miércoles, 31 de diciembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (7) EL VALLE DEL ELQUI (CHILE) EN LA MIRADA DE GABRIELA MISTRAL.

Traemos de nuevo a estas líneas un rincón de Latinoamérica con acentos mediterráneos: El Valle del Elqui (Chile). Y ello, por un doble motivo. El antagonismo entre sus vegas regadas, tierras de secano bien cultivadas y el terrible desierto de las laderas y cumbres de los montes circunvecinos, tan típica del paisaje rural mediterráneo, y por la manera tan personal de sentir el paisaje como parte de su espíritu de que hace gala esta escritora.

Gabriela Mistral nació aquí, pasó sus primeros años de infancia y temprana juventud, escribió sobre él a lo largo de su viajera vida por todo el mundo, y pidió ser enterrada en su tierra materna, para nunca más abandonarla.

Su ansia constante de volver a contemplar el Valle del Elqui se comprime en pequeños poemas concisos, certeros y bellos a la vez:

“Tengo que llegar al valle
que su flor guarda el almendro
y cría los higuerales
que azulan higos extremos”

“(El Valle) hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de locura…”

Visto desde abajo se observa, como desde ninguna otra parte, el antagonismo de sus paisajes extremos:

“La roca viva domina en lo alto (del Valle) y se come de él grandes espacios, pero el fondo es suelo del más noble limo negro y suave, capaz de producir un año entero lo que le pidan y siembren”

El paisaje desértico de las alturas del Valle del Elqui es asumido por la escritora como un elemento más de su espíritu (las montañas son sus padrinas de nacimiento), le proveen bienes escasos en el llano (su cuna de piedra y leño) ,y forman parte de su vida cotidiana (por sus colores, sus formas siniestras y los sonidos que emite el viento:

“En el Valle del Elqui, ceñido
de cien montañas o más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán...
Miran al valle los cerros,
como padrinos tremendos,
volviéndose en animales
sus ijares soñolientos,
dando el vagido profundo
que les oigo hasta durmiendo,
porque doce me ahuecaron
cuna de piedra y de leño”

La inquilina de estos cerros es la singular higuera, cuya dramática existencia entre tanto sol y sed conmueve a Gabriela Mistral:

“Los grupos de higueras se sostienen de maravilla en unos sequedales de gritar... ésta clava sus garfios pardos al suelo, mientras la clara frente eleva en una intensa sed de cielo… en aquella tierra yerma, sobre aquel desierto mordido de sol, sobe esa estepa inmensa, yerta de desolación”

Más abajo, en las laderas donde se retiene mayor humedad y chilla menos el sol, aparecen los arbustos cultivados con delicadeza y primor:

“Hasta medio cerro trepa la viña crespa y barnizada, y no va más allá porque se seca en los soles rabiosos”

El fondo del valle es el regazo del hábitat humano y las tierras regadas, con abundantes plantíos de flores, huertos y frutales:

En cajones cerca de las casas se ponen los plantíos de claveles y rosas, y esas golosinas de mesa que son las hortalizas que cultiva cada familia… Las tierras más feraces y que se pueden regar son para los frutales”.

“las parcelas forman un damero de pequeños cuadrados y rombos cubiertos de hortalizas y frutales, y de pastos donde la vaca familiar, que da queso y leche diaria, adquiere casi la condición de santidad de la vaca hindú”

Gabriela Mistral se deleitó al pasear por el vergel sabiamente humanizado, en que la cultura campesina mediterránea había convertido el fondo del Valle del Elqui, saboreando mil y un sensaciones:

Vuela un olor delicado/y tímido y placentero/delgado como la brisa/íntimo como el aliento. Es el frutillar tendido/que crece callado y lento./Los tendales de la fruta/llaman con verdes sangrientos/y a golpes de olor confiesan/los pomares y el viñedo/y frutillares postrados/sueltan por el entrevero/un trascender que enternece/por lo sutil y lo denso./Todo se mueve en un vaho/que nos pone el andar lento/por ver y por aspirar/en lo emboscado y confeso…”

martes, 23 de diciembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (6) TORCUATO LUCA DE TENA (1903-1999) Y EL FOLKLORE AMURALLADO DEL CENTRO HISTORICO DE AUSTIN (FL

Traemos a estas líneas a un sólido intelectual ibérico, miembro de la afamada saga familiar que poseyó el diario conservador ABC, el de mayor tirada nacional, durante casi todo el siglo veinte.

Sin embargo, fue un personaje peculiar. Su pensamiento ideológico, monárquico y liberal, le valió no pocas críticas. Gran parte de su vida prefirió, más que asumir la pesada y censurada carga de dirigir uno de los medios de comunicación más influyentes de España, dedicarse a su vocación literaria, escribiendo numeroso libros de poesías, novelas, artículos y ensayos.

Esta vocación literaria lo llevó como corresponsal por medio mundo a lo largo de su vida, retratando con aguda ironía los avances de países civilizados, que tarde o temprano importaríamos los países mediterráneos. Esta labor se reflejó en dos libros sobre la vida y los paisajes de Inglaterra (El Londres de la postguerra. Pinceladas sobre la vida en Londres. Madrid: Espasa Calpe, año 1948). Y Estados Unidos (Mrs Thomson, su mundo y yo, Espasa Calpe, año 1952).

De esta segunda novela traemos a estas líneas un paisaje singular para su época (principios de la segunda mitad del siglo veinte).

Los norteamericanos no sólo han ido imponiendo un urbanismo y un modo de hacer la ciudad moderna que está arrasando con las señas de identidad de la ciudad histórica mediterránea, sino que también fueron pioneros en convertir a una de sus pocas ciudades históricas de ascendencia mediterránea en un “parque temático” para turistas. Es el caso de la ciudad de Austin (Florida).

Era el otoño de 1950 y entramos en la ciudad más antigua de los Estados Unidos, fue fundada en 1565 por los conquistadores españoles. Tiene la primera escuela, el primer naranjo, el primer castillo y la primera iglesia de este país,pero cómo se encuentran una vez que los hombres de negocios han decidido explotarla turísticamente.

Cruzar sus murallas cuesta el dinero de una entrada. Dos muchachas, tocadas con peineta y mantilla, vestidas con un amplio vuelo de volantes y madroños, nos dan la bienvenida. Dicen que van vestidas al estilo de las esposas de los conquistadores españoles.

Las viejas piedras históricas se mezclan con el último alarido de modernidad. El Centro histórico de San Agustín es como un barrio de Santa Cruz, diseñado por el Director de una película de Holywood. Es el folklore amurallado. Los hoteles reciben nombres como Alhambra, Zoraida o Ponce de León. Hay una plaza de la Constitución que imita la del Madrid liberal del siglo diecinueve. Las calles, pasajes y tiendas llevan nombres como Manolete, Tronío, Verbena o Paella. Todos los balcones de los centros oficiales y museos ondean la bandera rojigualda en honor a España.

Viejos landós y manuelas pasean a los turistas por las calles históricas como si estuviéramos en Sevilla o Granada. Los cocheros son negros que visten camisas hawaianas y sombreros de copa. Al saber que somos españoles se les hiela la sonrisa. Se extrañan de que mi mujer y yo seamos rubios, y ella no lleve castañuelas y mantón de Manila. Quizás es que han tomado conciencia de la farsa con la que se ganan la vida”

domingo, 21 de diciembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA. (5) LAS CIUDADES MEDITERRANEAS EN EL PROXIMO MILENIO EN LA MIRADA DE ITALO CALVINO (1923-1985).

El escritor italiano-cubano Italo Calvino fue, como tantos otros aquí aludidos, un incansable viajero. Su experiencia geográfica la vertió a modo de relato imaginario, con Kublai Khan y Marco Polo como protagonistas, en su libro: Las ciudades Invisibles (año 1972).

Su preocupación por la decadencia y ocaso de la ciudad mediterránea tradicional o histórica deviene de lo que el autor denomina la crisis de la ciudad moderna. Una ciudad que, en cualquier país o región, aspira a multiplicarse rápidamente acorde con lo que dicta el mercado inmobiliario, arrasando no sólo con la arquitectura del pasado, sino también con los paisajes naturales y de los campos circundantes. La ciudad moderna se ha ido gestando de espaldas a la naturaleza, a la cultura campesina y a la cultura urbana heredada. Ha exportando las formas geométricas y repetitivas del urbanismo norteamericano. Es una ciudad continua y uniforme, despersonalizada y amorfa. Una ciudad que sólo ha sido posible construir gracias a los rápidos avances en los sistemas tecnológicos en que se sustenta (medios de transportes, infraestructuras del agua, eléctricas, de telecomunicaciones). Es una ciudad donde reina un aparente bienestar y confort, sobre todo material, superior al de las ciudades provincianas. Pero, su funcionamiento es más frágil de lo que pensamos. Apagones, nevadas, inundaciones y lluvias torrenciales, sequías,…pueden paralizar o bloquear su buen funcionamiento por sorpresa.

