viernes, 3 de agosto de 2007

El bosque sumergido

Antiguamente las praderas submarinas tapizaban gran parte de la franja litoral mediterránea de Andalucía, desde las proximidades de la orilla hasta aproximadamente unos treinta metros de profundidad.

Cada lugar de la costa estaba poblado por una secuencia de plantas formando boscosas praderas. Sus alturas eran relativamente modestas, desde apenas unos centímetros a un metro de altura. La presencia de unas u otras plantas nos indicaba si la vegetación se había conservado secularmente en estado natural o había sido más o menos transformada por la acción del hombre. Cada planta había ido evolucionando a lo largo de la historia de la vida vegetal en el mar.

Las formaciones vegetales más comunes eran las zoosteras, una planta fanerógama marina que se ha extendido hasta el Polo Norte. También había cymodocea nodosa, que son las plantas colonizadoras de los fondos arenosos. Cuando éstas ya se habían implantado y fijado el suelo, sobre ellas crecían las praderas de posidonia oceánica, que reciben este nombre en homenaje a Poseidón, el Dios griego del Mar.

Ésta es una de las plantas más nobles de los fondos marinos andaluces, tanto por la antigüedad de su linaje y su adaptación durante siglos a este difícil medio, como por la belleza de su paisaje. Estas praderas de posidonias son algo semejante a los alcornoques y encinas para el monte mediterráneo. Sólo viven en el Mar Mediterráneo y su rápida desaparición actual ha hecho que se las haya catalogado como “especie vulnerable”.

La posidonia, también llamada alguero, deja testimonio de su presencia a los habitantes de la Costa cuando en otoño e invierno sus tallos y hojas muertas invaden masivamente las playas. Se extendía antiguamente desde el Estrecho de Gibraltar hasta la raya de Murcia, aunque su superficie ha menguado considerablemente.

Todavía hay praderas aisladas de posidonias enfrente de Estepona, en Calaburra (Marbella), en los acantilados de Maro-Cerro Gordo -entre las provincias de Málaga y Granada-, en la costa del municipio de Castell de Ferro (Granada), y en el paraje de Puntas Entinas-Sabinar en el Poniente almeriense (municipio de Roquetas de Mar).

A partir del Mar de Alborán y del Cabo de Gata; Cuando se hace menos notable la influencia de las aguas atlánticas, y el complicado perfil de las sierras litorales continua mar adentro, como un reverso de dicho paisaje, el bosque de posidonias oceánicas forma un manto submarino continuo, que se prolonga hasta Murcia, y que ha sido bautizado como el “Bosque sumergido”.

Paradójicamente, se encuentran aquí, bajo las aguas del desierto almeriense del Campo de Nijar y del Cabo de Gata, las formaciones más espectaculares por su buen estado de conservación y por su singular belleza de todos los países mediterráneos. No pensemos en una selva, por supuesto. Las praderas de posidonias no suelen llegar al metro de altura, pero nos deparan numerosas sorpresas estéticas y biológicas. El paisaje es deliciosamente bello. Tienen forma de cintas de color verde esmeralda, que se van enredando unas a otras. Entre ellas aparecen algas de colores diversos –violetas, verdes, pardas y rojas -, que producen un efecto mágico a la vista. A ello hay que unirle la presencia de corales, esponjas y estrellas de mar, cangrejos, erizos, y peces de numerosas formas y tamaños, desde la cruel y asesina Morena a pequeños pececillos de vistosos colores con nombres tan sugerentes como doncellas y galanes.

Las posidonias crecen tanto a lo largo como a lo ancho, según las facilidades que ofrece el medio. Las hojas viejas ocupan los extremos, y protegen el crecimiento de las hojas nuevas, que van surgiendo en la parte central. Asimismo, estas plantas son capaces de fijar sus raíces tanto en las arenas como en las rocas, y florecen bajo el agua antes del invierno. El resultado es un fruto llamado aceituna de mar, por su similitud al del olivo. Cuando llega el verano las hojas se van muriendo y quedan acumuladas en los fondos marinos, hasta que con el otoño vuelven a crecer.

Estos bosques marinos, como los terrestres, son una fuente de producción de oxígeno y vida.

Un metro cuadrado de pradera de posidonia produce entre 4 y 20 litros de oxígeno al día.

Estas praderas sumergidas son también los “agentes medioambientales” que pone la naturaleza para guardar el equilibrio ecológico del litoral, que siempre se ha debatido entre la acción erosiva del mar y la acción sedimentaria del relieve costero. Constituyen una barrera que calma la fuerza del oleaje que llega a la orilla, tanto por su presencia en el fondo del mar como por el freno que ejercen su rosario de tallos y hojas muertas depositados en las playas, cuando llegan los temporales con el mal tiempo. Los científicos han calculado que cuando desaparece una de estas praderas o bosques marinos se pueden perder entre 10 y 20 metros de anchura de la anterior franja litoral, debido al incremento de la erosión del mar. Aunque, además, se pierde también mucho dinero del erario público. Millones de euros que se vienen invirtiendo anualmente en un vasto e interminable programa de obras artificiales de defensa y regeneración de las playas andaluzas (extracción de arenas, diques, espigones, etc.), y que el Ministerio de Medio Ambiente se podría haber ahorrado si se hubiera mantenido esta vegetación protectora.

