sábado, 18 de agosto de 2007

Metamorfosis kafkiana de las plazas y bulevares de las ciudades históricas andaluzas.

La filosofía municipal sobre las plazas y otros espacios públicos en las ciudades históricas andaluzas era radicalmente la opuesta a la actual en el periodo de los primeros ayuntamientos democráticos (1977-1987). El modelo culto de los urbanistas italianos y franceses era el ejemplo a seguir. Había que rehabilitar integralmente la ciudad histórica de cara a su conservación, recuperar antiguos materiales y técnicas constructivas, recrear los ambientes más deteriorados, y frenar el abusivo “desarrollismo” de las décadas franquistas, que tanto daño había hecho al patrimonio.

Transcurridos veinte años desde entonces, el empeño de las autoridades locales andaluzas ha girado 360 grados. Su oscuro objeto de deseo es que sus ciudades históricas se comparen con el resto del Orbe, que sean dinámicas y competitivas cueste lo que cueste, que ofrezcan una imagen atractiva y moderna. Y este empeño se está volviendo tan autodestructivo como la adicción doméstica a la televisión, los videojuegos y los ordenadores.

Se ha puesto de moda el diseño duro y funcional de las plazas y bulevares de los centros andaluces. Están siendo pavimentadas casi enteramente de losas de hormigón y granito. Y esta nueva imagen va acompañada de un mobiliario (farolas, sillas, bancos o papeleras) de traza minimalista y funcional.

Esta renovación urbana está causando un grave impacto visual y paisajístico. Se trata de la invasión de una arquitectura ajena al ambiente heredado. Una arquitectura megapolitana y globalizada, con tres adjetivos dominantes: cómoda, sencilla y funcional. Esta arquitectura amenaza con sustituir al ambiente barroco y pintoresco de las plazas y bulevares andaluces donde primaban el albero y el adoquín; los bancos de mampostería y fundición, ls farolas artísticas, los setos y arriates de plantas, y las arboledas de naranjos y palmeras.

En Sevilla capital, por ejemplo, bajo el slogan postmoderno “La piel sensible” se está metamorfoseando irreversiblemente el ambiente secular de muchos espacios públicos de alto valor simbólico como la Alameda de Hércules, las plazas del Pan y la Pescadería, o la misma Puerta de Jerez, lo que ha sido criticado en tono humorístico, pero certero:

“han convertido a la Alameda en un paseo marítimo modelo Marina Dor; en La Pescadería han plantado un diminuto y absurdo monumento a Clara Campoamor; han disfrazado a la Puerta Jerez de Düsseldorf y a la Plaza Nueva, de Hamburgo… han arrancado los históricos adoquines de Gerena en el Muelle de la Sal, con un derrochón pasillo de madera como de ducha de gimnasio…”

Burgos, Antonio. Diario ABC. 17 de agosto de 2007.

Los materiales tradicionales empleados en plazas, plazuelas y bulevares andaluces, el albero y el adoquín, tenían sus ventajas e inconvenientes.

El albero era incómodo, pues ensuciaba los zapatos y generaba polvo, pero también es verdad que absorbía muy bien los líquidos sin ensuciarse. Durante el verano transpiraba mejor al mediodía que las losas de hormigón, que parecen hornos hirvientes preparados para quemar heréticos y despistados turistas, o agotados ancianos que van al Centro de Salud. El albero recién regado a la caída de la tarde aportaba frescor a las plazas y sus veladores, y amortiguaba las calores estivales. Durante el invierno, se enfangaba lastimosamente con las lluvias intensas, pero rápidamente se secaba y recobraba la normalidad. Las losas de hormigón y granito, en cambio, no absorben las aguas de lluvia, simplemente se inundan y, cuando se secan al sol, se cuartean y fisuran irremediablemente. El albero producía rozaduras cuando los niños y jóvenes jugaban y se caían, pero nada que ver con el duro impacto de caer boca abajo sobre el hormigón o el granito. Ahora el albero se está sustituyendo en los parques infantiles por una fibra sintética que amortigua más los golpes, y parece la moqueta del cuarto de los niños en medio de la calle. Echar una o dos capas de albero cada año permitía mantener incólumes durante generaciones numerosas plazas y espacios públicos andaluces, sin excesivos costes, y si no que se lo digan a las plazas de toros que aún lo conservan.

