jueves, 9 de abril de 2009

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA (23). LUCES EN LA CIUDAD. LA MIRADA DE LA POESIA URBANA DE LUIS GARCIA MONTERO (GRANADA. 1958)

Este artículo es un homenaje al poeta Luis García Montero (Granada, 1958), de cuya maravillosa antología “Poesía urbana. ( 1980-2002)". Editorial Renacimiento, he extraído las frases e ideas más valiosas sobre cómo es realmente la luz de las ciudades mediterráneas contemporáneas, independientemente de lo que se siga diciendo por los mentideros del folklore y las guías turísticas.

Y, para ello, nada mejor que acompañarlo amaneciendo en el casco viejo de su Granada natal, allá por la década de los sesenta:

… En la ciudad antigua algún gallo superviviente de un corral vecino y, sobre todo, "los grillos y los pájaros, eran los nuncios del amanecer" de la naturaleza urbana. Las horas de levantarse las daban pausadamente las campanadas de las iglesias. "Se salía a la azotea y la luz se iba esparciendo lentamente, dorando primeramente las torres y veletas, los miradores, luego iluminaba con reflejos multicolores las ropas tendidas en los tejados, y, finalmente, se abría paso allá abajo, enverdeciendo jardines y alamedas. A lo lejos surgían los contornos de los campos, y los picos de la Sierra donde la nieve aguardaba."

Hoy día, el amanecer de una gran ciudad mediterránea es "una hora incierta, presentida". Para los miles de trabajadores que se desplazan desde su periferia comienza con el resplandor de la orla iluminada en el horizonte de su lugar de destino. Sigue con la ansiada presencia de esbeltas farolas a ambos lados de la autovía que le permiten conducir más seguro, y salir de la oscuridad. Y suele acontecer todo el tiempo con las ventanas cerradas de sus vehículos, mientras escuchan programas de Radio y las noticias de sus informativos.

Dentro de la ciudad las calles son campos oscuros, una vez apagado el alumbrado público, "donde parecen tiritar de frío los semáforos con tonos naranjas. Por ellas pasan, como raudas y rápidas brisas, taxis y aceleradas camionetas de reparto". Los quioscos de prensa y los bares de desayuno son las primeras tiendas que elevan sus cierres y se iluminan. El primer contacto con el prójimo se produce en el bar, donde los parroquianos suelen ser siempre los mismos. Y, bajo la atenta mirada de las luces de neón, los hombres beben sus copas de anís y de coñac, y sus cafés bien cargados, para ayudarse a levantar y soportar el relente, mientras las mujeres optan por el café con leche y la tostada.

En cualquier caso, "no sentimos que es verdaderamente de día hasta que se apagan todos los faros de los vehículos".

Los habitantes de los bloques de edificios despiertan a distinta velocidad. Las ventanas abiertas y con las luces encendidas indican la presencia de vida, frente a las persianas cerradas y las negras ventanas, que nos trasmiten que la paz del sueño aún reina en las habitaciones. En el hogar, dulce hogar, las campanas, los gallos y el canto de los pájaros han sido sustituidos por los despertadores eléctricos, o el súbito desencantamiento del sueño prpducido por el ruido de los grifos de las duchas y lavabos, la cascada de la cisterna del WC, el chirriante descorrer de alguna persiana, o el brusco cierre de una puerta que se clava en nuestros oídos.

Las horas de luz natural son las más auténticas de la ciudad mediterránea. El paisaje parece despojarse del imperio de la electricidad. Sin embargo es una sensación más efímera en invierno, con el nuevo horario europeo de ahorro de electricidad, y mucho más duradera desde finales de la primavera al inicio del otoño.

En la ciudad antigua el Sol se perdía lentamente por el horizonte. A los habitantes les embargaba cierta melancolía. Se percibía cómo se iba yendo la luz del día gradualmente "paseaban sombras negras en las frías cruces de las plazas , entre los ojos de los musgos de los tejados, entre las piedras que servían de ropajes cansados a muros y casas estrechas, y, sobre todo, las fuentes viejas recogían el reflejo de la luna."

Cada cinco o seis casas estaba la mirada ligera de un farol de gas, entre sombras espaciadas. La ciudad, tan dormida y callada antes de que adviniera el tráfico rodado, se sumía en un ambiente silencioso y misterioso. La tranquilidad de las calles se rompía súbitamente con el paso de una pareja de enamorados, o de algún borracho que llamaba al sereno, el guardián tradicional de la ciudad histórica, para que abriera la cancela de la que había olvidado la llave.

En la ciudad mediterránea contemporánea, en cuanto comienza a anochecer se produce "el masivo asalto de las luces de neón" sobre el paisaje urbano. "El alumbrado público transfigura su piel con un tono lechosos, amarillo o naranja mortecino". Sólo cuando hay luna llena ésta recupera algo de su protagonismo secular.

Las farolas iluminan intensamente las calzadas, que ganan protagonismo respecto a las aceras de los viandantes. Contemplada desde las alturas, la ciudad es un laberinto "de ríos de luces por donde navega la circulación rodada". Una gran mayoría de sus habitantes se monta entonces en el vehículo para volver a casa después de un agotador día laborable. La puesta del Sol en la naturaleza parece ser lo de menos. La atención "se concentra en los cruces, los CEDA EL PASO y los STOP, en las luces intermitentes y el rojo temblor de los frenos de los vehículos que van delante, y en el naranja, rojo y verde de los semáforos. Los conductores van como automatizados, con la querencia de los animales cansados, a sus madrigueras. A sus lados sólo ven inmensas filas de coches muertos. Sólo les interesan los alrededores cuando se acercan a su destino, y sus ojos vagan ansiosamente buscando aparcamiento".

Los que salen a pasear a la caída de a tarde prefieren calles comerciales intensamente iluminadas. En ellas "sucumben a la luz embrujadora de los escaparates", se alegran y distraen con el bullicio de la gente y tantas cosas que ver y que comprar. Sin embargo, su ilusión dura poco. A partir de las 9 de la noche las calles comerciales se convierten en los pasillos de una triste, silenciosa y bien guardada penitenciaria. El paseante camina entre rejas o persianas metálicas echadas a ambos lados. Algunas iluminadas y otras no, con sus lucecitas rojas de guardia, dispuestas a ulular ferozmente si sus celdas son profanadas por los amantes de lo ajeno.

El ciudadano busca entonces las calles y plazas donde hay una larga fila de bares abiertos. "Allí se almacena la luz y trepa como las hiedras por las paredes de los edificios de alrededor". Son un hervidero de gente que, con el buen clima, ocupa todas las aceras. Los coches en doble fila aguardan a sus dueños impacientemente con las luces intermitentes. "Las luces inmóviles y crueles de las hamburgueserías y cafeterías permiten que sus clientes se desfoguen de sus tormentos cotidianos" mientras comen, beben y charlan en alta voz, por encima del sonidos de los televisores y aparatos de música.

Para los más noctámbulos hay siempre algún recinto cerrado e insonorizado –una discoteca o un pub- donde vivir entonces alternativamente, a su aire, con la compañía de su tribu urbana y su música preferida (flamenco, jazz, rock&roll, salsa, hip-hop, rap, …). La noche se recrea allí en forma de paraíso artificial. El ambiente oscuro está mínimamente iluminado, focos multicolores e intermitentes giran caprichosamente sobre sus cabezas, siguiendo el ritmo de la música y los sumergen en un mundo que se sueña despierto.

En los espacios abiertos de la ciudad hay durante la madrugada un gran número de artefactos noctámbulos. Además del alumbrado público, nunca duermen los vetustos y nobles monumentos civiles y religiosos. Sobre todo, desde que las autoridades políticas y las fundaciones de las grandes compañías eléctricas los consideraron atractivos turísticos, y condenaron a sus piedras a la iluminación ornamental y el consecuente insomnio eterno. Tampoco duermen los cajeros automáticos, ni las cabinas telefónicas, ni las marquesinas de los autobuses, ni los expendedores de los servicios de bicicletas,…

De todos estos letreros luminosos los que ponen la nota de optimismo en los ciudadanos, son, sin duda, los publianuncios. Casi todos ellos nos invitan a vivir mejor y de otra manera. Y nos olvidamos de lo solitaria que están las calles de la gran urbe. Y nos imaginamos que nos ha tocado la lotería, veraneando en países exóticos, asistiendo al próximo estreno cinematográfico, que somos triunfantes deportistas de élite y consumimos yogures, que estamos en compañía de bellas actrices mientras se prueban tal lápiz de labio, o nos sentamos en la alcoba junto a guapos modelos que usan tal o cual perfume embriagador.