sábado, 18 de octubre de 2008

PAISAJES DE LA SIERRA MORENA ANDALUZA. (1) LOS LUGARES DE RETIRO ESPIRITUAL.

El paisaje de la naturaleza bravía de Sierra Morena se ha asociado desde la antigüedad a la vida mística de numerosos ermitaños y ordenes religiosas. Como si los árboles y asperezas que la forman sirvieran a modo de una iglesia rudimentaria y callada para la meditación y el rezo.

También, para huir de vidas pasadas y regenerar las fibras destrozadas de la moralidad, o, simplemente, para descubrir el maravilloso placer del silencio y la soledad, donde el alma se aleja de las noticias, deseos, apetitos y conflictos del mundo y, en un ambiente primitivo, se acerca a Dios y se conoce a sí misma.

Durante siglos han proliferado los conventos, monasterios y ermitas serranas, dedicados al retiro espiritual, donde los únicos sonidos eran los del silencio y las largas y solemnes salmodias que repetían las graves voces de los monjes.

Tenía aquí su contrapunto el barroco resplandor y el brillo de las vestiduras y mobiliario de las catedrales, parroquias e iglesias andaluzas de tantos pueblos y ciudades, ya que la rusticidad y simplicidad, e incluso la extrema pobreza, presidían estas construcciones y su decoración interior.

Comenzando nuestra breve andadura por los lugares más destacados de la trayectoria humana en Sierra Morena, desde el punto espiritual, hay que mencionar el Convento de la Peñuela (La Carolina – Jaén -).

En él pasó sus últimos días San Juan de la Cruz (a finales del siglo XV).Allí trabajó, pese a lo avanzado de su enfermedad, con el resto de los monjes en el cuidado de la tierra para su autosuficiencia: plantando viñas y olivares, y sembrando trigo. Transcurrieron esos días finales del Santo, apartado del mundanal ruido, cultivando las potencias del espíritu con la soledad y la vida austera, orando y contemplando la naturaleza, de lo que da testimonio un libro tan hermoso como la “Llama del amor viva”.La cama que usaba en su celda consistía en unos manojos de romero y sarmientos tejidos. Su comida era frugal: un pan con habas y cebada mezcladas con trigo y unas hierbas cocidas. Sus días tenían siempre un ritmo idéntico: se levantaba antes de apuntar el alba, iba a la huerta para hacer oración y subía a una fuente, en donde llenaba sus ojos y su mente de la paz quieta y sosegada de la naturaleza, de las escenas de vida de los animales salvajes, de los sonidos del bosque y el rumor y fluir de las aguas. Cuando escuchaba las campanas del monasterio volvía al mismo, para empezar los trabajos y oraciones, que se alternaban desde primeras horas de la mañana hasta la noche. Estas, eran tan serenas, que se pasaba hasta la madrugada sentado en la hierba, comentando con su Superior, la belleza del firmamento.

En la Sierra Norte sevillana los monjes de las Ordenes de San Bruno y San Basilio fundaron diversas Cartujas, en localidades como El Pedroso, Cazalla de la Sierra, Constantina y Las Navas de la Concepción.

Su casa matriz estaba en el Monasterio de Santa María de Las Cuevas (Sevilla capital), del que fueron huyendo por ser un lugar poco apto para la meditación, así como por las epidemias de fiebres tercianas, tan frecuentes en los siglos XV y XVI.

Las Cartujas eran monasterios grandes, que se autoabastecían de todo tipo de producciones procedentes de las numerosas tierras que poseían. Normalmente se localizaban próximos, aunque no visibles, a los principales núcleos habitados, en la que disponían de obreros y jornaleros. En ellas había múltiples dependencias (dormitorios, bibliotecas, cocinas, graneros, molinos, almacenes de aperos de labranza,...). Eran como grandes cortijadas monacales, que hacían innecesario que los monjes salieran fuera a lo largo de su vida. Además, sus reglas los obligaban a un aislamiento absoluto, en el que se dedicaban al rezo y la vida contemplativa.

En el extremo nororiental de esta comarca sevillana nació y vivió en su primera juventud San Diego de Alcalá. Ayudaba a un ermitaño local, que se había asentado en la falda de un pedregoso cerro, cercano a la localidad de San Nicolás del Puerto. Su ideal era San Francisco de Asís. En esta tierra tan severa y rígida como su estameña franciscana, San Diego trabajaba un huerto, cuyos excedentes repartía entre los pobres comarcanos, así como las limosnas que pedía, y los utensilios que labraba en madera o junco(platos, vasos, canastillas...), cuando no los intercambiaba por otros productos para los más necesitados. Para esforzarse en esta voluntariosa vida, dedicada a socorrer a los más míseros, siempre rezaba debajo de la misma encina. Este árbol se denomina entre el vulgo con el sobrenombre de “la encina del escapulario”. Da como fruto unas encinas con dos pequeños relieves a modo de corazones de color gris con algún reflejo morado. Según la creencia popular, como un milagro otorgado por Dios ante la santidad de su discípulo.

En la Sierra de Aracena tuvo su lugar de retiro espiritual un insigne ministro de Felipe II, Benito Arias Montano, en lo alto de un cerro que ahora lleva su nombre, y que mira hacia la localidad de Alajar. Este legendario místico encontró aquí refugio de la Inquisición, por haber traducido al castellano el “Cantar de los Cantares”, y se dedicó a la vida contemplativa. Para ello escogió las oquedades cimeras de una roca escarpada, plagada de cuevas y manantiales, desde cuya altura contemplaba el resto de la Sierra. Hasta su muerte, se dedicó a la interpretación de las Sagradas Escrituras y la realización de obras de caridad en la comarca.

Al norte de Hornachuelos (Córdoba), también se crearon conventos dedicados a la vida contemplativa, como el de Nuestra Señora de Los Angeles, regido por la Orden Carmelita descalza. En el pasaron su “luna de miel” en los años sesenta los Reyes de Bélgica Balduino y Fabiola, movidos por su honda religiosidad.

Cierra esta miscelánea de hechos religiosos notables en la vida espiritual de Sierra Morena el obligado comentario de un paisaje singular: las ermitas de Córdoba.

Están situadas a escasa distancia de la ciudad de los Califas, donde han existido eremitorios desde la Edad Media hasta 1957 (cuando murió el último ermitaño). En concreto, se sabe que ya en el siglo IV, en plena dominación visigoda, vivió aquí el obispo cordobés Osio, amigo personal del maestro de ermitaños, San Antonio Abad, que importó de Egipto esta modalidad de vida contemplativa.

Después, durante la etapa árabe, San Anastasio vivió en una pobre choza, formada de ramas y hojas de árboles. Más tarde se fundan las 13 ermitas que aún se conservan (en el siglo XVIII) por parte del hermano Francisco de Jesús. Su permanencia, aparte de la piedad de sus moradores, se explica por las ventajas que ofrecían a los poderes públicos para librar de bandoleros a las cercanías de la capital cordobesa.

El conjunto de las actuales ermitas disponía de cementerio, iglesia, hospedería para pobres y mendigos, y pequeñas ermitas, donde vivían los monjes.
Diversas calaveras recibían al visitante y poblaban por doquier el lugar, invitando al escalofrío y la meditación. Sin embargo, el ambiente no era tétrico, ya que existía una frondosa vegetación circundante (cipreses, palmeras y naranjos alternaban con magnolias, rosales y bojes), que embriagaba de perfume estos parajes, a la par que fuentecillas y albercas animaban los rincones umbríos, cenadores y terrazas con cristalinos sones.

Los cenobios vivían del cultivo de pequeñas paratas de huerta y árboles frutales, mezcladas con arriates ajardinados que trepaban por las rocas, y rodeadas de blancas tapias que las guardaban de los fríos e intrusos.

Cada ermita tenía también su propia arquitectura, son una personalizada espadaña y su ciprés, símbolo de la planta espiritual.

Toda la comunidad estaba regida por el hermano mayor, que con la campana de su torre se comunicaba con cada ermitaño, que respondía con su propia campanada, el único sonido que rompía el silencioso aire. La vida austera y sobria de estos monjes estaba dedicada a la labor, la meditación y la oración. Su manera de pasar el día era estricta y frugal. Se levantaban a las dos de la madrugada y rezaban (maitines, laudes y el rosario) hasta poco antes de amanecer. Las primeras horas del día consistían en el rezo del Angelus y la misa, tras lo que desayunaban escuetamente y se retiraban a sus ermitas. En ellas permanecían hasta media mañana ocupándose de trabajos manuales (miniaturas de madera, rosarios, productos de huerta,...), que después vendían para dar caridad a pobres y mendigos. Las horas del mediodía incluían nuevos rezos y un almuerzo en solitario de gran sencillez (frutas e hierbas secas, sin condimento alguno). A las dos comenzaban las vísperas, que continuaban con lecturas bíblicas y trabajos manuales y oración. Al llegar la noche apagaban las luces de sus eremitorios y se desnudaban de medio cuerpo abajo, flagelándose con ramales de cáñamo, antes de cenar y dormir en la soledad de su celda.

