lunes, 9 de febrero de 2009

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (15) LOS OASIS DE PALMERAS.

“Los ríos forman parte del yang: son fálicos y fecundadores. Los desiertos, en cambio, pertenecen al hemisferio del yin: son receptivos y, en contacto con el agua, extraordinariamente fértiles, sus vaginas siempre húmedas y hospitalarias se abren en los oasis y todo en ellos dunas, alcores, planicie, tibieza, espejismos, vientos preñados de arena tostada tiene forma y fondo de regazo de mujer.”

SANCHEZ-DRAGO, FERNANDO. La ruta de los oasis

Los oasis tan abundantes en el norte de África son un paisaje humanizado. Los árabes han sido los responsables de este modo de civilización agraria desde hace más de ocho siglos. En la etapa de los Almorávides (siglo XII), el matemático Ibn Chabbat ideó el sistema de irrigación por acequias que dio lugar a los grandes palmerales de los oasis, espacios donde se combina lo que modernamente se denominaría un parque periurbano con la plantación hortofrutícola y forestal.

La cultura del oasis y del palmeral se fue extendiendo por el borde sur del Mar Mediterráneo de Este a Oeste al mismo tiempo que el Islam. Ocupó, principalmente, los lugares más áridos de las tierras bajas, es decir, territorios secos, calurosos y bien soleados. Donde el relieve se encrespa y el frío hace su aparición por la altitud, lo sustituyen otros bosques como los cedros.

Los magrebíes dicen que las palmeras datileras tienen sus pies en el agua y la cabeza en el sol, porque necesitan inevitablemente agua y calor. El clima seco y caluroso hace que su desarrollo sea excepcional.”
Isabel Sagüés. Revista El Imparcial 4 de junio de 2008.

En todos los países del Norte de África hay exquisitos palmerales. En los grandes palmerales se superan los cien mil e incluso se puede llegar al millón de ejemplares. Silwa, Dajhla y Feirán y Dahkla en Egipto; Gabés, Tozeur y Nefta forman la trilogía de los grandes oasis de palmeras de Túnez. Gadamesh y Derdj son los grandes palmerales de Libia, en la región de Nezzan. Los alrededores de Marraquesh, Tafitalet, Tinherib y el Valle del Draa lo son del sur de Marruecos.
En el borde norte del Mediterráneo desaparece este paisaje, apareciendo sólo excepcionalmente en el antiguo reino de Al-Andalus (España), en los alrededores de Elche (Murcia), se conserva uno de los grandes palmerales musulmanes (fue plantado en el siglo XIII), con más de 500.000 ejemplares.

Los palmerales de los oasis sólo pueden seguir existiendo si la labor de irrigación del terreno que los ha creado se mantiene implacablemente.

La pista inicial para construirlos sería un rastro de vegetación que significaba que no muy lejos había agua y bastaba sacarla a la superficie; en otros casos el descubrimiento de fuentes o manantiales próximos. Sea como fuere, los árabes, expertos en el arte hidráulico en tierras áridas como las del Desierto Arábigo, exportaron todos sus avances en ingeniería hidráulica al norte de África.

Lo único que les faltaba para completar este milagro de aparición de tanta vida vegetal sobre el desierto era mano de obra abundante y barata, habituada a este clima seco y caluroso. Para ello recurrieron a la compra de esclavos negros subsaharianos, estando la capital de dicho mercado en la mítica ciudad de Tombuctú, considerada secularmente la capital del Sahara.

Si paseamos por un oasis en su interior hay una sensación de orden, limpieza e insistencia en aprovechar cada centímetro cuadrado del suelo, que manifiesta la huella del hombre y la civilización, y se aleja del orden espontáneo de la naturaleza. Durante ocho siglos se fue refinando la cultura campesina de construcción y organización del palmeral, pasando de ser una mera plantación arbórea a un espacio cuidado y explotado al máximo, desde el suelo al vuelo:

“(Valle del Draa-Sur de Marruecos) Bajo la bóveda verde de las esbeltas palmeras datileras, cuyas ramas se balacean, no hay un lugar desnudo. Toda la tierra está cultivada, sembrada, cuidadosamente dividida en infinidad de parcelas tapiadas, surcadas por una infinidad de canales que traen el agua y el frescor.
Estos palmerales son un vergel de varios pisos. Las palmeras se plantan cerca las unas de las otras y como resultado producen la sombra que requieren para crecer en un segundo piso los árboles frutales como albaricoqueros, las higueras, los granados y los naranjos. Un piso más abajo tienen vida viña y cereal, y la superficie del suelo es lugar para la huerta. Tomates, lechugas, zanahorias, pimientos o berenjenas se desarrollan a la suave sombra de las palmeras, protegidas de los ardientes rayos del sol por sus altos troncos y sus hermosas palmas.”

Foucault, Charles de. 1884. Citado en; Bataille, Michel. Marruecos. Ediciones Castilla. Madrid.1956.

No sólo hay vida vegetal, sino también una fauna particular de los oasis:

“Hay gran cantidad de pájaros que anidan en las arboledas, pero que los habitantes de los oasis no estiman ni su canto ni su plumaje, sino que los combaten con sus hondas. Su excesivo número podría acabar con los brotes jóvenes y las semillas.

