domingo, 21 de diciembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (5) LAS CIUDADES MEDITERRANEAS EN EL PROXIMO MILENIO EN LA MIRADA DE ITALO CALVINO (1923-1985).

El escritor italiano-cubano Italo Calvino fue, como tantos otros aquí aludidos, un incansable viajero. Su experiencia geográfica la vertió a modo de relato imaginario, con Kublai Khan y Marco Polo como protagonistas, en su libro: Las ciudades Invisibles (año 1972).

Su preocupación por la decadencia y ocaso de la ciudad mediterránea tradicional o histórica deviene de lo que el autor denomina la crisis de la ciudad moderna. Una ciudad que, en cualquier país o región, aspira a multiplicarse rápidamente acorde con lo que dicta el mercado inmobiliario, arrasando no sólo con la arquitectura del pasado, sino también con los paisajes naturales y de los campos circundantes. La ciudad moderna se ha ido gestando de espaldas a la naturaleza, a la cultura campesina y a la cultura urbana heredada. Ha exportando las formas geométricas y repetitivas del urbanismo norteamericano. Es una ciudad continua y uniforme, despersonalizada y amorfa. Una ciudad que sólo ha sido posible construir gracias a los rápidos avances en los sistemas tecnológicos en que se sustenta (medios de transportes, infraestructuras del agua, eléctricas, de telecomunicaciones). Es una ciudad donde reina un aparente bienestar y confort, sobre todo material, superior al de las ciudades provincianas. Pero, su funcionamiento es más frágil de lo que pensamos. Apagones, nevadas, inundaciones y lluvias torrenciales, sequías,…pueden paralizar o bloquear su buen funcionamiento por sorpresa.

El modelo económico actual, el de una economía y una cultura globalizada y mundializada por los mass media necesita de este inusitado crecimiento urbano. Pues la ciudad no es sólo un producto de la civilización, un material para la historia del arte y de la arquitectura, es, también, el espacio por excelencia donde las sociedades humanas intercambian mensajes, palabras, deseos y recuerdos.

A grosso modo hay dos líneas evolutivas identificables en las ciudades históricas mediterráneas con el cambio del milenio. Aquellas edificadas en terrenos llanos, una vez derruidas sus murallas defensivas, están siendo objeto de un avance implacable de la ciudad moderna en su interior:

“Las arquitecturas modernas y recientes empujan y llegan al corazón de la ciudad, sólo van quedando fragmentos y reductos que conservan los rasgos originales… han ido brotando edificios de todas las épocas y estilos arquitectónicos, y ya están en proyecto los de etapas venideras… Desde fuera apenas de distingue la ciudad del pasado”

La otra tipología son las ciudades históricas enclavadas al amparo de algún obstáculo natural. Rodeadas por el meandro de un río, en las laderas de un monte o cerro, etc. Éstas son las que están pudiendo defenderse mejor de las nuevas modas de hacer ciudad y pierden más lentamente sus señas de identidad:

Se divisa desde lejos, en medio de las anónimas periferias urbanas, el viejo cerco de murallas, bien apretado, del que brotan resecos campaniles, las cúpulas, las torres y los tejados, mientras que los barrios nuevos se desparraman a su alrededor como saliendo de un cinturón que se desanuda”.

La ciudad histórica mediterránea ha tenido casi siempre una forma orgánica, producto de un crecimiento espontáneo y no planificado, tanto en su adaptación al medio natural, que ha sido mayormente respetado, como en su trama urbana. Italo Calvino, con fina ironía, compara su diseño a un tapiz de factura divina, frente al de la ciudad moderna, un tapiz con un dibujo ordenado, donde las figuras geométricas repiten los mismos motivos hasta la saciedad.

“La red de pasajes de cada ciudad no se organiza en un solo plano, hay barrios en pendiente a los que se sube por rampas y escaleras, otros a los que se accede por puentes, otros que son un subir y bajar de cuestas…

Las calles suben y bajan, se superponen y entrecruzan, de manera que puedes elegir el recorrido más breve entre dos puntos, que no es una recta sino un zigzag ramificado en tortuosas variantes… sus habitantes no conocen el tedio de recorrer cada día las mismas calles, tienen el placer de poder elegir nuevos itinerarios para ir a los mismos lugares, así sus vidas rutinarias y tranquilas transcurren sin repetirse”

El paisaje humano y el mobiliario urbano diferencian nítidamente la ciudad antigua y la moderna:

“En estas ciudades cada vez que uno llegaba a una plaza se encontraba en medio de un diálogo, al salir por una puerta era saludado por los vecinos, lo conocieran o no”

“Estas ciudades están coronadas por cúpulas, torres, miradores con techos cónicos, veletas, desvanes, depósitos de agua…El viajero se complace en observar cuántos puentes distintos unos de otros las cruzan: convexos, cubiertos sobre pilastras, sobre barcas, colgantes, con parapetos calados; cuántas variedades de ventanas se asoman a las calles: en aljimez, moriscas, lanceoladas, ojivales, coronadas por lunetas o rosetones; cuántas clases de pavimentos cubren el suelo: guijarros, lastrones, grava, baldosas, losas,…”

“Incluso, la ciudad que no tiene hermosuras o rarezas particulares es una sucesión de calles y casas, puertas y ventanas, cuyas figuras se deslizan como una partitura musical donde no se puede cambiar o desplazar ni una nota… Sus habitantes pueden recordar en sueños el orden en que se suceden el reloj de cobre, el toldo a rayas del peluquero, la fuente de los nueve surtidores, la torre de vidrio del astrónomo, el puesto del vendedor de sandías, la estatua del ermitaño y el león, o el café de la esquina”

