lunes, 31 de diciembre de 2007

Mitos de las ciudades andaluzas del siglo veintiuno: La Ciudad Viva

Con el alborear del siglo veintiuno ha surgido un nuevo movimiento urbano, al que se han adherido prontamente ideólogos, políticos y técnicos. Se presenta bajo el slogan de "Ciudades Vivas". ¿Será la ciudad del siglo veintiuno una ciudad cada vez más viva y convivencial?
La civilización contemporánea parece que va por otros derroteros. Los jóvenes andaluces viven cerebro para adentro, en un apasionado idilio con las máquinas que los transportan a paraísos artificiales propios.
Puertas adentro del piso, e incluso de la habitación de cada joven, consumen gran parte de su tiempo conversando exclusivamente con su consola de videojuego, su MP3 y su ordenador. En la Sala de Estar conversan más tiempo con el locutor de televisión que con cualquier familiar.
Salen a la calle, enfundados en los auriculares del MP3 y saludan con la máxima economía de esfuerzo y emoción a los vecinos. Continúan su conversación íntima con la máquina en la bici, el coche o el autobús. La prolongan en la biblioteca, la sala de INTERNET,... Cuando llega la noche del fin de semana se reúnen con la pandilla. La música favorita a todo volumen permite pocas conversaciones. Predomina la ingesta masiva de alcohol.
El andaluz adulto charla algo más con los vecinos. Cuando llega al bar saluda y se despide escuetamente 365 veces al año. Algunos, que se sienten más desanimados y solitarios, ni eso. Su único consuelo es echar monedas y más monedas en las maquinitas de la suerte, como si fueran su luz vital. Compran en tiendas en régimen de autoservicio, donde apenas cruzan unas palabras con los empleados, a los que apenas conocen pues los renuevan cada varios meses. En los complejos de oficinas y servicios saludan a los vigilantes y porteros, y casi a nadie más.
La Tercera Edad se refugia en los Centros de Mayores. Allí charlan y charlan, con la excusa de una copa o una partida de dominó. La oleada tecnológica llegó demasiado tarde para ellos. No les ha privado del diálogo y la comunicación. Las conversaciones son frecuentemente melancólicas -recuerdos y más recuerdos - o tristes -enfermedades y más enfermedades -. Sin embargo, estos Centros de Mayores son como pequeños oasis de ciudades vivas en una ciudad cada vez más anónima e incomunicativa.

domingo, 30 de diciembre de 2007

Mitos de las ciudades andaluzas del siglo veintiuno: La higiene urbana

El ciudadano andaluz es poco limpio en general. Los ayuntamientos combaten este mal mediante un incesante avance en la maquinaria, medios técnicos y recursos humanos de las empresas municipales de saneamiento (antiguamente, de basuras). Cada año se presenta una máquina de limpiar con una tecnología nueva y sofisticada. Minifurgonetas que entran en las estrechas calles de los centros históricos. Máquinas que quitan cacas de perro, chicles, graffitis de las paredes, barredoras de gran potencia y capacidad, contenedores soterrados, etc.

Sin embargo, para que este coste público - de limpiar y mantener en condiciones higiénicas adecuadas a las ciudades – dejara de crecer, haría falta que el ciudadano medio andaluz cambiara sus hábitos y costumbres.

Constituye un comportamiento excesivamente habitual que muchos andaluces tiren casi todo al suelo desde su más tierna infancia (papeles, bolsas, botellines o litronas). Incluso, cuando van cumpliendo años pasan a la modalidad atlética de escupir en cualquier lugar, haya o no paseantes por los alrededores. Este prototipo antihigiénico es el causante de que las calles, plazas, explanadas, bulevares y parques tengan algo de un improvisado estercolero, que se amplia y renueva constantemente. Sólo cuando pasa la brigada de limpieza y se acomete un Plan de Choque (modalidad empleada en las barriadas deprimidas y polígonos industriales), queda todo limpio, hasta que lo toque la siguiente.

El record de suciedad del ciudadano medio está siendo superado por los profesionales del “buzoneo” domiciliario. Desde hace diez años recibimos diariamente más publicidad que cartas, sustituidas por los correos electrónicos y los mensajes de teléfonos móviles. Pero esta publicidad es un acoso diario, dado que en su gran mayoría no nos interesa y acabamos tirándola a la basura.

Hay casas y bloques de pisos que se blindan ante la amenaza de los buzoneadotes, con carteles que explican que son “personas non grata”. Los vecinos contrarios, pero de modales menos drásticos, ponen un buzón de publicidad en el exterior de los portales. Sin embargo, dos terceras partes de los hogares andaluces no toman ninguna medida ante esta amenaza de basura incesante y continuada.