El adoquín era casi irrompible, quizás, uno de los materiales más resistentes como pavimento urbano, y disimulaba mejor la suciedad. Tenía el serio inconveniente de su maltrato a los neumáticos de vehículos y las llantas de las bicicletas, y, sobre todo, a las espaldas de los tripulantes. En este sentido, siempre ha sido indomable para el tráfico rodado. De hecho, aún se conserva en las calles más recónditas, en los “sancta sanctorum” de los centros históricos andaluces, allí donde sólo se quiere que reine el peatón y que la circulación rodada sea lenta, pacífica y de convivencia.

Las invasoras losas de hormigón que están colonizando el suelo de los centros históricos andaluces dan una imagen de aridez por sus tonos grises y fríos. Pero no es sólo una cuestión estética o la frecuente ausencia de vegetación a su alrededor, es que son materiales que no transpiran y acentúan el efecto “isla de calor” de las ciudades. Además, estos materiales tienen una corta vida. Por un lado, porque se agrietan con el paso de los vehículos y el trasiego masivo de peatones. Por otra parte, porque se empapan fácilmente de líquidos - orines, bebidas que se derraman y otros vertidos -, y en pocos meses presentan manchas imposibles de quitar por las brigadas municipales de limpieza. No obstante, las lisas e interminables losas de hormigón de los renovados espacios públicos de las ciudades históricas andaluzas tienen muchas ventajas para la aspiración de los poderes municipales de ver la “ciudad histórica” convertida en “parque temático” al aire libre y símbolo de desarrollo "sostenible".
Estos pavimentos lisos y funcionales, sin arboledas ni otros obstáculos físicos, permiten la acogida masiva de visitantes y son de fácil tránsito, lo que facilita el turismo masificado, que es el que se asimila en las estadísticas oficiales con el incremento del bienestar y la calidad de vida local. En estas plazas y bulevares hormigonados caben cientos o miles de turistas andando, haciendo fotos, sentados descansando, o tumbados y durmiendo la siesta. Multitud de ciclistas y peatones mirándose de reojo. Músicos y malabaristas callejeros junto a mendigos y vagabundos, pidiendo siempre algo. Colectivos reivindicativos con pancartas, grupos de estudiantes en viajes de fin de curso haciendo de las suyas, e incluso movidas y botellonas nocturnas.

Hablemos del mobiliario de estas plazas, bulevares y avenidas andaluzas. Desde el siglo diecinueve hasta finales del siglo veinte los bancos de fundición fueron predominantes en el mobiliario urbano. Sólo tenían la competencia de los bancos de mampostería y ladrillo, decorados con azulejos y cerámicas. Los primeros eran caros pero sobrios y elegantes, armonizaban con los monumentos y edificios prestigiosos, y tenían una larga vida. Los segundos eran bonitos y decorativos, pero no soportaban las costosas reparaciones que ocasionan el robo de sus piezas y el vandalismo urbano. Un elemento indispensable a ambos era el espaldar. En el banco de la plaza podía uno sentarse, descansar, pasar la mañana, tomar pescado frito con la familia, e incluso dormir la mona por la noche. Causa asombro contemplar la instalación de estrechas y alargadas banquetas de madera sin espaldar en plazas y bulevares de los centros históricos. Parecen como ideadas para que el visitante se siente un rato, no demasiado, hasta que le duela la espalda, y siga luego su recorrido turístico. ¿Alguno de sus diseñadores ha pensado en los ancianos, en las amas de casa y empleadas del hogar que lo necesitan durante horas, como venían haciendo habitualmente? Su imagen es también de alto impacto visual. Pueden conducir a la imaginación a un patio carcelario o al banquillo de un equipo de fútbol, más que a una recoleta y milenaria plaza de una ciudad histórica andaluza. Pero estamos hablando del mejor de los casos. También se está llegando al extremo de urbanizar plazas, plazoletas y bulevares sin asientos de ninguna clase. Las autoridades municipales se aseguran así de que no sean costosas de mantener, al convertirse en lugar de refugio de vagabundos o grupos marginales que causen desperfectos, o que se utilice para celebrar botellonas de efecto nuclear. A cambio, niños que juegan, amas de casa y empeladas del hogar que los vigilan, adultos y ancianos que gustan de estar al aire libre, han de emigrar a otras plazas cercanas donde poder sentarse, si las hay.