Otra de sus funciones, recientemente descubierta por los científicos, es que las praderas de posidonias contribuyen a frenar el denostado “cambio climático”. En lugar de arrojar carbono a la atmósfera, los restos de los tallos y hojas muertas de las praderas se almacenan en el fondo del mar, constituyendo un campo de turba con una reserva estimada de 12 mil toneladas de carbono, hundida en pleno Mar Mediterráneo.

Hablemos de su vida cotidiana. Las praderas de posidonias son el hábitat propio de más de 400 plantas y 1000 animales acuáticos que viven en el Mar Mediterráneo.

Microorganismos vegetales y animales, moluscos y crustáceos eligen sus hojas o sus restos muertos depositados en el fondo del mar para alimentarse y vivir, y atraen peces que se alimentan de ellos, y a otros más grandes que se comen a los pequeños. Hay diversos tipos de algas que viven en la semioscuridad, bajo las hojas de estos bosques marinos. Los microorganismos, bacterias, hongos y otros animales diminutos se adaptan a micro-viviendas que pueden estar cercanas a los fondos y las raíces de estas plantas, y sobre o entre las hojas y los tallos. También es el hábitat preferido de moluscos como la sepia, de crustáceos como el cangrejo de mar, o de peces como el caballito de mar, las doradas, los sargos, los besugos blancos o el voraz. Otros vienen aquí simplemente a aparearse en la intimidad o a alimentarse.

Al igual que los cerdos ibéricos o de “pata negra”, que se crían exclusivamente en las dehesas de encinas y alcornoques, y tienen un sabor mucho más delicioso que los de granja, los pescados andaluces que “pastan” en estas praderas marinas tienen un sabor inigualable, muy diferente a los pescados congelados capturados en Terranova. Muchos peces comestibles andaluces se crían o aparean en estas praderas marinas y son luego unos alimentos frescos y naturales que constituyen un lujo para el paladar. Además, son ricos en vitaminas, sales minerales y proteínas y, por tanto, ideales para una dieta equilibrada y sana.


Sin embargo, las praderas de posidonias corren un grave peligro. Veamos las causas:

Los complejos de industrias básicas- como los de Carboneras y Bahía de Algeciras-, han vertido tantas sustancias contaminantes al mar que han acabado por arrasar estos bosques marinos en sus proximidades. Un medio biológico especialmente rico, como el de los estuarios de los principales ríos mediterráneos (Guadalhorce, Guadalfeo, Andarax o Almanzora), también ha visto menguar esta vegetación marina. Los ríos bajan cargados de contaminantes procedentes de los vertidos urbanos e industriales de sus márgenes.

Las urbanizaciones litorales dedicadas al turismo también arrojan al medio marino cientos de toneladas anuales de materia orgánica y sustancias contaminantes como fósforo y nitrógeno. Alteran las condiciones de vida de estas praderas, y la turbidez creciente de las aguas impide a las posidonias realizar la fotosíntesis, por lo que acaban ahogándose.

Además, está la amenaza de la utilización indiscriminada de algunas artes de pesca -especialmente las de arrastre-, que han ido esquilmando estas praderas submarina. Producen el mismo efecto que si pasaran las rejas de un potente tractor sobre la vegetación virgen de un monte mediterráneo.

A ello se le ha sumado la construcción y ampliación de puertos deportivos, y todo el trasiego de embarcaciones y yates que conllevan; anclas que se clavan; vertidos de combustibles que se derraman,…

Dos últimas amenazas, por su carácter más reciente, son las jaulas de acuicultura a pocos kilómetros de la costa y los parques eólicos marinos. Las primeras se están extendiendo alarmantemente por los parajes marinos que aún conservan praderas de posidonias en aguas someras y cristalinas. Para alimentar a los miles de alevines y pequeños peces que se criarán en estas granjas se verterán al mar cientos de toneladas de materia orgánica en forma de piensos y excrementos, que indigestarán a nuestras queridas posidonias.

Las medidas para la conservación de estas praderas marinas son incipientes y tímidas.

En algunas zonas se están señalizando con boyas de colores y construyéndose arrecifes artificiales, más que pensando en preservar esta vegetación, para evitar la pesca esquilmadora y regenerar los caladeros de pesca.

La declaración de “reservas marinas”, una figura similar a los parques o parajes naturales del medio terrestre, es la medida más acertada a medio y largo plazo para frenar la pérdida irreversible de este patrimonio natural.

A corto plazo, y ahora que está tan de moda el término, la opción sería generalizar una asignatura de “educación ciudadana” sobre el medio marino, que evitara perder estos tesoros naturales, tan diferentes pero tan valiosos como los cientos de galeones hundidos, aún por descubrir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me comento algo para que no quede en blanco: "Algo".