lunes, 13 de octubre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (2) LA MIRADA DE JOSEP PLA.

Al meu padrino: Carles.

Érase un periodista y escritor que recorrió casi todos los países europeos y del Norte de África y Oriente Medio durante medio siglo (1923-1973). Anotaba diariamente sus impresiones de cada rincón visitado en un montón de cuadernos. De estas anotaciones salieron los 44 volúmenes de sus obras completas. Y, aparte del dato estadístico, una manera propia y peculiar de entender el paisaje –urbano, rural y natural – y la geografía física y humana de su tiempo. Estuvo basada en la experiencia directa del que ha sido uno de los mayores viajeros españoles contemporáneos.

El entendimiento profundo de lo que significó la civilización de loa países mediterráneos fue una preocupación constante durante toda su vida. La consideraba la cuna de la civilización europea y, más allá de estas fronteras, de la mala copia que consideraba era el urbanismo norteamericano, hoy dominante en el mundo de las ideas y las modas.

Uno de los aspectos de dicha civilización que más le interesó fue el funcionamiento de sus ciudades históricas. Éstas cambiaron drásticamente su fisonomía en esa etapa que le tocó vivir. Josep Plá opinaba que, con su decadencia y ocaso, se iba perdiendo el espíritu local que hizo que cada ciudad mediterránea tuviera una personalidad y un paisaje único, que se destruía rápidamente.

“Las cuatro quintas partes de estas ciudades han sido construidas e impulsadas por el espíritu local, Sólo una minoría –como Paris- son el producto del expolio realizado sobre otros territorios

Los barrios cristianos de las ciudades mediterráneas, los barrios islámicos de las ciudades del Norte de África, y los barrios bereberes de Oriente Medio apenas ocupan ya una décima parte de sus núcleos urbanos, pues se han ido destruyendo y han menguado tremendamente por la moda impuesta por las ciudades norteamericanas y la arquitectura funcional y moderna, considerada como símbolo de progreso”

El Senyor Plá admiraba esta parte antigua de las ciudades por su diversidad arquitectónica, sus recuerdos de la ruralidad, y su singular personalidad, siempre diferente de una localidad a otra:

En cada ciudad histórica es posible contemplar varias capas de arquitectura que se superponen en el tiempo, y están habitualmente mezcladas en el callejero: árabe, gótica, renacentista, barroca, neoclásica, etc.

En las de origen más remoto aún se disfruta de un ambiente casi campesino, de calles estrechas y casitas bajas y familiares. Incluso, los edificios altos como las iglesias y catedrales tienen una verticalidad solitaria y fascinante, que destaca entre la horizontalidad ambiental

Son islas de la arquitectura orgánica y personal - de formas atrevidas, más o menos costosas -, predominante en el pasado, que producen un fuerte contraste con la arquitectura moderna, generalmente más vulgar y funcional.

Corresponden a unas épocas en que se hacían casas particulares, propias y concretas, y la urbanización de la ciudad no se había estandarizado según los intereses de los promotores que ocupan éste o aquél suelo.

Las perspectivas dominantes diferenciaban ya claramente a las ciudades históricas de las periferias urbanas:

“Los espacios centrales, la Playa Mayor, el Ayuntamiento, el Castillo, el Palacio Señorial, la Catedral o la parroquia, que se mantuvieron durante siglos como referencia visual, han ido desapareciendo en las periferias, sustituidas por tal o cual fábrica, edificio de oficinas, sede bancaria, equipamiento o centro comercial…”

Otro aspecto singular de la ciudad antigua era la frecuencia con que se manifestó el arte y la arquitectura religiosa, al corresponderse con un periodo histórico en que era un aspecto fundamental en la vida de los habitantes, que se ha perdido en las periferias urbanas:

“El arte religioso ha dejado de ser el referente visual y es, pues, uno de los más preciados tesoros arquitectónicos y artísticos de las ciudades históricas. El arte religioso se ha vuelto mucho menos productivo con la secularización de la sociedad y está mayoritariamente en manos de artistas ateos. Hoy día es una cuestión imposible el surgimiento de estilos como el románico o el gótico.”

La amplia diversidad de ciudades históricas mediterráneas fue siendo catalogada a grandes trazos y espontáneamente por Josep Plá. Con una visión humanista, y sin ordenadores ni bases de datos. En unas predominaba el estilo gótico.

“Son éstas, antiguas ciudades de mercaderes y armadores. Su estilo es rico, recargado, enrevesado y plácido como una buena digestión…”

En otras lo hacía el estilo renacentista y se descubría la influencia italiana:

“Son las ciudades donde destaca la bella arquitectura de piedra de sus iglesias y palacios, sobria y elegante, de escala humana”

Otras son ciudades barrocas, con otras influencias diferentes a las anteriores:

“Tienen el estilo de la Contrarreforma, de la Orden de los Jesuitas. Es un estilo enfático, ampuloso, retórico, vacío, incómodo y ficticio. Es el estilo de la sumisión de la libertad a la ideología religiosa y política dominante. El último gran estilo que produjo Europa”

Y, por último, las ciudades neoclásicas del siglo XVIII o siglo de las Luces:

“Son de un estilo sobrio y funcional, pero elegante. Este estilo tiene algo de urbanismo oficinesco. En muchas ciudades donde triunfó y se expandió se construyeron con este estilo el Banco Nacional, las sedes ministeriales, la universidad y el servicio de Correos local…”

A ella habría que sumarles otras ciudades con rasgos propios. Es el caso de las ciudades imperiales, donde los Palacios y jardines de los emperadores que las habitaron marcaron indeleblemente su personalidad. No sólo Versalles (Francia), también hubo otras como Aranjuez (España) o Postdam (Alemania, antigua Prusia).

Otra modalidad fueron las ciudades Casino - construidas en la segunda mitad del siglo XIX siguiendo el modelo de la arquitectura Segundo Imperio, como Montecarlo, Biarritz, Estoril, etc, -o las primeras ciudades balnearias - de la Riviera italiana, la Costa Azul francesa o el litoral español-, influidas por la arquitectura modernista del primer tercio del siglo veinte.

De todas ellas hubo tres que llamaron la atención del escritor catalán: las ciudades muertas que conservaban intacto el esplendor arquitectónico del pasado, las ciudades-museo de una celebridad histórica, y las ciudades universitarias.

Entre las primeras sentía predilección por Cartagena de Indias (Colombia):

Hay ciudades hispanoamericanas que fueron importantes fortaleza político-militares y centros principales de un comercio marítimo ya periclitado, que se conservan casi intactas, quizás porque están como muertas… son casos como Cartagena de Indias (Colombia), que mantiene las murallas y en su interior las calles estrechas, los palacios de piedra, las casas coloniales con grandes balcones y miradores, que han desaparecido en la mayoría de las urbes de este Continente”.

No todas estas ciudades se han mantenido por su decadencia posterior, sino que a veces ha sido necesario el apoyo de las fuerzas vivas locales, y el resultado no ha podido ser más positivo:

Lugo sigue siendo una ciudad literalmente amurallada, pero no porque sus murallas hayan sido científicamente restauradas, sino porque un grupo intelectual lo evitó. Historiadores, arqueólogo, poetas y otros intelectuales interesados en la vida del pasado, degustadores de su vida provincial, consideraron que su progreso era perfectamente compatible con la conservación del pasado y se enfrentaron a esa tendencia tan de moda que considera que progresar pasa por destruir ese pasado… El resultado es que, traspasados sus muros, el tránsito interior es perfectamente tolerable. Sin la avalancha de vehículos que hubiera supuesto su arrasamiento, las calles se convierten a determinadas horas del día en un hormiguero humano, al ser el mejor lugar de la ciudad para caminar, pasear o entablar una tertulia”.

En algunas ciudades se han conservado paisajes humanos que, sobre el escenario urbano medieval, nos conducen irresistiblemente a tiempos pasados. Estos paisajes no hay que confundirlos con la moda municipal actual de celebrar semanas y fiestas medievales, que recrean los ambientes pretéritos artificial y, con frecuencia, horteramente, por unos días, con objeto de atraer miles de visitantes:

Bergen(Noruega) conserva el mercado de pescado fresco al aire libre en los muelles del puerto… donde los salmones vivos se matan allí mismo con una destreza y rapidez única por los pescadores, según el gusto del comprador”

Una civilización como la mediterránea, milenaria y llena de historias, ha dado lugar también a pequeñas ciudades donde todo gira en torno a una celebridad histórica nacida en la localidad. En Italia abundan. Verona atrae a miles de turistas por ser el escenario de la tragedia Romeo y Julieta. También las hay menos conocidas del gran público:

En Recanati (Italia) todo huele a Leopardi. Sus calles y plazas están llenas de lápidas conmemorativas de momentos de su vida y de sus frases más célebres. Se visita el Palacio de la familia, el cementerio, y los lugares habituales de su infancia, juventud y madurez.”

Europa inventó la ciudad universitaria. Sus características eran muy diferentes a los campus universitarios estadounidenses, cuyo modelo se está exportando.

No eran grandes equipamientos aislados en el campo o en cualquier periferia urbana, donde crear clases dirigentes asépticas y químicamente puras y desideologizadas, según el arquetípico modelo norteamericano. Eran pequeñas y tranquilas ciudades, ajenas al vértigo de la vida de las grandes ciudades y a los peligros de sus suburbios, donde se fue creando con el paso de los siglos un paisaje urbano y humano peculiar, en el que mezclaban su vida cotidiana los habitantes del lugar y la población estudiantil:

Groningen (Holanda) tiene el ambiente macarrónico de muchas pequeñas ciudades universitarias europeas. Las pensiones anuncian con letreros en latín que tienen camas libres. Las parejas de enamorados se pasean, no por el parque, sino por el Hortus Botanicus…

Upsala (Suecia) tiene calles denominadas naciones de estudiantes, donde se agrupan las casas y pensiones en que viven los estudiantes procedentes de los distintos lugares del país. En ellas los letreros y anuncios se inscriben en leyendas rúnicas, la lengua primitiva de los escandinavos. Los estudiantes se pasean por las calles con capas y birretes de distintos colores según las facultades en que estudian.
La Universidad está dispersa en pequeños edificios repartidos por toda la ciudad, no sólo las facultades y el rectorado, también hay un gran comedor, una magnífica biblioteca y un cementerio universitario. La profusión de librerías es la mayor de Suecia. En ellas se pueden encontrar las novedades publicadas tanto en los países de habla anglosajona (Nueva York y Londres) como las de Paris, Berlín o Moscú.

Coimbra (Portugal) tiene el mayor porcentaje de jóvenes de Portugal. Su vida es sencilla y precaria. Se agrupan en calles llamadas repúblicas según el origen geográfico de los universitarios. Su almuerzo habitual, según me cuentan ellos mismos, son las sardinas a la brasa adobadas con metafísica, y si no hay de ésta con poesía. El ambiente oscila entre lo cínico y lo romántico. Aunque el aspecto aparente es triste, por las noches se organizan innumerables serenatas en posadas y tabernas, al son de mandolinas, bandurrias, guitarras y otros instrumentos de cuerda”

Entrando a mayor detalle, Josep Plá recorrió detalladamente muchas ciudades, permitiéndonos una síntesis de algunas cuestiones básicas de su urbanismo, basada en su nutrida experiencia viajera:

¿Cuál ha sido el color característico de las ciudades históricas?

Hay ciudades de países e incluso regiones mediterráneas limítrofes con estéticas contrapuestas. Mientras que los italianos gustan de colores fuertes para pintar las fachadas (rojos sienas, verdes frescos y amarillos tostados), los portugueses adoran los colores desvaídos (verde mar, rojo carmín o rosa pálido). En Grecia, El Algarve (Sur de Portugal) y Marruecos (Xauen) se pone azul sobre la cal en las casas, un azul que se dispersa en matices lilas, malvas y violetas. Mientras que en Turquía o la España meridional (Andalucía) se puede hablar de pueblos blancos, por el imperio absoluto de la cal en las fachadas.

Los materiales constructivos tuvieron mucho que ver en la paleta de colores de las ciudades antiguas. El limo de los ríos con que se construía el adobe daba un tono amarillo pálido a las casas de muchas ciudades norteafricanas como El Cairo (Egipto). Por el contrario, el color de la piedra distinguía a las ciudades antiguas italianas, y el rojo o pardo del ladrillo a las ciudades que usaban predominantemente este material, como las valencianas o catalanas.