El aspecto de los ermitaños de Sierra Morena era tan singular como su vida cotidiana: vestían túnicas arrugadas, pesadas y rígidas de color arena quemada, que maltrataban su cuerpo. Sus barbas anchas y desarregladas, sus capuchas y escapularios, y su tradicional báculo, eran los otros signos que los identificaban. Hoy día, la comunidad carmelita sigue regentando el lugar, para lo que se ayuda con la venta de souvenirs religiosos y profanos (medallas, escapularios, cruces, cadenas y hasta calaveras de plásticos, el leiv motiv de este recinto), y aunque las ermitas están en ruinas, la vegetación ofrece todavía un vistoso y cuidado aspecto.

Orto y ocaso de las playas de la Costa del Sol.

Las playas del litoral andaluz más urbanizado, como la conurbación que se extiende entre Málaga capital y Manilva, tenía una fina arena, aunque nunca tan extensa y abundante como la de las playas atlánticas.

Desde mediados del siglo veinte los ayuntamientos han destronado a la naturaleza como guardiana de este tesoro natural que son las arenas de sus playas, y han dado el cetro de su destino a su majestad el ladrillo.

En la primera línea de playa se han edificado murallas de rascacielos y bloques de pisos que rompen la circulación natural de las brisas y los vientos entre la tierra y el mar, que renovaba estos depósitos de arenas. Más allá el proceso de acumulación de arenas en dunas y pinedas ha quedado bruscamente frenado por su masiva urbanización, ya sea de pisos, o de viviendas adosadas, unifamiliares y chalets, que ha escalado rápidamente por las laderas de los montes vecinos.

A la construcción en vertical de la franja más próxima a las playas, se une la alteración de su perfil original con la construcción de paseos marítimos que pegan bocados a estas arenas, de modernos puertos deportivos cada vez más grandes, y de espigones defensivos y de aporte artificial de arenas. Todos ellos han alterado las corrientes marítimas en el borde litoral, responsables también de la creación de playas arenosas.

En otoño e invierno, cuando llegan los temporales y las gotas frías, las playas se marchan de vacaciones. Incluso desaparecen sus equipamientos más civilizados como casetas de salvamento, duchas y lavapiés, vestuarios o palmeras oasis que se plantan para darles un aspecto natural. Todos ellos adoptan la condición de naufragos en el Mar Mediterráneo.

Miles de metros cúbicos de arena desaparecen en estoe meses de lluvias y mal tiempo. Un día la playa amanece con un aspecto lamentable. La arena se la ha llevado la marea y el oleaje y sólo queda la piedra del suelo. A la pérdida de arenas se le suman emisarios de aguas residuales que quedan al aire libre, paseos marítimos resquebrajados, basuras y cañas depositadas caóticamente en la antaño pulcra arena veraniega.
Las playas próximas a las desembocaduras de ríos y arroyos, presentan un panorama más desolador si cabe. En estas playas se amontonan con los temporales un montón de rocas, piedras y fangos procedentes de las montañas próximas.
Las aguas terrestres han bajado en forma de súbita inundación, gracias a que los seres humanos hemos desafiado a la naturaleza entubando los cauces naturales por donde circulaba, arrasando la vegetación de ribera que antes amortiguaba estos caudales y haciendo desaparecer el manto vegetal de sus cuencas, con urbanizaciones que suben por las laderas de los montes.

Entre Semana Santa y comienzos del verano los poderes públicos estatales gastan anualmente millones de euros en obras de lifting, restauración y maquillaje de estas playas, hasta el siguiente temporal.

Casi ningún plan urbanístico municipal confía en dejar las playas y su entorno en su estado natural, para evitar estos periódicos achaques. Los ayuntamientos no van a quitar por ahora el cetro que rige el destino de las playas a su majestad el ladrillo, aunque se haya demostrado lo enemigo que es de la naturaleza de estos lugares. Prefieren idear sofisticadas soluciones al amparo de las nuevas tecnologías y los avances de la ingeniería humana.

Entre las soluciones que se están adoptando las hay que intentan transformar en el mismo lugar los desperfectos del temporal sobre las playas, y las que aportan recursos de fuera.