Una infraestructura singular de estas ciudades ha sido la de abastecimiento de agua potable. Ha habido diversas variantes tecnológicas para afrontar un clima como el mediterráneo, con prolongadas sequías que coinciden con las altas temperaturas.
Allí donde no había ni manantiales, ni ríos ni lagos subterráneos –el paisaje, por ejemplo, de las pequeñas islas griegas del Mar Egeo -, las núcleos urbanos están repletos de aljibes, junto a las viviendas o, dentro de éstas, en sus techos, patios o sótanos, donde se ha almacenado el agua necesaria para vivir.
Las ciudades beneficiadas por el discurrir de un río con aguas permanentes y de cierto caudal han recurrido a las grandes norias giratorias y los acueductos y acequias, que llevaban el agua a los depósitos de abastecimiento.
Otras ciudades, con manantiales y surgencias potentes y numerosos, poseían una nutrida red de fuentes u bebederos, para personas y animales, dispersos por su trama urbana.

Italo Calvino se interesó por las ciudades que venían abasteciéndose de las aguas profundas del subsuelo:

Era la ciudad de los mil pozos, asentada sobre un profundo lago subterráneo. Dondequiera que los habitantes, excavando en tierra largos agujeros verticales, habían conseguido sacar agua, hasta allí y no más lejos se había extendido la ciudad: su perímetro verdeante repetía el de las oscuras orillas del lago sepulto”

Las actividades campesinas (agrícolas, ganaderas,…) y la misma naturaleza no fue expulsada tajantemente de la ciudad sino que convivió secularmente con sus habitantes, hasta hace relativamente poco tiempo:

“Cuando viajaba a la ciudad descorría la cortina de la ventana y veía un foso, un puente, un murete, un serbal, un campo de maíz, una zarzamora, un gallinero, el lomo amarillo de una colina, una nube blanca y un pedazo de cielo azul… Un año tras otro he ido viendo desaparecer el foso, el árbol, el campito de maíz, el lomo de la colina fue cubierto de edificaciones y el cielo mismo desapareció”

La presencia de la religión (islámica en el borde sur del mar común, ortodoxa en el borde noreste, y católica o protestante en el borde noroeste, ha impreso un aspecto propio a las ciudades mediterráneas:

“Los Dioses siempre habían protegido la ciudad (mediterránea). Estaban en sus calles, en sus plazas, en las puertas de sus casas, y en el interior- en sus vestíbulos, salones de estar, dormitorios y cocinas-. Formaban parte de la vida de las familias, eran parte del alma de la ciudad y daban forma a todo cuánto ella contenía…

Los devotos de estos Dioses tenían en común criticar todo cuanto tenía de nuevo (la ciudad y la cultura moderna), sacando a relucir a los viejos, los bisabuelos, las familias de otros tiempos, y pensaban que el ambiente (de su ciudad) debía haberse mantenido tal como era antes de que lo arruinaran…

Los seguidores de estos Dioses tenían la creencia trasmitida de padres a hijos de que, suspendida del Cielo, existía otra ciudad como ésta, donde flotaban los sentimientos y virtudes más elevados, y aspiraban a ser una sola cosa con ella… Estos habitantes se indignaban, despreciaban y se preocupaban por todo lo que pudiera borrar o amenazar a su ciudad celeste, y aquí la honraban construyéndole elevados templos de bella factura, donde acumulaban los cuadros y esculturas de sus figuras veneradas en la Ciudad celeste, y los tesoros personales que las adornaban en forma de elegantes tejidos y preciosos bordados, y lujosas joyas y piedras nobles”

Con el nuevo milenio, la ciudad histórica mediterránea se ha convertido en un mito para el viajero y turista, comparable a los de la literatura, la música o el cine.

“Para no decepcionar al turistas, los guías y la población local elogiaban más la ciudad del pasado que la del presente. Su gran negocio era vender recuerdos de cosas inexistentes, libros, cuadros y postales viejas que reflejaban el antiguo esplendor de la ciudad… El único consuelo de sus habitantes era que la gracia perdida se había compensado porque la vida era más cómoda, la riqueza había aumentado y la cultura era más abierta y cosmopolita que en su anterior vida provinciana, tan rica en arte y rincones típicos y pintorescos, pero tan estrecha de miras y sujeta a privaciones… Había un atractivo más, y es que a través de lo que había llegado a ser la ciudad todavía se podía evocar lo mejor de lo que fue”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Texto y comentario lleno de profunda sabiduria. Al hablar de casco históricos o de la villa vieja, me viene a la memoria mucha de las ciudades medias y pequeñas poblaciones, que han surguido en la meseta de un cerro controlando la llanura. Ciudades que se otean desde lejos, y reclaman la mirada del conductor que enfila la autovia, invitandote a perderte en sus entrañas. Hoy la conservación de estas villas viejas, viene condicionado por su puesta en valor como recurso turístico, convirtiendose en muchos aspectos en un espacio redescubierto por la población local, tras largos siglos de abandono. Lugar hoy apetecido, donde se invierte importante recursos para rehabilitar y restaurar monumentos y espacios. Alli convergen las tensiones entre los que quieren recrear, y los arquittectos que quieren dejar su huella en espacios que siempre fueron sagrados.
La existencia de estas villas viejas, se convierte hoy día en un importante recurso turístico, y una oportunidad para diversificar las economías locales.
Ferricitano