domingo, 24 de junio de 2007

La Estepa árida del Sureste de Jaén

El deseo de estas páginas es dar a conocer la recóndita realidad de las estepas del sureste de la provincia de Jaén, y despertar los ánimos para la protección de su medio natural y rural heredado, que constituye uno de los últimos paraísos para la vida de las aves estepáricas en la Península Ibérica.
La estepa jiennense es un paisaje poco vistoso, sus plantas son de tonos pardoamarillentos y raras veces superan el metro de altura. No responde al arquetipo de paisaje idílico y clorofílico como los bosques de pinos y abetos. Sin embargo, no por ello deja de ser un paisaje con una singular belleza que, además, constituye un tesoro de biodiversidad, hoy en peligro.

Esta depresión separa las Sierras Sur y Mágina de Jaén de la Sierra de Cazorla, con cuyos climas y vegetación tiene poco que ver, constituyendo, sobre todo, la prolongación noroccidental de la “Andalucía de las Estepas” en la provincia de Jaén, en concreto, de las depresiones de Guadix y Baza.

El territorio se corresponde con un solitario rincón elevado de la provincia(entre los 500 y 1000 metros de altitud), que ocupa los términos municipales de Huelma, Larva, Cabra de Santo Cristo, Jódar, Hinojares, Quesada y Pozo Alcón.

Su relieve es quebrado, con ondulaciones y pendientes que dan lugar a pequeños montes y barrancos, y a cárcavas y quebradas muy acentuadas. Además, algunas serrezuelas separan pequeñas llanadas, y valles y barrancos, por donde discurren las aguas que desembocan en los dos principales ríos: Jandulilla y Guadiana Menor.

Es ésta una zona muy seca y árida, al verse aislada de los vientos húmedos por las cadenas serranas situadas más al oeste. No se superan los 350 milímetros anuales, y hay una prolongada sequía estival, entre junio y septiembre, a lo que se agrega la abundancia de suelos, como son las margas y arcillas, que apenas retienen la humedad proporcionada por las ocasionales lluvias.

En sus inicios esta zona fue la orilla nororiental del mar interior que ocupaba el actual Valle del Guadalquivir. De esta manera se explica la abundancia de margas y arcillas en este solar, características de mares poco profundos. Las arcillas fueron el blando pasillo por donde el río Guadalquivir capturó la cabecera de las cuencas hidrográficas de Baza y Guadix. Además, la arcilla, por ser una roca blanda, ha sido muy erosionada provocando los típicos paisajes de bad lands o malas tierras desérticos.

Asimismo aparecen aquí bloques de suelos salinos y yesosos; e islotes de relieve formados por rocas más duras, calizas, calcoarenitas y dolomías, que fueron cayendo aquí procedentes de las Sierras próximas cuando se iban formando.


“Es uno de los ecosistemas más singulares, por la elevada aridez del Valle del Guadiana menor…además, los materiales son muy deleznables – margas, margocalizas, arcillas y yesos- formando multitud de barrancos muy acusados...
Son terrenos difíciles de transitar para quien nos los conoce…la presencia humana y el pasto es muy escasa..”

GONZALEZ CANO, JORGE; LOPEZ CORDERO, JUAN ANTONIO; MADERO MONTERO, AGUSTIN. Sierra Mágina y Parque Natural. Editorial Everest-Asociación para el Desarrollo de la Sierra Mágina. Cambil (Jaén). 1998.

A modo de mosaico en este territorio se han intercalado tradicionalmente terrenos de sembradura de ciclo largo, que ocupaban los terrenos más llanos, y extensos atochares dedicados a la recogida de esparto y matorrales de clima semiárido, en laderas y cerros.
Desde la segunda mitad del siglo XX todos ellos van cediendo su lugar a plantaciones modernas de olivares, almendros y cerezos, y a repoblaciones forestales, sobre todo, de pinos carrasco.


“Algunos almendros y cerezos se empinan en unas pocas cuerdas de terreno. Conforme se va rodando se va perdiendo toda vegetación… los olivos empiezan a dispersarse y desaparecer…lo único que da el terreno es esparto…
(el paisaje) adquiere tonos amarillos, el que le dan los extensos espartales…
en el horizonte abundan las lomas redondeadas… y los matorrales dignos de cualquier western americano. Cuando uno mira a su alrededor es atacado irremediablemente por la sed.”

CARDENAS, ANDRES. Carriles de silencio. 1981. Caja General de Ahorros y Monte Piedad de Granada (CECA). Maracena. Granada. 1986.

Teniendo en cuenta estos inconvenientes podríamos preguntarnos, ¿Cómo se ha producido el poblamiento, aunque débil, de este ámbito? ¿Cómo se han ganado el sustento sus habitantes a lo largo de la historia?