Estas últimas han sido las más frecuentes hasta el siglo veintiuno. El Ministerio de Medio Ambiente, dueño de esta franja litoral, ha excavado una red de yacimientos de arena fina a lo largo de la costa andaluza. De ellos se extraen anualmente en la tardía primavera, miles de toneladas de arena para vestir de nuevo las playas destrozadas por el temporal. Como éstas no cesan de crecer y estos yacimientos quedan a veces muy lejanos, se estén usando otros yacimientos más próximos y menos complejos y costosos de manejar. Se trata de los fondos de los cauces de ríos y arroyos próximos a estas playas. Los limos y las piedras no tienen la calidad de las arenas de los lechos marinos, pero se mezclan ambas y se ahorran costes en estas operaciones de regeneración de playas, cada vez más numerosas y urgentes.

Entre las soluciones que se están aplicando experimentalmente en las mismas playas hay que citar las dos siguientes. La primera es triturar las piedras que afloran en las playas tras los temporales en los primeros metros de resbalaje, usando las máquinas excavadoras de las canteras de áridos. Las piedras se llevan a un molino móvil de trituración, que previamente se ha acercado a la playa, y éste las pulveriza y convierte las piedrecitas de dos a cuatro centímetros de grosor, que vuelven a depositarse a la orilla del mar, mezcladas con la arena. Esta solución no gusta a los bañistas de toda la vida, que se quejan de que sus playas son cada vez más grises y pedregosas, y lastiman e hieren sus pies, cosa que antes no ocurría.

Otra alternativa lleva a su último extremo la alteración del perfil original de la franja litoral. A los espigones y puertos deportivos se le añade ahora la instalación de escolleras sumergidas a lo largo de toda la Costa, destinadas a aplacar las iras del oleaje salvaje en tiempo de temporales.

lunes, 13 de octubre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (2) LA MIRADA DE JOSEP PLA.

Al meu padrino: Carles.

Érase un periodista y escritor que recorrió casi todos los países europeos y del Norte de África y Oriente Medio durante medio siglo (1923-1973). Anotaba diariamente sus impresiones de cada rincón visitado en un montón de cuadernos. De estas anotaciones salieron los 44 volúmenes de sus obras completas. Y, aparte del dato estadístico, una manera propia y peculiar de entender el paisaje –urbano, rural y natural – y la geografía física y humana de su tiempo. Estuvo basada en la experiencia directa del que ha sido uno de los mayores viajeros españoles contemporáneos.

El entendimiento profundo de lo que significó la civilización de loa países mediterráneos fue una preocupación constante durante toda su vida. La consideraba la cuna de la civilización europea y, más allá de estas fronteras, de la mala copia que consideraba era el urbanismo norteamericano, hoy dominante en el mundo de las ideas y las modas.

Uno de los aspectos de dicha civilización que más le interesó fue el funcionamiento de sus ciudades históricas. Éstas cambiaron drásticamente su fisonomía en esa etapa que le tocó vivir. Josep Plá opinaba que, con su decadencia y ocaso, se iba perdiendo el espíritu local que hizo que cada ciudad mediterránea tuviera una personalidad y un paisaje único, que se destruía rápidamente.

“Las cuatro quintas partes de estas ciudades han sido construidas e impulsadas por el espíritu local, Sólo una minoría –como Paris- son el producto del expolio realizado sobre otros territorios

Los barrios cristianos de las ciudades mediterráneas, los barrios islámicos de las ciudades del Norte de África, y los barrios bereberes de Oriente Medio apenas ocupan ya una décima parte de sus núcleos urbanos, pues se han ido destruyendo y han menguado tremendamente por la moda impuesta por las ciudades norteamericanas y la arquitectura funcional y moderna, considerada como símbolo de progreso”

El Senyor Plá admiraba esta parte antigua de las ciudades por su diversidad arquitectónica, sus recuerdos de la ruralidad, y su singular personalidad, siempre diferente de una localidad a otra:

En cada ciudad histórica es posible contemplar varias capas de arquitectura que se superponen en el tiempo, y están habitualmente mezcladas en el callejero: árabe, gótica, renacentista, barroca, neoclásica, etc.

En las de origen más remoto aún se disfruta de un ambiente casi campesino, de calles estrechas y casitas bajas y familiares. Incluso, los edificios altos como las iglesias y catedrales tienen una verticalidad solitaria y fascinante, que destaca entre la horizontalidad ambiental

Son islas de la arquitectura orgánica y personal - de formas atrevidas, más o menos costosas -, predominante en el pasado, que producen un fuerte contraste con la arquitectura moderna, generalmente más vulgar y funcional.

