viernes, 1 de febrero de 2008

MITOS DE LAS CIUDADES ANDALUZAS DEL SIGLO VEINTIUNO: LA CIUDAD JARDIN DEL ALJARAFE.

Introducción.

A principios del siglo veinte mi abuela –de linaje aristocrático – pasaba los veranos y parte del invierno en un pueblecito del Aljarafe. Los primeros, huyendo del calor en su Hacienda, toda rodeada de olivos, paseando en bici o a caballo por los caminos rurales, y bañándose en una alberca y en un río cercano. Los segundos, acompañando a su padre a vigilar la recogida de la aceituna y su prensa en el molino.

En los años cincuenta, mi tía Clara tuvo una “Villa” que llevaba su nombre en otro pueblo. La construyó uno de los últimos arquitectos del regionalismo andaluz. Era un palacete ecléctico pero inconfundible. Tenía un arco mudéjar en la puerta de entrada y una Torre-mirador abierta a todos los vientos, presidida por una veleta en forma de Hércules. Las paredes estaban todo encaladas y su blancura cegaba al sol. Unos ribetes amarillos en los marcos de ventanas y balcones ponían la nota de colorido. En la parte trasera, ajena a las miradas de los viandantes, tenía un jardín umbrío de más de cien metros de largo, con una pequeña piscina. A los primos nos servía para jugar toda la tarde al escondite, hasta que la monótona y estridente cantinela de los grillos anunciaba la noche.

En los años noventa mi hermano Jorge se mudó a una vivienda unifamiliar adosada del Aljarafe. Anhelaba su propio hogar y los precios en la capital eran prohibitivos. Es idéntica a las otras cuarenta de su acera, como los ladrones del cuento de Alí Babá. Tiene dos plantas, pero el recibidor, la cocina y los dormitorios son muy pequeñitos. El patio trasero no llega a los diez metros, y, aún así, le ha cabido una piscina, una praderita de césped, y algunos frutales y enredaderas.

Estas tres estancias en el Aljarafe de las diferentes ramas de mi árbol genealógico ilustran, por sí solas, lo que está sucediendo.

El Aljarafe se ha convertido desde los 80 en una región suburbana. Esto ha sucedido con treinta años de retraso respecto a las ciudades norteamericanas, pero sigue un patrón idéntico en su organización y estilo arquitectónico.

Se trata de uno de los ejemplos más potentes en Andalucía de cómo llevar masivamente la ciudad al campo. En este caso, formando una región suburbana extensa y dispersa. En realidad, lo que está aconteciendo es que Sevilla capital ha expulsado a más de 200.000 vecinos a este territorio, mientras que 70.000 de sus viviendas permanecen vacías por la especulación inmobiliaria.

En este proceso cada municipio ha actuado por su cuenta, lo que está acabando por desfigurar primeramente y destruir en segunda instancia el ambiente secular del Aljarafe. Menguan constantemente la naturaleza (ríos, arroyos y riberas; pinares, eucaliptales y dehesas) y los campos (olivares, viñedos, frutales o tierras de mieses o pan llevar). Incluso, el crecimiento urbano ha sido tan rápido e incontrolado en los municipios más próximos a la capital (Camas, Tomares, Castilleja de la Cuesta, Gines o San Juan de Aznalfarache) que ya no queda campo ni naturaleza, con la excepción de las tierras inundables y los escarpes.

Las carreteras más anchas y veloces son la retaguardia de las legiones de pisos, chalés y adosados. Cuando las primeras se mejoran, avanzan imparablemente cientos y luego miles de viviendas en filas prietas, dentro de innumerables urbanizaciones. Los Césares imperiales que dirigen las operaciones de estas legiones de adosados son las empresas inmobiliarias y constructoras. Todas las grandes de España y Andalucía tienen aquí sus asientos. Los alcaldes y políticos se han rendido pacíficamente a esta invasión, nada que ver con la irreductible aldea gala de Asterix y Obelix.

Ocaso de las costumbres seculares.

Alcaldes y políticos han identificado la situación secular de estas poblaciones como de retraso y pobreza relativa para sus habitantes. El Aljarafe era -desde los tiempos árabes - un ramillete de una treintena de pueblos campesinos de dimensiones modestas, pues se mantuvieron por cinco siglos entre los ocho mil y los doscientos habitantes. Sus términos municipales les proporcionaban ubérrimas cosechas de aceitunas, aceites, uvas, naranjas y harinas panificables, desde tiempos de Hércules, suficientes para mantener estables sus poblaciones.