Los monumentos son un elemento más de las plazas y bulevares andaluces, a los que vienen acompañando secularmente. De manera consciente o inconsciente se atraviesa una moda secularizadora y de contemporaneidad.

Figuras de la iglesia católica, santos, cristos y vírgenes, patronos y patronas locales, han casi dejado de figurar en el repertorio de los espacios públicos andaluces. Incluso, se ha llegado a prohibir el levantamiento de un monumento a un Papa recientemente fallecido junto a la Catedral hispalense, con la excusa de que no armonizaba con el ambiente. Un monumento a la familia tradicional inaugurado recientemente en Ayamonte ha despertado las iras de transexuales, gays y lesbianas, que se consideraban, una vez más, excluidos de la sociedad por los poderes públicos. El movimiento reivindicativo de la “memoria histórica” republicana y antifranquista ha impulsado que se quiten estatuas de figuras representativas de ese periodo de la historia española, aludiendo la falta de libertades y la represión política en que se movieron los homenajeados, y se alcen monumentos a figuras meritorias y famosas, y otras de rango menor, de esos años oscuros.

Con todo, lo de más rabiosa actualidad es que tengan su monumento todas las figuras del “Mundo del espectáculo” y la “Vanguardia artística” local. Desde cantantes y actores a toreros y deportistas, pasando por novelistas, dramaturgos o pintores. Son los nuevos “Dioses” de la contemporaneidad. En Isla Cristina se ha construido un monumento a una cantante-niña, famosa gracias a la televisión, sin esperar a que tenga una trayectoria artística consolidada, o siquiera cumpla la mayoría de edad. También se está extendiendo la moda de levantar monumentos a figuras emblemáticas del mundo mundial (Mozart, Los Beatles, Harry Potter, Bob Marley, …), para que la ciudad andaluza en cuestión de identifique, o quizás mejor, se publicite, como ciudad de referencia o de vanguardia cultural en materia de música, cine, o bellas artes como la pintura o la escultura.

El monumento también se está haciendo más popular, anónimo y colectivo. Por un lado, están los que encarnan personajes locales típicos (aceituneros, mineros, pescadores, pastores…) que están a veces en trance de desaparición. También, los que glorifican elementos de la naturaleza o del campo (el olivo, la encina, el mar, las olas,…). En tercer lugar, los hay que exaltan los valores de la nueva educación o ética para la ciudadanía (libertad, paz, intolerancia, solidaridad, antirracismo, progreso,…).

La moda del arte abstracto, funcionalista y minimalista también ha llegado a la escultórica de los espacios públicos. Tan es así que algunos monumentos como el de la “Intolerancia” en el muelle de la Sal de Sevilla capital, no se entienden ni por los visitantes, ni por los mismos parroquianos, si no leen el letrero o acuden a una guía turística.

sábado, 11 de agosto de 2007

El río Genil en la mirada del poeta Juan Rejano

Juan Rejano fue un poeta pontanense de la Generación del 27. Sin embargo, tuvo que pasar gran parte de su vida exiliado en Méjico, por su pensamiento revolucionario y militancia comunista. Hasta su muerte siempre recordó en sus versos, a pesar de tan larga y prolongada ausencia, el paisaje vivido a orillas del río Genil en su infancia y adolescencia. Y lo hizo con una simplicidad expresiva y, a la vez, una hondura e intensidad de sensaciones, sin parangón en la literatura andaluza. Posiblemente, nunca un paisaje tan distante fue contado como si estuviera tan al alcance de la mano.

Comenzamos la miscelánea de estas impresiones, con la descripción de los tonos argénteos y brillantes del río Genil. El poeta lo compara con un cometa descendido del cielo:

Genil, Genil de arenas rumorosas,
diminuto cometa descendido
al reino donde el lirio se recrea
escoltado de adelfas y espadañas.

