jueves, 19 de marzo de 2009

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA (22). EL TRANSPORTE MARITIMO EN LA CIUDAD DE VENECIA.

Varios grandes ríos italianos desembocan en la marisma de la región italiana del Véneto. Su aporte de arenas permitió habitar los islotes que allí se forman desde tiempos prehistóricos. Cazadores de aves marinas, pescadores y salineros levantaron aquí sus poblados de chozos de junco .

Durante la etapa de decadencia del imperio romano (siglo II y IV) estos islotes abandonaron su vocación rural y se transformaron en una ciudad, al amparo de la prosperidad de navieros y comerciantes que traficaban con el emergente imperio bizantino. Una ciudad que nació separada por canales, a través de los que penetraban mansamente las aguas del mar Adriático.

Tras diversas vicisitudes la capital de la ciudad de Venecia se estableció en la isla de Rialto. Se eligió un puerto separado del mar por una extensa laguna, protegido de súbitas invasiones por una barrera de islas, y donde podían anclar fácilmente los navíos.

Venecia, desde el siglo IX al XIX, será una de las pocas ciudades mediterráneas cienmilenarias, gracias a la formación de un imperio militar y comercial marítimo sobre gran parte del Mediterráneo oriental.

A la vez, los habitantes de Venecia construirán un paisaje urbano, más bien un paraíso urbano, asentado sobre el mar.Un medio físico árido y hostil rodea a la ciudad. Para pavimentar las calles, antes arenosas, fue necesario transportar bloques de piedras calizas desde la lejana Istria. Los bordes de las islas, los embarcaderos y los puentes se construyeron con maderas caras y nobles, que resistían bien la putrefacción de las aguas saladas, como alerces, cedros y abetos. Las casas, también de piedra, se construyeron con una refinada y lujosa arquitectura, dejando siempre una porción de tierra para plantar arboledas.

La urbanización fue perfeccionándose al cabo de los siglos. Los puentes de madera, que se incendiaban o cedían ante pesos excesivos, fueron sustituidos por bellas arcadas de bloques de piedra. En una ciudad con poco espacio disponible, las casas se apretujaban y se elevaban hasta las cuatro o cinco alturas, y los mismos puentes estaban cubiertos y sus soportales se llenaban con tiendas, como en Florencia.

Para moverse dentro de cada isla había asnos y mulos, o borricos y caballos. Sin embargo, para desplazarse a otra isla o al exterior, eran indispensables los transportes marítimos.

El pueblo llano tenía habitualmente un pequeño bote o una falucha, a veces de madera basta, y otras pintada con los alegres colores venecianos (celeste, rosa, verde, salmón,…). Estas embarcaciones adoptaban diversas formas y tamaños según su función. Las de los fruteros o panaderos tenían un vientre amplio y resguardado para llevar sus mercancías sin mojarlas. Las de los pescadores hacían sitio a las redes y el pescado. Otras, sencillamente, eran suficientemente grandes como para transportar a toda la familia.

Las clases acomodadas como navieros y comerciantes, que sustentaban el imperio marítimo veneciano, idearon para desplazarse una embarcación que ha pasado a la posteridad: La góndola. Tiene una forma coquetamente alargada y grácil y su fondo es plano, ideal para navegar en canales estrechos –que hacen de calles- y aguas someras. En la proa suele llevar una armadura de hierro, con formas muy originales, pero que tiene la función de servir de contrapeso al remero, situado de pie en la popa.

Su color ha sido casi siempre negro, aunque no está aclarada la causa de esta preferencia. Su interior se ha ido enriqueciendo con el paso de los siglos. Las pinturas renacentistas nos muestran asientos rústicos labrados en madera clara. Los pajes de la aristocracia eran los remeros y no llevaban aún los clásicos uniformes marineros.

Cuatro siglos después, los cuadros del pintor Canaletto nos retratan góndolas más estilizadas y elegantes, tanto en su interior como por fuera. Los remeros ya usaban en dicha época unos gorros de color rojo que los identificaba.

A lo largo del siglo XIX la góndola se convierte en atractivo turístico. La ciudad se llena de coquetos embarcaderos de madera. El gondolero se uniforma con el traje marinero. Una camisa blanca, un pantalón gris o azul y una gorra o sombrero negro. El interior de la góndola se amuebla excepto el asiento central se tapiza con terciopelo para comodidad de los viajeros, o se transforma en una cabina cubierta por un toldo o labrada en madera. La proa de las góndolas se remata con su artística armadura metálica.

Durante el siglo veinte, con la masificación del turismo, la góndola adopta un diseño más sofisticado gracias a las nuevas tecnologías, volviéndose más aerodinámica para transitar las aguas más velozmente y con menos esfuerzo.
El gondolero adopta el vestuario universal con el que se identifica al traje marinero, el chaleco o la camiseta de rayas celestes o rojas.