El modelo económico actual, el de una economía y una cultura globalizada y mundializada por los mass media necesita de este inusitado crecimiento urbano. Pues la ciudad no es sólo un producto de la civilización, un material para la historia del arte y de la arquitectura, es, también, el espacio por excelencia donde las sociedades humanas intercambian mensajes, palabras, deseos y recuerdos.

A grosso modo hay dos líneas evolutivas identificables en las ciudades históricas mediterráneas con el cambio del milenio. Aquellas edificadas en terrenos llanos, una vez derruidas sus murallas defensivas, están siendo objeto de un avance implacable de la ciudad moderna en su interior:

“Las arquitecturas modernas y recientes empujan y llegan al corazón de la ciudad, sólo van quedando fragmentos y reductos que conservan los rasgos originales… han ido brotando edificios de todas las épocas y estilos arquitectónicos, y ya están en proyecto los de etapas venideras… Desde fuera apenas de distingue la ciudad del pasado”

La otra tipología son las ciudades históricas enclavadas al amparo de algún obstáculo natural. Rodeadas por el meandro de un río, en las laderas de un monte o cerro, etc. Éstas son las que están pudiendo defenderse mejor de las nuevas modas de hacer ciudad y pierden más lentamente sus señas de identidad:

Se divisa desde lejos, en medio de las anónimas periferias urbanas, el viejo cerco de murallas, bien apretado, del que brotan resecos campaniles, las cúpulas, las torres y los tejados, mientras que los barrios nuevos se desparraman a su alrededor como saliendo de un cinturón que se desanuda”.

La ciudad histórica mediterránea ha tenido casi siempre una forma orgánica, producto de un crecimiento espontáneo y no planificado, tanto en su adaptación al medio natural, que ha sido mayormente respetado, como en su trama urbana. Italo Calvino, con fina ironía, compara su diseño a un tapiz de factura divina, frente al de la ciudad moderna, un tapiz con un dibujo ordenado, donde las figuras geométricas repiten los mismos motivos hasta la saciedad.

“La red de pasajes de cada ciudad no se organiza en un solo plano, hay barrios en pendiente a los que se sube por rampas y escaleras, otros a los que se accede por puentes, otros que son un subir y bajar de cuestas…

Las calles suben y bajan, se superponen y entrecruzan, de manera que puedes elegir el recorrido más breve entre dos puntos, que no es una recta sino un zigzag ramificado en tortuosas variantes… sus habitantes no conocen el tedio de recorrer cada día las mismas calles, tienen el placer de poder elegir nuevos itinerarios para ir a los mismos lugares, así sus vidas rutinarias y tranquilas transcurren sin repetirse”

El paisaje humano y el mobiliario urbano diferencian nítidamente la ciudad antigua y la moderna:

“En estas ciudades cada vez que uno llegaba a una plaza se encontraba en medio de un diálogo, al salir por una puerta era saludado por los vecinos, lo conocieran o no”

“Estas ciudades están coronadas por cúpulas, torres, miradores con techos cónicos, veletas, desvanes, depósitos de agua…El viajero se complace en observar cuántos puentes distintos unos de otros las cruzan: convexos, cubiertos sobre pilastras, sobre barcas, colgantes, con parapetos calados; cuántas variedades de ventanas se asoman a las calles: en aljimez, moriscas, lanceoladas, ojivales, coronadas por lunetas o rosetones; cuántas clases de pavimentos cubren el suelo: guijarros, lastrones, grava, baldosas, losas,…”

“Incluso, la ciudad que no tiene hermosuras o rarezas particulares es una sucesión de calles y casas, puertas y ventanas, cuyas figuras se deslizan como una partitura musical donde no se puede cambiar o desplazar ni una nota… Sus habitantes pueden recordar en sueños el orden en que se suceden el reloj de cobre, el toldo a rayas del peluquero, la fuente de los nueve surtidores, la torre de vidrio del astrónomo, el puesto del vendedor de sandías, la estatua del ermitaño y el león, o el café de la esquina”

Una infraestructura singular de estas ciudades ha sido la de abastecimiento de agua potable. Ha habido diversas variantes tecnológicas para afrontar un clima como el mediterráneo, con prolongadas sequías que coinciden con las altas temperaturas.
Allí donde no había ni manantiales, ni ríos ni lagos subterráneos –el paisaje, por ejemplo, de las pequeñas islas griegas del Mar Egeo -, las núcleos urbanos están repletos de aljibes, junto a las viviendas o, dentro de éstas, en sus techos, patios o sótanos, donde se ha almacenado el agua necesaria para vivir.
Las ciudades beneficiadas por el discurrir de un río con aguas permanentes y de cierto caudal han recurrido a las grandes norias giratorias y los acueductos y acequias, que llevaban el agua a los depósitos de abastecimiento.
Otras ciudades, con manantiales y surgencias potentes y numerosos, poseían una nutrida red de fuentes u bebederos, para personas y animales, dispersos por su trama urbana.

Italo Calvino se interesó por las ciudades que venían abasteciéndose de las aguas profundas del subsuelo:

Era la ciudad de los mil pozos, asentada sobre un profundo lago subterráneo. Dondequiera que los habitantes, excavando en tierra largos agujeros verticales, habían conseguido sacar agua, hasta allí y no más lejos se había extendido la ciudad: su perímetro verdeante repetía el de las oscuras orillas del lago sepulto”

Las actividades campesinas (agrícolas, ganaderas,…) y la misma naturaleza no fue expulsada tajantemente de la ciudad sino que convivió secularmente con sus habitantes, hasta hace relativamente poco tiempo:

“Cuando viajaba a la ciudad descorría la cortina de la ventana y veía un foso, un puente, un murete, un serbal, un campo de maíz, una zarzamora, un gallinero, el lomo amarillo de una colina, una nube blanca y un pedazo de cielo azul… Un año tras otro he ido viendo desaparecer el foso, el árbol, el campito de maíz, el lomo de la colina fue cubierto de edificaciones y el cielo mismo desapareció”

La presencia de la religión (islámica en el borde sur del mar común, ortodoxa en el borde noreste, y católica o protestante en el borde noroeste, ha impreso un aspecto propio a las ciudades mediterráneas:

“Los Dioses siempre habían protegido la ciudad (mediterránea). Estaban en sus calles, en sus plazas, en las puertas de sus casas, y en el interior- en sus vestíbulos, salones de estar, dormitorios y cocinas-. Formaban parte de la vida de las familias, eran parte del alma de la ciudad y daban forma a todo cuánto ella contenía…

Los devotos de estos Dioses tenían en común criticar todo cuanto tenía de nuevo (la ciudad y la cultura moderna), sacando a relucir a los viejos, los bisabuelos, las familias de otros tiempos, y pensaban que el ambiente (de su ciudad) debía haberse mantenido tal como era antes de que lo arruinaran…

Los seguidores de estos Dioses tenían la creencia trasmitida de padres a hijos de que, suspendida del Cielo, existía otra ciudad como ésta, donde flotaban los sentimientos y virtudes más elevados, y aspiraban a ser una sola cosa con ella… Estos habitantes se indignaban, despreciaban y se preocupaban por todo lo que pudiera borrar o amenazar a su ciudad celeste, y aquí la honraban construyéndole elevados templos de bella factura, donde acumulaban los cuadros y esculturas de sus figuras veneradas en la Ciudad celeste, y los tesoros personales que las adornaban en forma de elegantes tejidos y preciosos bordados, y lujosas joyas y piedras nobles”

Con el nuevo milenio, la ciudad histórica mediterránea se ha convertido en un mito para el viajero y turista, comparable a los de la literatura, la música o el cine.

