sábado, 18 de octubre de 2008

Orto y ocaso de las playas de la Costa del Sol.

Las playas del litoral andaluz más urbanizado, como la conurbación que se extiende entre Málaga capital y Manilva, tenía una fina arena, aunque nunca tan extensa y abundante como la de las playas atlánticas.

Desde mediados del siglo veinte los ayuntamientos han destronado a la naturaleza como guardiana de este tesoro natural que son las arenas de sus playas, y han dado el cetro de su destino a su majestad el ladrillo.

En la primera línea de playa se han edificado murallas de rascacielos y bloques de pisos que rompen la circulación natural de las brisas y los vientos entre la tierra y el mar, que renovaba estos depósitos de arenas. Más allá el proceso de acumulación de arenas en dunas y pinedas ha quedado bruscamente frenado por su masiva urbanización, ya sea de pisos, o de viviendas adosadas, unifamiliares y chalets, que ha escalado rápidamente por las laderas de los montes vecinos.

A la construcción en vertical de la franja más próxima a las playas, se une la alteración de su perfil original con la construcción de paseos marítimos que pegan bocados a estas arenas, de modernos puertos deportivos cada vez más grandes, y de espigones defensivos y de aporte artificial de arenas. Todos ellos han alterado las corrientes marítimas en el borde litoral, responsables también de la creación de playas arenosas.

En otoño e invierno, cuando llegan los temporales y las gotas frías, las playas se marchan de vacaciones. Incluso desaparecen sus equipamientos más civilizados como casetas de salvamento, duchas y lavapiés, vestuarios o palmeras oasis que se plantan para darles un aspecto natural. Todos ellos adoptan la condición de naufragos en el Mar Mediterráneo.

Miles de metros cúbicos de arena desaparecen en estoe meses de lluvias y mal tiempo. Un día la playa amanece con un aspecto lamentable. La arena se la ha llevado la marea y el oleaje y sólo queda la piedra del suelo. A la pérdida de arenas se le suman emisarios de aguas residuales que quedan al aire libre, paseos marítimos resquebrajados, basuras y cañas depositadas caóticamente en la antaño pulcra arena veraniega.
Las playas próximas a las desembocaduras de ríos y arroyos, presentan un panorama más desolador si cabe. En estas playas se amontonan con los temporales un montón de rocas, piedras y fangos procedentes de las montañas próximas.
Las aguas terrestres han bajado en forma de súbita inundación, gracias a que los seres humanos hemos desafiado a la naturaleza entubando los cauces naturales por donde circulaba, arrasando la vegetación de ribera que antes amortiguaba estos caudales y haciendo desaparecer el manto vegetal de sus cuencas, con urbanizaciones que suben por las laderas de los montes.

Entre Semana Santa y comienzos del verano los poderes públicos estatales gastan anualmente millones de euros en obras de lifting, restauración y maquillaje de estas playas, hasta el siguiente temporal.

Casi ningún plan urbanístico municipal confía en dejar las playas y su entorno en su estado natural, para evitar estos periódicos achaques. Los ayuntamientos no van a quitar por ahora el cetro que rige el destino de las playas a su majestad el ladrillo, aunque se haya demostrado lo enemigo que es de la naturaleza de estos lugares. Prefieren idear sofisticadas soluciones al amparo de las nuevas tecnologías y los avances de la ingeniería humana.

Entre las soluciones que se están adoptando las hay que intentan transformar en el mismo lugar los desperfectos del temporal sobre las playas, y las que aportan recursos de fuera.

Estas últimas han sido las más frecuentes hasta el siglo veintiuno. El Ministerio de Medio Ambiente, dueño de esta franja litoral, ha excavado una red de yacimientos de arena fina a lo largo de la costa andaluza. De ellos se extraen anualmente en la tardía primavera, miles de toneladas de arena para vestir de nuevo las playas destrozadas por el temporal. Como éstas no cesan de crecer y estos yacimientos quedan a veces muy lejanos, se estén usando otros yacimientos más próximos y menos complejos y costosos de manejar. Se trata de los fondos de los cauces de ríos y arroyos próximos a estas playas. Los limos y las piedras no tienen la calidad de las arenas de los lechos marinos, pero se mezclan ambas y se ahorran costes en estas operaciones de regeneración de playas, cada vez más numerosas y urgentes.

Entre las soluciones que se están aplicando experimentalmente en las mismas playas hay que citar las dos siguientes. La primera es triturar las piedras que afloran en las playas tras los temporales en los primeros metros de resbalaje, usando las máquinas excavadoras de las canteras de áridos. Las piedras se llevan a un molino móvil de trituración, que previamente se ha acercado a la playa, y éste las pulveriza y convierte las piedrecitas de dos a cuatro centímetros de grosor, que vuelven a depositarse a la orilla del mar, mezcladas con la arena. Esta solución no gusta a los bañistas de toda la vida, que se quejan de que sus playas son cada vez más grises y pedregosas, y lastiman e hieren sus pies, cosa que antes no ocurría.

Otra alternativa lleva a su último extremo la alteración del perfil original de la franja litoral. A los espigones y puertos deportivos se le añade ahora la instalación de escolleras sumergidas a lo largo de toda la Costa, destinadas a aplacar las iras del oleaje salvaje en tiempo de temporales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué playas tan frágiles