sábado, 21 de febrero de 2009

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA: (17) EL DROMEDARIO O CAMELLO DEL NORTE DE AFRICA.

Durante veinte siglos el camello ha sido el vehículo por excelencia de las estepas y desiertos del borde sur del Mar Mediterráneo. Se presume que fue domesticado hace más de dos mil años en el Valle del Nilo.

Aparentemente su figura no es muy atractiva. No cuenta con la majestuosidad del caballo ni la elegancia de la gacela. Es bastante feo, tiene la cabeza aplastada, el cuello demasiado alargado, es desgarbado y chilla de manera ensordecedora día y noche.

Sin embargo, goza de todas las ventajas para caminar por el desierto. Repasémoslo más detenidamente desde la cabeza a los pies:

Tiene un gran cuello que puede girar fácilmente a ambos lados, evitando los ardientes rayos solares y su reflejo cegador en la tierra desértica. Sus ojos están guardados por párpados fuertemente armados de pelos y semicerrados, que lo protegen inmejorablemente de las tormentas de arena.

Existe el mito de que su joroba es su depósito de agua, pero no es tal. Tiene una sangre especial. Sus millones de glóbulos rojos almacenan más agua que otros seres vivos, de ahí que tenga suficientes reservas para estar sin beber durante diez días. Su piel dura y resistente es un gran aislante. Puede estar a la intemperie soportando temperaturas diurnas de hasta 50 grados y heladas nocturnas en que el termómetro baja a los 10 grados bajo cero.

Sus piernas, increíblemente largas y flexibles, le ayudan a andar por la arena más rápido y con menos fatigas que a otras criaturas. Sus pezuñas son duras, y no se resienten de pinchos y púas, ni puntiagudos pedregales. Pero, a la vez, están hechas a modo de almohadillas. El camello apoya y levanta sus patas del suelo suavemente y casi sin hacer ruido.



La psicología del camello es muy peculiar. En general, es un animal independiente, terco y malhumorado. Comienza a emitir roncos gritos cuando ve acercarse al jinete con la monta. Si se enfuruña es capaz de cocearle y morderle. Es indiferente a caricias y otras expresiones blandas de afecto. Pero, para caminar por el desierto, necesita verse acompañado por la brida fuerte del camellero, y el repiqueteo constante de sus pies contra los lomos, incitándolo a trotar. Su fidelidad es proverbial. Es capaz de caer muerto, extenuado de cansancio, antes que pararse. No obstante, los hombres del desierto intuyen cuando están excesivamente cansados, pues entonces sus cuerpos despiden un sudor particular, dulce y aceitoso.

El camello, después de varios días sin beber, es capaz de tragarse hasta 100 o 120 litros de agua hasta saciarse al cabo de una hora ininterrumpida de borrachera acuosa.

Sin embargo, necesita comer diariamente todo tipo de ramas, hojas o hierbas, que va rumiando pausadamente a todas horas.

En la estación seca se adapta a todo tipo de pasto, aunque tiene una gran intuición para elegir plantas cuyo interior es rico en agua y en sal, no elude las más pinchosas, cuyo roce soporta con su duro hocico, ni las más amargas. En la estación de las lluvias devora las hojas altas de arbustos como las acacias, a donde no llegan otros competidores como toros, vacas, ovejas o cabras.


Hay dos tipos de camellos: de carga y de monta.

Los ejemplares más grandes, fuertes y corpulento, aunque también de psicología más simple, se eligen para la carga. Bastan tres días de entrenamiento para que estos camellos sean capaces de transportar hasta 250 kilos de peso el resto de sus días.

Un camello de carga camina al paso, a una velocidad de tres o cuatro kilómetros por hora, hasta 12 horas al día. Supone recorrer 40 kilómetros al día, con cientos de kilos a sus espaldas. Estos viajes pueden durar, en trayectos de ida y vuelta, hasta dos y tres meses. Cuando retornan a su punto de partida están tan enflaquecidos y escuálidos que se les deja descansando el resto del año, engordándose con buenos pastos.


La silueta más común del camello de carga es la de la caravana ya sea comercial, familiar, de bodas o de altos dignatarios.

Las caravanas comerciales han transportado secularmente mercancías entre puntos alejados. Por ejemplo, dátiles de los oasis o sal de los grandes yacimientos del interior del desierto del Sahara, que eran cambiados por otras mercancías en los mercados de las ciudades del Norte.

La caravana familiar tiene como principal finalidad transportar a los miembros de cada hogar y sus viviendas móviles (aduares o tiendas de campaña) de un lugar a otro cuando escasean el agua, la leña y los pastos. Para ello, sobre los lomos y las espaldas del camello se carga la casa rodante. Palos y cueros del aduar, cofres con vestidos y muebles, esteras y mantas, alimentos y odres de agua e, incluso, en unos sacos de lana, asoman las cabecitas de los niños de pecho. Es tal la carga que llevan que los jóvenes y adultos van a pie a su lado, o montados en caballos y pollinos.

Las caravanas de las bodas y, sobre todo, de los altos dignatarios, destacan por sujetar `palanquines cerrados y cubiertos con sedas y telas vistosas, y estar enjaezados los lomos de los camellos con armaduras brillantes de oro y plata, mientras sus cabezas se decoran con plumas.