El profesional del buzoneo trabaja por horas. Muchos de ellos son jóvenes que todavía están en los institutos y se ganan unos euros por horas. Se pasan todo el día recorriendo las calles de uno u otro barrio, y va dejando sus “marcas” o “pequeñas etiquetas” de color, de casa a casa, para no perderse. Donde no le abren con el portero electrónico depositan la publicidad en el suelo de la entrada (a ver quién es el sufrido vecino que se agacha y la recoge al cabo de varias horas, días o semanas). Cuando entran en un portal su efecto es devastador. Los buzones aparecen a rebosar de panfletos de todos los colores, entre los que resulta difícil encontrar el correo ordinario. Cuando el vecino sale a la calle los recoge y deposita en el contenedor o papelera más próxima, y cuando sube hacia su piso, los coge de mala gana, y los lleva a su basura doméstica. También hay algunos vecinos impasibles. El buzón se llena a más no poder, no admite más publicidad ni cartas, y él sigue el transcurrir moderadamente feliz de su vida cotidiana, ajeno al problema o, quizás, con el problema ya solucionado.

Las empresas más ricas de España, y que más crecen en cuanto a volumen de negocio, tienen un ejército constante de repartidores o buzoneadores. Son las cadenas de hipermercados y supermercados, las cadenas minoristas temáticas con sus pesados catálogos de muebles, electrónica, viajes o suministros a vehículos. Hay momento del año más aptos para el consumo, como la Navidad, en que los buzones domiciliarios se llenan, no de christmas (especie en extinción) sino de mensajes y catálogos publicitarios.

La publicidad consumista también está presente de forma estática mediante la pegada de carteles y anuncios en paredes de edificios, postes, farolas, y cualquier elemento del mobiliario urbano apto para tal fin. ¡Cuántas calles y edificios tienen hojas publicitarias perennes en la pared, sea cual sea la estación del año¡ Grandes anuncios de eventos y espectáculos, discos nuevos o fiestas. Y, con dimensiones más modestas, las improvisadas guías de servicios en plena calle de academias y profesores particulares, profesionales de obras y reformas, ventas de pisos, videntes, o perros y gatos perdidos por los que se ofrece recompensa. Los ayuntamientos han previsto en sus ordenanzas multas a las empresas y personas que realizan esta publicidad ilegal, pero en la práctica no han tenido éxito. Nuevamente se ponen en manos de la tecnología y las maquinarias sofisticadas. Se adquieren costosas máquinas dedicadas exclusivamente a limpiar las paredes de estos residuos, que perpetuan el problema, ya que no lo cortan en su origen.

Una última modalidad de empresas urbanas que generan ingentes cantidades de basuras son las de los minidiarios de usar y tirar. Nuevamente, como ocurre con los “buzoneadotes” se recurre a la población juvenil más necesitada para esta labor. Salidos de las máquinas rotativas durante la noche anterior, el amanecer en cualquier ciudad andaluza nos saluda con la presencia cotidiana de estos jóvenes regalando los miniperiódicos, agrupados en puntos estratégicos con tránsito masivo de viandantes (la Terminal de autobuses o de trenes, el mercado de abastos o la calle más comercial). Los reparten poniéndotelo casi en las manos, dándote los buenos días más que preguntándote si lo quieres. Algunos viandantes los leen en diez o veinte minutos, otros los tiran directamente a la basura al doblar la esquina. El ritmo de generación de basuras respecto a la vida útil de este producto es bestial.

Otra modalidad de ensuciador, aunque con vocación artística, es el grafitero. Firmas ilegibles y garabatos se reparten por cada rincón de la geografía urbana. Ningún lugar se escapa: fachadas de edificios recién restaurados, bancos, pavimentos o contenedores, aparecen garabateados como si fueran las taquillas de los institutos más peligrosos del Bronx. Las ciudades andaluzas se han convertido en un gigantesco libro de visitas desde que el graffiti surgió en Nueva York de la mano del Hip-hop hace pocas décadas.

Las tribus del spray no son, hoy día, ningún medio de protesta de ningún grupo contrario a alguna ideología o creencias. Es más, sus pintadas son cada vez más incomprensibles. Algunas son simples firmas de sus juveniles creadores. Otras hacen referencias a los Memnphis, las mushrooms y jergas similares, de una estética pop en decadencia; La mayoría están en inglés y no hay quién las entienda. Hay grupos de jóvenes que emplean las tardes o mañanas de los fines de semana en decorar gratuitamente las paredes próximas a nuestros hogares –al amparo de la menor presencia de policía local-, sin pedirnos nada a cambio.

Claro que también hay pintadas y grabados urbanos que no por tradicionales dejan de sorprendernos. Las pintadas obscenas siguen estando omnipresentes cuando se visita un urinario público. Principalmente machistas y homosexuales. La presunción sobre el tamaño del órgano reproductor, la incitación o la reprobación de la homosexualidad, e incluso el chiste picaresco sobre mear dentro, constituyen los principales “leiv motiv” de estos obsesos artistas de los lavabos. Conforme viajamos hacia el Norte de Europa, sin embargo, los lavabos públicos están siempre limpios y sus paredes inmaculadas.

