sábado, 22 de noviembre de 2008

La inauguración de un gran centro comercial: ¿Impulso para el progreso cultural de una ciudad media andaluza?

Cada vez que se inaugura un gran centro comercial en la periferia de una ciudad media andaluza en los últimos veinte años, el pleno municipal se felicita como si fuera el día del Santo Patrón. Esta instalación, dicen, traerá el progreso, la modernidad y la cultura a la localidad, como nunca antes hubo.

Se felicitan porque, como en la metrópolis, ha llegado por fin el supermercado o hipermercado de la cadena nacional o internacional que allí tanto abunda, porque habrá multicines y muchos bares, restaurantes y salas de juego.

Al igual que los ciudadanos americanos desde hace ya más de medio siglo, los andaluces de esta población podrán ir allí y pasar el día entero en el anonimato de ese templo para el consumo multitudinario y masivo. Y, además, sin notar los olores de la ciudad ni el campo; ni los matices de la luz solar de la mañana, el mediodía y el atardecer; ni el frío invernal, ni el calor veraniego. En su lugar, podrán disfrutar de una atmósfera controlada bajo la fija, estúpida e indiferente mirada de las lámparas eléctricas.

Allí podrán deleitarse durante horas mirando y comprando miles de productos en la más entera libertad, y, a la vez, tomar unas tapas o almorzar. También se pondrán a la última en cultura, adquiriendo esas pocas decenas de libros best-seller, videos o ediciones musicales, anunciados en los medios de comunicación como imprescindibles para estar al día y a la moda en materia cultural, como en el resto de España, Europa y Estados Unidos.

Además, podrán ver la última película de estreno, mientras los niños se divierten en la sala de juegos. Y saldrán contentos de haber adquirido tales prendas de vestir a precio de ganga. Todos tendrán sus chándales y camisetas deportivas de la marca SEPTHATLON. Los jóvenes podrán lucir sus camisetas y pantalones de la tribu urbana con la que se identifican: góticos, raperos,…

Efectivamente, el centro comercial hace de estas ciudades medias andaluzas más modernas y cultas, pero sólo en ese segmento limitado y superficial de libros, películas, músicas o modas, con que nos bombardean diariamente y cambiantemente los medios de comunicación.

De hecho, toda esta cultura tiene mucho de mercancía vendible, mudable y de vida efímera, casi siempre traída de fuera. Por el contrario, no tiene casi nada que ver con el producto artesano elaborado intelectual o materialmente por los habitantes de la susodicha ciudad media. La prueba más visible es que, cuando llega la noche, el centro comercial es tan sólo un fantasma. Una gran superficie de paredes blancas, opacas e impermeables, que carece de vida como los millones de objetos inertes que alberga.

A la vez que se anuncia que este centro cultural traerá una cultura moderna y ultimísima al municipio, su cultura propia y única, la elaborada pacientemente por sus habitantes de generación en generación, van desapareciendo de sus cascos históricos.

El único comercio que ha prosperado en dichos cascos históricos en los últimos años son las tiendas de conveniencia o bazares asiáticos y magrebíes. Hasta el punto de que los comerciantes locales sólo se ponen en común para intentar prohibir la proliferación de estos bazares y de los centros comerciales, cuya cercanía es para ellos como la crónica de una muerte anunciada.

Estos bazares forman parte también de otras cadenas multinacionales, que impulsan países menos desarrollados. Sus mercancías son las mismas en todo el mundo, baratas y de menor calidad que la de los grandes centros comerciales. Su principal ventaja es que las fabricas obreros a miles de kilómetros de distancia, que cobran salarios diez o cien veces menores que los de la localidad de turno.

Volviendo a los cascos históricos andaluces, se asiste al cierre de diez tiendas o talleres tradicionales por cada uno de nueva generación que se inaugura. La trayectoria no puede ser más pesimista. La cultura propia y singular de cada ciudad media andaluza va desapareciendo. Cada vez se pueden ver menos imprentas y librerías donde publican y se divulgan los libros de poetas, novelistas o cronistas locales; menos estudios de pintores que retratan los paisajes de la zona, o de fotógrafos que te retratan inmejorablemente el día de tu Comunión o Boda.

También menguan los talleres artesanos de carpinteros que te hacen un mueble personalizado, los de orfebres e imagineros que esculpen los santos de las procesiones religiosas o los monumentos de los espacios públicos, los de joyeros que te hacen una medalla o alianza personalizada, los de los zapateros remendones, los del sastre que te hace el traje a medida que mejor te sienta, los de los artesanos que elaboran recuerdos de la localidad que no se encuentran en otra parte…

Y, en relación con la cultura campesina del entorno de la población, también van desapareciendo las bodegas donde comprar el vino joven o mosto del año; las fruterías donde degustar la verdura o la fruta de la huerta cercana recolectada el día anterior, la tienda de comestible que te ofrece la legumbre local, una cántara de leche extraída de la ubre de la vaca hace pocas horas, o un queso o una chacina artesana, con la receta autóctona, los obradores que te venden el pan caliente del pueblo o el dulce típico de cada fiesta del calendario local, o los tornos monjiles que elaboran dulces de recetas secretas sólo trasmitidas de superiora a superiora de convento…

En estas imprentas y librerías familiares, en estos artistas y orfebres locales, en estas tiendas de comestibles, se había ido renovando lentamente la cultura intelectual, artística y material de las ciudades medias andaluzas durante siglos.

¿Qué quedará de ellas si no se las protege de la invasión incontrolada de bazares de países tercermundistas y cadenas comerciales multinacionales de países avanzados?

1 comentario:

Anónimo dijo...

quizas no quede nada