Como ya dijimos, las tierras más llanas se han sembrado cada cierto número de años, una vez dejadas en barbecho para recuperarse, de cereales como trigo y cebada.
Su escasa rentabilidad hace que muchos terrenos lleven lustros sin dedicarse a dichos cultivos, volviéndose “monte”; Son los denominados “añejales”; En ellos se crían naturalmente y en abundancia plantas que los colonizan fácilmente como artermisas, retamas y alcaparras.
Las alcaparras son muy apetecidas por los conejos, que contribuyen así a dispersar sus semillas. Las poblaciones locales también se dedican parte del año a la dura tarea de su recogida y comercialización.

Combinándose con el cultivo de cereales, las laderas y cerros se han dedicado, al menos desde el siglo XIII, al cultivo del esparto.
Para ello se fragmentaban los cepellones en buen estado, enterrando posteriormente las pequeñas macollitas resultantes. Luego de recoger varias cosechas, cada tres o cuatro añós se quemaban los terrenos favoreciendo una nueva expansión de los espartales en detrimento de otras plantas competidoras y gracias a que así la planta del esparto eliminaba las hojas muertas que limitaban el crecimiento de los nuevos brotes. Y esto ha ocurrido durante los últimos seis o siete siglos.
Entre el esparto se desarrollaba un ralo matorral, donde convivían plantas esteparias como el albardín, el caramillo, el tamojo, la osagra, las albaidas o las bolinas. Sin embargo, con el abandono de sus prácticas culturales, el esparto está alcanzando unas grandes densidades monoespecíficas en los suelos donde estuvo asentado, aunque no coloniza los “añejales”.

“Los matorrales crecen sin control y sin estética cuando el esparto no está sometido a cuidados culturales, e incrementan su cobertura vegetal en una especie de lento proceso de muerte… sin la quema periódica que motivaba antiguamente su regeneración… este matorral espartal es muy difícil de colonizar…”

CÁDIZ, LORENA. Jódar busca no perder su paisaje estepario… Diario Ideal. 7 de febrero de 2006. Jaén.

Una vez recogido el esparto, se metía una veintena de días en agua, después se dejaba secar y se majaba; de esta forma se le daba la suficiente suavidad para poder utilizarlo. Con él se elaboraban múltiples artesanías que se vendían por el resto de Andalucía. Se elaboraban manualmente un sinfín de objetos: cuerda para atar gavillas o colgar melones; sogas, agueras que se colocaban a ambos lados de las mulas para transportar cosas; forros para botellas y garrafas; sopladores; espuertas, capachos y cestos para la aceituna, albardas, jáquimas, anteojeras, …
La economía del esparto ha sido el sustento de buena parte de la economía de pueblos como Jódar, Huesa y Larva. Miles de familias jornaleras se dedicaban a esta actividad. Sin embargo, ya apenas se recoge el esparto por sus bajos precios y la competencia de los productos plásticos. Han desaparecido o se han arruinado los cortijos rurales que vivían del esparto.

En tercer lugar, parte del territorio, el de los suelos menos fértiles por su naturaleza rocosa o por ser yesares y saladares, ha actuado como refugio de la vegetación natural. En tiempos primitivos, bosques de coscojas que, tras su milenaria explotación humana, han derivado en un matorral de escasa altura y débil cobertura. Actualmente están ocupadas por plantas gypsícolas, o amantes de los yesos, como arnachos, flor del príncipe y jaboneras. Son un pequeño tesoro botánico, ya que se trata de entre veinte y treinta plantas raras, comunes con otros ecosistemas áridos como el Sahara o los desiertos de Oriente Medio. La recolección de hierbas aromáticas y medicinales ha sido una constante histórica en estos terrenos:

“(En Quesada) … en sus barbechos, cerros y sotos, abundan el espárrago fino, mucho esparto, espliego, romero, cardillos, arrecife, lechares, alcaparras, orégano, zumaque para las tenerías, poleo, salvia… y otras varias y exquisitas hierbas medicinales de las que se surten algunas boticas”

RUIZ GONZALEZ, JUAN ENRIQUE. “Jaén según las relaciones enviadas por los párrocos al geógrafo Tomás López en el siglo XVIII”. Cámara de Comercio e Industria de la provincia de Jaén. 1996.

Por último, las márgenes de barrancos, ramblas y ríos están tapizadas por frondosos bosquetes de adelfas y tarajes, que contrastan por su verdor, a modo de “wadis” del desierto africano, con el entorno.


Una vez que durante la segunda mitad del siglo veinte se han ido abandonando, por sus bajos rendimientos, las labores de cereal y los atochares, se está produciendo su vertiginosa sustitución por modernas repoblaciones forestales y plantaciones de olivares, almendros y cerezos.

Se produce aquí la paradoja de que los usos seculares del suelo, actualmente en decadencia por ser poco rentables, habían frenado la grave erosión de los suelos de la zona, además de haber mantenido un paraíso de biodiversidad. Son los tupidos e impenetrables ancianos atochares que permanecen, los “añejales” colonizados por plantas vivaces y el matorral estepárico.

