miércoles, 27 de junio de 2007

Paisajes de la sevilla del siglo veintiuno: Los rumanos vuelven a la ciudad de Trajano.

Rumania (con 21 millones de habitantes) es uno de los países de la Europa del Este más afectada por la caída del comunismo y la transición al capitalismo.

Ha perdido más de dos millones de empleos entre 1990 y 2005, uno de cada cinco, por la crisis de su agricultura tradicional y de su siderurgia. Al hilo de este grave problema social, numerosísimas familias rumanas han emigrado a Europa Occidental, deseando encontrar donde trabajar y ganar hasta tres veces más que en su país, para equipararse a un europeo medio. Es una diáspora de población similar a otras ocurridas a lo largo de la historia (judíos, españoles de la postguerra civil, etc.) y que afecta a esta Europa globalizada que vivimos, y ha llegado hasta Sevilla ciudad.

En el conjunto de España los rumanos se han multiplicado por diez en la última década, de los 40.000 de 1990 a cerca de 400.000 en 2007. Según los expertos, han contribuido decisivamente a reforzar este proceso migratorio factores como el crecimiento económico español, la proximidad del idioma y las costumbres latinas, la masiva regularización de inmigrantes del año 2002, la posibilidad de entrar sin visado, y la reciente consecución de la condición de ciudadanos europeos de pleno derecho, que les permite residir en la ciudad sin contrato laboral o permiso de residencia.


Su implantación en Sevilla capital.

Sevilla ha incorporado al colectivo de inmigrantes rumanos como uno más de los que están poblando la ciudad. En el año 2007 estaban empadronados más de siete mil rumanos (uno por cada diez mil habitantes), más que marroquíes y chinos, y sólo menos que los más de diez mil latinoamericanos que residen en Hispalis.

A diferencia de marroquíes o subsaharianos, buena parte de estos rumanos llegan con sus familias sin tener trabajo, lo que les obliga a buscarse un empleo rápido con el que subsistir. Según los datos de la Subdelegación del Gobierno la construcción y los empleados de hogar son los trabajos en los que una parte de esta emigración rumana ha encontrado hasta la fecha una posibilidad de contratación más estable. ¿Y el resto?

Entre estos miles de rumanos que han ido llegando a Sevilla capital hay numerosas familias sin papeles, pobres y sin recursos. La alarma social provocada por la pacífica invasión de familias rumanas sin trabajo estable ha cundido de tal manera en los últimos años que la prensa local no duda en calificarlo como un pueblo “nómada, salvaje e indomable”.

Respecto a su primer atributo, queda fuera de toda duda. Su nomadismo es el más alto de los emigrantes que vienen a España. Las estadísticas oficiales han comprobado que uno de cada seis rumanos cambia de provincia de residencia anualmente en sus primeros años en España. Los motivos son múltiples. Algunos se desplazan a las campañas de recogida de diferentes productos agrarios como el espárrago de Navarra o la naranja de la vega sevillana. Otros lo hacen integrados en grupos organizados que se dedican a actividades ilegales, y cuya movilidad les permite torear a las fuerzas del orden.

La mirada extraña y miedosa de muchos emigrantes subsaharianos o latinoamericanos, o el carácter introvertido y reservado de los marroquíes, contrasta con la actitud de los rumanos. Te miran fija y firmemente a la cara. No se sienten azorados allí donde ni conocen ni son conocidos por nadie. Allá donde estén, aunque sólo llevan pocas horas o días, se sienten como si estuvieran en su lugar de origen. Quizás su intenso nomadismo y su instinto de supervivencia los hace tan fuertes.
Su insistencia es proverbial. Expulsados una y otra vez de determinados asentamientos, vuelven a implantarse al cabo de horas o días, para luego volver a abandonarlos pacíficamente.

Las familias rumanas más menesterosas se han ido albergando desde finales de los noventa en espacios del término municipal y la ciudad de Sevilla frecuentemente marginales, originando paisajes tercermundistas que parecían casi olvidados.

A principios del siglo veintiuno formaron un extenso asentamiento bajo los puentes que conectan la barriada de La Pañoleta (Camas) con la capital. Llegaron a vivir en él más de dos mil personas. Era un campamento de caravanas y chabolas entre los escombros y las ratas, sin luz ni agua, y bajo el estresante ruido de una autovía. Se convirtió en una imagen urbana, que ya no nos extraña, los grupos de mujeres con sus pañuelos en la cabeza y sus faldas de lunares multicolores cruzando el Guadalquivir, y la de los hombres, con sus trajes oscuros y sencillos, como de postguerra civil, en grupos aparte.

Desmantelado este asentamiento se dispersaron por otras localidades de la Baja Andalucía, para luego volver explorando nuevas posibilidades, a la que es una de las ciudades más ricas y populosas de España.

Los inmigrantes rumanos han vuelto desde el año 2006 a los bajos de los puentes que unen la capital con el Aljarafe -Juan Carlos I y Reina Sofía-, y, desde que se convirtieron en ciudadanos europeos, ya no se quedan en la periferia deshabitada. Han ido entrando en la ciudad y han comenzado a instalar sus infraviviendas por muy distintos puntos. Se intentan ubicar en los bajos de los puentes y los espacios libres y zonas verdes abandonadas de las márgenes del río Guadalquivir (en la Cartuja junto al Teatro Central; bajo los Puentes del Alamillo, Barqueta y del Cachorro, en las márgenes del desmantelado teleférico de la calle Torneo o entre el Puente de San Telmo y el de Los Remedios), o se van a zonas desocupadas más alejadas como Tablada o el entorno del parque Alcosa y Sevilla Este.

En ellas viven formando modernos “campamentos” a la manera zingara o gitana, formados por caravanas, furgonetas y tiendas de campaña, o construyen chabolas improvisadas con telas y persianas extraídas de aquí y allá. Es un hábitat desmontable para cuando sean expulsados a otra parte. De manera que cuando llega tan evento, se les ve partir con sus carritos de hipermercados y bicicletas llenos de maletas y enseres domésticos.

Los rumanos continúan su pacífica conquista de la ciudad.
En 2007 se han atrevido a ocupar una manzana completa casi vacía en pleno centro histórico. Se trata de viviendas del siglo XIX en las que sólo quedaban media docena de inquilinos de renta antigua y avanzada edad, que sobrevivían a la presión de una firma inmobiliaria que la había adquirido para restaurar las viviendas y posteriormente comercializarlas como apartamentos de lujo. Las casas sin inquilinos fueron descerrajadas y acondicionadas con resto de muebles y cristales recogidos aquí y allá. Acoplaron irregularmente los servicios públicos de abastecimiento de agua y electricidad, a la vez que desmantelaron antiguas tuberías, retretes, grifos y puertas para revenderlos como chatarra. Hasta su expulsión, ocurrida varias semanas después, su vida doméstica se improvisaba diariamente. Tendían la ropa en los árboles de la calle, donde a veces también orinaban y defecaban, y hacían barbacoas e incluso mataban algún cordero al aire libre.
Varios días después se desmantelaron hasta quince asentamientos ilegales, surgidos de la diáspora de este bloque. Este mismo año surge otro asentamiento en una zona verde abandonada por los poderes públicos, cercana a Aquópolis (Sevilla Este). El campamento está formado por caravanas y chabolas. Sus pobladores se dedican a sacar la basura de los contenedores para ver lo que encuentran y luego la dejan esparcida por calles y aceras. Utilizan para asearse y coger agua la fuente ornamental que está frente al centro cívico, adonde acuden diariamente las mujeres y niñas con garrafas de plástico de varios litros, como si estuviéramos en la Andalucía de principios del siglo veinte. Las hogueras que prenden por la noche, a cuyo alrededor se reúnen, han despertado el miedo a un incendio entre los vecinos, pues se encuentran asentados en un parque urbano muy descuidado, con maleza de más de un metro de altura. Fácilmente inflamable.

Formas de vida urbana.

Casi la mitad de los rumanos que han llegado a Andalucía han encontrado favorable acogida como trabajadores temporeros en las fincas dedicadas a la agricultura. De hecho buena parte de los rumanos se han dirigido a Almería o Huelva -donde los agricultores prefieren contratarlos antes que a los africanos-, por su seriedad y carácter trabajador. También en muchos pueblos de Sevilla, Córdoba y Jaén han comenzado a emplearse en explotaciones agrícolas, especialmente de aceitunas.

Pero en las ciudades, la situación de los rumanos es más difícil. Sólo una parte de ellos trabaja en la construcción, como empleados domésticos o como músicos callejeros.

Hoy día pululan por la ciudad de Sevilla hasta medio centenar de jóvenes o mayores rumanos, siempre hombres, que con su acordeón o su pianillo tocan melodías en las calles comerciales más transitadas o van de ronda por los veladores de los bares de éste o aquel barrio. Los hay que se saben todo el repertorio clásico desde Julio Iglesias a las Rancheras, y otros, más jóvenes, que tocan su música étnica propia, de rabiosa actualidad en Transilvania.

“¡Ya sé para qué Trajano conquistó la Dacia! ¡Para que hubiera allí acordeonistas rumanos que se pudieran venir todos a Sevilla!Tras lo cual puse una conferencia a Bucarest para confirmarlo:
-¿Me pueden poner con el jefe de los acordeonistas rumanos, por favor?
-No, no está. Aquí en Rumanía no queda un solo acordeonista. Todos se han ido a pegar el coñazo con el acordeón en Sevilla, en devolución de visita por lo de Trajano.
Al sentarse en una terraza hay que tener preparado el presupuesto de propinas para los acordeonistas rumanos. Que tocan además unas melodías muy centroeuropeas, muy tristes, muy II Guerra Mundial. Muy poco nuestras. Si por lo menos, como el cuarteto ruso de cámara en la calle Tetuán, tocaran «Estrella Sublime». Propongo que ya que no hay quien nos libre de la plaga de acordeonistas rumanos que nos invade, que se aprendan obligatoriamente «Tatuaje» de Rafael de León, con «la tristeza doliente y cansada del acordeón». Hombre, por lo menos que toquen algo nuestro, ya que el paisano Trajano nos hizo la jangá de romanizarlos para que acabaran todos viniéndose a Sevilla a buscarse la vida con el acordeoncito dichoso.”

Burgos, Antonio. El Recuadro. Diario ABC, 3 de mayo de 2007.

Sin embargo, los rumanos no olvidan fácilmente sus raíces. En el mercadillo del Charco de la Pava se han montado ya en el verano de 2007 dos tenderetes que venden exclusivamente los 40 principales del hit parade rumano en forma de videos y compactos. La música es salvaje y colorista, de aires zíngaros.

También hay jovencitas rumanas dedicadas a otros oficios. El más común es el de mendigas de las puertas de iglesias, catedrales religiosas y esas otras catedrales laicas, dedicadas al consumo, que son los supermercados e hipermercados. Otras rumanas son limpia cristales. Con semblante impávido y frío se abalanzan sobre los cristales de los coches, estratégicamente apostadas en semáforos de larga duración, y te los limpian lo quieras o no. Si te niegas, vuelven despreciativamente la mirada y los útiles de trabajo hacia el siguiente vehículo. Sin indignación siquiera, con la resignación del rechazo al que se han acostumbrado.

Otras tienen una picaresca más refinada. Una banda de menores rumanos se ha hecho famosa por los centros y arrabales de Sevilla ciudad. Son chicos y chicas de entre 8 y 16 años, que se hacen pasar por sordomudos y gesticulan constantemente. Piden firmas y ayuda económica para una falsa organización de minusválidos, y esquivan durante meses a las fuerzas del orden. Algunas de estas jóvenes, más atrevidas, se sitúan en las inmediaciones de entidades bancarias con cajeros automáticos en la vía pública y esperan a que una persona sola, preferentemente de edad avanzada o mujer, se disponga a extraer dinero del cajero. Tras rodear a la víctima intentan distraer su atención con las carpetas de firmas para que la víctima deje de prestar la atención necesaria mientras sigue con la mecánica de sacar el dinero y en un momento de descuido, cuando el dinero sale por la ranura del cajero, los menores aprovechan para coger el dinero y huir a la carrera.

Uno de los negocios que más les atrae es el reciclaje, especialmente de metales. No en vano, muchas de estas familias rumanas trabajaban anteriormente en una de las industrias siderúrgicas más potentes de la Europa del Este, y conocen perfectamente el valor en el mercado negro de materias primas como el hierro, el cobre o el bronce. Se está convirtiendo en una imagen habitual la de los rumanos que rebuscan en contenedores, incluso domingos y fiestas de guardar.

La policía tiene en marcha la operación “cobre” para aplacar los masivos robos de hilos de cobre de subestaciones y tendidos eléctricos y cables telefónicos que se están produciendo en polígonos industriales, en las horas nocturnas en que son un desierto sin vida. Respecto al bronce, en las principales calles y avenidas dedicadas a oficinas y negocios se están desmontado masivamente las placas que anuncian en los portales a tal famoso médico o a tal inteligente psicoterapeuta, que luego son revendidas. Los hay también que roban bicicletas al descuido y que desguazan coches que luego trocean como chatarra. A veces estos negocios de reciclaje tienen como finalidad básica la de alimentarse diariamente, lo que parece increíble en plena Andalucía del siglo veintiuno. Un grupo de unos veinte rumanos, que se quedaron sin trabajo en el campo, se dedicaron a estropear las mercancías de un hipermercado próximo. Una vez arrojadas por los empleados a los contenedores, las recogían y se las comían. Tenían su campamento en el mismo aparcamiento de la gran superficie comercial. Se tuvo que blindar con rejas a dichos contenedores y avisar a la policía, para que todo acabara a porrazos.