Otros elementos aportaron variedad a estas paletas de colores de las ciudades mediterráneas. En las ciudades portuguesas se optó por la decoración con azulejos de las fachadas, recreando el arte heredado de la dominación árabe; Muchos edificios urbanos y quintas campestres tienen un riquísimo repertorio de azulejos en fachadas, zaguanes, salones interiores y patios.


El mobiliario urbano permitía antiguamente diferenciar unas ciudades de otras, frente a su homogeneización creciente en el mundo contemporáneo:

Bremen (Alemania) se distingue por las miniaturas colocadas en numerosas fachadas del barrio antiguo, representando bergantines con las velas desplegadas…

“Praga (Checoslovaquia) tiene como imagen singular la de sus puentes antiguos cuyas balaustradas están decoradas por estatuas barrocas de santos en momentos de éxtasis y delirio…

“Rodas (Grecia) está amueblada con numerosas fuentes, donde es habitual representar en esculturas o grabados a seres mitológicos y monstruos marinos, que han estado siempre en el imaginario colectivo de los isleños.

Las ciudades de las islas griegas tienen un gran número de cisternas, siendo difícil encontrar dos iguales, ya que los habitantes fueron ideando una gran cantidad de procedimientos para recoger, conducir y almacenar el agua de lluvia, pues las aguas del subsuelo han sido siempre escasas o salinas”.

Las plazas y las calles de las ciudades históricas mediterráneas eran la consecuencia de un urbanismo popular e intuitivo, basado en la tradición, con maneras de construir cada urbe muy diferentes a los de la arquitectura funcional y moderna:

La plaza mediterránea ha sido siempre un espacio libre, que se situaba frente a un edificio de cierta calidad y majestuosidad. Es el caso de la Plaza Pitti de Florencia o la Plaza de la Concordia de Paris.

Estas plazas se han formado tradicionalmente enmarcadas por la presencia de edificios horizontales y apaisados, que ofrecían amplias perspectivas.

Otra cualidad de las plazas fue su condición de lugar de estancia para la contemplación y la tertulia, y de paseo a pie, buscándose mantener su aspecto tranquilo, idílico y silencioso dentro de la gran ciudad

Las plazas mediterráneas no fueron ideadas para garajes o estaciones de tranvía, para el tránsito rodado, ni para la sustitución de sus primitivas edificaciones por rascacielos que las empobrecen y vulgarizan. Tampoco para llenarlas de muebles más o menos superfluos…

Plá dedicó bellas frases a elogiar las masas de vegetación dentro de las urbes:

La combinación de arquitectura y botánica ayuda a definir la personalidad de cada ciudad. El arbolado urbano rompe la monotonía de asfalto, ladrillo y cemento; tapa fachadas vulgares; crea sombras para la vida en la calle, aporta naturaleza a un medio estéril. En suma, dignifica el paisaje urbano.”

En las ciudades mediterráneas hay una botánica natural y una botánica administrativa. La botánica administrativa es con la que se identifica actualmente el arbolado más característico de muchas ciudades mediterráneas. Se trata de especies importadas y que se han puesto de moda en diferentes etapas históricas.
Así, durante el siglo XVIII o de las Luces se produjo un movimiento higienista en las ciudades francesas, que fue acompañado de la creación de numerosos bulevares y paseos arbolados para hacer más saludables sus poblaciones. Se utilizaron principalmente árboles de ribera propios del clima atlántico que se adaptan bien al clima mediterráneo (tilos, alisos, acacias, olmos, chopos, sauces, fresnos y, sobre todo, álamos). Luego se exportaron como especies predominantes a las ciudades mediterráneas meridionales, aunque fuesen escasos o inexistentes en dicho entorno geográfico, y casi parecen naturales. Lo mismo se puede decir de otras especies como la palmera o el palmito, procedentes de Oriente Medio y el Norte de África, donde si son especies naturales, cuya plantación masiva data del siglo veinte. Y, Más tarde, de árboles subtropicales como plátanos de sombra o jacarandas, que se han adaptado con relativo éxito a muchas ciudades mediterráneas.