La emigración de habitantes de la gran ciudad ha ido engordando rápidamente sus padrones y censos de población. Los impuestos provenientes de las infinitesimales licencias de obras otorgadas han enriquecido insospechadamente las arcas municipales. La imagen urbana de cualquier localidad se ha modernizado con estos nuevos ingresos. Casi todas las poblaciones tienen infraestructuras y servicios urbanos avanzados y modernos, parecidos a los de la capital, e impensables décadas atrás. Sin embargo, este crecimiento urbano también está aniquilando o transformando irreversiblemente el patrimonio económico, cultural y natural que singularizaba las poblaciones de este altozano campiñés.

Adiós al patrimonio tradicional.

La vida económica local ha girado en torno a las grandes haciendas –que aderezaban las aceitunas o molturaban el aceite- y a las bodegas –que obtenían un mosto de sabor único en Andalucía-, y, en menor medida, alrededor del pequeño comercio.

Las Haciendas del Aljarafe superaban las doscientas y se han reducido a la cuarta parte. Muchas se han derribado para construir pisos en las enormes manzanas que ocupaban. Otras han corrido mejor suerte y han conservado su arquitectura pero han perdido su uso. Ahora funcionan como sedes de los ayuntamientos, centros educativos, centros culturales, bibliotecas, y elegantes y caros hoteles o restaurantes.

El comercio ha sido familiar y tradicional. Estaban la panadería y confitería de José, la mercería de Loli y el bar de Pedro. Para los nuevos residentes de las urbanizaciones son casi desconocidos. Estos últimos compran en los grandes centros comerciales y supermercados multinacionales que han desembarcado en la zona, y en los que se emplean los hijos de los comerciantes de toda la vida.

El mercado de trabajo ha cambiado sustancialmente. Los abuelos eran braceros y agricultores o pequeños comerciantes. Los nietos se emplean en la construcción o son funcionarios y oficinistas.

En cualquier localidad han proliferado las canteras, los polveros, las carpinterías metálicas, los capataces y peones de obras y un sinfín de profesiones como marmolistas, escayolistas, fontaneros, cristaleros o montadores. Son la mano de obra que hace posible construir anualmente miles de viviendas en el Aljarafe; al menos, mientras dure la fiebre urbanizadora que asola la comarca.

También los camareros y cocineros. La comarca del Aljarafe es el gran restaurante al aire libre del área metropolitana sevillana durante los fines de semana y días festivos.

A la par, hay un ejército cada vez más nutrido de oficinistas y funcionarios. Se emplean en los ayuntamientos, centros educativos y sanitarios, centros culturales y cívicos, servicios sociales, notarías, gestorías o asesorías.

En definitiva, los monos de trabajo y chándales de los albañiles y montadores, y los cuellos blancos de las chaquetas de oficinistas y funcionarios se han hecho habituales, mientras que se ven cada vez menos boinas y sombreros de paja campesinos y amas de casa enlutadas. Incluso, las labores del campo que aún queda se encargan a inmigrantes temporeros como rumanos, ucranianos y marroquíes.

La vida cultural también está siendo objeto de una profunda metamorfosis. Giró durante los últimos siglos en torno a la parroquia y ermita de cada población, con sus ciclos anuales de celebraciones litúrgicas como la Navidad o la Semana Santa, y sus hermandades de penitencia y gloria, sus filarmónicas y sus bandas de cornetas y tambores. Y, en su vertiente profana, alrededor de la Feria, los bailes y cantes por sevillanas, y la romería del Rocío (El Aljarafe es el lugar con más hermandades rocieras del Planeta). Antaño hubo una sana rivalidad entre las poblaciones cercanas por llegar a la cumbre de la fama en su particular hit parade del folklore y la copla sevillana, rociera y andaluza.

Sin embargo, en las últimas décadas, y ya desde la edad escolar, los niños y jóvenes están optando por comportamientos culturales importados. Se están imponiendo músicas y danzas contemporáneas y cosmopolitas como el hip hop y el rap. Y si no, basta con observar como se llenan las plazas donde se hacen botellonas o las discotecas, con jóvenes melodiando estos nuevos ritmos. Completan la oferta cultural las sesiones maratonianas de los fines de semana donde se combina la asistencia a los multicines con la distracción colectiva en las salas de juegos y videojuegos y el ir a comer a la hamburguería americana o a algún restaurante chino, marroquí o argentino.

Moverse o hastiarse.

La manera de moverse de los aljarafeños es muy diferente a la gran ciudad. Se ve a muy pocas personas paseando o parándose en una esquina de cualquier urbanización. Cuando se sale de ella es para coger el autobús (en el caso de los más jóvenes y mayores) o el automóvil.