En sus lagos ya casi no se encuentran cocodrilos, antaño frecuentes, pero si hay diversas clases de peces comestibles. Los que habitan en profundos pozos artesianos son ciegos pues nunca han visto la luz del Sol.”

BOWLES, PAUL. Cabezas verdes, manos azules. 1957.

A la fauna salvaje antes mencionada habría que sumarle una variada fauna doméstica de camellos, asnos, mulos, caballos, corderos y cabras,…

El suelo del oasis está compartido por los troncos de arboledas y frutales, los plantíos de los cultivos y una densa red de infraestructuras hidráulicas. Grandes balsas de aguas; lagos naturales y artificiales; ríos y sus represas; surgencias y manantiales; pozos y norias para extraer el agua de las profundidades, así como por una tupida red de acequias para distribuirlas por todos los terrenos.

Además, presentan determinadas infraestructuras y usos urbanos, que se integran armónicamente con los aprovechamientos agrarios:

“Pasear por un oasis es hacerlos por un edén bien cuidado. Las callecitas son limpias, bordeadas a cada lado con muros de barro aplastados a mano, de una altura que deja ver fácilmente la frondosidad circundante.

De cuando en cuando aparecen casitas de verano. Su arquitectura es caprichosa. Son palacios de juguete en miniatura, hechos de barro. Aquí los hombres toman el té con sus familias al caer la tarde o pasan la noche cuando hace un calor excesivo en la ciudad, o se juntan con sus amigos para cantar, bailar, toca las flautas, mientras comen almendras, beben té y fuman kilt y, además, se deleitan con el frescor del ambiente, el borboteo del agua y la fragancia del aire”.

BOWLES, PAUL. Cabezas verdes, manos azules. 1957.

El palmeral no sólo ha dado lugar a paisajes humanizados excepcionales y únicos, sino también a una cultura campesina singular que se manifiesta en la espectacular artesanía de la palma, con un sinfín de utilidades:

En otoño los recolectores se afanan haciendo piruetas en las palmeras para recolectar los preciados dátiles, sobre todo la variedad deglat ennour, dátiles translúcidos, dulces y jugosos, considerada la más sabrosa del mundo. Los dátiles siguen constituyendo hoy una parte importante de la alimentación de los tunecinos y tiene un alto valor simbólico para todos los musulmanes: tres dátiles y un sorbo de agua marca el final del ayuno de Ramadán.

SANCHO, ENRIQUE. Tozeur. Espejismos reales al sur de Túnez. La Gaceta. 15 de febrero de 2008.

“La palmera es venerada por sus muchas utilidades: frutos como dátiles y palmitos. Ramas y troncos de madera para cubrir los tejados de las casas y hacer vigas, fibra para tejer cuerdas y palmas para la cestería, para hacer cunas y otros muebles. Entre abril y octubre se recoge la linfa de las palmeras, llamada lághmi, una bebida fresca parecida al sirope y que fermentada se convierte en alcohólica.”

Isabel Sagüés. Revista El Imparcial 4 de junio de 2008.

Junto al palmeral se han construido desde hace siglos un tipo peculiar de ciudades-oasis, que han sido descritas magistralmente por Paul Bowles:

Los oasis son el alma del desierto. Siempre que se encuentran seres humanos hay uno cerca. A veces la ciudad está rodeada de árboles, pero por lo general está construida en las afueras, para no perder una pizca de tierra fértil en mera zona de vivienda.
Las calles se mantienen en la oscuridad construyéndolas debajo y dentro de las casas. Las casas no tienen ventanas en sus enormes muros, sino galerías que dan a patios interiores también muy profundos que se mantienen en sombra y, a la vez, permiten circular el aire.
A estas ciudades no han llegado todavía los turistas ni el proletariado trashumante de las grandes ciudades. Sólo las habitan humildes campesinos. Suelen poseer una parcela de tierra en el oasis y viven de lo que trabajan en ella. Además hay dos o tres tenderos que proveen de artículos raros en estos desiertos como azúcar, velas, té,… Europeos se ven muy pocos, algún tendero y militares y eclesiásticos”

BOWLES, PAUL. Cabezas verdes, manos azules. 1957.

Desde finales del siglo veinte las ciudades oasis del Norte de África se han puesto de moda.

Se están convirtiendo en uno de los principales atractivos turísticos de estos países mediterráneos, tanto por sus propios encantos como por formar parte de itinerarios turísticos especializados en sus respectivos países, o punto de partida para el turismo de aventura en el desierto mediante cuatro por cuatro, quads, motos, caballos, etc.

Con el auge turístico está cambiando su paisaje y paisanaje, adoptando esa cara bonita y agradable de parque temático que hay que vender, que tanto agrada al turista:

“Un rojizo hotel está plantado como un géiser al borde del inmenso palmeral, y ya todo va a ser merodeo urbano: el museo arqueológico, el mínimo zoco, la inevitable plaza, los cafetines, las mezquitas, los tejedores de alfombras, las artesanas del dátil, las chichas o narguiles, los asnos, los camellos... Una estructura, un modus vivendi, una filosofía, un esquema y un sistema que se repetirán, siempre iguales, siempre distintos, en todas las estaciones de mi viaje e incursión sahariana.”