Rejano, Juan. Nuevos motivos del Genil. El río y la paloma. 1961.

A continuación repasa la mitología poética de este río, al que le han cantado nombres ilustres de la literatura española como el poeta barroco antequerano Pedro de Espinosa - que lo convirtió en Dios en su fábula del río Genil -, y el inmortal Federico, en sus años mozos de la vega granadina:

En dios te convirtió el antequerano,
en dios enamorado de una ninfa,
y el granadino sorprendió tu sangre
cuando al Guadalquivir corren tus lágrimas

Rejano, Juan. Nuevos motivos del Genil. El río y la paloma. 1961.

Pero, si hay que ponerle un adjetivo al río Genil, Juan Rejano prefiere el del “río-niño”, pues tan ligero y presuroso corre en busca del Guadalquivir:

Yo, que abriera los ojos en tus brazos,
como a un niño te veo, como a un niño
que en su propia inocencia se reclina
y entre pálidas cañas amanece

Rejano, Juan. Nuevos motivos del Genil. El río y la paloma. 1961.

Desde Granada hasta Palma,
qué caminar por los cielos,
Genil,
qué cielos los de tus aguas
tan ligeros.

En Loja eres la mañana,
el mediodía en Palma,
la tarde en Ecija llana...

Fugitivo, aventurero,
marinero
de agua dulce, de ligero
no lo ves

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.


Es también para el poeta, un río con vocación de músico eterno. Escribe una y otra vez las partituras de sus aguas fluyendo o rozando los cantos rodados, y del viento enmarañado por las cañas y álamos que escoltan sus orillas, o vagando por los montes que atraviesa:

¡Qué tierna tu tierna voz
por entre juncos transida ¡
Si por la vega florida,
un rumor,
un alboroto de linfas
entre zarza y ruiseñor.

¡Qué suspirillos de amor
al pie de la serranía¡

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

Aún te escucho en las noches de verano,
cuando el cielo te viste de jazmines,
pulsar con ágil mano la guitarra
que entre las guijas y las juncias duerme.

Aún me sigue tu voz, siempre me sigue,
como música anclada en mis entrañas,
Y estoy viendo flotar tu cabellera,
movida por el aire, entre los álamos.

Rejano, Juan. Nuevos motivos del Genil. El río y la paloma. 1961.
El complemento a la mñusica del río en las vegas cercanas lo ponían las norias. ¡Cómo le aviva la melancolía al poeta, recordar el sonido de las gigantescas y viejas norias árabes en los remansos del río ¡ Hoy sólo queda una de éstas en Ecija, a punto de ser demolida:

Si pasas por el remanso,
oye la voz de la noria,
girando siempre, girando.

el eje chirría.
en el cangilón
la canción
del agua fría.

la canción eterna.
el tiempo no pasa, el agua se aleja.

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

Entre lo más sobresaliente de sus orillas se encuentra, sin duda, el mágico paisaje de los álamos, que le atraen por su esbeltez, su cambiante color, y la sonoridad de sus hojas:

¡ Qué altas las hojas de plata
de los álamos ¡ ¡ Qué altas ¡
En la mañana descienden
a los espejos del agua
y suben luego, en un vuelo
como mariposas blancas¡
La brisa llega en la tarde
con sus manos de esmeralda
y les pone peinecillas
verdes en las sienes claras...

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

En la ribera los álamos,
en los álamos el viento,
en el viento sueños claros
embriagando el pensamiento

Rejano, Juan. Constelación menor. 1950.

En aquel sotillo
al borde del agua,
en donde susurran
las hojas de plata
de los altos álamos,
donde se remansa
la brisa trayendo
bajo de sus alas
un aroma dulce...

A la orillita del río
o al borde
de los caminos.

Cantando, siempre
cantando
una canción de hojas nuevas
que no la saben los pájaros.
Alamo esbelto
de plata,
la paz que alumbra en tu frente
alumbra también mi alma.

Rejano, Juan. Canciones de la paz. 1955.

También canta el poeta a las aves de ribera:

Ruiseñor
en los zarzales
de los ríos, tu voz y tu amor
iguales
a los míos

Rejano, Juan. Canciones de la paz. 1955.

Y entre los cultivos ribereños Juan Rejano prefiere, como ninguno, el de las huertas y membrillares:

Membrillares
del sotillo,
entre los ramajes,
perfumando el río¡

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

Especialmente idílicas le resultan en la memoria, las huertas aisladas en las pequeñas islas que se forman en el curso central del río:

¡ Aldea del Palomar ¡
una ribera de huertas
y cuatro casas de cal.

Sólo existen dos caminos
que lleven a tu lugar:
los ojos del puente viejo
o el limo del tarajal...

La isla del Tarajal
un anillito verde
y un arenal.

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

La llegada de la oscuridad y el silencio de la noche al río
Genil hacen más misterioso el contorno de los campos y montes vecinos, sensación que se amortigua con los dulces aromas con que penetra en las tierras que lo rodean:

Leve bruma de la tarde
sobre el agua cenicienta,
la luz se oculta en los brotes
de las ramas, despidiéndose.
sube a las pausas del aire
un dulce aroma silvestre,
mientras se cubre la tierra
con cendales de silencio.

Rejano, Juan. Nuevos motivos del Genil. El río y la paloma. 1961.

De madrugada el reflejo del firmamento, de la luna y las estrellas, quebrándose en las aguas del río se apodera del paisaje:

Luna de enero
en el río.

En la sombra árboles yertos.

la noche
va llamando a los luceros.

en el agua negra,
los aromas muertos
de la tierra.


La primera estrella.

Morada va el agua.
Huele a hierbabuena.

pensativos miran
los montes violeta,
y allá, en un recodo
del río, se quiebra,
como un dulce tallo,
la primera estrella.

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

Y finalizamos con otro momento singular del río Genil. Cuando con las fuertes lluvias y tormentas el “río niño”, el “río músico” muestra su rostro más feroz, arrasando todo lo que encuentra:

La tormenta
dejó sin risas la tierra.

dejó en el río
la sangre
de los árboles heridos.

roja corriente
que entre sus brazos arrastra
la simiente
del esfuerzo y la esperanza...

Rejano, Juan. El Genil y los olivos. 1944.

viernes, 3 de agosto de 2007

El bosque sumergido

Antiguamente las praderas submarinas tapizaban gran parte de la franja litoral mediterránea de Andalucía, desde las proximidades de la orilla hasta aproximadamente unos treinta metros de profundidad.

Cada lugar de la costa estaba poblado por una secuencia de plantas formando boscosas praderas. Sus alturas eran relativamente modestas, desde apenas unos centímetros a un metro de altura. La presencia de unas u otras plantas nos indicaba si la vegetación se había conservado secularmente en estado natural o había sido más o menos transformada por la acción del hombre. Cada planta había ido evolucionando a lo largo de la historia de la vida vegetal en el mar.

Las formaciones vegetales más comunes eran las zoosteras, una planta fanerógama marina que se ha extendido hasta el Polo Norte. También había cymodocea nodosa, que son las plantas colonizadoras de los fondos arenosos. Cuando éstas ya se habían implantado y fijado el suelo, sobre ellas crecían las praderas de posidonia oceánica, que reciben este nombre en homenaje a Poseidón, el Dios griego del Mar.

Ésta es una de las plantas más nobles de los fondos marinos andaluces, tanto por la antigüedad de su linaje y su adaptación durante siglos a este difícil medio, como por la belleza de su paisaje. Estas praderas de posidonias son algo semejante a los alcornoques y encinas para el monte mediterráneo. Sólo viven en el Mar Mediterráneo y su rápida desaparición actual ha hecho que se las haya catalogado como “especie vulnerable”.

La posidonia, también llamada alguero, deja testimonio de su presencia a los habitantes de la Costa cuando en otoño e invierno sus tallos y hojas muertas invaden masivamente las playas. Se extendía antiguamente desde el Estrecho de Gibraltar hasta la raya de Murcia, aunque su superficie ha menguado considerablemente.

