sábado, 15 de noviembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (3) LA FLORA Y ARBOLEDA CAMPESTRE DE LA TOSCANA EN LA MIRADA DE D.H. LAWRENCE (1889-1945)

El prosista inglés D.H. Lawrence, famoso por su novela erótica El Amante de Lady Chatterley, pasó largas temporadas en Italia en el periodo de Entreguerras (1918-1945). Prácticamente hasta que se desilusionó y marchó a conocer países más salvajes e inexplorados (Méjico, Ceilán, Australia,…).

Para él, el mundo mediterráneo estaba demasiado contaminado del espíritu moderno. Había ido perdiendo su personalidad propia y original. Sólo cabía admirar los vestigios de su glorioso pasado. Se adelantó en esta afirmación a lo que hoy día motiva que sea el lugar más visitado por turistas (más de cien millones anuales).

Aún así, el paisaje campestre se mantenía relativamente intacto en la época que le tocó vivir. Era todavía el legado de una cultura agraria milenaria y con personalidad propia. Quizás por esto, su corrosiva y atrevida pluma no puede dejar de enternecerse con la descripción de la flora y arboleda campestre de la Toscana italiana en los relatos de su libro póstumo Phoenix.

¿Por qué había tal abundancia de flores silvestre en los campos cultivados al modo tradicional en el mundo mediterráneo?

Ciñéndonos al caso de la Toscana italiana, el autor va apuntando los argumentos que explican esta proliferación floral, desde lo más global a lo particular:

“Cada país tiene sus flores… El Mediterráneo tiene al narciso y la anémona, a la salvia, el romero, el tomillo o el mirto. Son las flores que hablan y son comprendidas bajo el sol que rodea el Mar Central.

La Toscana es particularmente florida, ya que es más húmeda que Sicilia y más rústica que las colinas romanas… Tiene, además, miles de colinas y pequeños valles con arroyos que parecen seguir su propio camino, haciendo caso omiso del río o del Mar.”

Humedad, rusticidad y diversidad del relieve. ¿Tan sólo estos factores explican la abundancia de flores? Hay más misterios que resolver:

“Resulta extraño ver tantas flores en un país tan perfectamente cultivado, de vid, oliva y trigo, desde tiempos milenarios… El pueblo toscano ha hecho de sus campos cultivados una bella escultura. Ha creado cientos y cientos de terraplenes y terrazas de cultivo, que decrecen o se ensanchan, se hunden o se elevan, adaptándose al contorno roto de la Colina Madre…Las manos humanas han aprovechado las piedras robadas a la colina para alzar los muros sin cementar que sostienen estas terrazas…

Los terraplenes son harto angostos para que los bueyes lleguen con el arado a sus orlas herbosas que, también ayudan a sostener estas superficies ante las lluvias… estas orlas herbosas vienen siendo el refugio de la flora desde hace milenios”.

Los postulados de la moderna agricultura ecológica ya estaban subyacentes en esta cultura campesina tradicional de la Toscana. Se estableció una relación de conveniencia entre las hierbas y flores silvestres y el agricultor. En lenguaje coloquial sería algo así como: Tú me sostienes la terraza de cultivo y yo te dejo vivir en paz, a la vez que me evito caídas propias o de mis bueyes a la terraza inferior.

Un último argumento explica esta abundancia floral, no sólo en calidad sino también en su diversidad:

Desde finales de invierno o inicios de la primavera se suceden las floraciones… Cada especie aprovecha su oportunidad efímera de vivir y resplandecer… El primero en aparecer es el narciso, bastante helado y tímido… le siguen el acónito, el eléboro, las violetas, los azafranes…ç

Hay plantas que florecen en las orlas herbosas de tal o cual terraza cultivada, otras prefieren las orlas herbosas de los bosques o las calvas de su interior, los matorrales o las márgenes de los arroyos y las fuentes. De esta manera encontramos muchas familias de narcisos y otras flores, cada una con su forma característica”

La arboleda secular de la Toscana llamó también poderosamente la atención de D.H. Lawrence. En la agricultura tradicional, en que había que abastecerse con un poco de todo lo que se producía en las proximidades, convivían en una deliciosa promiscuidad los árboles que daban madera o frutos forestales, con los frutales domésticos más variados y las plantas de jardín. El resultado era un paisaje rico y diverso por sus innumerables tonalidades verdes:

Hay una belleza en el paisaje frágil de la primavera… centellean todas las gamas de verde en la arboleda… el verde parduzco del oscuro ciprés, el verde negro del roble perenne, las onduladas y pesadas hinchazones verdes de los pinos, el robusto verde joven del Castaño de Indias, el verde oro pardo de los álamos, el verde gris del olivo, el verde en si mismo, el más verde de todos, del peral, el frágil verde de los durazneros y almendros,…Y todos estos verdes dispuestos de mil formas, sobre mesas ladeadas, sobre hombros redondos, sobre portes erectos o sobre penachos extravagantes… Al anochecer el paisaje parece incendiado desde dentro de verde y oro”

3 comentarios:

Anónimo dijo...

vaya, vaya

Pepe dijo...

Muy bonito este pequeño artículo, y un detalle que nos des a conocer la sensibilidad de Lawrence ante el paisaje. Un par de sensaciones se me quedan -como el regusto primitivo del café con leche y la tostada con aceite que acabo de tomar-: que la marginalidad es algo totalmente subjetivo como concepto y totalmente artificial como producto -por lo de las flores en los bancales- y el estupendo párrafo final sobre los tonos verdes del paisaje toscano. Por cierto, ¿que matices tendría el verde de el Betis?, ¿el místico verde de lopera?, ¿el verde arrugado del chaparro?
Gracias por tus apuntes

Anónimo dijo...

El chaparro es verde viejo y resistente a las tempestades, aunque chiquito. El verde Lopea es el de la charanga y pandereta, muy llamativo por fuera y vacio por dentro.