También hay ladrones disimulados y sigilosos. En algunos anónimos y altos bloques de pisos de los barrios sevillanos de postín cundió el pánico durante un par de meses. Un grupo de jóvenes rumanos trajeados y con buena pinta entraba tranquilamente cuando el portal era abierto por algún vecino. Preguntaban por residentes de nombre inventado, y se les franqueaba el paso - ya que en estos inmensos inmuebles no se sabe bien a ciencia cierta quién habita y en dónde-. Subían sin perder la serenidad por las escaleras o el ascensor hasta los últimos pisos, donde no iban a encontrarse con inquilinos subiendo y bajando a los que despertaran sospechas. Llamaban al timbre y si nadie contestaba, forzaban la puerta y los desvalijaban. A veces, el día anterior habían realizado un detallado seguimiento de los inquilinos de estos pisos para aprovechar sus ausencias. Otra banda, hasta ser detenida, prefería las horas vespertinas del invierno para atracar farmacias y tiendas, cuando las cajas se encontraban ya engrosadas y no había casi nadie en la calle. Robaban a cara descubierta y salían corriendo a pie. Los hay también que se dedican a robar los chaleres de las calles menos transitadas de las lujosas urbanizaciones cerradas de las periferias metropolitanas.

La lista de especialidades de los rumanos que delinquen es desgraciadamente muy amplia. Así, los hay que tienen red de prostitutas, jóvenes guapas a las que se traen con el engaño de un buen trabajo de su país natal, o que se dedican al tráfico de droga, pura o adulterada.

Para concluir quiero expresar que no me mueve la rumanofobia. Todos somos ciudadanos del Mundo, sin distinción de razas y creencias.
Lo apasionante, a mi juicio, son las múltiples estrategias que están desarrollando estas familias rumanas para la creación de nuevos espacios habitacionales en los resquicios que le ofrece un mercado de la vivienda tan inasequible para la mayoría de los emigrantes como el de Sevilla ciudad.
Y, también, su capacidad de generar nuevos yacimientos de empleo, tan efímeros y cambiantes como originales y diversos, aunque estén frecuentemente al margen de los planes y estadísticas oficiales, y al borde o fuera de la legalidad.

5 comentarios:

Pepe dijo...

Querido Balta. Buen artículo este de los rumanos. Es una forma de vida idéntica a la que los gitanos han llevado tradicionalmente en -o al margen- de nuestra sociedad, pero tienes la habilidad de no relacionar ambos colectivos, que si bien tienen mucho que ver, responden a circunstancias socioeconómicas muy distintas.
Por otra parte, me parece muy interesante resaltar como los ciudadanos de la sociedad del bienestar producimos ecosistemas urbanos residuales que suponen oportunidades estratégicas para la supervivencia y desarrollo de otros colectivos sociales y determinadas especies animales.
De nuevo, enhorabuena

Anónimo dijo...

me parece muy bien lo q has escrito pero aver si algun dia teneis el valor de escribir tambien acerca de los q dejan a toda su familia alli y vienen aqui a trabajar onradamente y muchas veces se les trata de una manera q no os podeis ni imaginar.x ejemplo trabajar como interna en una casa y q nisiquiera t den d comer.y muchas ma cosas xo claro q de esto nunca vais a escribir x q no os interesa.

Anónimo dijo...

aver,soy rumana,bien integrada,tanto my marido y los niños.trabajamos onradamente,como miles de rumanos.lo que no me parece justo es que no especifiques que son gitanos.gitanos rumanos.ellos tienen su forma de vivir.el resto n somos gitanos.por favor,no es discriminacion que se especifice que son gitanos.son muy descarados,y sin gana de trabajar.y de le resto de rumanos que trabajan onradamnte no se a dicho nada.nada de nada.

Anónimo dijo...

El artículo hace referencia sobre todo a los rumanos de etnía gitana. Supongo que eso ocurre porque llaman muchos más la atención que los rumanos (y nada más)que llevan una vida normal y corriente, como la mayoría de los españoles, o, a veces, una vida extraordinaria, llena de méritos.Creo que hay que ser más riguroso a la hora de tratar un tema, investigar más.

Anónimo dijo...

Pido disculpas a todos los rumanos en general, sean gitanos o no, si este artículo los ha ofendido. Mi intención era retratar un paisaje humano nuevo.