jueves, 19 de marzo de 2009

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA (22). EL TRANSPORTE MARITIMO EN LA CIUDAD DE VENECIA.

Varios grandes ríos italianos desembocan en la marisma de la región italiana del Véneto. Su aporte de arenas permitió habitar los islotes que allí se forman desde tiempos prehistóricos. Cazadores de aves marinas, pescadores y salineros levantaron aquí sus poblados de chozos de junco .

Durante la etapa de decadencia del imperio romano (siglo II y IV) estos islotes abandonaron su vocación rural y se transformaron en una ciudad, al amparo de la prosperidad de navieros y comerciantes que traficaban con el emergente imperio bizantino. Una ciudad que nació separada por canales, a través de los que penetraban mansamente las aguas del mar Adriático.

Tras diversas vicisitudes la capital de la ciudad de Venecia se estableció en la isla de Rialto. Se eligió un puerto separado del mar por una extensa laguna, protegido de súbitas invasiones por una barrera de islas, y donde podían anclar fácilmente los navíos.

Venecia, desde el siglo IX al XIX, será una de las pocas ciudades mediterráneas cienmilenarias, gracias a la formación de un imperio militar y comercial marítimo sobre gran parte del Mediterráneo oriental.

A la vez, los habitantes de Venecia construirán un paisaje urbano, más bien un paraíso urbano, asentado sobre el mar.Un medio físico árido y hostil rodea a la ciudad. Para pavimentar las calles, antes arenosas, fue necesario transportar bloques de piedras calizas desde la lejana Istria. Los bordes de las islas, los embarcaderos y los puentes se construyeron con maderas caras y nobles, que resistían bien la putrefacción de las aguas saladas, como alerces, cedros y abetos. Las casas, también de piedra, se construyeron con una refinada y lujosa arquitectura, dejando siempre una porción de tierra para plantar arboledas.

La urbanización fue perfeccionándose al cabo de los siglos. Los puentes de madera, que se incendiaban o cedían ante pesos excesivos, fueron sustituidos por bellas arcadas de bloques de piedra. En una ciudad con poco espacio disponible, las casas se apretujaban y se elevaban hasta las cuatro o cinco alturas, y los mismos puentes estaban cubiertos y sus soportales se llenaban con tiendas, como en Florencia.

Para moverse dentro de cada isla había asnos y mulos, o borricos y caballos. Sin embargo, para desplazarse a otra isla o al exterior, eran indispensables los transportes marítimos.

El pueblo llano tenía habitualmente un pequeño bote o una falucha, a veces de madera basta, y otras pintada con los alegres colores venecianos (celeste, rosa, verde, salmón,…). Estas embarcaciones adoptaban diversas formas y tamaños según su función. Las de los fruteros o panaderos tenían un vientre amplio y resguardado para llevar sus mercancías sin mojarlas. Las de los pescadores hacían sitio a las redes y el pescado. Otras, sencillamente, eran suficientemente grandes como para transportar a toda la familia.

Las clases acomodadas como navieros y comerciantes, que sustentaban el imperio marítimo veneciano, idearon para desplazarse una embarcación que ha pasado a la posteridad: La góndola. Tiene una forma coquetamente alargada y grácil y su fondo es plano, ideal para navegar en canales estrechos –que hacen de calles- y aguas someras. En la proa suele llevar una armadura de hierro, con formas muy originales, pero que tiene la función de servir de contrapeso al remero, situado de pie en la popa.

Su color ha sido casi siempre negro, aunque no está aclarada la causa de esta preferencia. Su interior se ha ido enriqueciendo con el paso de los siglos. Las pinturas renacentistas nos muestran asientos rústicos labrados en madera clara. Los pajes de la aristocracia eran los remeros y no llevaban aún los clásicos uniformes marineros.

Cuatro siglos después, los cuadros del pintor Canaletto nos retratan góndolas más estilizadas y elegantes, tanto en su interior como por fuera. Los remeros ya usaban en dicha época unos gorros de color rojo que los identificaba.

A lo largo del siglo XIX la góndola se convierte en atractivo turístico. La ciudad se llena de coquetos embarcaderos de madera. El gondolero se uniforma con el traje marinero. Una camisa blanca, un pantalón gris o azul y una gorra o sombrero negro. El interior de la góndola se amuebla excepto el asiento central se tapiza con terciopelo para comodidad de los viajeros, o se transforma en una cabina cubierta por un toldo o labrada en madera. La proa de las góndolas se remata con su artística armadura metálica.