También están las pintadas históricas. Las que hizo un determinado grupo político frente a la corrupción o el poder despótico de éste o aquel dirigente; o un grupo de trabajadores ante el cierre de esta o aquella empresa. Son habituales en márgenes de corredores viarios y ferroviarios, y puede quedarse allí durante décadas, “viendo pasar el tiempo” como la madrileña Plaza de Alcalá.

Esta tendencia artística popular ha querido ser aprovechada por el Arte de Vanguardia. Algunos ayuntamientos andaluces organizan anualmente concursos de grafiteros en espacios públicos acotados. Otros Ayuntamientos, incluso, están encargando proyectos de decoración de los espacios públicos a artistas de reconocido prestigio, que se adelanten a la labor del grafitero no cualificado, y den una mayor armonía pictórica y una mejor estética a dichos espacios.

Finalmente queremos hablar algo de las botellonas. El bebedor urbano andaluz no lo hace como antaño, con motivo de una juerga o un espectáculo, sino que ejerce semanalmente de bebedor social, de forma intermitente; en su tiempo libre y como fórmula de diversión. Y empieza tomando copas con amigos hasta que llega un momento en que, como el alcohol es una droga, siente la necesidad de beber de forma cada vez más asidua y en mayores cantidades y se vuelve adicto. La barrera que separa al enfermo alcohólico del bebedor habitual es muy tenue. Comienza cuando los jóvenes van necesitando cantidades cada vez más grandes de alcohol para coger el punto.

Hay determinadas calles, plazas, jardines y explanadas de cualquier ciudad andaluza que amanecen sábados y domingos como nevadas. Son las cientos de bolsas de plástico tiradas en el suelo, donde se portaban bebidas alcohólicas nocturnas, las que causan este espejismo. Junto a ellas, botellas, vasos, orines…Una asquerosidad que comienza a hacer estragos cuando se van los de la “botellona”, y los vecinos han de soportar la suciedad y respirar los malos olores.

Los ayuntamientos gastan ingentes cantidades de dinero público en “operaciones de choque” en estos “sumideros” sociales de suciedad que se generan en las ciudades. A este coste hay que añadir el sanitario. El botellón es, además, una fábrica de enfermos de alcoholismo.

MItos de las ciudades andaluzas del siglo veintiuno: La accesibilidad

Millones de euros desembarcando en las ciudades andaluzas. No hay alcalde que no aspire a tener su Plan de Movilidad y sus Planes de Accesibilidad. Se multiplican sobre el papel los proyectos de peatonalización, las redes de carriles bici, los costosos metros y tranvías de diseño vanguardista. Pero, usted ciudadano de a pie. ¿Cree que las ciudades andaluzas del siglo veintiuno serán cada vez más accesibles? Pongamos varios ejemplos:

(1) Los barrios y calles más cotizados.

Las grandes ciudades andaluzas están en continua y rápida transformación. Comprar una casa vieja, abandonada o en ruinas, y adaptarla para pequeños apartamentos en algunos de sus barrios más apreciados (conjuntos históricos, arrabales y barrios comerciales secundarios) es uno de los negocios más lucrativos de principios del siglo XXI. Con el “boom” del ladrillo, las sucursales de las inmobiliarias se han posicionado ávidamente en estos barrios a la espera de la menor oportunidad. Tienen oficinas en cada esquina y un nutrido equipo de jóvenes uniformados que, como ojeadores indios rastrean las oportunidades bloque a bloque, casa a casa.

En consecuencia, son cada vez más las calles donde los vecinos de las casas antiguas van emigrando masivamente a otros barrios periféricos tras vender sus viviendas, que no pueden reparar o rehabilitar por falta de ingresos y ahorros. Este proceso puede llevar varias décadas.

No hay un periodo más largo de tres meses, en el que estas cotizadas calles no se hayan visto aderezadas por los típicos andamios que toman posesión de la acera. Durante el tiempo que duran las obras estas calles son auténticas trampas para el viandante. Ciegos vendedores de cupones, madres con bebés, o ancianos con problemas de movilidad, hacen todo lo posible por evitarlas.