La botánica urbana mediterránea natural es la que procede de la plantación de las arboledas campesinas y montaraces del entorno, y responde a la tradición local. En Andalucía es, por ejemplo, el arbolado con naranjos amargos de un buen número de calles, o las filas de moreras de los caminos situados en las afueras de las poblaciones. Tan sólo un reducido número de ciudades mediterráneas conservaba esta botánica natural a mediados del siglo veinte:

“(Ibiza), antes del boom turístico, tenía sus calles arboladas con especies traídas de los campos vecinos como higueras morunas, pitas y algarrobos, naranjos, limoneros y almendros. Y, también, con otras trasplantadas de las tierras altas como sabinas y pinos”

(Estambul-Turquía- presenta una botánica dispersa y natural. Es corriente que las viejas parras cubran las calles de una a otra acera, y bajo ellas estén instalados los veladores de los cafés, donde los turcos pasan horas y horas. De trecho en trecho se encuentran pequeñas manchas de vegetación donde se mezclan olivos, algarrobos y cipreses, tanto en los lugares de mayor tránsito, como en lugares recónditos y silenciosos como los cementerios.

(Haifa-Israel- es la puerta del Mediterráneo. El moderno barrio residencial creado en las faldas del monte, más allá del puerto, combina el verde claro de los olivos, el porte alto y corpulento de los algarrobos, la esbeltez de los pinos –que cuando sopla el viento de mar impregna con su olor a toda la ciudad-, y la monumentalidad de los cipreses, que en esta ciudad judía han dejado de ser los árboles de los muertos”

El agua, la vegetación y la arquitectura se combinaron tradicionalmente para crear algunas de las ciudades más agradables para vivir y con paisajes más hermosos. Entre las más admiradas de Josep Plá se encontraban aquellas ciudades suizas, como Ginebra, que habían crecido en torno a un gran lago; y un importante número de ciudades holandesas –como Amsterdam- que están atravesadas por canales. En ambos casos, las márgenes de estos espacios albergan paisajes nobles y de elevado gusto. Recintos peatonales profusamente arbolados, que dan lugar a espacios fresos, bien aireados, sombreados y placenteros para pasear o, simplemente, estar al aire libre contemplando el paisaje.

Por el contrario, en las ciudades mediterráneas ha habido históricamente una relación trágica y negativa con el agua y la vegetación. Se puede alegar que el clima mediterráneo no ha ayudado.
Las aguas de los numerosos riachuelos, arroyos y ramblas urbanos siempre han sido muy escasas la mayor parte del año, se estancaban y criaban insectos y otras larvas transmisoras de contagios y enfermedades. Y, cuando crecían las aguas, era frecuente que lo hicieran tanto y tan rápido que originaran terribles inundaciones. Los ciudadanos mediterráneos contribuyeron a este deterioro históricamente, usando estos pobres cauces de agua para verter todo tipo de basuras y las aguas residuales de sus hogares o fábricas.
No obstante, durante el siglo veinte se produjo un avance en la ingeniería hidráulica que hubiera permitido manipular el ciclo del agua de estos cauces fluviales menores en beneficio de los ciudadanos. Los numerosos cauces de agua existentes en el interior de las ciudades mediterráneas y sus alrededores, en lugar de desecarse, entubarse o desviarse, podían haberse convertido todo el año en láminas de agua fluyentes en circuito cerrado, donde éstas se reutilizasen sin excesivos consumos. Y sus márgenes pudieron haberse mantenido arboladas, creando paisajes de sombra, frescor y humedad tan necesarios en estas urbes.

Sin embargo, en casi todas las ciudades mediterráneas –excepto para los grandes ríos – la mayoría de los cauces fluviales menores se han desviado, se han cegado o se han entubado para que transcurran subterráneamente. Sobre ellos inicialmente se construyeron – aprovechando la vegetación preexistente y la humedad del subsuelo- bulevares arbolados, pero las necesidades del tráfico rodado los han ido convirtiendo en carreteras y rondas urbanas estériles y áridas, completamente asfaltadas, y llenas de ruidos y humos del tráfico rodado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu tio te agradecerá desde el Cielo estas líneas. Angel de la Guarda

Pepe dijo...

Muy, pero que muy interesante. Después de leeros queda el sabor amargo de la tristeza que produce el conocimiento.