Durante el siglo veinte, con la masificación del turismo, la góndola adopta un diseño más sofisticado gracias a las nuevas tecnologías, volviéndose más aerodinámica para transitar las aguas más velozmente y con menos esfuerzo.
El gondolero adopta el vestuario universal con el que se identifica al traje marinero, el chaleco o la camiseta de rayas celestes o rojas.

La omnipresencia de la góndola en el paisaje urbano de Venecia ha contribuido, hasta su masificación turística, a su fama de “ciudad para los enamorados”, ideal para la “luna de miel”.
Venecia era, al anochecer, una ciudad donde los ruidos se reducían a los roces humanos y el chasquido de las góndolas. Éste sólo era interrumpido por un alarido lúgubre y cadencioso, que usaban los gondoleros para avisarse al doblar las esquinas. Se podía contemplar entonces silenciosamente una ciudad casi solitaria y mágica. Su bella arquitectura palaciega reflejándose en el mar a la luz de la luna. Una arquitectura donde no se veía ninguna nueva construcción. A la vez se respiraba un aire puro, diáfano y limpio, con un cielo sin nubes en maridaje eterno con el azul intenso del mar. Para completar esta dicha, los enamorados encargaban serenatas a los balcones de las mujeres amadas. Reunían para ello un cortejo de góndolas iluminadas con farolillos de colores, donde iban los cantores y músicos.

Hasta la uniformación de los usos y costumbres que ha ido imponiéndose a finales del siglo veinte, el transporte marítimo veneciano tuvo sus embarcaciones originales que reproducían, con características propias, a las usadas para el transporte terrestre en cualquier ciudad europea.

Los novios iban a casarse a la Iglesia en una góndola con cojines y lazos de seda de color blanco, orlada con guirnaldas de flores blancas como azucenas y claveles. Los muertos se conducían al cementerio en soberbias góndolas decoradas con paños y crespones negros, a las que sucedían otras sólo cargadas de coronas de flores que los despedían de este mundo. Los médicos iban en embarcaciones blancas con el distintivo de la Cruz Roja, y los bomberos en embarcaciones de brillante color rojo, haciendo ulular sus sirenas.

Venecia ha tenido también sus embarcaciones peculiares para festejos y actividades deportivas y de ocio.

Hay fiestas que se remontan a ocho o diez siglos, durante las cuales las aguas de los canales de la ciudad se llenan de todo tipo de embarcaciones. La más típica y conocida es el carnaval, donde todo el mundo va con máscaras y vistosos disfraces, pero también hay otras. Así, para celebrar la derrota de los pueblos dálmatas y el dominio del mar vecino, es decir, el carácter secular de la República de Venecia como Reina del Adriático, se celebraban los “esponsales con el mar. El Dux (o Rey) de Venecia iba a la cabeza de un deslumbrante desfile marítimo hasta la Iglesia de la isla del Lido. El estampido de los cañones y el repiqueteo al unísono de todas las campanas indicaba el comienzo del desfile. El Dux se embarca en el “Bucetoro”, una descomunal y grandiosa embarcación dorada - de casi cien metros de largo por veinte de ancho-, que era considerada el “navío sagrado” de Venecia. Le seguían los diferentes grupos sociales con embarcaciones acordes a su rango. Otros barcos dorados, aunque de menor tamaño, trasladaban a la Corte y los embajadores. Refinadas góndolas portaban a las familias aristocráticas. Tras ellas venían los bajeles de las tropas marineras, que tocaban sus trompetas y tambores en estridentes fanfarrias. Y, finalmente, la comitiva se cerraba por multitud de barcazas, botes y chalupas más humildes, donde el pueblo llano iba vestido coloridamente. El acto central de esta celebración era el momento en que el Dux arrojaba su anillo nupcial al mar, a la manera de matrimonio renovado de la ciudad con el Adriático.

Asimismo, desde tiempo inmemorial se han venido celebrando concursos de regatas entre las dos grandes familias medievales rivales en la ciudad. Aquí el lugar de Capulettos y Montescos - de la Verona de Romeo y Julieta -, lo ocupan los Castellanos contra los Nicoletos. Para los venecianos, que vivían del mar, estas regatas constituía todo una prueba anual de pericia, fuerza y destreza, que los llenaba de orgullo o de verguenza. Los equipos adversarios se desafiaban en embarcaciones de todos los tipos y tamaños: Carreras de góndolas movidas de pie por un único remo, de piraguas, de canoas, e incluso de barcazas con más de cincuenta remeros cada una. En el podio se entregaban sendas banderas a los tres primeros en llegar, y un pequeño cerdito a los que entraban en cuarto lugar, que eran objeto de la mofa y risa del pueblo.