SANCHEZ-DRAGO, FERNANDO. La ruta de los oasis

“(Oasis de Tozeur-Túnez) Cuenta actualmente con un curioso parque zoológico y un jardín botánico que parece extraído de un cuento de Las mil y una noches: El Jardín del Paraíso, donde se comprueba cómo le planta cara la vegetación del oasis al desierto, cómo a los pies de las palmeras crecen granadas, higueras, parras y varios tipos de legumbres.
En noviembre, acoge el Festival del Oasis, una reproducción de los festejos que tradicionalmente organizaban los pueblos nómadas que llena de color la ciudad: bailes marobout, trajes a la antigua usanza, tragos de lagmi y el rito de la recolección del fruto del árbol sagrado: el dátil de la palmera Jarid.

SANCHO, ENRIQUE. Tozeur. Espejismos reales al sur de Túnez. La Gaceta. 15 de febrero de 2008.
Con todo, el turismo tiene una limitada capacidad de acceso a muchos de estos oasis, lo que permite mantener, al menos parcialmente, las señas de identidad del paisaje, especialmente en las horas más serenas y menos concurridas de visitantes, el amanecer y el ocaso:

“(oasis el de Dakhla. Egipto): La aurora, diosa homérica de rosáceos dedos hace en este oasis amplio honor a su fama pintándolo todo, absolutamente, del susodicho color: la arena, el cielo, el horizonte, los fortines, los templos faraónicos, los penachos de los miles y miles de palmeras y los edificios que no ahogan ni fracturan ni esconden el paisaje, sino que brotan de él con la naturalidad y espontaneidad con las que crecen los árboles, los tubérculos, las hortalizas y la verdolaga en los bancales del oasis.
Se despliega ante mis ojos, la belleza absoluta, nada menos que el mayor espectáculo del mundo: il tramonto, el ocaso, la hora del regreso, el fin del quehacer del día... Quien no ha visto desaparecer el sol en el Sáhara tras la línea de crestería móvil dibujada por las copas despeinadas de las palmeras no sabe lo que es la dicha.

SANCHEZ-DRAGO, FERNANDO. La ruta de los oasis

(Nefta-Túnez-) No hay más ruido que el que proporciona el agua al fluir suave y constantemente. Cuando el calor aprieta, el murmullo del agua suena a música celestial. Trae promesas de alivios térmicos a una mañana iluminada por un sol de justicia. El agua es la vida misma de estos páramos que gracias al líquido elemento se han transformado en una sinfonía de tonalidades verdes que se plasman en el exuberante y frondoso jardín que habita bajo las palmeras. Sobre el brocal de un pozo, a la sombra de las higueras, es difícil aceptar que estamos a la orilla de un gran salobral y que poco más al sur empiece el Gran Erg Oriental cuyas dunas dan fin a todo signo de vida humana.”
ISABEL SAGÜÉS. Revista El Imparcial 4 de junio de 2008.

“(Tinehrib-Sur de Marruecos) Las palmeras son de un color verde azulado. Al recoger los dátiles, cuando los grandes racimos color naranja se apilan en la tierra, su color forma un estupendo contraste con el verde de las palmeras. Con el ruido del agua, el verde decorado que enmarca un acantilado seco y gris que lo rodea, nos sentimos trasladados a un paraíso de paz e intimidad. Esta sensaciones acrecienta al llegar a la “fuente de los peces sagrados”, que abastece al palmeral. El agua clara brota del suelo sobre una inmaculada arena, cubierta de piedras y plantas acuáticas, donde nadan muchos pececillos que son alimentados fielmente por los lugareños con dátiles, cuyos huesos se posan en el fondo”

BATAILLE, MICHEL. Marruecos. Ediciones Castilla. Madrid.1956.
Adobe, laberinto, pasadizos subterráneos, espléndida casa del vendedor de joyas y cerraduras de madera, terrazas, niveles escalonados, recovecos, mujeres ataviadas como si salieran de las páginas de la Biblia, varones con empaque de filósofo socrático, niños felices que chapotean en el aljibe de la libertad, moscas machadianas por doquier...
¿Se han bañado ustedes alguna vez, a la luz de la luna y de la amistad, en una albufera de aguas termales plantada en el corazón del desierto? Pues en Mut y cerca de Mut tendrán la ocasión de experimentar esa divina embriaguez.
Guisos de paloma y dulces de almendra, verduras y frutas de las de antes, ajenas aún al vendaval transgénico, telas tejidas con el hilo del viento, palmoteo los lomos de los burros, camino entre gallinas, entre conejos, entre pavos, entre pichones, entre mulas...
Todo está vivo, todo está agitado por la calma, nadie corre, nadie se inmuta, nadie frunce el ceño. Egipto tiene la fama de acoger los grandes palmerales, y el paisaje nacional se identifica con este árbol.

SANCHEZ-DRAGO, FERNANDO. La ruta de los oasis

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