miércoles, 17 de septiembre de 2008

El mundo de ocio y diversión de los andaluces del siglo veintiuno.

El mundo de ocio y diversión de los andaluces está cada vez más alejado del mundo físico que los rodea. Es el que consumen varias horas al día a través de los medios audiovisuales.

Un niño andaluz de cuatro a seis años vive imaginariamente en territorio Disney durante su tiempo de ocio, y, por eso, ansía tanto celebrar sus fiestas en uno de esos parques de juegos que recrean dicho Mundo.

Conforme alcanza la pubertad va cambiando su mundo de ocio y diversión. Se abren perspectivas más amplias, que van desde el mundo de los Piratas del Caribe o de la Guerra de las Galaxias al de la familia Simpson, pasando por distraerse y vestir como sus ídolos juveniles de tal o cual instituto de enseñanza secundaria norteamericano. Se ha creado una red de Parques Temáticos de Ocio en todo el Mundo, Europa, España y Andalucía, que recrea estos mundos.

La llegada de la adolescencia y primera juventud del andaluz nacido en la primera década del siglo XXI disgrega aún más las formas de diversión. Cada joven se va adscribiendo a las diversas tribus urbanas, la mayoría importadas desde los Estados Unidos. Una joven de diecisiete años que disfrute con el mundo de la moda “Gótica” se divierte con su pandilla, o visitando un pub donde se reúnen los seguidores de dicha moda, y comprando masivamente vestimentas, adornos, músicas o audiovisuales que completan su trayectoria vital. Una trayectoria que copia a sus ídolos de referencia, en la que vive imaginariamente como ellos, aunque éstos residan en realidad en un suburbio de Chicago o Nueva York.

Quizás por eso, muchos niños, púberes, adolescentes y jóvenes andaluces nunca han escuchado ni se han distraído con los bailes, músicas y cantes de su Tierra. Incluso, el flamenco es para ellos un gran desconocido, al que desprecian porque, como en la película ganadora del Oscar, su mundo “no es un país para viejos”.

Un anciano gitano, meditando sobre la manera de divertirse de sus nietos, echa la vista atrás. El se crió en un corral de vecinos, sin radios, ni tocadiscos ni televisiones. En el frondoso y verde patio común se pasaba la mayor parte del día. Allí aprendió de sus primos los cantes y bailes flamencos que luego lo encumbraron a la fama. No había otra distracción que le hiciera la competencia a esta forma de divertirse heredada de muchas generaciones pretéritas. Sus nietos viven en un pisito de un bloque de doce plantas de altura de la periferia urbana. A él le resulta deprimente, no hay patio común, ni macetas, ni flores, sino un lóbrego patinillo que mira al bloque vecino, en el que no se sabe a ciencia cierta si amanece o llega la noche. El hogar es tan pequeño que no hay lugar ni para echarse un bailecito, sólo una sala de estar donde la familia permanece enganchada - desde que dejan de almorzar hasta la madrugada - a la televisión, los videos y las consolas.

El se pone triste porque sus nietos se comportan como fríos mecánicos. Cuando hay un espectáculo audiovisual que mirar nadie conversa. Tampoco lo hacen cuando se van a las botellonas nocturnas, pues la aglomeración de personas y la ruidosa música impiden oír cualquier diálogo. Y mucho menos en ese gran Estadio Deportivo donde vociferan animando a su equipo de fútbol favorito.

A este anciano gitano le encanta pasear por su ciudad de siempre, mientras que a sus hijos y nietos parece que les quema, les ahoga y les resulta aburrida.

Un fin de semana sí y otro también sus familiares se van de viaje, y, en vacaciones, salen fuera del país a un destino exótico. Como resultado de sus viajes tienen una colección interminable de fotogramas que describir, y cientos de escenas visuales y momentos plásticos que contar… ¡Qué si aquélla torre, qué si esta ruina,…¡Pero hacen muchos menos amigos y conocidos que el abuelo sin moverse de su tierra.

Tantos viajes y vacaciones, todos tan veloces y organizados, están perfeccionando su aire de “fríos mecánicos”. Como si sus cuerpos fueran vehículos en perpetuo movimiento, que para una perfecta puesta a punto necesitan, en lugar de gasolina, consumir imágenes y más imágenes, en casa y cuando salen.

Los viajes y vacaciones de sus familiares rara vez suelen ser aventuras. Las Agencias de Viajes los convierten en una colección de horarios de aterrizajes, paradas, hoteles, itinerarios guiados por intérpretes, contemplación de paisajes y monumentos forzosos de ver, degustación de platos típicos que obligadamente hay que comer, adquisición de recuerdos tópicos sin los que no se deben marchar…

Y, cuando tienen algo de tiempo libre para deambular por una ciudad nueva, los aborígenes les dedican la insípida hospitalidad que ofrecen a los miles de turistas anónimos que pululan diariamente por allí. No traen apenas vivencias nuevas, ni siquiera palabras extranjeras, y mucho menos amistades de otras geografías y costumbres. El abuelo piensa en los desplazamientos gregarios de las aves o los atunes que cruzan el Estrecho de Gibraltar. Posiblemente sean más baratos, misteriosos y sorprendentes, y estén más llenos de momentos inesperados.

No hay comentarios: