domingo, 24 de junio de 2007

El paraiso verde de Sevilla: La Sierra Norte

La Sierra Morena de la provincia sevillana, o Sierra Norte, es de alturas modestas y no destaca por sus acusados perfiles. Se trata, más bien, de un relieve chato y envejecido, ajeno a la idea convencional de montaña como grandioso espectáculo de la naturaleza en altura:

“No esperes que la línea del horizonte reviente en quebrados perfiles. No esperemos que el agua adorne a cada paso los callejones… la mayor parte de la sierra… es una sucesión de colinas, de abombados remates de una notable modestia, que no evita que nos parezca un lugar agreste…”

ARAUJO, JOAQUIN. 500 excursiones por la naturaleza española. Espasa Calpe. Madrid. 1994.

Sin embargo, la Sierra Norte, aunque no sea siempre un lugar elevado es, cuando menos, un lugar agreste, donde la civilización humana sólo llega a determinados lugares; reservando el resto para la naturaleza:

“Salve, abruptas cordilleras
de iberia, roquedales
que apenas el aplomo enardecido
del águila domina,
país de madrigueras…
engolladas arterias
con que Iberia proclama su pobreza”

MIRON, ANDRES. El polvo del peregrino. Colección Älamo. Salamanca. 1978.

Es precisamente el olor a naturaleza lo que nos indica que entramos en un paisaje diferente a las tierras bajas sevillanas:

“Cuando nos acercamos al Castillo… nos llega a los lugareños una especie de olor –jara y encina-que transporta el viento y que, a partir de la Venta del Alto… nos indica que estamos llegando a la Sierra. Y nos da la sensación que entramos en un mundo diferente…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

La velocidad de desplazamiento en los potentes automóviles ha cambiado la percepción del paisaje. Actualmente esta sensación de entrar en un paisaje agreste nos llega rápida y tímidamente, a la par que nos internamos sin dificultad, por ejemplo, a través de la autovía de la Plata. Sin embargo, hace tan sólo un siglo internarse en la Sierra Norte por modestos caminos, mediante reatas de mulos o caballerías, era una tarea ardua y fatigosa, que llevaba horas:

“El largo cordón negro que formaban los mulos resbalaba como una larga culebra por la vereda caprichosa que daba mil vueltas y revueltas no pudiendo seguir la línea recta a causa de lo accidentado del terreno”

FERNAN CABALLERO. Una en otra. Madrid. Editorial Mellado. 1856.

De manera paulatina, el viajero iba contagiándose de su paisaje agreste, era una experiencia paulatina e incluso llena de incertidumbre y aventura, como nos relata Fernán Caballero en un viaje entre Sevilla y Aracena:

“La noche cerraba cuando llegamos a las ventas de Las Pajanosas. Allí nos apartamos del camino real y seguimos una senda angosta y tan cubierta de monte bajo que no se la veía sino bajo los pies de los mulos.
Poco a poco todo se fue poniendo más solitario y silvestre, el suelo pedregoso, el silencio absoluto, porque al débil viento de una noche de verano no le era dado mover las hojas fuertes, tiesas y espinosas de las carrascas y encinas que cubrían el camino…”

FERNAN CABALLERO. Una en otra. Madrid. Editorial Mellado. 1856.

Como veremos a continuación, vista desde dentro y para sus habitantes, la Sierra Norte es tan montaña como otras por la diversidad de sus paisajes montaraces, como la percibió en su infancia un médico famoso nacido en Guadalcanal:

“Desde niño fui un amante apasionado de la madre naturaleza…Con frecuencia hacia una escapatoria (desde el pueblo de Guadalcanal) y me recreaba en los sitios más recónditos y bellos de la Sierra… Seguía el curso de los ríos y arroyos, bordeados por las rojas adelfas y los verdes álamos y sauces. Subía a las ásperas montañas cubiertas de matorrales, entre los que colgaban como zarcillos, los encendidos madroños. Visitaba las cavernas, parecidas a catedrales… En los animales, las plantas, las rocas, en todas las manifestaciones de la vida encontraba un motivo de observación”

VALLINA, PEDRO. Memorias. Círculo Andaluz del Libro. 2004. Sevilla.

EL MUNDO VEGETAL.

Este paisaje es muy distinto al de sus orígenes. Hace la friolera de 300 millones de años el clima era ecuatorial. Trombas de aguas caían sobre una red de volcanes activos, en cuyas laderas prosperaban pinos y abetos de hasta 14 metros de altura. Uno de estos restos fósiles se ha encontrado recientemente en Almadén de la Plata. Hace tan sólo varios miles de años el clima adoptó las componentes mediterráneas actuales.

Hoy día, el mundo vegetal serrano semeja una sinfonía de colores y formas, compuesta por las diferentes notas que emanan de cada árbol y arbusto. Como nos evoca el poeta Andrés Mirón (nativo de Guadalcanal), están los “grises salpicados de la encina, la aulaga martirial, el leonado terebinto, la cornicabra adusta, la rala gamonita… la esbeltez del pino, la magia femenina de la acacia, el oro del naranjo, el son del álamo, la reciedumbre vertical del roble, el luto del ciprés, o el pobre olivo”.

Aún así, en esta sierra árboles, arbustos e hierbas se agrupan formando espacios habitacionales propios; y lo hacen siguiendo los dictados de la exposición al sol (solanas y umbrías), la intensidad de las pendientes de los terrenos, y la fertilidad de los suelos.

El paisaje menos domesticado por el hombre de la Sierra Norte es el de las breñas y espesuras.
Aparece, formando manchas de vegetación más o menos amplias y espesas, allí donde el relieve se inclina abruptamente, donde afloran las rocas y en las depresiones menos soleadas, que miran al norte. Ha sido tradicionalmente el lugar donde pervive y se refugia la flora y fauna silvestre, y en el que sólo pasta ocasionalmente el ganado doméstico más adaptable y atrevido: las cabras:

“Jugaba el niño al borde de un apretado bosque de matorrales…y allí la tierra comenzaba a elevar su altura en suaves repliegues totalmente cubiertos de vegetación, por donde las cabras triscaban a su gusto, anunciando la alta cercanía de un cerro cubierto de tomillos y de bajas encinas, de un color uniforme, que participaba sobre todo de un verde oscurecido, casi completamente negro, salpicado de trecho en trecho por las mínimas notas de color de las escasas flores silvestres…”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. La vieja encina y otros cuentos de la sierra. Edición del autor. Sevilla. 1992.

“Allí donde las laderas miran al norte, el bosque alcanza condiciones de impenetrabilidad. Una maraña formada por decenas de especies de matorrales y árboles…”

ARAUJO, JOAQUIN. 500 excursiones por la naturaleza española. Espasa Calpe. Madrid. 1994.

En estas breñas se refugia gran parte de la zoología salvaje de la Sierra; los raros lobos que aún quedan y, sobre todo, jabalíes y ciervos. Estos últimos crean un ambiente particular durante sus ritos amatorios otoñales o berreas:

“En un barranco perdido
-entre piedras y jarales,
En las tardes otoñales,
Cuando florece el olvido-
El ciervo canta un bramido,
Que parece de dolor.
Solitario y trovador,
El eco de sierra en sierra,
Va golpeando la tierra
Con su llamada de amor”

PARRON, ANTONIO. “Tiempo de palabras”. Tertulia literaria La Colina. Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra. 2001.

En las solanas el matorral es más ralo, y se adapta a los largos periodos de insolación y la prolongada sequía. Así nos habla el poeta Antonio Parrón del modesto arbusto de las solanas de estas sierras que es el jaramago:

“Sediento por cornisas y fachadas
bajo los dures soles de corinto,
el jaramago viste lo suscinto
camisas amarillas y arrugadas”
PARRON, ANTONIO. “Tiempo de palabras”. Tertulia literaria La Colina. Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra. 2001.


No obstante, la imagen más habitual de la sierra sevillana es la del paisaje civilizado de sus dehesas de encinas y alcornoques, donde conviven la fauna silvestre y el ganado domestico.
La dehesa es uno de los ecosistemas más singulares del mundo mediterráneo. Modernos estudios científicos han descubierto que en estas dehesas milenarias el hombre ha sabido explotar sabiamente el medio natural, manteniendo una gran diversidad de vida silvestre. En una hectárea de dehesa podemos encontrar, además del ganado que pasta habitualmente, hasta 135 especies vegetales, 60 aves diferentes, 20 anfibios, y mamíferos ibéricos relativamente escasos y raros, como el águila imperial, el lince, el lobo o el gato montés.
De ahí que, cuando se desmocha una dehesa para convertirla en tierra de cultivo, o en una moderna repoblación maderera, como se ha hecho impunemente décadas atrás en esta sierra, se pierda parte del tesoro de la naturaleza serrana, como nos señala un autor extremeño:

“Las encinas vencidas se llevan siestas y tórtolas, lunas y filosofías de búhos, entrañas llenas de secretos, entrañas campesinas… Milenarias encinas. Sensuales encinas. Silenciosas encinas, en el anochecer… El encinar se ha convertido en un americano maizal que refresca con su verdor el aliento de esta tierra”

DELGADO VALHONDO, JESÚS. Artículos periodísticos. Diario Hoy. 2003.

El contrapunto al paisaje forestal dominante lo ponen las huertas.

El hombre ha colonizado las márgenes de las vegas serranas, construyendo molinos que aprovechaban la fuerza motriz de las aguas para múltiples usos (molienda del trigo, batanes, etc.) y mediante la creación de huertas, en los terrenos más llanos y accesibles, donde se cultivaba un poco de todo lo que se necesitaba.


“Por aquellas lugares… el cauce se hacía muy bravío, con torrentes, terraplenes y despeñaderos encajonados entre los cerros que daba miedo mirarlos, mayormente en épocas de crecida. Con la fuerza que allí tenía el agua del río, era lugar muy propio y aparente para molinos y batanes…

El molino de … era un hermoso lugar, todo rodeado de nogales, cerezos, membrilleros y otros árboles frutales muy bien cuidados…”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. Viaje en el tiempo por la ribera del Huéznar. Diputación de Sevilla. 1999.

Las huertas sobresalen, entre los tonos verdioscuros y pardos del monte que las rodea, por los matices brillantes de sus diferentes tonalidades verdes, así como por ser un paisaje muy humanizado.
En ellas se han alternado las hortalizas y los árboles frutales, producciones relativamente raras y escasas en el medio serrano:

“Tenía (el Huéznar) muy buenas vegas, donde había huertas… que se regaban con las aguas del mismo río y que se abonaban también gracias a las crecidas de su caudal en el invierno o en la primavera… tenían muchos árboles frutales, bien orientados para que no estorbaran la entrada del sol para que los ajos y tomates crecieran…

Muchos hortelanos tenían la costumbre de criar y amaestrar culebras, para tenerlas en las huertas con el fin de que se comieran a los topos, a los ratones de campo y a otras sabandijas…”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. Viaje en el tiempo por la ribera del Huéznar. Diputación de Sevilla. 1999.

La huerta fue asimismo un espacio habitado, donde además de las faenas agrarias prosperaron otros usos como pequeños jardines domésticos y albercas familiares para baños veraniegos:

“Junto a la alberca estaba la huerta…aprovechaba el agua que, procedente de la noria, subiendo por los cangilones, regaban la tierra. Los mejores tomates, apretados, sonrosados y grandes, allí se sembraban…La huerta era un lugar paradisíaco…un jardín. Todo el camino desde la casa a la “amberca” … estaba adornado a sus dos lados de bellos rosales y otras flores…A pocos metros de la alberca estaba el sauce llorón, inmenso, con una sombra que nos cubría a todos. A su pie, una gran mesa de piedra y alrededor, bancos… Cuando niños nos bañábamos en la alberca y dábamos paseos en burra…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

EL MUNDO DEL AGUA.

La Sierra Norte es la comarca más húmeda de la provincia de Sevilla y está cruzada, de Oeste a Este, por los cursos de varios ríos principales que, después de un largo recorrido, desembocan en el padre Guadalquivir: Guadiamar, Ribera de Cala, Viar, Huéznar o Retortillo.

Todos los principales cursos fluviales nacen en la zona septentrional de la Sierra Norte; en los parajes más abruptos y naturales. De ahí que algunos de estos nacimientos, como el de la ribera del Huéznar, hayan constituido “parajes idílicos” para sus habitantes:


“Nacía (la ribera del Huéznar)en un lugar que llamaban El Venero, todo lleno de chopos y álamos, y en donde el agua brotaba de la tierra en borbollones claros y limpios… después las aguas marchaban siempre hacia abajo, siempre hacia el sur, entre chopos, álamos, fresnos y más árboles de otras clases, cogiendo caudal de muchas fuentecillas, veneros y regajos…

Muchas veces bebí yo agua en el Huéznar, y pesqué barbos, truchas, ranas o cangrejos en su cauce, y me deleité a la sombra de sus árboles, que en muchos tramos y recovecos formaban como una larga y oscura galería de sombra… sobre todo, en los meses de verano, cuando, pocos metros más allá, cantaban las cigarras, y los pastos, los olivos, las encinas y los matorrales restallaban de sol, de calor y flama ”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. Viaje en el tiempo por la ribera del Huéznar. Diputación de Sevilla. 1999.

A lo largo de su curso, los ríos serranos son auténticos corredores “verdes” en una doble acepción; por las tonalidades de este color con que la vegetación de ribera y las huertas próximas los diferencian de los montes de alrededor, de tonos más oscuros y grises, y por su diversidad vegetal y animal.


“El Huéznar… parecía una culebra larga y sinuosa reptando entre cerros y cañadas, de un color entreverado de verde y de plata: verde por la hierba y los árboles que sembraba y criaba su curso, y plateado por las aguas y por las espumas veloces y blancas de las charcas, de los vados y de las torrenteras…”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. Viaje en el tiempo por la ribera del Huéznar. Diputación de Sevilla. 1999.

“(El Huéznar)… su curso atraviesa de norte a sur la sierra como una fresca guirnalda de álamos y chopos, de eucaliptos, alisos e higueras… las umbrías del paisaje y su intenso y abigarrado verdor, hacen de esta ribera un inesperado y libertino vergel entre el grave horizonte de los cerros de la sierra…”

SERRALLE, JOSE DANIEL M. Arcadias sevillanas. Diputación de Sevilla. 1999.

Independientemente de las sensaciones estéticas que produce, paisajes idílicos como la rivera del Huéznar generan también sus propias emociones espirituales:

“Agua verde de ribera
llevas suspiros de yedras,
en la blanqueada espuma
que resbala por las piedras…

Llevas preguntas calladas,
escoltándolas los chopos
en las frías madrugadas.

Llevas luces de nostalgia
que por las ramas se asoman,
besando venas acuosas
que brincando se desloman.

Llevas llanto sumergido
por verdinas de quimera,
llevas olvido y silencio,
agua verde de ribera”


KOKI. “Tiempo de palabras”. Tertulia literaria La Colina. Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra. 2001.


La proximidad de algunos de estos cauces fluviales a las poblaciones vecinas hace que sean lugar habitual de paseo de sus habitantes, como ocurre con la ribera de Ciudadela en Las Navas de La Concepción:

“La ruta discurre por una antigua vía pecuaria… Bosque de álamos negros, olmos, arces, encinas y quejigos…el río discurre entre pequeñas rocas que forman saltos de agua… en otro tiempo utilizados para moler los granos de trigo en dos molinos hoy cubiertos de matorral… El abanico de sonidos crece. Ruiseñores, jilgueros y mirlos…el río recibe cada vez menos luz pues los álamos, con los años, se han curvado sobre la ribera formando una espesa galería hasta el nacimiento”

PLANELLES, MANUEL. Saltos de agua y trashumancia. DIARIO EL PAIS. 13 de febrero de 2004.

Uno de estos cauces fluviales, el río Viar, aprovecha en su trazado una falla y es el menos accesible de los ríos mariánicos. Sus fuertes pendientes constituyen todavía un obstáculo para las comunicaciones en sentido este-oeste.
En los parajes más accidentados de este curso fluvial se conserva prácticamente intacto el bosque galería o de ribera original y su fauna típica.
Así, la margen izquierda de este río, que discurre encajonada por la presencia de una falla, es un “lugar remoto” dentro de la Sierra Norte por su difícil accesibilidad. Allí se conservan, como en un paraíso, más de una docena de linces ibéricos, varias parejas de águilas imperiales y cigüeñas negras y las únicas almejas de agua dulce.

Además de las tres o cuatro grandes arterias fluviales que atraviesan de norte a sur la Sierra Norte sevillana, existen una multitud de pequeños y recónditos arroyos que discurren entre cerros y montes y acaban confluyendo en las anteriores.

“Detrás de la venta hay un pequeño valle verde que en medio sostiene un pino enorme como un quitasol; bajo el pino rumían echadas unas vacas; sobre el pino está inmóvil un cuervo como un vigía. Alrededor del valle se levanta el terreno cubierto de encinas como un ejército de defensa. El arroyo se pasea por el valle con pasos lentos antes de llegar a la estrecha salida entre los barrancos; sepárase allí en dos y abre los brazos para estrechar en ellos una islita, que más bien parece un florero de adelfas…

FERNAN CABALLERO. Una en otra. Madrid. Editorial Mellado. 1856.

La nota común y colorista de este paisaje de pequeños arroyos es la rosa omnipresencia de la adelfa:

“Los arroyos se multiplican más allá, seguidos en todas partes por las adelfas, que forman sobre ellos un toldo de color de rosa como para conservarles su frescura. No puede encontrarse en esta naturaleza severa y grandiosa de rocas y árboles nada más bello que esas guirnaldas de rosas colocadas en festones al pie de los montes…”

FERNAN CABALLERO. Una en otra. Madrid. Editorial Mellado. 1856.

Un rasgo propio de estos ríos es la abundancia de lugares donde se ha procedido a la construcción de grandes embalses. A ello han contribuido decisivamente su perfil encajado sobre materiales impermeables y el aprovechamiento de los sucesivos escalones por los que la Sierra baja hacia la vega del Guadalquivir.
En toda la comarca se contabilizan hasta una docena de grandes embalses o presas. Y ello, sin contar que en cada finca ganadera y cinegética, los propietarios han diseñado a menor escala, sobre modestos arroyos, numerosas pequeñas balsas para dar de beber al ganado.
Los nuevos embalses hacen que ya no sean frecuentes las inundaciones en la vega del Guadalquivir y, además, constituyen láminas de agua que atraen la fauna silvestre y al turismo rural y natural.

“No disponíamos de playa, pero… hasta en los años de más pertinaz sequía, teníamos algún charco como el de los patos, la tabla o la molineta para darnos un chapuzón… La ribera era el escenario natural de la mayoría de los baños…también podíamos refrescarnos en el pantano… una presa al servicio de la mina, para el lavado de mineral…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.


En otoño y primavera las riberas serranas son, hoy por hoy, lugares ideales para los turistas rurales, constituyendo, como en el caso de la ribera del Huéznar, paseos amenos y reparadores. Especialmente en los lugares donde las aguas se remansan; aquí, a los alisos, chopos y sauces los acompañan álamos negros, fresnos y olmos. En los tranquilos amaneceres y ocasos es posible incluso contemplar una de las últimas colonias de nutrias andaluzas pescando las truchas que abundan en estas riberas.

Casi todos los municipios han trazado rutas de turismo rural por las márgenes de estos ríos para atraer visitantes a las zonas. Algunos han ido aún más lejos, construyendo playas artificiales (nacimiento del Huéznar en San Nicolás del Puerto), área de acampadas con aparcamientos y barbacoas (ribera de Cala), y parques forestales y de ribera. Este es el caso del corredor verde del Guadiamar.

LOS MOMENTOS DEL DÍA Y DEL AÑO.

¿Cómo nace un día cualquiera en la Sierra Norte? Animales y aves domésticas y silvestres nos lo anuncian. Los grises y negros contornos serranos se vuelven a vestir de verde:

“Pero lo que más me encantaba era acechar la aurora del nuevo día… Primero era la perdiz, la que en plena noche cantaba el día cercano; ladraban los perros en la lejanía; escuchaba el mugir de las vacas y el balido de las ovejas… la alondra subía a grande altura y saludaba con sus trinos al nuevo día”.

VALLINA, PEDRO. Memorias. Círculo Andaluz del Libro. 2004. Sevilla.

“En la cumbre pedregosa
se abre el rosal de la escarcha,
un aullido en el silencio
hiere una cima lejana;
los últimos corazones
se retiran con sus garras,
mientras cárabos tardíos
guardan las puertas del alba
y en la promesa del día
bate la vida sus alas”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.


“Al alba se posaban en las tapias
del huerto las palomas. El verano
daba a la higuera denso verderío.

Sobre el cristal de la ventana iban
mis ojos recorriendo, con luz tenue,
la yedra absorta y el brocal de gozo
donde soñaba el culantrillo. Danza
guerrera en el pajar: eran los gallos
tomando al asalto el nuevo día”


MIRON, ANDRES. Libro de las estatuas de los héroes. Colección Adonais. Editorial Rialp. Madrid. 1983.

Con la atardecida, en los pueblos pequeños se sigue todavía internando la naturaleza silvestre para acompañarnos en el ocaso; en forma de horizontes de montes que acompasadamente alargan sus siluetas sobre el caserío y se oscurecen; en forma de música y olores que llegan de los bosques cercanos; en forma de aves que despiden ruidosamente el día y otras, las aves rapaces, que se despiertan con la noche:

“Es que el sol, otrora rayo y furia, se hundía
por donde iban los montes sosegando sus crines.
Rendíase el claror de julio y por las tapias
la tarde era un derrumbe de luz y mucho trino…

En tanto tristeaba el angel campanero
a eso de lo oscuro, rondaba nuestro asombro
la loca algarabía del vencejo, el perfume
de las damas de noche, la risa, los pregones,
las ascuas del retablo, el luto en las esquinas,
la trova de los chopos alrededor del pueblo”.

MIRON, ANDRES. Libro de las estatuas de los héroes. Colección Adonais. Editorial Rialp. Madrid. 1983.

“Lejos quedaron los azules montes.
cayó la tarde despaciosamente
sobre el aplomo de las cresterías
y cundió una quietud que hasta en los álamos
se posó el lento olor de las retamas…
la lechuza en la rama prodigaba
su vigilia tenaz, como un planeta
nocturnamente en la mirada anclado”

MIRÓN, ANDRÉS. Concierto para brisa y crepúsculo. Colección de poesía Angaro. Año XII. Número 73. Sevilla. 1980.


El paso de las estaciones del año ofrece vivos contrastes.

El otoño se identifica con los tonos barrocos –rojizos y dorados – que adquieren determinadas arboledas; sobre todo en las riberas serranas. Las luces tienen entonces una suavidad desconocida:

“El tiempo estaba como dormido, pletórico de oros apagados que caían de los árboles, de días lentos, pausados, de sonidos como lejanos o absorbidos por la tierra…su padre hacía boliches de carbón en las profundidades de los cerros, cisco picón que luego vendería por sacos a algunos de los habitantes del pueblo para los braseros invernales…”

SANCHEZ CHAMORRO, Manuel. La vieja encina y otros cuentos de la sierra. Edición del autor. Sevilla. 1992.

“El paisaje sembrado de pequeñas sombras de encinas, la dehesa es un cuadro que la luz retoca a cada instante…”

GARCÍA BARBEITO, ANTONIO. Pueblos en cuerpo y alma. Diputación de Sevilla. 2005.

El invierno, sin ser excesivamente frío, es proclive a las lluvias, heladas y a algunas nevadas ocasionales. El ambiente nocturno se hace triste y melancólico, como nos evoca este poeta cazallero:

“Suena en la torre el lamento
mohoso de la campana;
En los tejados del pueblo
suena la pena del agua.
Una fragancia de tierra
viene saltando las tapias;
En el pilar silencioso
lava la noche su capa.
El viento va torturando
viejas veletas de lata
y una lechuza invisible
clava en el sueño sus alas”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.

Cuando arrecian las tormentas cambia la faz de los encinares, los pantanos y los ríos, cobrando una animación inusual:

“Por los altos encinares
vuelan pájaros de tierra;
en el yunque de los truenos
se enraiza la tormenta;
sumergida en el pantano
baila una ninfa deshecha
la danza estéril del barro
al son de un arpa siniestra.

Canta su leyenda el río
al duro son de la sierra;
al agua ronca camina
por una ruta de niebla
y el rumor de la corriente
toca en la noche serena
el redoble de los siglos
sobre el tambor de las piedras”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.

Los lugareños han identificado tradicionalmente el invierno serrano con el periodo de las montaneras y matanzas de cerdos:

“Evoco la avefría
que bajaba al helor de la mañana
oscura.
Aquel invierno
debí alcanzar la edad de los tomillos
andaba a flor de escarcha la primera
soledad de la que tuve sombra vaga
y aún no reconocía los gestos de los montes
tras la niebla
sus tules
de lluvia entumecida”
MIRON, ANDRES. Libro de las estatuas de los héroes. Colección Adonais. Editorial Rialp. Madrid. 1983.

La primavera es de duración variable, y cuando se adelantan la calor y la sequía se funde en un rápido abrazo con el verano, si no fuera por el florecer de la jara:

“Este año…os he vuelto a ver, jaras de los montes andaluces, compañeras de perros y escopetas. Pasa por Sierra Morena la línea de plata del tren y va escoltada por la blancura de vuestras flores. Nieve de jara en primavera sobre los montes, hermosura de jardín cerrado para pocos… nadie, ay, se fija en vosotras, humildes, libres, montaraces, irreductibles, bravías flores de la jara. Nadie conoce ni vuestro olor ni vuestro nombre, ni la delicadeza de vuestras blancas hojas, ni las ramas aceitosas que os cobijan junto a las tapias de pizarra que hicieron los segadores portugueses cuando hasta el último palmo de nuestras tierras se sembraba de trigo.
Aquí tenéis vuestro homenaje, flores de los jarales de las sierras, un año más, como me habéis pedido. Sabéis, como yo, que lo poéticamente correcto es escribir del azahar por primavera. Y sufrís, como yo, cuando oís los gritos del silencio ante vuestra belleza derrochada. Mientras, el tren de plata va a su negocio, Sierra arriba, camino de la Mancha, y no tiene tiempo para enamorarse de una blanca y humilde flor, moza vegetal que nunca encuentra un Marqués de Santillana que le escriba una serranilla”.
BURGOS, ANTONIO. Serranilla de la Jara. Diario El Mundo de Andalucía, jueves 2 de mayo del 2002.
Y el más tímido florecimiento de acebuches y encinas, junto con la llegada de las aves migratorias:
“La primavera ha vuelto
al barranco de Riscocuervo,
los acebuches florecen
sobre las duras atalayas pedregosas
y el roquero solitario
vuela, amoroso y canta
en la tarde azulada”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.

La festividad del Corpus es sinónimo del comienzo del verano, de la sequía en los campos y el menguar de las aguas fluyentes en ríos y arroyos.

“Despertaba la sed en el barbecho
que al pueblo con sus puyas flagelaba,
y la campana lugareña estaba
anunciando que Cristo se había hecho

presente ante los hombres. Ya en el lecho,
la mañana del corpus se encielaba,
y Juan por primera vez caminaba
con el Cielo nevándole en el pecho.

La torre prodigaba su jolgorio
el enjambre de amor se repartía
y arreciaba un verano pordiosero.

Y con su angelical recordatorio,
el pueblo de la mano recorría
para pagar su traje marinero”

MIRON, ANDRES.El llanto de los sauces. Colección Bahía. Editorial Bahía. Algeciras.1977.

“Angelus de junio
poblándonos la torre
de vencejos…
… el verano
reclutando legiones de amapolas
que escoltan con su sangre
el cadáver del trigo”

MIRON, ANDRES. El polvo del peregrino. Colección Alamo. Salamanca. 1978.

El mes de agosto es tiempo de cambios; las cosechas de cereales ya recogidas; las fiestas del pueblo; los noviazgos… y, durante décadas, el drástico momento en que tantas y tantas personas emigraron a Alemania o Cataluña:

“Las vacas sin vender,
La lana en espera de sorianos,
el trigo en el granero,
la boda de la hija, los calambres
de la yegua, el mozo
que exige una subida,
la gente que se marcha a Barcelona
y el verdeo detrás de las orejas…”

MIRON, ANDRES. Trenos para un verano en Navaespaña. Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada. 1976.


LOS PUEBLOS SERRANOS…

La Sierra Norte fue línea fronteriza entre Al-Andalus y la Corona de Castilla, por lo que mantuvo vigente durante siglo una red de castillos y torres atalayas, repartidas por todos sus pueblos y territorios. Todavía se conservan entera o parcialmente los de Alanis, Aznacóllar, Constantina, El Real de la Jara, Las Navas de la Concepción, La Puebla de los Infantes y San Nicolás del Puerto.

El “Castillo” ha sido un espacio de alto valor simbólico en todos estos pueblos. Todavía evoca los tiempos feudales y el Siglo de Oro, etapas históricas correspondientes a un relativo periodo de esplendor de estas poblaciones, cuyos vinos se exportaban a las Indias. Y ello a pesar de que sus paisajes arruinados sean el hábitat preferido de determinadas aves, como los vencejos y las cornejas, dándole una personalidad característica:

“El berrocal que cerca las murallas
se puebla de graznidos en la siesta
de este agosto sin clara y ardor vario.
¿ A qué tantos revuelo y cañabrava
con su sombrosa maldición y tantas
cornejas contemplando el descarrío
que reina en el alfoz, si el aire insomne
no tañe ya las flores que solía ?

MIRÓN, ANDRÉS.Coro de alejados. Ayuntamiento de Córdoba. 1988.

“Los poros de la torre – ennegrecidos
por el sopor astral de los vencejos
vigilantes – enclaustran el silencio”

MIRÓN, ANDRÉS. Concierto para brisa y crepúsculo. Colección de poesía Angaro. Año XII. Número 73. Sevilla. 1980.


Otro rasgo en trance de desaparición de algunos de estos pueblos, como El Castillo de Las Guardas, era la permanencia en sus calles de algunos obstáculos naturales del relieve y su original pavimentado con pequeñas piedras, adaptado para el frecuente y fácil paso del ganado y las caballerías. Esta morfología característica de las calle serranas va desapareciendo rápidamente con su homogeneización a los arquetipos urbanos modernos durante la segunda mitad del siglo veinte:

“En calles empinadas o rocosas… para hacerlas cómodas, o al menos, transitables, se barrenaron los riscos impresionantes que había y así se incorporaron a la red viaria ordinaria del pueblo…
se sustituyeron las calles de empedrado tradicional-pequeñas piedras colocadas con mimo formando casi un mosaico-por la ola de cemento que nos invadió en los años sesenta y setenta…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

Dentro de la sierra sevillana hay que hablar, por un lado, de los grandes pueblos como Cazalla y Constantina, con ambiente más urbanos. Los de sus calles comerciales, sus casinos y sus modernos equipamientos. También, son pueblos ricos en patrimonio monumental pues allí han vivido durante siglos las clases civiles y religiosas dueñas de los terrazgos. Todavía conservan numerosas iglesias, parroquias y ermitas y su colección de casas solariegas, semejantes a los grandes pueblos campiñeses.

En el otro extremo se encuentran los modestos, humildes y pequeños pueblos que, en ocasiones, se independizaron de los anteriores, y conservan el ambiente rural de décadas atrás:

“(Almadén de la Plata) es una nava rodeada de cerros, donde la riqueza gruñe en las zahúrdas o bala entre encinas y recortados olivos”

“(El Garrobo) parece que nos trasladamos al pasado… corrales de ganado, chumberas… por la zona de transcorrales permanece el sabor de hace un siglo en las tapias, en las calles-camino, en las paredes de los cobertizos, en las gallinas que picotean la tierra buscando lombrices, en los perros que vagan, en el gallo altanero que lanza su quiquiriquí orgulloso y macho… pueblo y campo unidos”

GARCÍA BARBEITO, ANTONIO. Pueblos en cuerpo y alma. Diputación de Sevilla. 2005.

“(Castillo de las Guardas) Sobre una ladera de las montañas, un grupo de casas que bien parecen un belén si se observa de noche, con las luces encendidas…dominando el paisaje, la Iglesia…presenta un cierto aspecto de fortaleza…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

En algunas de estas pequeñas poblaciones se ha notado la explosión urbanística de las últimas décadas, en que las nuevas barriadas, más accesibles desde las carreteras, se han poblado de familias jóvenes, en detrimento del caserío tradicional:

“Se inició la construcción de viviendas sociales en las proximidades del pueblo, en el cercado redondo… el efecto práctico más visible es el traslado de la población joven a la barriada, con la consiguiente despoblación del casco antiguo. Y , en consecuencia, el desplazamiento de bares y demás actividades… El casco antiguo ha quedado convertido casi en un asilo y está en la más absoluta soledad…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

EL OCASO DE ALGUNOS PAISAJES TRADICIONALES.

La vida del residente en la gran ciudad que visita ocasional o temporalmente la sierra sevillana tiene muy poco que ver con los modos tradicionales de habitar este territorio por las clases trabajadoras más humildes, hoy casi periclitados. Estas, cuando vivían en el campo, habitaban modestísimos y numerosísimos chozos, sin apenas mobiliario alguno, donde convivían toda su vida con los ganados que cuidaban en las dehesas próximas:

“Rodeado de jarales,
romeros y ardiviejas,
había un cerro pelón
cubierto de fresca hierba.

En aquel cerro una majada
de un rebaño de ovejas,
cuatro chozos que asomaban
como redondas cabezas.

eran los chozos primor
de arquitectura campera
cubiertos de juncos secos
sobre esqueletos de adelfas…

en los tres chozos que me quedan
si la mente no me falla,
en uno duermen los pastores,
en el otro duermen las cabras.

el último es la despensa
la que guarda la matanza,
chorizos ya casi secos,
morcillas ya casi rancias…

los mastines duermen
bajo las verdes retamas,
sobre el estiércol de ovejas
tenían redondas camas”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. “Le llamaban Juan Sierra”. Album de sentimientos. Diputación de Sevilla. Ayuntamiento de Castilleja de la Cuesta. 1989.

La crisis de la minería tradicional ha ido dejando sus ruinosos vestigios en el paisaje serrano desde principios del siglo veinte:

“En la calva ladera de un páramo desierto,
La mina abandonada tras verdes higuerones
Respira como un toro herido y casi muerto.
En su margen se pudren, exhaustos, los vagones
- testigo de una historia efímera y penosa-“

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.

Durante esas décadas comienzan a cerrarse los antiguos molinos que aprovechaban la energía motriz del agua en los principales ríos de la comarca, encontrándose muchos de ellos en avanzado estado de ruina.

A estas minas cerradas y molinos abandonados se le vienen a sumar desde la década de los sesenta, con la masiva emigración rural a las ciudades, el abandono de muchos cortijos:

“Cercana ya sin techo, se rinde una casucha
-morada del lagarto y el alacrán huraño-;
En sus muros desnudos el jaramago lucha
por culminar el ciclo largísimo del año…


La casita en la colina,
entre los duros jarales
y las resecas encinas,
derrama en el campo solo,
el llanto de la ruina.
Allí vuela una teja,
aquí le cede una esquina;
Un zarzal junto a la puerta
teje una verde cortina…”

PARRON CAMACHO, ANTONIO. El soplo de las horas. Colección La Espiga Dorada. Fundación Caja Rural del Sur. 2004.


LOS NUEVOS PAISAJES DE LA SIERRA NORTE SEVILLANA.

Frente a la desoladora tendencia anterior, desde la década de los sesenta los lugares más accesibles para el automóvil de la Sierra Norte se han ido poblando de urbanizaciones de chalets y segundas residencias, donde el habitante de la gran ciudad busca el contacto con la naturaleza, sosiego y tranquilidad, en los fines de semana y periodos vacacionales.

Las tensiones culturales y de modos de vida entre la población autóctona y los visitantes fueron frecuentes en los primeros momentos de estos asentamientos:

“la finca rústica pasó a ser una urbanización… La Rosaleda de la Plata…Los niños del Castillo nos quedábamos con la boca abierta al ver las dos piscinas que allí había. Eran las primeras que veíamos, porque en el pueblo lo que conocíamos eran albercas…

Pese a la proximidad física, pueblo y urbanización han vivido, en buena medida, de espaldas… Incluso, a los adolescentes de entonces nos fastidiaba que las niñas del pueblo, durante la feria, ligasen con los de los “chaleres” y no se acordasen de nosotros esos días…”

MORENO RETAMINO, JULIAN MANUEL. El Castillo de las Guardas: mis recuerdos. Ayuntamiento de El Castillo de las Guardas. 1998.

A la anterior oferta se le ha añadido, por una parte, la de los cortijos y casas rurales, antiguas dependencias agropecuarias y forestales, modernamente adaptadas con todas las comodidades urbanas, para que los turistas provenientes de las ciudades aprendan y disfruten del campo:

“En este cortijo de la Sierra Norte podrá pasar un maravilloso fin de semana, aprendiendo labores propias de la ganadería, o disfrutando del campo… puede elegir darle de comer al ganado, montar a caballo, pasear, pescar en lagos artificiales, o dar una vuelta a caballo o en un todoterreno”

52 semanas y media. El legado andalusí. Empresa Pública de Turismo de Andalucía. 1995.

Y, por otra, su potenciación por la Junta de Andalucía como Parque Natural donde desarrollar, entre otras, actividades de educación ambiental y disfrute guiado de la naturaleza, aunque todos no estén de acuerdo con esta tutela:

“ a los espacios bellísimos de la sierra de Cazalla los sacaron de pila como Parque Natural de la Sierra Norte. En ese parque no se puede tocar una encina, ni cambiar las tejas de una antigua cabaña de pastor. Lo han llenado de recorridos didácticos, de unidades lúdicas, de espacios multidisciplinares… Y allí, en esa sierra alambrada y burocratizada… se han perdido 55 escolares por la Ribera del Huéznar…
Como hemos hecho una sierra burocratizada los escolares, claro, se pierden. Ningún chaval de Las Navas de la Concepción o de San Nicolás del Puerto se perdió nunca por la sierra. Porque, claro, era la Sierra de Cazalla, no este territorio intervenido… Los escolares antes salían al campo a coger pájaros con liria y a bañarse en los arroyos. No necesitaban monitores, ni instructores del segmento lúdico… Todo está ahora tan burocratizado allí arriba, que dejas a 55 chavales en la sierra y se pierden. Se pierden en la Sierra Norte…”

BURGOS, ANTONIO. Perdidos en la Sierra. Diario El Mundo de Andalucía, miércoles 21 de julio del 2004


Finalmente, la Sierra sevillana se ha convertido también en lugar preferente para modernas construcciones destinadas al ocio y esparcimiento que necesitan de un ambiente natural rico y bien conservado que las envuelva. Tres ejemplos bien diferentes son el gran parque zoológico de El Castillo de las Guardas, del Parque forestal de Almadén de la Plata o de la Cartuja de Cazalla.


LA RESERVA NATURAL DE EL CASTILLO DE LAS GUARDAS.

Una de las actividades modernas y más emblemáticas es la Reserva Natural de El Castillo de las Guardas, gran parque safari-zoológico, que se ha convertido en uno de los principales atractivos turísticos de la comarca y la provincia.
El promotor de esta iniciativa describía así su paisaje, antes de su inauguración:
“antes estaba la antigua explotación minera, de la que durante siglos se extrajo hierro y sobre todo cobre. Ahora 230 hectáreas de esa tierra castigada por la mano del hombre estarán ocupadas por especies animales, sobre todo africanas, para disfrute de los visitantes …
Ha sido necesario adecuar una finca salvaje a lo que será una reserva destinada al turismo. Tala de árboles, vallados, casetas para los animales, caminos para los visitantes y caminos de servicio y rehabilitación de los viejos edificios de la estación…
El recorrido a través de la reserva se realiza en tren neumático…transita a lo largo de un camino, pintado de color tierra para amortiguar el impacto visual, de unos siete kilómetros. A ambos lados se mueven los animales, en zonas visibles para el público. Los animales están en libertad dentro del cercado en el que conviven grupos de la misma especie, o de varias, dependiendo de sus características. Serán unos 900 animales de 80 especies distintas, desde tigres y leones, a elefantes, rinocerontes, hipopótamos, cebras, jirafas, dromedarios, avestruces, watusis, guanacos, bisontes, y un largo etcétera. Para alimentarlos serán necesarias más de dos toneladas diarias de comida. Una tonelada de comida de diversos tipos, 200 kilos de aportes vitamínicos, 200 kilos de carne y otra tonelada de paja para las camas…
La reserva dispone también de una exposición de reptiles, un karting, un camping, un albergue, un restaurante y toda una gama de actividades recreativas en el entorno del pantano. ..”
El éxito de esta iniciativa queda patente en su positivo comentario en cualquiera de las páginas de promoción del turismo en la provincia de Sevilla:
“Lugar ideal para pasar un día en el campo viendo animales (están tan cerca que puedes hasta tocarlos y darles de comer, aunque ojo con los avestruces), está muy bien esta reserva enclavada en una antigua mina, donde hay zonas boscosas, un gran puente, un lago donde se pueden alquilar barcas, un reptilario, y el recorrido es de unos 10 kms (en propio coche o tren neumático).”
En fin, este paisaje tan nuevo no deja de sorprender, no tanto por su aparente aunque falsa naturalidad, como por las condiciones con que se trata a animales salvajes que están muchas veces más amenazados en sus países de origen, como nos relata en este artículo nuestro singular amigo Rafael León Rodríguez:
“En esto estaba cuando, súbitamente, cambió el panorama la ¿Reserva Natural? –así la llaman- de El Castillo de las Guardas, con sus leones, sus jirafas, sus cebras… y los problemas de esta fauna africana, tan acostumbrada al calor, con estas heladas tan persistentes. La verdad es que soy de los que opinan que estos bichos donde mejor pueden estar es en África, libres y salvajes. Pero bueno, ya que están por aquí de turismo forzado, me sorprendieron gratamente las atenciones que les dispensaban los responsables de la ¿reserva natural?: instalación de sistema de calefacción para los elefantes, mantas eléctricas para las serpientes… ¡y una dieta hipercalórica! que, ya se sabe, con tanto frío es bueno incrementar la ingesta de hidratos. Y me sentí un afortunado y solidario ciudadano del mundo civilizado, contento de que estos animales africanos, condenados a cadena perpetua –seguro que por qué son culpables de algún delito grave-, sean tratados y atendidos tan humanitariamente, como se merecen.”
EL PARQUE FORESTAL DE ALMADEN DE LA PLATA.
Otra instalación nueva y emblemática es el Parque Forestal de Almadén de la Plata, con más de 7.000 hectáreas, promovido por la Consejería de Medio Ambiente, y cuyo perfil paisajístico es el siguiente:
“Estará ubicado en la finca de un antiguo cortijo. Ha sido elegida porque en ella coexisten encinares, vegetación de ribera y alcornocales, con zonas repobladas con pinos y eucaliptos. Así como por la presencia abundante de agua y fauna silvestre. Existen en el Parque numerosas láminas de agua, de pequeña extensión pero de gran importancia tanto desde el punto de vista natural como paisajístico. Están presentes especies como la nutria, el búho real, el águila imperial,.... pero sobre todo destaca la población de ciervos, estimada en 3.000 ejemplares.
El Parque dispondrá de varios grandes aparcamientos próximos a las áreas recreativas o de estancia; éstas tendrán mesas de picnic con bancos, barbacoas, fuentes de agua potable y zona de juegos infantiles, así como papeleras y bocas de riego contra incendios. Además, una amplia red de sendas permitirá a los visitantes recorrer el Parque: senderos de uso peatonal, algunos con facilidades para minusválidos; sendas de uso mixto ciclista y peatonal; y sendas para itinerarios ecuestres guiados. Para ello se construirá un centro hípico, que albergará caballos y ponies, y se alquilarán bicicletas.
Asimismo, dispondrá de parques cinegéticos en los que podrá observarse la fauna cinegética silvestre; Y, en zonas elevadas próximas a los pantanos, miradores que contarán con telescopios terrestres orientables y paneles informativos relativos a la fauna y paisaje. En azudes y márgenes de pantanos se podrán pescar carpas y truchas, éstas repobladas.”
De las características de las anteriores se pueden extraer algunas conclusiones: La dificultosa orografía y la escasez de agua, especialmente en el caluroso estío, han sido limitantes históricos para un más amplio desarrollo del turismo rural y natural en la Sierra Norte sevillana.

Sin embargo, las dos grandes instalaciones turísticas que se han levantado recientemente solucionan dichos inconvenientes, sin alterar drásticamente el singular paisaje de este parque natural. La Reserva Natural de El Castillo de las Guardas posee, como uno de sus principales atractivos, un gran lago artificial con embarcadero y playa; mientras que el parque forestal de Almadén de la Plata dispone de varios lagos dispersos por su ámbito. Por su parte, las dificultades de tránsito por este quebrado relieve son solucionadas, en el primero de los casos, mediante un tren neumático o el uso del automóvil privado; y, en el segundo, por una red viaria que conduce a grandes aparcamientos próximos a las zonas amuebladas para el descanso y disfrute de la naturaleza. Incluso, el hábitat de los animales de la reserva zoológica se ha diseñado de manera que siempre quede a la vista de los visitantes que recorren la zona mediante el tren neumático.
Así pues, estamos hablando de paisajes mixtos, que sin alterar excesivamente la naturaleza preexistente, hacen un nuevo y artificial diseño del espacio que posibilita un acceso y disfrute masivo por parte de los visitantes.


LA CARTUJA DE CAZALLA.

Esta instalación representa otra forma, no masiva, de promover el turismo rural y de naturaleza, aprovechando el rico patrimonio monumental de la Sierra.
Los orígenes de la Cartuja de Cazalla se pierden en la historia. Se sabe que fue utilizada desde el siglo VIII como residencia de verano de los gobernadores musulmanes, construyendo éstos un molino de trigo y un molino de aceite, así como una Mezquita.
El Libro de la Montería hace referencia a este lugar como "El Castillejo", donde se podían cazar osos en invierno y en verano, y sostiene la tradición que el rey Don Pedro el Cruel la utilizaba como lugar de reposo donde encontrarse con amigos y juglares después de un día de caza.
En 1418 se funda en el lugar un monasterio de jerónimos. Solamente se convierte en Cartuja en 1476, siendo desde entonces filial de la Cartuja de Santa María de las Cuevas en Sevilla.
En 1836, tras la desamortización de Mendizábal, los Cartujos abandonan el Monasterio y los terrenos se compran y se venden pasando de unas manos a otras, sin concederles más importancia que a los beneficios del expolio del edificio, que se ve convertido en aprisco para el ganado y en varias pequeñas huertas alrededor del manantial
Actualmente, por un portalón de sillería de gusto clásico, se penetra en el antiguo recinto monacal; a la derecha hallamos una capilla de los peregrinos, totalmente restaurada y dedicada a la vivienda. Por un pequeño pórtico entramos en la gran nave del templo, franqueando la original portada de acentuado barroquismo. Detrás del presbiterio encontramos una importante y espaciosa estancia que debió ser la Capilla del Sacramento. Por una portada jónica pasamos de la iglesia al claustro más importante de la Cartuja, en total ruina, pero del que quedan el trazo y las proporciones, existiendo además en el mismo, resto de unas pinturas mudéjares. Habiéndose desescombrado y limpiado parte de las ruinas, pueden apreciarse con claridad las distintas estancias del antiguo Monasterio: cocinas, refectorios, celdas, claustro menor, cementerio, sala de Profundis... Rodean al Monasterio la huerta, el molino aceitero y un estanque. El enclave en que está todo este conjunto, es de una gran belleza con frondosos bosques atravesados por corrientes de aguas.
Si el sevillano de la capital evoca con tristeza el pasado glorioso de Itálica, y el cordobés hace otro tanto con la ciudad árabe de Medina Zahara, el paisaje elegiaco por excelencia de las antiguas grandezas de Cazalla, es el de su Cartuja:
“Tarde inmóvil de marzo. Cartuja… flagelada
de soles y vientos, soportando el raudal
hiriente de los años… Su mole arruinada
-epílogo romántico de una era feudal-
agoniza, prendida entre el Todo y la Nada…

Cartuja ante mis ojos…cangilón de la noria
del tiempo. ortigas, zarzas… escalando la piedra,
unos piadosos dedos vegetales tu historia
nos velan. Todo un mundo vencido por la hiedra”

GUERRERO, RAMON. “Tiempo de palabras”. Tertulia literaria La Colina. Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra. 2001.


“La Cartuja… tiene la belleza de las ruinas. El monasterio es una gran dama de piedra y silencio que hubiera perdido todos sus reinos, pero que conservara el aire inmortal del estilo…”

GARCÍA BARBEITO, ANTONIO. Pueblos en cuerpo y alma. Diputación de Sevilla. 2005.
La reciente transformación turística de La Cartuja, que ha sido declarada Monumento Nacional, ha recibido un premio europeo como iniciativa novedosa y ejemplar de conservación y restauración del patrimonio. Su promotora explica así este proceso:
“La hospedería - hotel del Monasterio, entre sus más convincentes atractivos, tiene el de que el huésped, tenga a su alcance participar en las animadas tertulias de los artistas, comer a su mesa, verlos actuar, escuchar conciertos de viola y violín junto a la chimenea, degustar los manjares confeccionados con productos cultivados o recogidos en la huerta del Monasterio… Se tiene la idea de organizar un tipo de visita muy peculiar en la que los visitantes (no mas de cincuenta al día) podrán observar durante seis u ocho horas lo que era un día en la vida cotidiana de los monjes cartujos a partir de la interpretación de actores, y del quehacer cotidiano de los "monjes del siglo XXI", es decir, los artistas residentes en el Monasterio. Su intención no es otra que la de convertir a esta Cartuja en un monumento vivo, que las piedras hablen... La tranquilidad y la atmósfera contemplativa de La Cartuja son un marco ideal para el arte. Tanto los artistas como los amantes del arte se han sentido bien recibidos en este lugar, desde hace más de veinte años. El Centro de Cultura Contemporánea dispone de estudios y talleres para los artistas residentes y una Galería de arte compuesta por una obra museística que se exhibe permanentemente junto a las exposiciones temporales.”
Uno de sus visitantes, nos describe recientemente como percibe esta experiencia de restauración y nuevo uso del patrimonio monumental de la Sierra Norte:
“Una de las grandes cartujas de Andalucía resucita como un curioso hotel que es también centro cultural… En un rincón escondido de enorme belleza… se esconde una de las cuatro cartujas que hubo en Andalucía. Carmen Ladrón de Guevara la descubrió en ruinas, hace más de treinta años. Fue un amor a primera vista —«era como estar en Galicia pero con un clima mediterráneo»— y decidió… recuperarla... es un lugar perfecto para reconciliarse con uno mismo, saboreando la tranquilidad y el embrujo del campo andaluz (sólo la finca cuenta con más de cuarenta hectáreas plantadas con fresnos, naranjos, alcornoques y olivos), disfrutando de los pequeños detalles, como un desayuno campero con huevos frescos, pan y aceite, mirando las estribaciones de la sierra o pasearse entre las ruinas de la cartuja, donde todavía se pueden ver restos de pintura barroca y azulejos sevillanos. En la cocina se utilizan los productos de la huerta y de los animales que se crían en la granja. Sólo cuenta con doce habitaciones… con una decoración austera, sin alardes de diseño, manteniendo el aire monacal… se desea que el ambiente que se respire no sea el de un hotel, sino el de un inusitado centro cultural donde los huéspedes comparten el espacio en armonía con los artistas que residen temporalmente en la cartuja. Casi siempre se pueden ver exposiciones de pintura en las antiguas estancias, transformadas en galerías de arte. O escuchar música en los conciertos que puntualmente se programan…”
MAZORRA, JAVIER. La Cartuja de Cazalla, en “Fines de Semana”. Diario El Mundo. Abril de 2005.

4 comentarios:

ralero dijo...

Ya te lo dije, son MUUUUUUUUUUUUU largos para leer en un blog. Mejor por capítulos.

Abrazos.

Seriousguide dijo...

Encontramos informaciones en su blog !

Hola,
Me presento : soy Clémence Perrin, fundadora de Serious Guide, una colección de guías de viaje franceses nueva generación.
El concepto : Serious Guide se apoya en relatos de viaje publicados en nuestro sitio web www.seriousguide.fr . Representa nuestra primera fuente de información para la selección del contenido de las guías de viaje que imprimimos.
Ahora estamos trabajando en nuestra primera destinación, que es Andalucía.
Como nuestro sitio participativo esta siendo realizado, tuvimos que buscar informaciones proviniendo de blogs publicados en diferentes sitios Internet.
Encontramos informaciones en su blog sobre las ruinas de la Cartuja de Cazalla en el parque natural de la Sierra norte de Sevilla, de cuales usted habla con entusiasmo. Mandamos a un correspondiente a estos lugares para comprobar los datos. Hoy, trabajamos a la redacción de esta primera guía y yo quisiera obtener la posibilidad de mencionarle como fuente de información.
Insisto sobre el facto que no vamos a utilizar su relato en nuestra guía. Sólo quisiéramos obtener la posibilidad de mencionarle.

¿Puede darme su acuerdo por correo electrónico a la dirección siguiente : clemence.perrin@seriousguide.fr?

Puede también inscribirse en la pagina de lanzamiento de nuestro sitio Web, para hacer parte de las primeras personas informadas de la puesta en línea del sitio y de la publicación del primer Serious Guide.

Atentamente,
Clémence Perrin
www.seriousguide.fr

Gregoire dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gregoire dijo...

Seriousguide.fr en línea !