El camello de monta es el preferido por el hombre del desierto. Se eligen ejemplares no demasiado grandes y de una inteligencia viva y despierta. Tras una educación que puede durar hasta seis meses, se convierten en compañeros inseparables de sus dueños durante sus dieciséis años de vida media. Estos camellos pueden correr al trote, a una velocidad de 8 a 10 kilómetros por hora, durante media jornada. Los equipajes de los camellos de montas son ligeros. Los camelleros sólo llevan lo mínimo e indispensable en la bolsa de cuero atada al lomo donde da la sombra. Un trozo de pan de azúcar y un martillito para romperlo, un odre de agua, una bolsa de té verde, tabaco para mascar, una jarra y unos pequeños vasitos de cinc, un hornillo, una yesca y un poco de carbón vegetal.


En los siglos XIX y XX el camello de monte fue modernizando sus usos por la influencia occidental. Napoleón Bonaparte lo convirtió en unidad de vigilancia e intervención rápida del ejército francés, servicio de correo e incluso ambulancia animal (con unas camillas de mimbre atadas a su joroba). Hoy día, el número de bereberes se ha reducido a algunos miles. La mayoría han cambiado el camello por la camioneta japonesa o coreana, la tienda o aduar por la casa de cemento o ladrillo, y han ido pasando del pastoreo y la agricultura a faenas asalariadas.


Antes de que los ingenieros de caminos, canales y puertos trazaran la moderna red de autovías y carreteras que atraviesa el desierto, sólo existía una enmarañada red de caminos de ida y vuelta, trazada espontáneamente por el tránsito, más o menos masivo, de hombres y animales.

En la cúspide de esta jerarquía de caminos figuraban las pistas de las caravanas y camellos de monta, que dejaban una honda huella y eran más anchas que el resto. Le seguían los caminos transitados habitualmente por rebaños de ganados (toros, vacas, ovejas y cabras) en busca de pastos. Por el contrario, en los parajes más inhóspitos, como terrenos montañosos y escarpados y lo más profundo del desierto, sólo había una densa red de senderos, tan estrechos como la palma de la mano, en los que era difícil orientarse.

Los viajes se contaban por sus días o meses de duración, y sus áreas e descanso eran las aguadas (pozos, oasis, lechos de ríos o ueds). Conforme el desierto se hacía más profundo se iban espaciando cada vez más las aguadas y las márgenes de los caminos cobraban un aspecto tétrico e inquietante. Proliferaban los esqueletos blanqueados de animales y seres humanos muertos por la sed, aparecían frecuentes tumbas de piedra, iban desapareciendo plantas y animales a excepción a algunos escarabajos y serpientes, y merodeaban a los viajeros aves rapaces como los buitres y animales de rapiña como hienas y chacales, a la espera de algún cadáver.

Con todos estos inconvenientes y peligros jinetes y camellos aprendían esforzadamente a orientarse. En su memoria almacenaban fotográficamente y con todo lujo de detalles los caminos que recorrían, y eran capaces de recordarlos al cabo de los años. Si se perdían, no dudaban en orientarse durante el día siguiendo el curso del astro solar y la disposición de las montañas próximas, y durante la noche por la posición de las estrellas.

El camello, además de servir para la carga de mercancía y el transporte de viajeros, ha tenido otras utilidades. Con su pelo se hacían cintas, cinturones y esteras; la leche de camella era consumida habitualmente, e incluso dada de beber a potrillos jóvenes a falta de agua. Sus excrementos eran usados para encender hogueras cuando no había leña en los alrededores. El mismo camello y su montura se intercambiaban en caso de necesidad por otros artículos necesarios como el agua o los pastos. Incluso, como parte de la dote matrimonial el hombre debía entregar a la futura esposa un camello con su silla de montar.


La importancia del camello en la vida cotidiana se tradujo en una completa artesanía para aderezarlo, que aprovechaba los escasos recursos naturales disponibles. Las fustas se fabricaban con cuero de buey o ramas de palmera. Las trabas de los pies eran de sogas de fibra de palmera. Las bolsas de viaje, sandalias y sillas de montar se hacían con cueros de cabra. Las mantas de lana, de diseño multicolor, eran fabricadas por poblaciones como Timimum (Argelia), cuyos habitantes se dedicaban principalmente a esta labor.

Y, como colofón, el camello ha sido también instrumento de ocio y diversión de niños y mayores. Los primeros han jugado en su infancia con figurillas de paja y madera que representaban camellos y camelleros familiares, famosos y heroicos. Los segundos han llegado a organizar la versión desértica de los Juegos Olímpicos, los denominados “Juegos Bereberes”. Incluyen mercados de compraventa de ganado, concursos de raza, peleas entre camellos, concursos de acrobacias y equitación y carreras con jinetes.

1 comentario:

Pepe dijo...

Vaya, de nuevo nos sumes en la añoranza de lo perdido. Creo que lo que cuentas del camello es algo que, salvando las peculiaridades de cada habitat y paisaje, ha sucedido en todo el mundo. Hasta bien entrado el siglo xx, la principal y casi única fuerza de transporte terrestre eran las bestias. Camellos, caballos, mulos, burros,... determinaban las capacidades de carga, los tiempos de desplazamientos e incluso las tramas urbanas. Por eso me parece que de nuevo aciertas a proponernos un tema clave, enmarcado además en el sugestivo y legendario paisaje del desierto. Gracias, Charles