sábado, 10 de enero de 2009

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA (12). LAS CIUDADES DE LA EPOCA DEL CABALLO.

Hasta el primer tercio del siglo veinte casi todas las ciudades mediterráneas eran ciudades de la época del caballo, pues la tracción animal, cuando no se iba a pie, era el principal modo de movilidad.

Las ciudades europeas, o borde norte del Mediterráneo, fueron invadidas por la marea de asfalto y automóviles entre los años treinta y setenta. Las calzadas se redujeron enormemente al ser convertidas en aparcamientos. El aire se fue contaminando de humos y olor a gasolina, y se fue llenando del ruido de los motores. El mismo paisaje urbano se metamorfoseó, como evoca el cineasta italiano Luchino Visconti, en la novela “Angelo” (año 1927), que trata sobre las memorias de su infancia en la ciudad de Piacenza:

Las fachadas de las casas tenían pequeñas puertas e, invariablemente, grandes portezuelas para cocheras, caballerizas y animales de labor.

A las habitaciones llegaba, desde la cochera y el establo, el sudor caliente de los caballos, el olor grasiento de los cueros de los arreos y el sabor acre de las camas de paja podrida.

El habitual campo de juego de mi infancia era el establo, donde me entretenía contemplando las arquitecturas caprichosas de los bultos de paja y heno, o me arrojaba sobre el escurridizo montón de avena rubia, movediza y brillante, que levantaba un olor penetrante como de rubio bocado de pan. En la penumbra suavemente dorada del granero, con la media luz de un ventanuco estrecho, ahogado por el polvo y las telas de araña, me tendía entre los granos fríos y duros, con la indolencia instintiva de un animal joven, abandonándome a una voluptuosidad inconsciente”

En el borde sur del Mediterráneo –o norte de África- fue mayor la resistencia a la motorización de las calles y plazas de las ciudades históricas.

La entrada masiva de camiones y vehículos, como otras modas e influencias de Occidente, se contemplaba hasta hace poco tiempo como un intento de invasión de otra religión, la cristiana, y sus ideas y modo de vida. Por el contrario, se tenía la firma convicción y el orgullo de que la ciudad histórica musulmana – a diferencia de las situadas al norte del Mediterráneo –había sabido conservar el aspecto de su etapa más floreciente: La etapa medieval del Islam.

Este fue el ejemplo de Fes (Fez, en castellano) en Marruecos. Habiendo alcanzado los cien mil habitantes a mediados del siglo veinte, aún se mantenía como una ciudad peatonal y para la tracción animal, con el beneplácito de muchos de sus habitantes. Así la describía el escritor nortamericano Paul Bowles en el año 1951:

“La ciudad (de Fez) mantiene intactas las murallas, en un estado de pureza, medieval, como serían las ciudades europeas mil años atrás… Hay viejos que nunca han visto un automóvil. Es una imposición voluntaria, como de protesta. Se mueven a pie dentro de la muralla entre su casa, las casas de los amigos, los zocos y la mezquita del barrio.

Fez es una ciudad pastoral. Es constante la presencia de objetos rústicos. Ovejas pastando en olivos y eriales, garzas y cigüeñas que vuelan desde los nidos de los alminares a las orillas de los ríos; huele a tierra elemental, paja, al azahar de los naranjos, al enrejado de juncos que cubre las calles; hay aromas a cedro, a madera, a la ubicua menta, a higos, y los familiares olores de cada establo. No hay ningún paisaje asfaltado. Es imposible andar más de unos cuántos pasos sin pasar rozándose con un asno, una mula o un caballo”.

No hay comentarios: