jueves, 1 de enero de 2009

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA (8) LUCES EN LA CIUDAD.

Uno de los cambios más espectaculares de la ciudad mediterráneo a lo largo del siglo veinte fue la invención y posterior generalización del alumbrado público a partir de la electricidad.

La luz eléctrica ha dotado a la ciudad de un paisaje artificial al que los habitantes se han acostumbrado, y sin él que posiblemente no podrían vivir tal como hoy lo hacen. A la vez, su presencia ubicua ha aminorado la naturalidad del paisaje urbano histórico, que era percibido a través de la luz de los astros:

“De noche es cuando la ciudad es más ciudad. Durante el día el sol o su luz se cuela por todas partes y, quieras o no, tenemos la naturaleza en casa.

Cuando se encienden las luces eléctricas, la ciudad es enteramente nuestra, es decir, enteramente artificial. Se forman ríos de luz procedentes de los faros de los automóviles, que discurren escoltados por los puntos fijos del alumbrado público y los puntos cambiantes y multicolores de los semáforos y rótulos publicitarios. Desde cualquier elevación la ciudad nocturna no es más que millones de puntos luminosos fijos o en movimiento, más densos y compactos donde se concentra el tráfico y la vida urbana.”

CONDESA DE CAMPO ALANJE. La flecha y la esponja. Editorial Arión. Madrid. 1959.

El impacto de la luz de las ciudades se observa nítidamente desde el espacio sideral, y los ecólogos lo han bautizado como “contaminación lumínica”. Los gobernantes, a la zaga de los anteriores, están ideando ordenanzas para disminuirla y, de paso, ahorrar gastos en las arcas municipales. Se han puesto de moda los alumbrados públicos y de semáforos con lámparas de bajo consumo energético, que proporcionan una luz más débil y difusa. Para el literato el impacto es más elemental. El hombre se ha ido alejando del disfrute de la naturaleza nocturna, e incluso se ha olvidado de ella, a medida que ha ido iluminando sus ciudades masivamente con electricidad:

“Mirar al cielo es incómodo, los astrónomos se van al campo para ello… Con el alumbrado público la luna ya casi no sirve para nada, y en cuanto a las estrellas han sido eclipsadas por los anuncios luminosos, mucho más brillantes y llamativos. Incluso, los enamorados ya no buscan un paraje apartado a la luz de la luna, y los poetas urbanos parecen haberse olvidado de ella”

CONDESA DE CAMPO ALANJE. La flecha y la esponja. Editorial Arión. Madrid. 1959.

Otro mito de la ciudad mediterráneo del siglo veintiuno es el de llenar de una “iluminación artística y monumental” sus principales monumentos y edificios históricos. Esta práctica, en la que colaboran los organismos públicos y las grandes compañías eléctricas, se entiende como una muestra de progreso y adelanto técnico, y un atractivo turístico añadido. ¿Pensaban lo mismo los viajeros que contemplaron estos monumentos y edificios históricos cuando se cambió su iluminación tradicional por la luz eléctrica?

Florencia estuvo iluminada, antes de llegar el espíritu moderno, por viejas lámparas de aceite, cuyas llamas semejaban cuerpos vivos, muy tibios y vivos, y bailaban perpetuamente en el aire suave de la noche. Este movimiento era sostenido por severos y antiguos edificios, con orgullo y dignidad, mientras alzaban sus cuellos al cielo. Dichas lámparas mantuvieron el aspecto medieval y renacentista en que se construyó el paisaje de la ciudad histórica.

La sustitución de las lámparas de aceite por las eléctricas ha empobrecido su visión. Estas lámparas eléctricas son mezquinas, de mirada fija, sin pestañeos, sin vida, en suma, inmutables abalorios. Su luz tiene la dura fijeza de las cosas que no saben fluctuar y oscilar, y estar vivas y seguir siendo ellas mismas. Incluso, la luz eléctrica tiene la estúpida prisa mecánica de los mosquitos en los cambiantes rótulos publicitarios y en los semáforos.”

T.H. LAWRENCE. Fenix. Año 1945. Obra póstuma. Editorial Adiax. Barcelona. 1982.



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