Corresponden a unas épocas en que se hacían casas particulares, propias y concretas, y la urbanización de la ciudad no se había estandarizado según los intereses de los promotores que ocupan éste o aquél suelo.

Las perspectivas dominantes diferenciaban ya claramente a las ciudades históricas de las periferias urbanas:

“Los espacios centrales, la Playa Mayor, el Ayuntamiento, el Castillo, el Palacio Señorial, la Catedral o la parroquia, que se mantuvieron durante siglos como referencia visual, han ido desapareciendo en las periferias, sustituidas por tal o cual fábrica, edificio de oficinas, sede bancaria, equipamiento o centro comercial…”

Otro aspecto singular de la ciudad antigua era la frecuencia con que se manifestó el arte y la arquitectura religiosa, al corresponderse con un periodo histórico en que era un aspecto fundamental en la vida de los habitantes, que se ha perdido en las periferias urbanas:

“El arte religioso ha dejado de ser el referente visual y es, pues, uno de los más preciados tesoros arquitectónicos y artísticos de las ciudades históricas. El arte religioso se ha vuelto mucho menos productivo con la secularización de la sociedad y está mayoritariamente en manos de artistas ateos. Hoy día es una cuestión imposible el surgimiento de estilos como el románico o el gótico.”

La amplia diversidad de ciudades históricas mediterráneas fue siendo catalogada a grandes trazos y espontáneamente por Josep Plá. Con una visión humanista, y sin ordenadores ni bases de datos. En unas predominaba el estilo gótico.

“Son éstas, antiguas ciudades de mercaderes y armadores. Su estilo es rico, recargado, enrevesado y plácido como una buena digestión…”

En otras lo hacía el estilo renacentista y se descubría la influencia italiana:

“Son las ciudades donde destaca la bella arquitectura de piedra de sus iglesias y palacios, sobria y elegante, de escala humana”

Otras son ciudades barrocas, con otras influencias diferentes a las anteriores:

“Tienen el estilo de la Contrarreforma, de la Orden de los Jesuitas. Es un estilo enfático, ampuloso, retórico, vacío, incómodo y ficticio. Es el estilo de la sumisión de la libertad a la ideología religiosa y política dominante. El último gran estilo que produjo Europa”

Y, por último, las ciudades neoclásicas del siglo XVIII o siglo de las Luces:

“Son de un estilo sobrio y funcional, pero elegante. Este estilo tiene algo de urbanismo oficinesco. En muchas ciudades donde triunfó y se expandió se construyeron con este estilo el Banco Nacional, las sedes ministeriales, la universidad y el servicio de Correos local…”

A ella habría que sumarles otras ciudades con rasgos propios. Es el caso de las ciudades imperiales, donde los Palacios y jardines de los emperadores que las habitaron marcaron indeleblemente su personalidad. No sólo Versalles (Francia), también hubo otras como Aranjuez (España) o Postdam (Alemania, antigua Prusia).

Otra modalidad fueron las ciudades Casino - construidas en la segunda mitad del siglo XIX siguiendo el modelo de la arquitectura Segundo Imperio, como Montecarlo, Biarritz, Estoril, etc, -o las primeras ciudades balnearias - de la Riviera italiana, la Costa Azul francesa o el litoral español-, influidas por la arquitectura modernista del primer tercio del siglo veinte.

De todas ellas hubo tres que llamaron la atención del escritor catalán: las ciudades muertas que conservaban intacto el esplendor arquitectónico del pasado, las ciudades-museo de una celebridad histórica, y las ciudades universitarias.

Entre las primeras sentía predilección por Cartagena de Indias (Colombia):

Hay ciudades hispanoamericanas que fueron importantes fortaleza político-militares y centros principales de un comercio marítimo ya periclitado, que se conservan casi intactas, quizás porque están como muertas… son casos como Cartagena de Indias (Colombia), que mantiene las murallas y en su interior las calles estrechas, los palacios de piedra, las casas coloniales con grandes balcones y miradores, que han desaparecido en la mayoría de las urbes de este Continente”.

No todas estas ciudades se han mantenido por su decadencia posterior, sino que a veces ha sido necesario el apoyo de las fuerzas vivas locales, y el resultado no ha podido ser más positivo:

Lugo sigue siendo una ciudad literalmente amurallada, pero no porque sus murallas hayan sido científicamente restauradas, sino porque un grupo intelectual lo evitó. Historiadores, arqueólogo, poetas y otros intelectuales interesados en la vida del pasado, degustadores de su vida provincial, consideraron que su progreso era perfectamente compatible con la conservación del pasado y se enfrentaron a esa tendencia tan de moda que considera que progresar pasa por destruir ese pasado… El resultado es que, traspasados sus muros, el tránsito interior es perfectamente tolerable. Sin la avalancha de vehículos que hubiera supuesto su arrasamiento, las calles se convierten a determinadas horas del día en un hormiguero humano, al ser el mejor lugar de la ciudad para caminar, pasear o entablar una tertulia”.

En algunas ciudades se han conservado paisajes humanos que, sobre el escenario urbano medieval, nos conducen irresistiblemente a tiempos pasados. Estos paisajes no hay que confundirlos con la moda municipal actual de celebrar semanas y fiestas medievales, que recrean los ambientes pretéritos artificial y, con frecuencia, horteramente, por unos días, con objeto de atraer miles de visitantes:

Bergen(Noruega) conserva el mercado de pescado fresco al aire libre en los muelles del puerto… donde los salmones vivos se matan allí mismo con una destreza y rapidez única por los pescadores, según el gusto del comprador”

Una civilización como la mediterránea, milenaria y llena de historias, ha dado lugar también a pequeñas ciudades donde todo gira en torno a una celebridad histórica nacida en la localidad. En Italia abundan. Verona atrae a miles de turistas por ser el escenario de la tragedia Romeo y Julieta. También las hay menos conocidas del gran público:

En Recanati (Italia) todo huele a Leopardi. Sus calles y plazas están llenas de lápidas conmemorativas de momentos de su vida y de sus frases más célebres. Se visita el Palacio de la familia, el cementerio, y los lugares habituales de su infancia, juventud y madurez.”

Europa inventó la ciudad universitaria. Sus características eran muy diferentes a los campus universitarios estadounidenses, cuyo modelo se está exportando.

No eran grandes equipamientos aislados en el campo o en cualquier periferia urbana, donde crear clases dirigentes asépticas y químicamente puras y desideologizadas, según el arquetípico modelo norteamericano. Eran pequeñas y tranquilas ciudades, ajenas al vértigo de la vida de las grandes ciudades y a los peligros de sus suburbios, donde se fue creando con el paso de los siglos un paisaje urbano y humano peculiar, en el que mezclaban su vida cotidiana los habitantes del lugar y la población estudiantil:

Groningen (Holanda) tiene el ambiente macarrónico de muchas pequeñas ciudades universitarias europeas. Las pensiones anuncian con letreros en latín que tienen camas libres. Las parejas de enamorados se pasean, no por el parque, sino por el Hortus Botanicus…

Upsala (Suecia) tiene calles denominadas naciones de estudiantes, donde se agrupan las casas y pensiones en que viven los estudiantes procedentes de los distintos lugares del país. En ellas los letreros y anuncios se inscriben en leyendas rúnicas, la lengua primitiva de los escandinavos. Los estudiantes se pasean por las calles con capas y birretes de distintos colores según las facultades en que estudian.
La Universidad está dispersa en pequeños edificios repartidos por toda la ciudad, no sólo las facultades y el rectorado, también hay un gran comedor, una magnífica biblioteca y un cementerio universitario. La profusión de librerías es la mayor de Suecia. En ellas se pueden encontrar las novedades publicadas tanto en los países de habla anglosajona (Nueva York y Londres) como las de Paris, Berlín o Moscú.

Coimbra (Portugal) tiene el mayor porcentaje de jóvenes de Portugal. Su vida es sencilla y precaria. Se agrupan en calles llamadas repúblicas según el origen geográfico de los universitarios. Su almuerzo habitual, según me cuentan ellos mismos, son las sardinas a la brasa adobadas con metafísica, y si no hay de ésta con poesía. El ambiente oscila entre lo cínico y lo romántico. Aunque el aspecto aparente es triste, por las noches se organizan innumerables serenatas en posadas y tabernas, al son de mandolinas, bandurrias, guitarras y otros instrumentos de cuerda”

Entrando a mayor detalle, Josep Plá recorrió detalladamente muchas ciudades, permitiéndonos una síntesis de algunas cuestiones básicas de su urbanismo, basada en su nutrida experiencia viajera:

¿Cuál ha sido el color característico de las ciudades históricas?