Todavía hay praderas aisladas de posidonias enfrente de Estepona, en Calaburra (Marbella), en los acantilados de Maro-Cerro Gordo -entre las provincias de Málaga y Granada-, en la costa del municipio de Castell de Ferro (Granada), y en el paraje de Puntas Entinas-Sabinar en el Poniente almeriense (municipio de Roquetas de Mar).

A partir del Mar de Alborán y del Cabo de Gata; Cuando se hace menos notable la influencia de las aguas atlánticas, y el complicado perfil de las sierras litorales continua mar adentro, como un reverso de dicho paisaje, el bosque de posidonias oceánicas forma un manto submarino continuo, que se prolonga hasta Murcia, y que ha sido bautizado como el “Bosque sumergido”.

Paradójicamente, se encuentran aquí, bajo las aguas del desierto almeriense del Campo de Nijar y del Cabo de Gata, las formaciones más espectaculares por su buen estado de conservación y por su singular belleza de todos los países mediterráneos. No pensemos en una selva, por supuesto. Las praderas de posidonias no suelen llegar al metro de altura, pero nos deparan numerosas sorpresas estéticas y biológicas. El paisaje es deliciosamente bello. Tienen forma de cintas de color verde esmeralda, que se van enredando unas a otras. Entre ellas aparecen algas de colores diversos –violetas, verdes, pardas y rojas -, que producen un efecto mágico a la vista. A ello hay que unirle la presencia de corales, esponjas y estrellas de mar, cangrejos, erizos, y peces de numerosas formas y tamaños, desde la cruel y asesina Morena a pequeños pececillos de vistosos colores con nombres tan sugerentes como doncellas y galanes.

Las posidonias crecen tanto a lo largo como a lo ancho, según las facilidades que ofrece el medio. Las hojas viejas ocupan los extremos, y protegen el crecimiento de las hojas nuevas, que van surgiendo en la parte central. Asimismo, estas plantas son capaces de fijar sus raíces tanto en las arenas como en las rocas, y florecen bajo el agua antes del invierno. El resultado es un fruto llamado aceituna de mar, por su similitud al del olivo. Cuando llega el verano las hojas se van muriendo y quedan acumuladas en los fondos marinos, hasta que con el otoño vuelven a crecer.

Estos bosques marinos, como los terrestres, son una fuente de producción de oxígeno y vida.

Un metro cuadrado de pradera de posidonia produce entre 4 y 20 litros de oxígeno al día.

Estas praderas sumergidas son también los “agentes medioambientales” que pone la naturaleza para guardar el equilibrio ecológico del litoral, que siempre se ha debatido entre la acción erosiva del mar y la acción sedimentaria del relieve costero. Constituyen una barrera que calma la fuerza del oleaje que llega a la orilla, tanto por su presencia en el fondo del mar como por el freno que ejercen su rosario de tallos y hojas muertas depositados en las playas, cuando llegan los temporales con el mal tiempo. Los científicos han calculado que cuando desaparece una de estas praderas o bosques marinos se pueden perder entre 10 y 20 metros de anchura de la anterior franja litoral, debido al incremento de la erosión del mar. Aunque, además, se pierde también mucho dinero del erario público. Millones de euros que se vienen invirtiendo anualmente en un vasto e interminable programa de obras artificiales de defensa y regeneración de las playas andaluzas (extracción de arenas, diques, espigones, etc.), y que el Ministerio de Medio Ambiente se podría haber ahorrado si se hubiera mantenido esta vegetación protectora.

Otra de sus funciones, recientemente descubierta por los científicos, es que las praderas de posidonias contribuyen a frenar el denostado “cambio climático”. En lugar de arrojar carbono a la atmósfera, los restos de los tallos y hojas muertas de las praderas se almacenan en el fondo del mar, constituyendo un campo de turba con una reserva estimada de 12 mil toneladas de carbono, hundida en pleno Mar Mediterráneo.

Hablemos de su vida cotidiana. Las praderas de posidonias son el hábitat propio de más de 400 plantas y 1000 animales acuáticos que viven en el Mar Mediterráneo.