Otra fiesta original, que fue decayendo, fue la de los matrimonios de todas las parejas que se casaban anualmente en Venecia. Se celebraba en la misma iglesia de una Isla y en idéntico día, el de la Purificación. El cortejo era espectacular por la larga fila de góndolas adornadas de blanco y su comitiva de invitados y familiares. Sin embargo, entrañaba un acto de desagravio contra las tropas sarracenas que raptaron varias parejas en su día de bodas allá por el año 900.

Hoy día la góndola es, ante todo, un recurso turístico que genera sustanciosos ingresos a sus propietarios. Las embarcaciones a remo y a vela se emplean, sobre todo, para el turismo náutico y de ocio en las aguas de la bahía, pero han dejado de ser los vehículos utilitarios de transporte de personas y mercancías de antaño.

Las motos naúticas y lanchas fueraborda son los vehículos familiares del siglo XXI. No obstante, a veces, los jóvenes recurren a los patines náuticos y las tablas de windsurfing como medios alternativos para moverse libremente por la ciudad.

Para el transporte colectivo, tanto de la escasa población autóctona como de los miles de turistas, se emplean los “vaporettos”, y para los grandes desplazamientos a lo largo de la costa Mediterránea, los grandes protagonistas son los gigantescos “cruceros” de hasta siete y ocho pisos.




sábado, 14 de marzo de 2009

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA (21) CIUDADES Y PUEBLOS FORTALEZAS DE LAS ISLAS GRIEGAS.

Las tierras costeras del centenar de islas griegas habitadas, de las más de mil quinientas que existen, no han sido el paisaje idílico que ofrecen al actual turismo de cruceros.

Más bien han sido el escenario histórico de una milenaria oleada de invasiones, guerras y conquistas, de piratería y bandidaje, entre las grandes potencias del Este (Fenicia, Turquía,…), Sur (Imperio islámico, Argelia o Berbería,…) y Norte (España, Francia, Repúblicas italianas como Génova o Venecia) del Mediterráneo. La entrada imprevista de alguna flota en las costas de estas islas se saldaba en ocasiones con el exterminio de sus habitantes.

De ahí que las pequeñas poblaciones se dispusieran en ensenadas protegidas en las que era difícil y lenta la entrada de los buques. Pero, las grandes ciudades comerciales y militares de las islas mediterráneas, con puertos donde entraban y salían las grandes armadas navales y los galeones mercantiles, hubieron de recurrir a la ingeniería militar, aprovechando las ventajas naturales que ofrecía el relieve marino y terrestre.
Uno de los mejores y más antiguos ejemplos es el de la ciudadela de Rodas, quizás la que mejor se han conservado hasta nuestros días.Fue fundada en el siglo XI – por la orden de los Caballeros Hospitalarios - para proteger a los peregrinos de los Santos Lugares, que continuaron la labor de la Orden de los templarios (una vez que éstos desaparecieron en el año 1312). Durante cuatro siglos Rodas fue el principal bastión defensivo y ofensivo de las fuerzas aliadas cristianas frente al Islam. Desde aquí se organizaron alianzas y cruzadas contra los árabes y los turcos. Finalmente la fortaleza fue sitiada y conquistada por el emperador turco Solimán el Magnífico (año 1522). Los 650 caballeros supervivientes - junto con unos 6.000 habitantes- cedieron la ciudad ante un ejército de 100.000 hombres tras 6 meses de asedio. Los supervivientes se afincaron en la segunda gran ciudadela-fortaleza del Mediterráneo: La Valletta (Malta).

La ciudad de Rodas estuvo defendida en todo su perímetro por una triple muralla de varios metros de espesor y un entorno de relieve escarpado, que hacía difícil el movimiento de las tropas enemigas. Una treintena de torres resguardaban – de trecho en trecho – cada una de estas murallas. Por el frente marítimo había una estrecha embocadura para acceder a la dársena portuaria, escoltada por dos grandes torres que prolongaban la muralla de la ciudad, y cuyas aguas se cerraban con grandes cadenas de hierro, pare evitar la entrada de la flota enemiga
La ciudadela se dividía interiormente en barrios de las siete nacionalidades o lenguas de los órdenes militares: Francia, Provenza, Auvernia, Aragón, Castilla, Italia e Inglaterra. Cada una de ellas tenía su propia posada o mansión. La orden tenía a su máxima autoridad en el Gran Maestre. Los caballeros tenían voto de pobreza y castidad y llevaban escudero.

La isla de Malta, cuyo principal baluarte defensivo era su capital, La Valletta, la sustituyó en su papel de avanzadilla militar de las fuerzas cristianas en el Mediterráneo a partir del siglo XVI y hasta el siglo XIX. Su ciudadela militar fue diseñada por el Gran Maestre de la Orden de Malta, el francés Jean de La Valletta, que le dio nombre, tras resistir el asedio de Saladino en 1565. Es, quizás, el mejor modelo de ciudad fortificada y nobiliaria. En este caso el recinto fortificado se situó en un islote rodeado por las aguas de dos entrantes marinos, cuyas embocaduras podían cerrarse también por cadenas, y estaban escoltadas por grandes torres defensivas. Además, estaba rodeada por otras pequeñas islitas igualmente fortificadas al extremo, desde donde se asediaba lateralmente al invasor. En su interior había varios perímetros amurallados que aseguraban una prolongada resistencia militar.

Sin embargo, a diferencia de Rodas, fue una ciudad planificada con una trama urbana geométrica y racionalista. De hecho, fue la primera que se construyó en Europa siguiendo las pautas de un plano bosquejado previamente. Cada barrio – con estructuras simétricas- y cada calle se planificaron incluyendo sus necesidades de alcantarillado y drenaje de las aguas, y su iluminación mediante antorchas situadas en las esquinas, y siempre de la mano de una figura religiosa. Un santo custodiaba los límites de cada parroquia.

Sus edificios más representativos – siguiendo el ejemplo anterior de la ciudadela de Rodas – eran las “posadas” o “alberges”, donde residían los caballeros de las órdenes militares de distintas nacionalidades. Todos ellos eran miembros de las familias más nobles y ricas de Europa. Gracias a lo cual, se construyeron suntuosas mansiones. El Auvergne de Castilla, León y Portugal, una vez restaurado, es hoy la sede del Primer Ministro.

Otras ciudadelas famosas fueron levantadas entre los siglos XIV y XVII por la República de Venecia en su imperio marítimo. Dentro de estas ciudadelas estaban edificios singulares como el Palacio, la Iglesia, la armería, la cárcel y la lonja. Entre ellas destacan las de Corfú e Iraklión (Isla de Creta). En el primero de estos núcleos se eligió como emplazamiento un istmo avanzado sobre la bahía en que se asienta la población. Istmo que tenía dos empinadas prominencias, cuyas cimas fueron convertidas en fortalezas defensivas donde se podía refugiar la población en caso de peligro. Su invasión se veía dificultada por cuatro gruesas y redondeadas torres en cada una de las esquinas del islote, y otra en su sector central, más llano. Además, la seguridad quedaba reforzada oon un cinturón de tres murallas perimetrales dispuestas sucesivamente en las laderas más bajas, antes del comienzo de los dos empinados cerros testigos.

Una situación parecida a Corfú presentaba la fortaleza defensiva de Iráklion, capital de Creta. Una ciudadela amurallada construida en el siglo XII por los genoveses - y remodelada y ampliada por los venecianos-, se situó en un islote avanzado sobre la costa llana en que se asienta la ciudad, y la protegía de posibles invasores.

Una nueva modalidad de ciudadela defensiva fue la del islote defensivo que funcionaba, a la vez, como recinto de la ciudad habitada. Uno de sus ejemplos mejor conservados es el de la ciudad dálmata de Kórcula. Se asienta en un islote relativamente llano, aislado y rodeado por el mar.
El perímetro urbano está amurallado y el caserío constituye una segunda línea defensiva, ya que las casas están tan pegadas entre sí, que dificultan la entrada del enemigo, mientras que las calles principales se disponen como anillos paralelos a la muralla marítima.

Otro ejemplo fue el del islote defensivo con un relieve muy empinado. La ciudadela defensiva se dispone en la cima, dentro de un recinto amurallado. Las casas de la población se desparraman por las laderas y, en caso de peligro, sus habitantes suben corriendo y se encierran en la fortaleza

Un último ejemplo es el de Skiros. Su ciudadela defensiva y la iglesia consagrada al patrón local –San Jorge- se ubican en el punto más alto del territorio, con forma de cerro de paredes acantiladas, mientras que las pequeñas casas blancas se desparraman por las laderas de pendientes menos pronunciadas, presentado un cierto paralelismo a los castillos españoles.

miércoles, 11 de marzo de 2009

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA (20) USOS Y APROVECHAMIENTOS NATURALES Y RURALES DE LAS PEQUEÑAS ISLAS.

Las islas mediterráneas son, en general, de pequeños o diminutos tamaños y más continentales que oceánicas, ya que no suelen estar muy alejadas de Europa, África o Asia.
Pero, la influencia benigna del mar hace que tengan un clima suave, con más de trescientos días de sol, y un alto grado de humedad salina. A ello se une su tradicional aislamiento, a veces secular, y la necesidad de de supervivencia de sus habitantes como freno a la emigración.
Todo ello ha hecho que muchas islas mediterráneas se hayan especializado históricamente en producciones originales que aprovechan los recursos del medio natural y rural.
El habitante insular tuvo que hacer frente históricamente a la presencia de un relieve empinado o montañoso, que limita los aprovechamientos del medio, ya que aparejaba la escasez de suelo fértil y terrazgo cultivable. Éste suele circunscribirse a estrechas planicies litorales y a los fondos de los reducidos valles entre montañas. De manera que sólo un cuarto, o a lo sumo, un tercio del terreno es cultivable.
En el peor de los casos hay numerosas y pequeñas islas con un yermo caparazón mineral. Aparentemente no permite casi ningún rastro de vida. Sin embargo, algunas han estado habitadas en tiempos pretéritos. Fueron islas cisternas para avituallamiento de la piratería; o dispusieron de ricos yacimientos de oro (Sihnos y Thasos, Grecia) o explotaron sus canteras de mármol (Paros y Delos, Grecia), o de rocas areniscas y calizas, hoy casi todas agotadas.

También hay islas que han sobresalido por la presencia de aguas minero-medicinales. Nissyros (Dodecaneso, Grecia)es de origen volcánico y suelos estériles, pero tiene unas aguas que son un remedio milagroso para afecciones óseas y dérmicas. Edipsos (Mar Egeo, Grecia) es famosa desde la antigüedad por las aguas curativas. Las termas naturales que visitaban los más renombrados emperadores romanos han sido sustituidas por los spas que siguen beneficiándose de sus misteriosas propiedades.
Hay también islas deshabitadas por el hombre pero no por los animales. Éstos aprovechan la presencia de masas más o menos densas de matorral mediterráneo, y tienen aquí un paraíso ideal para vivir y reproducirse sin molestias.
Arpia y Stamfani (Grecia) tienen costas rocosas y sin playas arenosas. Gracias a que no poseen atractivo para el turismo masivo, su rica vegetación acoge cada año más de mil aves migratorias que allí hacen escala. Zannone (Mar Tirreno, Italia), desierta durante siglos, se ha transformado en un paraíso para aves como grullas o cigüeñas negras y los muflones –antecedentes de las ovejas domésticas – que sólo se encuentran también en las altas cumbres de grandes islas como Córcega y Chipre. Otras especies tuvieron una corta vida, como sucedió a ciervos y cabras monteses, introducidas por los caballeros cruzados para ejercitarse en el arte de la caza, y hoy casi desaparecidas. Asimismo, hay montones de pequeñas islitas donde sólo habitan conejos y palomas salvajes.
La ausencia de turistas y la presencia de aguas tranquilas, claras y transparentes, ha convertido a Kimolos (Grecia) en refugio de colonias marinas amenazadas como delfines, tortugas o focas. Aquí hay una colonia de medio centenar de focas monje, especie en riesgo de extinción. Vuelven todos los años para tener sus crías. Su hábitat preferido son las cuevas que hay a lo largo de la costa. De su bienestar se ocupan los biólogos de la Sociedad Helénica para su Estudio y Protección-

Las islas remotas y con suelo fértil albergan, en ocasiones, tesoros de la botánica mediterránea.
Éstos han sido aprovechados por sus habitantes para usos diversos (recolección de especies aromáticas, alimentarias y medicinales; caza, leña y madera,…). Djerba (Norte de Túnez) se dedicó desde la antigüedad a explotar comercialmente su abundancia de hierbas aromáticas. Sus habitantes fueron los primeros especieros de África. Toda la isla fue un vivero de especias que se exportaron al resto de países. Comino (Malta)tomó su nombre por la abundancia de esta especia.
También hay islas que se han convertido en destinos preferidos por el turismo natural:
Las Zimbres, al norte de Argelia, son un tesoro del matorral noble, maquis o Garriga mediterránea: algarrobos enanos, lentiscos, ajenjos y tomillos sirven de refugio a un increíble número de cabras, conejos, ratas y culebras. Spetses (Grecia) destaca por su magnífica flora entre las que sobresalen los bosques de pinares y los campos de adelfas. Y Kórcula (Dalmacia), por la presencia de abundantes pinedas contiguas a sus arenosas playas, donde se produce el milagro de poder bañarse oliendo a resina verde y escuchando el concierto de las cigarras, como en pleno campo. Placer que se ha perdido en casi todas las playas mediterráneas con su masiva invasión turística.
Algunas islas están todavía cubiertas por la vegetación natural mediterránea, y son casi únicas en su género.En Gavdos (Grecia) se ha conservado intacto el bosque de sabinares costeros, natural de las dunas y playas arenosas, que hoy día está declarado espacio protegido, a diferencia de lo que ha sucedido en otras tantas costas mediterráneas.