En ellas constituye un fenómeno habitual y casi permanente la presencia de varias obras a la vez, con sus correspondientes contenedores y hormigoneras instalados en la vía pública, como si estuvieran en el comedor de su hogar. Sin ningún escrúpulo, las empresas constructoras se adueñan de las aceras (¿por meses, por años?); las vallan y hacen suyas, y fuerzan al peatón a transitar por la calzada, sin ningún tipo de protección. De vez en cuando la Policía Local hace una ronda y las obliga a poner un paso de peatones por dentro de la calzada, que desaparece a los pocos días. Los albañiles “okupas” saben que la siguiente ronda policíaca tardará y siguen haciendo caso omiso de las ordenanzas municipales. La picaresca llega al extremo de que, en determinados “tajos”, se ocupan hasta veinte o treinta metros de bordes de la antigua acera con estas vallas. Sólo se mueven al amanecer y a la caída de la tarde, ya que sirven de aparcamiento gratuito a los vehículos de los obreros.
La presencia de varias obras en edificios en rehabilitación, que se adentran impugnemente en la calzada, es la señal para que avance la ilegalidad. Aprovechando estas incursiones proliferan las hileras de coches y camiones en doble fila. Las velocidades de circulación se ralentizan hasta competir con las de las tortugas moras. Los semáforos contribuyen a que – a su paso por ellas – el tiempo se eternice.
(2) Las calles y plazas dedicadas a la restauración.
Una segunda modalidad de baja accesibilidad en las ciudades andaluzas son las calles y plazas especializadas en bares y establecimientos de restauración al aire libre.
Al mediodía y por la noche (sobre todo desde los viernes a los domingos), la gente se arremolina en las aceras, tomando una cerveza tras otra, bajo la influencia benefactora del “Lorenzo” (el Sol de los andaluces). El aparcamiento en doble o triple fila se hace interminable y convierte la calzada –en ambas direcciones – en un desfiladero de las “Termópilas”. Intentar sacar su coche bien aparcado, usar el carril bici, o que el conductor de autobús pueda usar su estacionamiento o parada, es “misión imposible”, sólo apta para Tom Cruise.
La Policía Local está como de vacaciones durante los fines de semana. Impera la “ciudad sin ley”. La calle tiene una accesibilidad tan baja y una circulación tan lenta, que de resucitar el Santo Job, Dios le encomendaría recorrerla en su vehículo, una y otra vez, como prueba de santidad.
La aglomeración de bebedores sociales tiene otras consecuencias para el vecindario: basuras en las aceras y veladores, ruidos hasta altas horas de la noche. Los ayuntamientos sólo han sido capaces de frenar este fenómeno, cuando desata las iras de los vecinos, mediante la declaración de “áreas saturadas”. Con esta normativa municipal se prohíbe instalar nuevos bares durante uno o más años.
(3) Las calles de acceso a los centros comerciales e históricos.

Los Centros Históricos y los centros comerciales periféricos atraen masivamente el tráfico rodado pero, a la vez, están peatonalizándose por los ayuntamientos, y restringiéndose cada vez más las calles donde se permite el acceso al vehículos privado. En consecuencia, cada vez son menos las principales vías rodadas para acceder a cualquier casco antiguo andaluz.

Estas calles en horas punta (desde las doce del mediodía a las nueve o diez de la noche) son como un desfiladero de las Termópilas para la circulación rodada y peatonal. El viandante teme ser atropellado en cualquier momento dada la estrechez de la acera. La caravana de coches avanza a paso de tortuga hacia el aparcamiento más próximo a las tiendas de turno. Y, además, lo hace entre molestos ruidos de bocinas de los más impacientes.

Otro efecto colateral es la contaminación atmosférica. Decenas o cientos de tubos de escape expulsan continuadamente gases tóxicos que vuelven el aire de la calle tan viciado e insano como el del entorno de una central térmica o una gran fábrica contaminante. Los escasos científicos que han estudiado este fenómeno en algunas de estas calles andaluzas constatan un incremento alarmante de las enfermedades respiratorias de los vecinos de los alrededores.

(4) Las plazas y espacios monumentales.

Una tercera modalidad de baja accesibilidad son las plazas y espacios monumentales. Los conjuntos de plazas con fuentes y estatuas se han convertido frecuentemente en una plaza de aparcamiento, duramente disputada por coches, motos y furgonetas. Mientras, en sus aceras se va produciendo un progresivo hundimiento, que con las décadas podría culminar en gruta. Pocos ciudadanos reconocen estas aceras como un espacio reservado al peatón, y escasos son los que no embisten con su cacharro. ¿Qué solución tienen los Ayuntamientos? Lo ideal sería colocar dentro de la fuente a un policía local, para disuadir a quienes no se inmutan ante los mármoles. Pero en la práctica sólo queda la opción de colocar pivotes alrededor de la acera, para que nadie acabe llevándose las fuentes por delante.

A ello hay que sumar los numerosos obstáculos peatonales que están proliferando. Por un lado, los PUMI (Puntos de Información Municipal). Por otra parte, la pléyade de artistas callejeros y su corrillo de público. Un ciego me contaba hace poco que le resultaba ya imposible ir a sentarse a los bancos de la plaza mayor de su ciudad natal, en medio de tanta confusión.