Microorganismos vegetales y animales, moluscos y crustáceos eligen sus hojas o sus restos muertos depositados en el fondo del mar para alimentarse y vivir, y atraen peces que se alimentan de ellos, y a otros más grandes que se comen a los pequeños. Hay diversos tipos de algas que viven en la semioscuridad, bajo las hojas de estos bosques marinos. Los microorganismos, bacterias, hongos y otros animales diminutos se adaptan a micro-viviendas que pueden estar cercanas a los fondos y las raíces de estas plantas, y sobre o entre las hojas y los tallos. También es el hábitat preferido de moluscos como la sepia, de crustáceos como el cangrejo de mar, o de peces como el caballito de mar, las doradas, los sargos, los besugos blancos o el voraz. Otros vienen aquí simplemente a aparearse en la intimidad o a alimentarse.

Al igual que los cerdos ibéricos o de “pata negra”, que se crían exclusivamente en las dehesas de encinas y alcornoques, y tienen un sabor mucho más delicioso que los de granja, los pescados andaluces que “pastan” en estas praderas marinas tienen un sabor inigualable, muy diferente a los pescados congelados capturados en Terranova. Muchos peces comestibles andaluces se crían o aparean en estas praderas marinas y son luego unos alimentos frescos y naturales que constituyen un lujo para el paladar. Además, son ricos en vitaminas, sales minerales y proteínas y, por tanto, ideales para una dieta equilibrada y sana.


Sin embargo, las praderas de posidonias corren un grave peligro. Veamos las causas:

Los complejos de industrias básicas- como los de Carboneras y Bahía de Algeciras-, han vertido tantas sustancias contaminantes al mar que han acabado por arrasar estos bosques marinos en sus proximidades. Un medio biológico especialmente rico, como el de los estuarios de los principales ríos mediterráneos (Guadalhorce, Guadalfeo, Andarax o Almanzora), también ha visto menguar esta vegetación marina. Los ríos bajan cargados de contaminantes procedentes de los vertidos urbanos e industriales de sus márgenes.

Las urbanizaciones litorales dedicadas al turismo también arrojan al medio marino cientos de toneladas anuales de materia orgánica y sustancias contaminantes como fósforo y nitrógeno. Alteran las condiciones de vida de estas praderas, y la turbidez creciente de las aguas impide a las posidonias realizar la fotosíntesis, por lo que acaban ahogándose.

Además, está la amenaza de la utilización indiscriminada de algunas artes de pesca -especialmente las de arrastre-, que han ido esquilmando estas praderas submarina. Producen el mismo efecto que si pasaran las rejas de un potente tractor sobre la vegetación virgen de un monte mediterráneo.

A ello se le ha sumado la construcción y ampliación de puertos deportivos, y todo el trasiego de embarcaciones y yates que conllevan; anclas que se clavan; vertidos de combustibles que se derraman,…

Dos últimas amenazas, por su carácter más reciente, son las jaulas de acuicultura a pocos kilómetros de la costa y los parques eólicos marinos. Las primeras se están extendiendo alarmantemente por los parajes marinos que aún conservan praderas de posidonias en aguas someras y cristalinas. Para alimentar a los miles de alevines y pequeños peces que se criarán en estas granjas se verterán al mar cientos de toneladas de materia orgánica en forma de piensos y excrementos, que indigestarán a nuestras queridas posidonias.

Las medidas para la conservación de estas praderas marinas son incipientes y tímidas.

En algunas zonas se están señalizando con boyas de colores y construyéndose arrecifes artificiales, más que pensando en preservar esta vegetación, para evitar la pesca esquilmadora y regenerar los caladeros de pesca.

La declaración de “reservas marinas”, una figura similar a los parques o parajes naturales del medio terrestre, es la medida más acertada a medio y largo plazo para frenar la pérdida irreversible de este patrimonio natural.

A corto plazo, y ahora que está tan de moda el término, la opción sería generalizar una asignatura de “educación ciudadana” sobre el medio marino, que evitara perder estos tesoros naturales, tan diferentes pero tan valiosos como los cientos de galeones hundidos, aún por descubrir.