Desde los años ochenta se han ido construyendo, de norte a sur media docena de autovías (que serán una docena a medio plazo), pendientes aún de que se cosan entre sí por otras autovías que recorran de norte a sur las tres coronas suburbanas aljarafeñas. Estas nuevas carreteras tienen capacidad para miles de vehículos y decenas de miles de personas en horas punta, y cuando su tráfico es fluido llevan velozmente a la gran ciudad en diez o quince minutos. Sin ellas no existiría el Aljarafe tal como lo conocemos. Es más, el Aljarafe necesitará cada vez más de estas nuevas autovías para funcionar eficazmente.

Si descendemos un nivel en la jerarquía de esta red viaria nos encontramos todavía con sencillas y estrechas carreteras y caminos locales. Todos los ayuntamientos están preocupados por ampliarlos lo más rápidamente posible para dar cabida a la riada de vehículos que se les viene encima desde las nuevas urbanizaciones residenciales, y que han de sortear los obstáculos de crecimientos urbanos precedentes mal planificados.

El resultado es que la comarca del Aljarafe posee una red de carreteras amorfa y confusa de entender, pero que llega a cualquier rincón donde haya una urbanización residencial.

En estas urbanizaciones casi todas las viviendas unifamiliares –sean de chalés o adosados- tienen un patio delantero para uno o dos vehículos, o éste se puede aparcar sin dificultad en la calle.

El vehículo es fundamental en la vida cotidiana. Con él se va y se vuelve de trabajar, se va al médico o de compras, se lleva a los niños por la tarde a las clases de inglés, al gimnasio o al Conservatorio de Música, y se usa para ir los fines de semana al Centro Comercial y al Multicines.

Así pues, aunque se ha huido de la gran ciudad para vivir teóricamente cerca de la naturaleza y el campo, muchos habitantes del Aljarafe pasan más tiempo dentro del coche, de un lado para otro, que los que se quedaron en Sevilla.

Al modo y la manera de los espacios suburbanos norteamericanos, el Aljarafe tiene como medio de movilidad característico el vehículo todoterreno. Ya que hay que pasar tanto tiempo en el vehículo, se quiere ir sentado en un sofá en movimiento, amplio y cómodo, fuerte y seguro.

Las relaciones vecinales.

Dicen los psicoterapeutas que sus pacientes de los adosados del Aljarafe presentan rasgos comunes y diferentes a los de la gran ciudad. Su sociabilidad es muy escasa, excesivamente dependiente de la familia más cercana. Cuando salen a la calle apenas saludan a nadie. Se sienten como aislados. Especialmente grave es la situación de las personas que no conducen ni tienen automóvil propio. Pasan gran parte del tiempo de ocio – sus horas grises - devorando programas de televisión, películas, o videojuegos. Cortar el césped les aburre. Sus lazos con la familia extensa son raros por las distancias que han de recorrer. Estas personas son las grandes coleccionistas de enfermedades psicológicas típicamente suburbanas como las migrañas, las neurosis, las alergias o la ansiedad.

La permanencia continuada en la vivienda adosada quema en las horas de ocio vespertinas. Por ello, se han ido creando un sinfín de actividades recreativas y de ocio para dar sentido a su vida suburbana: Cursos de Idiomas, Talleres artísticos y de manualidades, Gimnasias, Tai Chi y yoga, Cursos de Música o deportes en grupo o individuales.

Las personas mayores son difícilmente atraídas a estas urbanizaciones por los hijos, cuando les resulta complicado valerse por sí mismas. Prefieren vivir en la gran ciudad, donde tienen mayores oportunidades de disfrutar de lugares habituales de encuentro y reunión. El Centro de Día, donde juegan al dominó o visitan al callista, la charla con los vecinos de su bloque de pisos, de la calle o del barrio, el desayuno y la tapa en el bar cercano, las compras en los comercios de esquina habituales o, simplemente, pueden darse un paseo e ir saludando a la gente conocida que se encuentran.

En el otro extremo, una buena parte de la primera generación que ha crecido en estos adosados y chalet está emigrando a la gran ciudad para crear una nueva familia, a eso de los 25 a lo 35 años. Buscan allí relaciones personales y vecinales más ricas, una menor dependencia del vehículo y un acortamiento de las distancias para desarrollar su vida cotidiana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

eN GENERAL ESOTY DE ACUERDO

Larrey dijo...

Dan ganas de viajar...
por cierto os invitamos a la II edición del concurso de micros del trastero. Os dejo el cuento ganador del año pasado: “¿Crees que podremos resistir tanto dolor?. El silencio de sus ojos le dijo que no. Después se abrazaron a la fotografía de su hijo y se dejaron caer”.
http://eltrasterodelaimaginacion.blogspot.com/