El caso más raro es Sigir, en Lesbos (Egeo,Grecia). Conserva los restos de un bosque petrificado. Las erupciones volcánicas, que tuvieron lugar cubrieron con un manto de lava y cenizas la madera de los antiguos árboles, convirtiéndola en roca.
La vegetación natural de las islas mediterráneas destaca por la presencia de familias únicas en su género, auténticos tesoros vegetales. El aislamiento secular ha hecho que hayan surgidos estas familias propias de árboles mediterráneos. Además, el pequeño territorio de las islas hace que se haya producido una frecuente hibridación entre árboles que forman familias diferenciadas en el continente como encinas, alcornoques, robles, y pinos, cedros o abetos.
Destacan al respecto las grandes islas. Sicilia, por su gran tamaño, acoge árboles endémicos como el Abies nebrodensis y almeces únicos en su género. En Creta, hay un cedro y un roble propios de la isla, el Cedrus brevifolia y Quercus alnifolia.
Los abetos han creado familias propias en algunas islas mediterráneas como el pinabete, o abeto blanco o meridional de las islas griegas, o el pino negro de las islas dalmáticas. También han surgido parientes singulares de la encina o el alcornoque como la encina eubea de la isla griega de dicho nombre o la verde, propia de las islas de Dodecaneso griego. Incluso, la misma diversidad se da en el sotobosque con especies propias como el madroño griego.

Algunas islas próximas al Continente africano conservan una flora única en Europa, pues mantienen características norteafricanas, que datan de tiempos prehistóricos (Karpazzos, al Sur de Rodas, etc).

Una cualidad del bosque de estas islas es que se han conservado árboles centenarios de gran porte en parajes recónditos y de difícil acceso. Son aquellos lugares donde no han llegado las cabras y los leñadores. Las islas mediterráneas fueron las que abastecieron de madera (de cedro, de roble,…) a las armadas fenicias y griegas, cartaginesas y romanas, otómanas y venecianas. En consecuencia, las laderas bajas y medias de los montes tienen pocos árboles, y son el dominio de un denso matorral mediterráneo.
Las originalidades productivas de las islas mediterráneas se extienden también a otros ramos agrarios como la agricultura, la ganadería o la pesca.
En general, han sido proveedoras de aceites y vinos al Continente, a cambio de granos y cereales. Viñedos y olivos se adaptan particularmente bien a sus terrenos con pendientes más o menos fuertes, y bien soleados.

Creta y Paxos (Grecia) tienen plantaciones masivas de olivos, alcanzan tres y un millón de árboles, respectivamente. El caso de ésta última llama la atención ya que sólo tiene 48 km2, y ha llegado a poseer 150 almazaras dispersas por todo su territorio. Los venecianos fueron quienes fomentaron la plantación de olivos, cuando muchas de estas islas formaban parte de su imperio marítimo, para asegurarse el suministro de aceite entre los siglos XIV y XVII, hasta el punto de que proporcionaban los plantones y permitían pagar los tributos anuales en el oro líquido.

Los viñedos ocupan, junto con el olivo, los mejores terrenos de secano. Hay numerosas islas que elaboran vinos de autor, como los vino malvasía, el vino dulce de Creta o el Moscatel de Samos. Hay vinos con sabores originales, como los que se aromatizan con resina de pinos. Incluso, existe cierta tradición de elaboración artesanal de vinos y aceites en los conventos de monjes que aún se mantiene en algunas islas griegas, con fama de gran calidad.
Junto a ello, hay licores originales de las Islas Griegas que han venido abasteciendo al Continente. Destaca el ouzos, original de Lesbos. Se trata de una bebida refrescante elaborada con uvas maduradas y anís, y especias como hinojo, lentisco y resina de pino. Tiene un fuerte sabor dulce y un característico aroma a regaliz.
Otra isla, Pyrgi, a 24 kilómetros de Kíos, ha sido el centro de la producción de alfónsigos, una resina utilizada para la fabricación de la goma de mascar.

En el campo de la ganadería las especies más ubícuas han sido cabras y ovejas. De ellas se han obtenido, además de leche, exquisitos quesos y yogures, ya que son rebaños alimentados de forma natural. Las ovejas aprovechan las hierbas secas y restos de cosechas, mientras que la cabra trepa por cualquier roca o árbol, y es capaz de consumir tanto los brotes tiernos como las hojas más duras y espinosas.
Rumedia (Argelia) fue el centro de cría y domesticación de camellos del Sáhara. Sus camellos eran los más demandados por las gentes de alcurnia para sus caravanas, por su urbanidad increíble y encantadora.
Tinos (Grecia) contrarrestó la pobreza de sus producciones con la cría de palomas. A pesar e su pequeño tamaño alberga un paisaje salpicado por 800 palomares.

Skiros (Grecia) ha sido el hogar de una simpática raza de caballos, que no tienen parentesco con los famosos pony, pero que son igualmente enternecedores y pequeños.
Las pesquerías de las islas griegas han sido hasta hace poco, junto al comercio, una de las principales fuentes de riqueza de las poblaciones ribereñas. Cada mañana era habitual ver partir los luzzu —barcos tradicionales de pesca—guiados por los ojos de Osiris —uno a cada lado de la colorida embarcación como marca la tradición—. Era una manera de ahuyentar el mal de ojo, decían los marineros. Su viejo cascarón de madera se despereza sobre las cristalinas aguas en busca de la abundante pesca que habita sus costas. Hay una gran variedad de especies (sardinas, pulpos, atunes,…), aunque ninguna excesivamente abundante. Es frecuente que determinadas islas se dediquen a unas capturas y no a otras, para no competir entre sí. Gallite (Argelia) es famosa por la pesca de la langosta y sus habitantes son de origen napolitano.
Además de la pesca hay otras producciones marinas singulares.
La isla de Ruad (Siria) y, sobre todo, Kalymnos (Dodecaneso, Grecia) han sido conocidas por la recolección de esponjas. No solo se extraían en aguas del Mar Egeo, sino también en las costas de Túnez, Libia, Egipto, Siria y el Líbano. Ha sido el único lugar del Mediterráneo que ha mantenido una flota de barcos dedicados a su pesca –en sus momentos de esplendor eran más de 600 embarcaciones- y, de hecho, la escuela nacional de buceo se halla allí ubicada.
Las esponjas son unos animales acuáticos que viven fijados al fondo del océano. Su superficie tiene miles de poros que constantemente absorben enormes volúmenes de agua, de la que extraen las bacterias que constituyen su alimento. Ningún material hecho por el hombre puede compararse a las esponjas naturales para uso cosmético, para el baño, la pintura o el uso ornamental. Su manufactura artesanal era muy trabajosa. Las esponjas son de color negro y tienen un aspecto poco atractivo. En cuanto se las sube son vigorosamente pisadas para romper y desprender los tejidos internos. Entonces se lavan y se sumergen en el mar durante dos horas, y se pisan y golpean con ramas de palma para eliminar cualquier cuerpo extraño. Durante la noche, se sumergen en el mar nuevamente dentro de una red hasta que sólo quedan las fibras del esqueleto. Después las esponjas se ponen a secar, se prensan y pasan al taller donde se recortan para ajustarlas a los tamaños requeridos. Finalmente, se las sumerge en una solución de agua y ácido clorhídrico que les confiere su famoso tono dorado. Si se desea un tono más claro se las sumerge en permanganato potásico.
Desde mediados del siglo XX esta actividad ha caído bruscamente. Las esponjas sintéticas tienen un precio mucho más bajo, aunque siguen siendo demandadas por los consumidores que prefieren lo natural a lo sintético. Además son muy populares entre los turistas que visitan Grecia, ya sea como regalos o como recuerdos.
La pesca de esponjas se realizaba en pequeños barcos desde donde se enviaba un buzo al mar. Iba normalmente desnudo y llevaba entre sus manos una gran piedra plana. Una vez en el fondo, soltaba la piedra y recogía las esponjas en una red. En el año 1869 los habitantes de Kalymnos inventaron el primitivo traje de buzo, conocido como "skafandro". Dicho traje era de caucho con cuello de bronce al que se fijaba un pesado casco provisto de mirillas de cristal, así como de una válvula que regulaba el suministro de aire, el cual provenía de una bomba instalada en el barco. Barco y buzo estaban unidos por una manguera. Más tarde el pesado traje de buzo fue reemplazado por el traje ligero hecho de neopreno y nylon, al igual que los buceadores deportivos y los recogedores de esponjas pueden moverse libremente mientras respiran aire filtrado proveniente de un compresor instalado en el barco.
En los viejos tiempos, la flota de pescadores de esponjas abandonaban anualmente Kalymnos en Pascua y no volvían hasta el otoño. El ritmo de vida giraba alrededor de la partida y el retorno de la flota. Ésta era despedida por todos los habitantes y los sacerdotes practicaban diversos ritos con agua bendita encaminados a desear un buen viaje a los hombres. La despedida culminaba con una "cena de amor" que acababa con la tradicional "danza de los pescadores de esponjas".
El temido retorno de los barcos en otoño era anunciado por el tañido de todas las campanas. Cada año, la mitad de los buzos que salían a la mar no volvían. Se contabilizaron alrededor de 10.000 muertes y 20.000 casos de parálisis entre los pescadores de esponjas en un siglo. Quizás debido al gran número de víctimas existe la tradición de que casi cada familia de Kalymnos cuenta por lo menos con un miembro que ha estudiado medicina.


