lunes, 30 de julio de 2007

Ayer y hoy de los paisajes domésticos andaluces



El paisaje no está sólo fuera, en el campo o en las calles de las ciudades andaluzas. Sin duda, el paisaje que nos es más familiar es el de nuestros propios hogares. En el comienzo del siglo veintiuno asistimos a un cambio, quizás irreversible, de nuestros paisajes domésticos.

Una puerta blindada - metálica o de plana madera - da entrada al hogar. Ningún símbolo más, ni el altarcillo típico del cristo o la virgen, ni la placa del propietario en bronce o metacrilato. Y, mucho menos, la mano - dorada o de madera - para llamar sin ayuda de la electricidad del timbre.

El recibidor, antes zaguán, es minimalista. Consta de un mueble decorativo, sin utilidad concreta, y un cuadro abstracto que cubre el vacío de la pared. Han desaparecido la alfombra para limpiarse los pies, el paragüero, el llavero de pared, y la percha donde colgar abrigos y otras prendas de calle.

La panorámica del salón de estar es de rabiosa modernidad. Los muebles son módulos geométricos, funcionales y sencillos, sin ningún adorno. Los equipos audiovisuales presiden esta habitación. Una gran pantalla plana de plasma líquido donde se ven las imágenes de la televisión y los videos con alta definición, sin necesidad de ir al cine. A su lado, el juego de altavoces y el equipo compacto para escuchar música. A ambos lo acompaña un mueble, en cuyas tarimas descansan a discreción pequeños ejércitos de Dvds, compact-discs y videojuegos. Y libros, aunque cada vez menos. El ambiente es semejante a cualquier apartamento de Nueva York o Londres. Han ido desapareciendo los motivos tradicionales de los hogares andaluces: las estampas religiosas, el pequeño museo de fotografías familiares con marcos diversos, los recuerdos de tal o cual viaje, o la artesanía para decorar que fue regalada o comprada con tal o cual ocasión. Y, también, la vitrina acristalada donde lucía la vajilla regalada por un familiar el día de la boda.

Los muebles se han simplificado. No hay mesitas de té, mesas camareras, mesas con centro, mecedoras para las abuelas y butacones señoriales para los mayores. Lo más habitual es la presencia de un gran sofá, mullido y blando, donde hundirse plácidamente consumiendo cientos de imágenes por hora, o dormir la siesta fácilmente. Frente a él se encuentra una mesita bajísima, inalcanzable sin una difícil curvatura desde la posición sentada. En ella se ponen los aperitivos que acompañan las largas sesiones audiovisuales por las que transcurren las horas de ocio doméstico. A veces hay una negra butaca ergonómica, con banqueta donde apoyar los pies, y que te da vibradores masajes para relajarte.

Entramos subrepticiamente en el dormitorio. Un cuadro abstracto sustituye el crucifijo que usaban los abuelos. La cama es bajísima, ha hecho furor la moda del “tatami” japonés. Los muebles para la ropa se empotran en la pared, como para no estorbar. Un equipo audiovisual descansa a los pies de la cama, para entretenerse acostados. El dormitorio ha ido perdiendo antiguos artilugios como el galán de noche para las batas y trajes de chaqueta, la corbatera, el limpiacalzados, el butacón donde leer el periódico, el tocador con espejo y joyero, el aguamanil y el costurero y la máquina de coser.

Nos desplazamos al cuarto de los niños. De pronto, los tonos opacos y fríos del resto de la casa desaparecen. Una explosión de alegres colores inunda nuestros ojos (turquesas, verdes, naranjas, amarillos, de tonos pasteles y acuarelas). Es como si entráramos en la “Disneylandia” particular a la que tienen derecho los “peques” de la familia. Hay formas originales y surrealistas, como extraídas de películas de dibujos animados o del cuento de Alicia en el país de las Maravillas. Cojines y taburetes con ojos y orejas de animales, y flores sintéticas de colores y formas extrañas. Las multinacionales del mueble piensan en todo. Ese pequeño “dictador” - adicto a los dibujos animados y los nintendos - que es el niño actual, no debe deprimirse. Debe estar rodeado de un ambiente similar al que lo entretiene. Son también los únicos que siguen colgando de las paredes las fotos de sus ídolos juveniles, mitos del Cine, de la Televisión de la Música, o del Deporte.

Las habitaciones de los niños andaluces ya casi no tienen un armario donde guardar los juguetes. Caleidoscopios, cromos, recortables, chapas, canicas o bolas de cristal, rompecabezas o puzzles, mecanos y juegos de arquitectura, caballos de cartón y de madera, marionetas y títeres, pequeños muñequitos de soldados, ciclistas, indios y cowboys, excalextrics, barcos, trenes, camiones, coches y motos en miniatura, juegos de futbolines o baloncesto, pelotas de fútbol, nazarenos y pasos de semana santa, casas de muñecas con Mariquitas Pérez, Barbies y Pinipones, cocinitas , jaulas de grillos, cajas con gusanos de seda, jaulas de pájaros y ratones, tebeos y cuentos, biblias infantiles, colecciones de sellos, están pasando a la historia. El armario de los juguetes y el pupitre para estudiar ha sido sustituidos por la mesa del ordenador. Las horas de diversión las copan los videojuegos de Nintendo, el chateo por Internet y los videos de los últimos estrenos de “pelis” para niños.

Tanta descripción nos ha abierto el apetito, así que pasamos a la cocina. La pareja estuvo meses ajustando las medidas para que todo tuviera cabida en esta habitación. Las multinacionales del mueble tienen expertos equipos que te diseñan de forma integral y minimalista las cocinas, para que quepan las familias cada vez más numerosas de electrodomésticos, disimuladamente escondidas y fácilmente extraíbles cuando se demanda su uso. El ama de casa nos va enseñando sorpresivamente sus escondites: aquí la nevera, allí la lavadora y el lavaplatos, encima está la vitrocerámica, y en este pequeño armario el microondas, el exprimidor eléctrico, y no se cuántas cosas más.

Este prolijo ir y venir de una estancia a otra nos ha urgido ciertas necesidades básicas. Corremos, pues, al cuarto de baño. Es una mezcla de plató de cine, habitación de hotel con encanto y balneario-spa. Nos sentamos en la taza del water, y nos sentimos azorados con la galería de espejos que desvela nuestras intimidades en tan delicado trance. En el centro del cuarto de baño hay un “jacuzzi” con potentes grifos, cuyas aguas nos masajean y tranquilizan. Los armarios empotrados tienen diseño italiano y tonos claros. Nos sentimos como en el Palacio de un príncipe, al fin y al cabo, la visita mereció la pena.











1 comentario:

Balta dijo...

El paisaje que ven nuestro ojos habitualmente es el de nuestro hogar.