Hay ciudades de países e incluso regiones mediterráneas limítrofes con estéticas contrapuestas. Mientras que los italianos gustan de colores fuertes para pintar las fachadas (rojos sienas, verdes frescos y amarillos tostados), los portugueses adoran los colores desvaídos (verde mar, rojo carmín o rosa pálido). En Grecia, El Algarve (Sur de Portugal) y Marruecos (Xauen) se pone azul sobre la cal en las casas, un azul que se dispersa en matices lilas, malvas y violetas. Mientras que en Turquía o la España meridional (Andalucía) se puede hablar de pueblos blancos, por el imperio absoluto de la cal en las fachadas.

Los materiales constructivos tuvieron mucho que ver en la paleta de colores de las ciudades antiguas. El limo de los ríos con que se construía el adobe daba un tono amarillo pálido a las casas de muchas ciudades norteafricanas como El Cairo (Egipto). Por el contrario, el color de la piedra distinguía a las ciudades antiguas italianas, y el rojo o pardo del ladrillo a las ciudades que usaban predominantemente este material, como las valencianas o catalanas.

Otros elementos aportaron variedad a estas paletas de colores de las ciudades mediterráneas. En las ciudades portuguesas se optó por la decoración con azulejos de las fachadas, recreando el arte heredado de la dominación árabe; Muchos edificios urbanos y quintas campestres tienen un riquísimo repertorio de azulejos en fachadas, zaguanes, salones interiores y patios.


El mobiliario urbano permitía antiguamente diferenciar unas ciudades de otras, frente a su homogeneización creciente en el mundo contemporáneo:

Bremen (Alemania) se distingue por las miniaturas colocadas en numerosas fachadas del barrio antiguo, representando bergantines con las velas desplegadas…

“Praga (Checoslovaquia) tiene como imagen singular la de sus puentes antiguos cuyas balaustradas están decoradas por estatuas barrocas de santos en momentos de éxtasis y delirio…

“Rodas (Grecia) está amueblada con numerosas fuentes, donde es habitual representar en esculturas o grabados a seres mitológicos y monstruos marinos, que han estado siempre en el imaginario colectivo de los isleños.

Las ciudades de las islas griegas tienen un gran número de cisternas, siendo difícil encontrar dos iguales, ya que los habitantes fueron ideando una gran cantidad de procedimientos para recoger, conducir y almacenar el agua de lluvia, pues las aguas del subsuelo han sido siempre escasas o salinas”.

Las plazas y las calles de las ciudades históricas mediterráneas eran la consecuencia de un urbanismo popular e intuitivo, basado en la tradición, con maneras de construir cada urbe muy diferentes a los de la arquitectura funcional y moderna:

La plaza mediterránea ha sido siempre un espacio libre, que se situaba frente a un edificio de cierta calidad y majestuosidad. Es el caso de la Plaza Pitti de Florencia o la Plaza de la Concordia de Paris.

Estas plazas se han formado tradicionalmente enmarcadas por la presencia de edificios horizontales y apaisados, que ofrecían amplias perspectivas.

Otra cualidad de las plazas fue su condición de lugar de estancia para la contemplación y la tertulia, y de paseo a pie, buscándose mantener su aspecto tranquilo, idílico y silencioso dentro de la gran ciudad

Las plazas mediterráneas no fueron ideadas para garajes o estaciones de tranvía, para el tránsito rodado, ni para la sustitución de sus primitivas edificaciones por rascacielos que las empobrecen y vulgarizan. Tampoco para llenarlas de muebles más o menos superfluos…

Plá dedicó bellas frases a elogiar las masas de vegetación dentro de las urbes:

La combinación de arquitectura y botánica ayuda a definir la personalidad de cada ciudad. El arbolado urbano rompe la monotonía de asfalto, ladrillo y cemento; tapa fachadas vulgares; crea sombras para la vida en la calle, aporta naturaleza a un medio estéril. En suma, dignifica el paisaje urbano.”

En las ciudades mediterráneas hay una botánica natural y una botánica administrativa. La botánica administrativa es con la que se identifica actualmente el arbolado más característico de muchas ciudades mediterráneas. Se trata de especies importadas y que se han puesto de moda en diferentes etapas históricas.
Así, durante el siglo XVIII o de las Luces se produjo un movimiento higienista en las ciudades francesas, que fue acompañado de la creación de numerosos bulevares y paseos arbolados para hacer más saludables sus poblaciones. Se utilizaron principalmente árboles de ribera propios del clima atlántico que se adaptan bien al clima mediterráneo (tilos, alisos, acacias, olmos, chopos, sauces, fresnos y, sobre todo, álamos). Luego se exportaron como especies predominantes a las ciudades mediterráneas meridionales, aunque fuesen escasos o inexistentes en dicho entorno geográfico, y casi parecen naturales. Lo mismo se puede decir de otras especies como la palmera o el palmito, procedentes de Oriente Medio y el Norte de África, donde si son especies naturales, cuya plantación masiva data del siglo veinte. Y, Más tarde, de árboles subtropicales como plátanos de sombra o jacarandas, que se han adaptado con relativo éxito a muchas ciudades mediterráneas.