“Para no decepcionar al turistas, los guías y la población local elogiaban más la ciudad del pasado que la del presente. Su gran negocio era vender recuerdos de cosas inexistentes, libros, cuadros y postales viejas que reflejaban el antiguo esplendor de la ciudad… El único consuelo de sus habitantes era que la gracia perdida se había compensado porque la vida era más cómoda, la riqueza había aumentado y la cultura era más abierta y cosmopolita que en su anterior vida provinciana, tan rica en arte y rincones típicos y pintorescos, pero tan estrecha de miras y sujeta a privaciones… Había un atractivo más, y es que a través de lo que había llegado a ser la ciudad todavía se podía evocar lo mejor de lo que fue”

lunes, 8 de diciembre de 2008

PAISAJES MEDITERRANEOS DE IDA Y VUELTA (4). LA VISION DE JULIAN MARIAS (1956) SOBRE LAS PEQUEÑAS CIUDADES

Allá por los años cincuenta del siglo veinte, el filósofo y ensayista Julián Marías pasó varias temporadas en Estados Unidos. Durante su estancia en la ya por entonces gran ciudad de Los Ángeles vislumbró el agudo contraste existente entre la típica ciudad mediterránea pequeña y compacta y lo que había de venir en el futuro, el modelo de ciudad extensa, dispersa y segregada norteamericano, dependiente del automóvil.

Para Julián Marías, la civilización urbana gestada en torno al mar común o central tenía muchas similitudes de Oeste a Este y de Norte a Sur, indiferentemente de las fronteras políticas de los países.
Un rasgo fundamental era que se trataba de ciudades abarcables y convivenciales:
"La ciudad compacta mediterránea fue milenariamente una ciudad abarcable, donde en una pequeña extensión estaba todo: La Plaza Mayor con la Parroquia y el Ayuntamiento, el mercado de abastos, el teatro, los cines, los amigos,..."
Este tamaño ni excesivamente grande ni demasiado pequeño, y su trama urbana compacta, en que no había que recorrer largas distancias para tener al alcance todo lo necesario, hizo que las ciudades mediterráneas fueran, junto a su benigno clima, espacios que ofrecían lo que no tenían los campos circundantes: Lugares ideales para estar en la calle, pasear e ir a sitios relativamente próximos donde se encontraba de todo y donde estaba todo el mundo. Así nos lo describe este autor:
"La ciudad compacta mediterránea fue, antes que otra cosa, un espacio de convivencia, presencia, compañía y conversación, todas estaban llenas de una red de bulevares, paseos, plazas y plazuelas donde se podían llevar a cabo estas actividades. En estos espacios al aire libre se veía a cualquier hora del día a la gente murmurar, declamar, admirar, desdeñar, envidiar, comprar y vender... Además de estos espacios públicos había otros espacios cerrados donde la convivencia y la tertulia sin prisas eran frecuentes y cotidianas, como las iglesias, los jardines municipales, los casinos, los bares y tabernas, los mercados o las tiendas de barrio,..."
Frente a este modelo ya existía, aún en sus albores, el modelo de ciudad dispersa y segragada en sus funciones, que el autor denomina ciudad tipo parque norteamericano, y que ha ido imponiéndose en Andalucía en décadas posteriores bajo la denominación de urbanizaci´´on residencial de viviendas unifamiliares y adosados. Así describe Julián Marías a la ciudad de Los Ángeles:
"Es una zona residencial que se extiende millas y millas a la redonda, donde no hay centro urbano alguno importante, sino enormes centros comerciales en las afueras a donde se llega en automóvil, que se estaciona en aparcamientos tan grandes como dichos centros...las calles y plazas, cuando existen, están normalmente vacías, nadie pasea por ellas... En las calles de cada barrio o urbanización no hay más que viviendas unifamiliares, cerradas en sí mismas, millones de minúsculas islas de vida privada, sin apenas relaciones de vecindad. Millones de unidades domésticas aisladas, incomunicantes, solitarias... en cuyas calles sólo transitan personas que acaban de dejar el volante... Y, no obstante, el aspecto y el interior de las casas es sumamente agradable. Las casas parecen escenarios teatrales o como casas de juguete, con sus pequeños jardines y todo. En su interior hay el máximo confort. De ellas se sale en coche para trabajar o ir a alguna actividad formativa o de ocio... pero al atardecer casi todas las familias sólo poseen para compartir sus soledades la magia de la televisión. Se hace girar un botón y aparece un rostro humano, un rostro que nos mira, nos habla, ría y canta, corre aventuras,...¡La compañía¡ Es el mundo perdido que vuelve a nosotros... Las enormes ciudades americanas son gigantescas aglomeraciones de soledades juntas"