Por el contrario, los aterrazamientos de laderas para plantaciones de pinos carrascos han favorecido en ocasiones la mayor erosión de los suelos por la entrada de las máquinas, y tiene poco que ver con la ecología de estas estepas; asimismo, las plantaciones de olivares y almendros, pese a ser más rentables, coinciden con suelos desnudos por el atroz efecto de los herbicidas, y agravan la erosión de los terrenos y empobrecen la biodiversidad.

En consecuencia, el avance de los nuevos usos del suelo está afectando negativamente a especies de flora y fauna estepáricas, que habían vivido durante siglos en equilibrio con la explotación agraria del medio. Hay que destacar el peligro que corren tres parajes, de aproximadamente unas 15.000 hectáreas, las estepas de Jódar, de Quesada y de Huelma, que han sido principales “reductos” de aves estepáricas relativamente escasas en la Península Ibérica.

Algunas de las principales aves esteparias que sobreviven en esta zona son la ganga ortega, el alcaraván, el sisón, las cogujadas montesinas, las collalbas rubia y negra y las calandrias; asimismo, aquí viven, algunos saltamontes únicos en España o la singular mariposa de la alcaparra.

De hecho, estas aves han tenido que adaptar su dieta alimenticia a las limitaciones del entorno:

“Alondras, cogujadas, terreras y calandrias… supieron encontrar aquí las razones principales de su sustento –grillos, saltamontes, langostas, escarabajos, escorpiones y caracoles, amén granos de trigo – en disputa con tropillas de ratones de campo, ratones espigueros, ratas, ratillas, topos, topillos, musarañas, musarañitas y musgaños…”

MERINO, Alfredo. Fauna de estepas y desiertos españoles. Revista GEO. Número 116. Septiembre 1996. Madrid.

También han desarrollado curiosas adaptaciones para hacer frente a la sequedad y escasez de puntos de agua en estos territorios:

“Gangas y ortegas… cuando se remojan en las charcas y ahuecan sus plumas, las colman de agua gracias a su forma de concha. Convertidas en odres vivientes, vuelan al lejano nido para dar de beber y refrescar a sus polladas”

MERINO, Alfredo. Fauna de estepas y desiertos españoles. Revista GEO. Número 116. Septiembre 1996. Madrid.

Un buen momento para visitar estas estepas es las fechas del año coincidentes con los ritos amatorios de algunas de estas aves, de gran originalidad:

“Las avutardas machos hinchan sus cuellos para que las damas los vena mejor, abren las alas y echan la cabeza hacia atrás, casi hasta tocar la amplia cola desplegada. Tras varios giros y contoneos va formanso su harén con parsimonia… Los sisones, encaramados en sus apostaderos, saltan. Gritan y pelean por conseguir sus hembras…”

MERINO, Alfredo. Fauna de estepas y desiertos españoles. Revista GEO. Número 116. Septiembre 1996. Madrid.

Además, hay que mencionar la rareza de otros paisajes como los que forman las rocas calizas y los yesos, a modo de islotes, que sobresalen en este paisaje estepárico y casi desértico, haciéndole adquirir matices blancos:

“(Camino de la Estación de Huesa) La tierra empieza a tener tonalidades blancas producto de la caliza. En el horizonte, montañas con cortes verticales de navaja recién afilada señalan las canteras de yeso. El entorno envuelto con polvo blanquecino se asemeja a un ambiente invernal, pero la supercálida flama estival hace desechar tales figuraciones”

CARDENAS, ANDRES. Carriles de silencio. 1981. Caja General de Ahorros y Monte Piedad de Granada (CECA). Maracena. Granada. 1986.

Así como el de los saladares. Esta estepa estás surcada por riachuelos, ríos y barrancos de aguas salinas, que hacen que históricamente hayan suministrado sal en abundancia a sus pobladores:

“(En Hinojares) hay dos veneros de agua sal, muy copiosos, cuyas fábricas producen anualmente unas tres mil fanegas de sal de buena calidad… y, además, otros dos sudaderos de agua salada inmediatos a ellas…

(En Quesada) hay siete fuentes copiosas de agua salada y dos peñones de sal llamados Montalvo y Moraleja, que se guardan y custodían de orden de su S.M que Dios guarde”

RUIZ GONZALEZ, JUAN ENRIQUE. “Jaén según las relaciones enviadas por los párrocos al geógrafo Tomás López en el siglo XVIII”. Cámara de Comercio e Industria de la provincia de Jaén. 1996.

Ambos mantienen un conjunto de plantas y animales relativamente raros y escasos que se han adaptado tanto a vivir en la estepa como a hacerlo, específicamente, en suelos hostiles a la vida común, como yesares y saladares.

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