Junto a la esponja se han extraído coral rojo, nácar y murex.

El coral rojo se encuentra en el Mediterráneo occidental y en el Adriático. Destacan las formaciones coralinas de la montaña submarina de Eratósthenes (Chipre), el arrecife del mar Jónico y el del delta del Nilo. Hay más de 200 especies de corales en el Mediterráneo, de las 500 europeas y 5.000 del Mundo. Vive en colonias en forma de árbol con ramas irregulares, sobre grietas y agujeros con poca luz y a grandes profundidades (hasta más allá de los 100 metros, donde están los más demandados por sus gruesas ramas).

Los coraleros se arriesgan mucho para encontrarlo efectuando prolongadas inmersiones. Y es que su esqueleto vítreo es muy fácil de trabajar, por lo que es muy apreciado en joyería. Además, los musulmanes lo consideraban una piedra de la buena suerte y era un mobiliario habitual de los mausoleos funerarios más lujosos.

Explotado desde la antigüedad, el coral mediterráneo es una especie en extinción, ya que en las dos últimas décadas sus poblaciones y su recolección se han reducido alarmantemente. La explotación excesiva, los efectos de la pesca de arrastre y el cambio climático, parecen estar detrás de esta fuerte decadencia. Y ello a pesar de que es un tesoro natural tanto por la belleza de sus formaciones como por ser un apreciado bien paleontológico. Los corales formadores de arrecifes datan de hace 60 millones de años, por lo que las especies que han sobrevivido albergan fósiles que permiten conocer la historia de este mar desde tiempos remotos.

Igualmente se ha extraído el nácar de la concha de dos moluscos marinos que se agarran con sus filamentos a los fondos arenosos (nacra común) o a las grietas de las rocas (nacra de púas gruesas). El nácar es una sustancia que segregan y con la que se recubren para defenderse de posibles predadores.

Su extracción era tradicional en las islas del Dodecaneso (Grecia), Sicilia y Chipre. El nácar ha tenido usos muy diversos. Era empleado para joyas y amuletos en el Imperio Romano, y con sus filamentos se hacían prendas finas y resistentes de tonos dorados. Los musulmanes lo trabajaron mediante incrustaciones para la decoración de las paredes de madera de sus palacios, mansiones y mausoleos. Incluso se utilizó para confeccionar botones, ceniceros, peines y peinetas. Al igual que ocurre con el coral, sus poblaciones están muy diezmadas por la contaminación marina, la pesca de arrastre a menos de 50 metros y la recolección de ejemplares como objetos de adorno o recuerdo por parte de algunos buceadores.

Por último, el murex se ha extraído en el golfo de Tarento y el actual Líbano –antigua Fenicia, al ser usado como materia prima para la preparación de la púrpura. La industria de la púrpura existe desde antes del año 1000 A.C. Las ciudades fenicias producían entonces las mejores telas de lana y seda teñida con púrpura, pues el color era consistente e indeleble.

El tinte proviene de una glándula de dos moluscos o caracoles marinos: el Murex brandaris (o cañadilla) y el Murex trunculus (o busano). Dado que el tinte del primero es más oscuro, se solía mezclar con el del segundo para obtener el color deseado. De cada glándula se extraía muy poca cantidad de un líquido amarillento que se oscurecía en contacto con el aire. Se necesitaban las glándulas de unos 60.000 moluscos para obtener una libra de tinte, por lo que su precio era exorbitante. El tinte se hervía durante dos semanas en cacerolas de estaño o plomo, pues las de hierro lo desteñian. Hubo un tiempo en que todos los patricios de Roma lucían en su toga una banda de tela teñida con púrpura, pero al poco este privilegio pasó a ser exclusivo de los senadores y, por último, solo el emperador podía lucir este color. De ahí que se le llame púrpura real.
La industria del teñido de púrpura subsistió hasta el año 1000, pero se perdió por el increíble coste que representaba. Los tintes a base de anilinas, más baratos e indelebles, aseguran que esta industria jamás volverá a resurgir.