La omnipresencia de la góndola en el paisaje urbano de Venecia ha contribuido, hasta su masificación turística, a su fama de “ciudad para los enamorados”, ideal para la “luna de miel”.
Venecia era, al anochecer, una ciudad donde los ruidos se reducían a los roces humanos y el chasquido de las góndolas. Éste sólo era interrumpido por un alarido lúgubre y cadencioso, que usaban los gondoleros para avisarse al doblar las esquinas. Se podía contemplar entonces silenciosamente una ciudad casi solitaria y mágica. Su bella arquitectura palaciega reflejándose en el mar a la luz de la luna. Una arquitectura donde no se veía ninguna nueva construcción. A la vez se respiraba un aire puro, diáfano y limpio, con un cielo sin nubes en maridaje eterno con el azul intenso del mar. Para completar esta dicha, los enamorados encargaban serenatas a los balcones de las mujeres amadas. Reunían para ello un cortejo de góndolas iluminadas con farolillos de colores, donde iban los cantores y músicos.

Hasta la uniformación de los usos y costumbres que ha ido imponiéndose a finales del siglo veinte, el transporte marítimo veneciano tuvo sus embarcaciones originales que reproducían, con características propias, a las usadas para el transporte terrestre en cualquier ciudad europea.

Los novios iban a casarse a la Iglesia en una góndola con cojines y lazos de seda de color blanco, orlada con guirnaldas de flores blancas como azucenas y claveles. Los muertos se conducían al cementerio en soberbias góndolas decoradas con paños y crespones negros, a las que sucedían otras sólo cargadas de coronas de flores que los despedían de este mundo. Los médicos iban en embarcaciones blancas con el distintivo de la Cruz Roja, y los bomberos en embarcaciones de brillante color rojo, haciendo ulular sus sirenas.

Venecia ha tenido también sus embarcaciones peculiares para festejos y actividades deportivas y de ocio.

Hay fiestas que se remontan a ocho o diez siglos, durante las cuales las aguas de los canales de la ciudad se llenan de todo tipo de embarcaciones. La más típica y conocida es el carnaval, donde todo el mundo va con máscaras y vistosos disfraces, pero también hay otras. Así, para celebrar la derrota de los pueblos dálmatas y el dominio del mar vecino, es decir, el carácter secular de la República de Venecia como Reina del Adriático, se celebraban los “esponsales con el mar. El Dux (o Rey) de Venecia iba a la cabeza de un deslumbrante desfile marítimo hasta la Iglesia de la isla del Lido. El estampido de los cañones y el repiqueteo al unísono de todas las campanas indicaba el comienzo del desfile. El Dux se embarca en el “Bucetoro”, una descomunal y grandiosa embarcación dorada - de casi cien metros de largo por veinte de ancho-, que era considerada el “navío sagrado” de Venecia. Le seguían los diferentes grupos sociales con embarcaciones acordes a su rango. Otros barcos dorados, aunque de menor tamaño, trasladaban a la Corte y los embajadores. Refinadas góndolas portaban a las familias aristocráticas. Tras ellas venían los bajeles de las tropas marineras, que tocaban sus trompetas y tambores en estridentes fanfarrias. Y, finalmente, la comitiva se cerraba por multitud de barcazas, botes y chalupas más humildes, donde el pueblo llano iba vestido coloridamente. El acto central de esta celebración era el momento en que el Dux arrojaba su anillo nupcial al mar, a la manera de matrimonio renovado de la ciudad con el Adriático.

Asimismo, desde tiempo inmemorial se han venido celebrando concursos de regatas entre las dos grandes familias medievales rivales en la ciudad. Aquí el lugar de Capulettos y Montescos - de la Verona de Romeo y Julieta -, lo ocupan los Castellanos contra los Nicoletos. Para los venecianos, que vivían del mar, estas regatas constituía todo una prueba anual de pericia, fuerza y destreza, que los llenaba de orgullo o de verguenza. Los equipos adversarios se desafiaban en embarcaciones de todos los tipos y tamaños: Carreras de góndolas movidas de pie por un único remo, de piraguas, de canoas, e incluso de barcazas con más de cincuenta remeros cada una. En el podio se entregaban sendas banderas a los tres primeros en llegar, y un pequeño cerdito a los que entraban en cuarto lugar, que eran objeto de la mofa y risa del pueblo.

Otra fiesta original, que fue decayendo, fue la de los matrimonios de todas las parejas que se casaban anualmente en Venecia. Se celebraba en la misma iglesia de una Isla y en idéntico día, el de la Purificación. El cortejo era espectacular por la larga fila de góndolas adornadas de blanco y su comitiva de invitados y familiares. Sin embargo, entrañaba un acto de desagravio contra las tropas sarracenas que raptaron varias parejas en su día de bodas allá por el año 900.

Hoy día la góndola es, ante todo, un recurso turístico que genera sustanciosos ingresos a sus propietarios. Las embarcaciones a remo y a vela se emplean, sobre todo, para el turismo náutico y de ocio en las aguas de la bahía, pero han dejado de ser los vehículos utilitarios de transporte de personas y mercancías de antaño.

Las motos naúticas y lanchas fueraborda son los vehículos familiares del siglo XXI. No obstante, a veces, los jóvenes recurren a los patines náuticos y las tablas de windsurfing como medios alternativos para moverse libremente por la ciudad.

Para el transporte colectivo, tanto de la escasa población autóctona como de los miles de turistas, se emplean los “vaporettos”, y para los grandes desplazamientos a lo largo de la costa Mediterránea, los grandes protagonistas son los gigantescos “cruceros” de hasta siete y ocho pisos.




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