La botánica urbana mediterránea natural es la que procede de la plantación de las arboledas campesinas y montaraces del entorno, y responde a la tradición local. En Andalucía es, por ejemplo, el arbolado con naranjos amargos de un buen número de calles, o las filas de moreras de los caminos situados en las afueras de las poblaciones. Tan sólo un reducido número de ciudades mediterráneas conservaba esta botánica natural a mediados del siglo veinte:

“(Ibiza), antes del boom turístico, tenía sus calles arboladas con especies traídas de los campos vecinos como higueras morunas, pitas y algarrobos, naranjos, limoneros y almendros. Y, también, con otras trasplantadas de las tierras altas como sabinas y pinos”

(Estambul-Turquía- presenta una botánica dispersa y natural. Es corriente que las viejas parras cubran las calles de una a otra acera, y bajo ellas estén instalados los veladores de los cafés, donde los turcos pasan horas y horas. De trecho en trecho se encuentran pequeñas manchas de vegetación donde se mezclan olivos, algarrobos y cipreses, tanto en los lugares de mayor tránsito, como en lugares recónditos y silenciosos como los cementerios.

(Haifa-Israel- es la puerta del Mediterráneo. El moderno barrio residencial creado en las faldas del monte, más allá del puerto, combina el verde claro de los olivos, el porte alto y corpulento de los algarrobos, la esbeltez de los pinos –que cuando sopla el viento de mar impregna con su olor a toda la ciudad-, y la monumentalidad de los cipreses, que en esta ciudad judía han dejado de ser los árboles de los muertos”

El agua, la vegetación y la arquitectura se combinaron tradicionalmente para crear algunas de las ciudades más agradables para vivir y con paisajes más hermosos. Entre las más admiradas de Josep Plá se encontraban aquellas ciudades suizas, como Ginebra, que habían crecido en torno a un gran lago; y un importante número de ciudades holandesas –como Amsterdam- que están atravesadas por canales. En ambos casos, las márgenes de estos espacios albergan paisajes nobles y de elevado gusto. Recintos peatonales profusamente arbolados, que dan lugar a espacios fresos, bien aireados, sombreados y placenteros para pasear o, simplemente, estar al aire libre contemplando el paisaje.

Por el contrario, en las ciudades mediterráneas ha habido históricamente una relación trágica y negativa con el agua y la vegetación. Se puede alegar que el clima mediterráneo no ha ayudado.
Las aguas de los numerosos riachuelos, arroyos y ramblas urbanos siempre han sido muy escasas la mayor parte del año, se estancaban y criaban insectos y otras larvas transmisoras de contagios y enfermedades. Y, cuando crecían las aguas, era frecuente que lo hicieran tanto y tan rápido que originaran terribles inundaciones. Los ciudadanos mediterráneos contribuyeron a este deterioro históricamente, usando estos pobres cauces de agua para verter todo tipo de basuras y las aguas residuales de sus hogares o fábricas.
No obstante, durante el siglo veinte se produjo un avance en la ingeniería hidráulica que hubiera permitido manipular el ciclo del agua de estos cauces fluviales menores en beneficio de los ciudadanos. Los numerosos cauces de agua existentes en el interior de las ciudades mediterráneas y sus alrededores, en lugar de desecarse, entubarse o desviarse, podían haberse convertido todo el año en láminas de agua fluyentes en circuito cerrado, donde éstas se reutilizasen sin excesivos consumos. Y sus márgenes pudieron haberse mantenido arboladas, creando paisajes de sombra, frescor y humedad tan necesarios en estas urbes.

Sin embargo, en casi todas las ciudades mediterráneas –excepto para los grandes ríos – la mayoría de los cauces fluviales menores se han desviado, se han cegado o se han entubado para que transcurran subterráneamente. Sobre ellos inicialmente se construyeron – aprovechando la vegetación preexistente y la humedad del subsuelo- bulevares arbolados, pero las necesidades del tráfico rodado los han ido convirtiendo en carreteras y rondas urbanas estériles y áridas, completamente asfaltadas, y llenas de ruidos y humos del tráfico rodado.